Por Omar Ramirez, coordinador local senior de EsLibertad Venezuela.
El 9 de noviembre de 1989 el mundo era inundado por titulares, reportajes e imágenes que alegraron y maravillaron a algunos, entristecieron y decepcionaron a otros aferrados a su dogma, e hicieron entrar en razón a varios; el vergonzoso muro que separaba a Berlín en dos había sido derribado; años de opresión tiránica, de separación de familias, y de una pretendida superioridad de ideas erróneas se caía frente a los ojos atónitos e incrédulos del mundo. Lo que muchos filósofos, economistas, políticos y pensadores habían advertido en papel, se materializaba frente a todos. El muro había caído, y con él, las ideas que lo levantaron.
El muro
Luego de la derrota de la Alemania Nazi y el posterior fin de la Segunda Guerra Mundial, los países ganadores se repartieron el control y la administración del territorio Alemán; el 23 de mayo de 1949 los países aliados Occidentales (Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña) crean la República Federal de Alemania, que seguiría un modelo federal de gobierno y una economía de mercado guiada por el ordo-liberalismo; por su parte, el 7 de Octubre del mismo año, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas creaba la República Democrática de Alemania sobre la Alemania Oriental, la que bajo control Soviético tendría un modo de gobierno autoritario y un sistema económico socialista.
La capital, Berlín, fué dividida en cuatro zonas cada una bajo el control de los países anteriormente mencionados, convirtiéndose Berlín oriental en la capital de la República Democrática de Alemania. Sin darse cuenta; al repartirse el control sobre Alemania, y luego con la creación del muro, dieron paso a el mayor experimento de comparación política y económica dónde personas con una misma nacionalidad, historia, cultura y valores, quedaban divididas en dos países diferentes, con modelos de organización política y económica distintos.
La noche del 13 de Agosto de 1961, por órdenes del gobierno de la URSS, se levantó un cerco de alambre el cuál se convertirá paulatinamente en un muro de hormigón por más de 160 kilómetros, para frenar la fuga de personas hacía el lado Capitalista, prohibir los “cruzadores de frontera” (personas que vivían en el lado Este y trabajaban en el lado occidental), y demostrar una vez más el control sobre los ciudadanos que ejercían las autoridades.
El muro estaba resguardado fuertemente por soldados con la orden de usar fuerza letal contra quién intentara saltar, (según el sitio web Alemán Chronik der Mauer murieron 140 personas intentando cruzar el muro, aunque un estudio del 2017 de la Universidad Libre de Berlín indica que fueron 262 personas); estudiantes de la universidad anteriormente señalada cavaron un túnel durante medio año que permitió la fuga de muchas personas; otras, escaparon saltando desde ventanas de casas que daban a la Alemania Occidental, resalta la historia de Peter Fechter, el primer joven que falleció intentando cruzar el muro, el 17 de agosto de 1962, y que, sin duda, es un ejemplo más del ferviente deseo humano de alcanzar la libertad.
El Símbolo
El muro pasó a convertirse inmediatamente en símbolo de la opresión, la barrera física que impedía a los ciudadanos del Berlín oriental elegir el sitio dónde vivir, la materialización del macabro deseo de los tiranos de jugar a ser cómo dios y usar a los seres humanos como un medio para sus oscuros fines. El recordatorio constante, imponente y amenazante de que la elección es una mentira en régimen autoritarios, pues, quien elegía huir lo hacía a riesgo de exhalar su último suspiro en ese difícil viaje hacía la libertad.
Era, además, la prueba material de la división entre los dos paradigmas imperantes en aquel momento, la separación entre modelos políticos y económicos que tienen como punto de partida al individuo y sus anhelos, el respeto a sus derechos y la defensa de la búsqueda de la felicidad, y los que creen en la planificación central y cuidadosa de cada aspecto de la vida de las personas por un ente central, llámese éste el rey, el jefe supremo, el politburó, o el gran hermano, defendido por aquellos quienes en su fatal arrogancia pretenden saber lo que es mejor para cada persona aunque ni su nombre sepan, quienes en su incapacidad para llevar el control de sus propias vidas, aspiran y reclaman el inventado derecho de dirigir las de los demás. El muro pasó a ser la línea que dividía la libertad para perseguir los sueños, anhelos y metas personales, de la opresión de seguir, bajo amenaza de muerte, los designios de un oscuro grupo de personas qué, a su vez, sólo eran la marioneta de personas aún más grises, pues, los gobernantes de la RDA seguían lo que decían desde Moscú, como diría Fernando Diaz Villanueva:
“Una República Alemana Democrática, tres mentiras; no era república, no era democrática y no era alemana. Era una monarquía hereditaria, no era democrática —era una tiranía espantosa—, y no era alemana porque estaba manejada por los rusos”[1]
Representó además, el símbolo del fracaso de los modelos socialistas en garantizar una vida plena a los ciudadanos, parafraseando a J.F.K, “aunque las democracias occidentales no son perfectas, aún no construimos un muro para evitar que la gente escape hacía el infierno”.
Luego de décadas de indignación y vergüenza, al fin, y a plena luz del día, en contraposición a la oscuridad de la noche en que fué levantado, el muro de la vergüenza -como lo llamó Willy Brandt, alcalde de Berlín Occidental entre 1957 y 1966- fué derrumbado por ciudadanos de ambos lados luego de que un vocero del gobierno de la RDA se confundiese en televisión respecto de cuándo empezaría la circulación entre ambas Alemanias, lo que ocasionó que miles de ciudadanos se volcasen a tomar el muro y derribarlo, marcando así el triunfo de la Libertad sobre la tiranía, el comienzo del fin de la guerra fría y también de la desaparición de la Unión Soviética.
Y así, ese glorioso 9 de noviembre del 89, la línea de hormigón que alguna vez representó opresión, separación familiar, proyectos de vida interrumpidos, sueños rotos, anhelos destruidos, y el aparente triunfo de la bota militar soviética sobre la capacidad de determinación del individuo, fue destruido por el amor a la libertad presente en cada ser humano, el repudio a las injusticias que brota en el corazón del hombre germinó en un movimiento cívico que echó abajo la repugnante línea de hormigón que había pretendido encerrar al espíritu humano en una cárcel, y así como una vez, en la oscura noche del 12 al 13 de Agosto del 61, las tinieblas de la tiranía se quisieron imponer, la resplandeciente y deslumbrante luz de la Libertad brilló con más fuerza que nunca el 9 de Noviembre de 1989.
La Libertad
Aunque Berlín ya no está dividido en dos, la URSS ya no existe, y la guerra fría terminó con el triunfo de Occidente, hoy más que nunca la libertad está fuertemente amenazada, cada día las ideas totalitarias consiguen adeptos en las filas de descontentos con sus políticos que han desvirtuado la democracia liberal, cada vez más, son menos los países que gozan de estado derecho, igualdad ante la ley y economía de mercado. Aunque el muro físico ya cayó, aún queda mucho trabajo por derribar los muros mentales del dogmatismo de quienes se niegan a cuestionar sus convicciones políticas, del fanatismo de aquellos que se niegan a dialogar abiertamente y someter al cuestionamiento público sus propuestas, y de quienes desde el poder aún pretenden perpetuar la ignorancia de las masas para aprovecharse de ella y secuestrar e imponer su verdad. Las tinieblas de la tiranía nunca querrán descansar, el faro de la libertad no puede dejar de brillar.
[1] Fernando Díaz, [El club de los viernes], “Vender nuestras ideas”, video de YouTube, 16 de noviembre de 2016. https://youtu.be/SClWPzJXqqc