Por Leroy Garrett.
A pesar de no estar sujeto a espanto alguno vistos los recientes acontecimientos, donde era más allá de previsible lo que ocurre y lo que viene, este cronista internamente se combate para no ser terriblemente pesimista, pues entiendo que es agregar a estos tiempos más tinieblas a la oscuridad.
Elegir, votar, tener la prerrogativa de seleccionar quien nos gobierna o reina, es intrínseco a la idiosincrasia del venezolano. Demuestra su comprobada vocación democrática.
La primera elección popular hecha en Venezuela no fue ni promovida por la efervescencia política insurgente a la muerte de Gómez, o impuesta por sus herederos, particularmente se presenta en medio de dos pasiones aún encontradas en el venezolano; el baseball y los concursos de belleza.
Yolanda Leal por voto universal y directo fue elegida reina del equipo venezolano de pelota que también fueron campeones mundiales en 1941.
Pero el estamento de poder siempre se sintió presionado por la alternabilidad, Páez y Soublette, el enroque de los Monagas, aunque hegemónicos y cogolleros todos sentían la necesidad de tener que dejar la silla y controlar el poder detrás de la cortina simplemente era arreglo a las formalidades republicanas y sobre todo mantener la aceptación popular.
En tiempos de los liberales amarillos, la alternabilidad se dio en parte por las mismas razones de la élite desplazada de los Godos y la afición de Guzmán por irse de vacaciones a Paris.
Después de la Guerra Federal se establece un pacto con los caudillos regionales para que fueran los señores feudales de los “estados”, Guzmán sería el gran elector y sus colaboradores de confianza sus elegibles reemplazos. Este sistema ha sido adoptado casi completamente por el chavismo.
Ahora, Guzmán hizo otras cosas, educación gratuita, afrancesó tropicalmente a Caracas, se ensañó con las poblaciones rebeldes como notoriamente ocurrió con mi estado natal El Zulia, pero al igual que los chavistas se creyó dueño de la hacienda pública para desgracia de nuestros ancestros y coterráneos.
Ni Gómez, ni Pérez Jiménez pudieron evadir la alternabilidad, el primero dejando circunstancialmente la administración pública a la versión venezolana de las científicos del porfiriato mexicano, siempre reservándose el control del ejército, y de Venezuela; su hacienda.
El segundo, Pérez Jiménez, entre robos de elecciones y un fraudulento plebiscito que hartó al país que le derroca aunque luego, de no ser por el veto político de sus enemigos hubiera podido regresar.
Una vez más, ni María Corina ni su reemplazo van para el baile. Son las víctimas? La respuesta es NO! En tono rotundo.
Ella sabía el final, ella sabía la maniobra, ella sabía que Rosales sería el candidato, junto a al carnaval que ya se prendió en la calle, que con precisión de relojería montó el chavismo para seguir per secula seculorum.
No puede decir la Machado que estuvo reunida por cinco horas con Rosales y no sabía que la designación de la Profesora Yoris era otro final del teatro de lo absurdo que es la vida pública venezolana.
El final de la Machado no es ajeno a sentimientos colectivos conocidos, es la convergencia de muchos, todos reinantes en el lado negativo de los afectos, habría que ver que significa cuando los chinos mezclan las palabras frustración, tristeza y burla.
No es difícil saberlo, el chavismo no termina con elecciones, ni siquiera sus compañeros ideológicos Lula y Petro se atrevieron a apoyar la extrema inmoralidad ocurrida en Venezuela.
Hay otro habitante en el cementerio de la historia.