Por seudónimo: Yaracuyano.
La sociedad venezolana es un océano de contradicciones en un planeta en el que las leyes naturales parecieran enmarcarla y dirigirla, siempre, al retorno constante de sus desencantos, mismos que son mediados, como no puede ser de otra manera, por el viciadamente repetitivo discurso político. En este sentido, no referenciaré a Venezuela y la sociedad del bucle, que lo es porque ha internalizado la estructura misma de la repetición de procesos como su principio organizador fundamental; esto es: no se trata solamente del hecho de que Venezuela tropieza con su pasado —uno que de por sí una comedia trágica—, sino que la reincidencia en los errores es su sistema operativo, la matriz procesal inmutable que dicta la secuencia de acciones que se han evidenciado fracasadas —muchas veces siendo innecesaria la evidencia—, mientras que cualquier impulso de cambio —real— es absorbido y neutralizado por la propia lógica del sistema, al propio estilo del human unidimensional marcusiano[1], garantizando que el resultado final siempre sea una variación de lo ya conocido, si acaso no es exactamente igual a ello[2].
Prueba de lo que digo es que, al día de hoy, aún se siga confiando en personajes que parecieran vivir en alguna especie del Show de Truman[3], donde le montan todo un mundo en su habitación, pensando que se rige por sus propias normas, aun cuando la realidad les da señales y los golpea para indicarles que dicho mundo es una ilusión. Pero el problema no es tanto los líderes, sino quienes confían en ellos, puesto que también se encuentran en la misma condición —a diferencia de la película, donde el único engañado era Truman Burbank, interpretado por Jim Carrey—. Todos son protagonistas del show, y como todo líder es producto de la sociedad que lo conforma, quien lo demanda para transformarse a sí misma, en una sociedad infantil, a veces adolescéntrica, en asuntos políticos como la venezolana, que vive de ilusiones, no se puede producir más líderes que aquellos que reafirman el camino de fracasos que se viene recorriendo desde hace, al menos, poco más de dos siglos[4].
Esta semana, otra vez, la vampira de la esperanza, más conocida como María Corina Machado, quien ha quedado huérfana de la lucidez desde hace un buen tiempo —si acaso alguna vez la tuvo y no fue mero discurso de pantalla para mostrarse como “separada del resto”—, por motivo de la celebración de la mal llamada “firma del acta de la independencia”[5], ha hecho un llamado a los militares a “hacer valer la constitución” —esa misma que es producto de la putrefacción intelectual que ha imperado en el país—, puesto que “deben ser ellos” quienes pongan orden y cumplan el mandato de poner en su legítimo lugar al “presidente electo” el pasado 28 de julio de 2024. Como desde hace mucho se vislumbró, el plan supersecreto de la dama de papel mojado en heces acuosas era hacer llamados a esa institucionalidad inexistente, demostrando así que Maria Corina, junto a toda esa “oposición” del país, están castrados de ingenio, son peregrinos sin brújula mental, alfareros de ideas rotas.
Lo curioso de todo esto es que ese llamado ocurre antes, durante y después de que, a puertas cerradas, la misma María Corina Machado haya solicitado a los militares que se pusieron a su disposición que no actuaran, haciéndoles saber que ella no reconocería ningún alzamiento en contra del régimen, porque “ese no es el camino”. Entonces, ¿Por qué el discurso contradictorio? ¿Por qué, de cara al público, solicita algo que a puertas cerradas rechaza? Por si fuera poco, ¿Por qué ahora no es necesario una intervención extranjera, y hace 6 años sí lo era? ¿Ha cambiado la naturaleza del régimen que dice enfrentar? A todas luces, no. Lo que sí ha cambiado es su posición, siendo ahora doble moral y mentiroso, porque el discurso de la María Corina del presente es mutuamente excluyente a la María Corina de hace unos pocos años atrás —reitero: así lo ha sido en su discurso—.
Pero más curioso aún es la gente que le sigue y aplaude. Éstas personas son la razón por cuál la nación está activamente programada para replicar su pasado. En ellos se ha instalado una especie de software social y político cuya función principal es ejecutar el mismo proceso hasta el infinito, sin importar los usuarios —líderes o “pueblo”; porque ciudadanos, pocos— que lo operen, generando una falsa sensación de avance mientras consume la energía vital del país, cayendo en un agotamiento existencial. Por ellos, Venezuela es una máquina que, más que repetirlos, produce fracasos en serie, resaltando los eventos de las últimas dos décadas: 2002, 2004, 2005, 2007, 2009, 2012, 2013, 2015, 2017, 2019, 2025, y los que faltan si se sigue enfrascado en el pensamiento tenue.
En este marco, solo queda decir una cosa, le duela a quien le duela: el problema de Venezuela no es tanto el régimen y todo lo que representa y/o le rodea —que sí, indudablemente—, eso es solo un síntoma de una sociedad incapaz de comprender su realidad y vislumbrar el camino para moldearla, o romper el molde y construirla. El problema real de Venezuela es su sociedad, una inmadura, a la espera de un mesías, adoradora del héroe, suplicando a cuantos dioses se les ocurra para un cambio, mientras se va de rumba el fin de semana, comiendo del pan y gozando del circo creado por aquellos a quienes odia e idólatra, porque, en última instancia, son exactamente lo mismo. El problema es el fin, los medios, y la estructura que los media, porque el venezolano ha servido de jardinero de un edén marchito: sea lo que sea que haga en ese marco, sin haber trabajado la tierra y cambiado quien la cultiva, así como las semillas que se intentan cultivar, el venezolano seguirá cosechando los frutos amargos de la frustración y la decadencia, en una tierra que no recuerda cómo florecer, y que se encamina a nunca recordarlo.
[1] Herbert Marcuse. 1972. El hombre unidimensional: ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. Novena edición. Barcelona, España. Traducción de Antonio Elorza. Publicado por Editorial Seix Barral, S.A. (La edición original en inglés, de 1952, se titula: “One-dimensional man”). La referencia a esta obra —que, aunque interesante, no comparto del todo la postura— es específicamente a la idea presentada por el autor de que, groso modo, vivimos en un sistema social en el que no se encuentra oposición real alguna a la misma, puesto que sus mecanismos se han encargado de lapidarlas e integrarlas a sí misma, haciendo que, entre otras cosas, paradójicamente, aquel que diga oponerse al sistema se encuentra sumergido en una realidad en la que apela al mismo sistema que dice oponerse, ya no para librarse de ella, sino para cambiar las condiciones de vida dentro de sus mismas reglas, independientemente de si estás se enmarcan o no en el fin original que llevó a la oposición —por ejemplo: libertad—, convirtiéndose en una sociedad cerrada, que mata la pluralidad y el pensamiento crítico, disciplinando e integrando “todas las dimensiones de la existencia” de los miembros que la conforman, para que no conciban una vida fuera del molde preexistente impuesto por el mismo sistema (ver: págs. 19-28). El human unidimensional es, pues, aquel que se hace uno con el sistema, dejándose llevar por la corriente, quien solo piensa bajo los parámetros de la misma, erradicando todas las demás dimensiones de la vida para quedarse solo con aquella que dicta la estructura de la que ahora forma parte, bailando la misma coreografía a la misma música de siempre, aunque se venda como distinta, hasta su muerte. Si bien es cierto que éste crítica el autor la hace en el marco de una sociedad que se fija en la productividad, la sociedad industrializada, “capitalista”, en este texto solo nos hemos de quedar con esa idea central, que podría incluso mediar, como uno sólo, con ese human superfluo que describe Hanna Arendt en sus obras, quien deja de ejercer activamente su pensamiento para ser uno con la masa amorfa y moldeable, pudiendo llevar eso a cometer actos atroces. Al respecto de esto último, ver: Hanna Arendt. 2003. Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal. Cuarta edición. Barcelona, España. Traducción de Carlos Ribalta. Publicado por Lumen, S.A. (La edición original en inglés, de 1963, se titula: “Eichmann in Jerusalem”)
[2] Al respecto, ver: Roymer Rivas. 2025. La circularidad venezolana y sus analistas ciegos: una respuesta a Fernando Mires y su baile en el círculo. Publicada en el portal de ContraPoder News. Puede acceder a través de: https://goo.su/unym98 (Consultado el 07 de julio de 2025). Sección: “Introducción”.
[3] Peter Wair, director. 1998. El show de Truman: una historia de una vida. EE. UU. Producido por Paramount Pictures.
[4] Pongo como punto de partida la supuesta independencia que no nos independizó de nada y nos sumergió en ciclos de crisis que se repiten hasta el día de hoy, aunque, he de decirlo, en buena medida es culpable de ello la poca institución de Derecho que se desarrolló en este lado del continente, mediado por el pensamiento colectivista en buena medida. Aunque eso es historia y debate para otro día.
[5] Lo que debe celebrarse ese día, en realidad, es la “declaración” del acta de independencia, dejando encargado a Juan German Roscio y a Francisco Isnardi de redactar el acta para ratificar la decisión. La misma es finalizada y entregada el 07 de julio, mismo día en que se comienza a firmar, y la última firma queda plasmada el 18 de agosto de 1811. Por tanto, si ha de celebrarse alguna firma del acta, debe ser el 07 de julio, o el 18 de agosto, no el 05 de julio. Al respecto, ver: Roymer Rivas. 2022. Rescatemos nuestra historia, Venezuela: la firma del acta de la independencia. Publicada en el portal de ContraPoder News. Puede acceder a través de: https://goo.su/25CmCB (Consultado el 07 de julio de 2025).