Carolina Dada, relaciones institucionales y finanzas de LOLA Arg (Ladies of Liberty Alliance), especialista en Marketing Político.
“El liberalismo puede argumentar su apoyo al feminismo desde la libertad individual, mientras que el feminismo de izquierda lo hace desde el igualitarismo. Pero el objetivo es el mismo: la defensa de las mujeres.”
Carolina Dada
En 1936, el entonces presidente argentino de facto, Pedro Justo, envió al Congreso el «Anteproyecto de Bibiloni», en un intento legislativo que buscaba reformar la Ley 11.357 con un objetivo claro y regresivo: quitarle a la mujer casada los derechos civiles que apenas una década antes, en 1926, le habían sido concedidos.
El anteproyecto generó un gran malestar en las mujeres que ya disfrutaban de esa independencia, sobre todo en Victoria Ocampo, una de las más importantes escritoras testimoniales del siglo XX. Ocampo, a quien se podría considerar una de las primeras feministas liberales en la Argentina, canalizó ese enfado en un activismo que le dio origen a Unión Argentina de Mujeres (UAM).
El movimiento logró frenar el anteproyecto y reunir a más de 20.000 mujeres con diferentes tendencias ideológicas, quienes además impulsaron el derecho al voto y el divorcio. Sin embargo, dos años después de su creación, Victoria Ocampo, renunció a UAM al descubrir que algunas socias, que formaban parte del Partido Comunista, estaban utilizando la organización para sus propios fines políticos. Esto, a su juicio, contravenía los principios fundacionales del movimiento.
Así surge el primer cuestionamiento sobre la partidización del feminismo. Para Victoria Ocampo, la lucha por los derechos de la mujer era una causa universal que trascendía las divisiones ideológicas. Ella veía el feminismo como un movimiento que debía romper con los «moldes» sociales, de clase y de género para que no fuera un apéndice instrumentalizado por ninguna fuerza política, sino una fuerza de cambio por sí mismo.
La segunda incomodidad de Ocampo se manifiesta con su sorprendente rechazo al proyecto de ley del voto femenino, aprobado en 1947. Esta negativa provino de su profundo antiperonismo, pues definía al peronismo como un movimiento con rasgos autoritarios y antidemocráticos muy cercanos al fascismo italiano. Además, retrata a Eva Duarte de Perón como una «fanática rentable» funcional al utilitarismo electoral diseñado por Juan Domingo Perón. En consecuencia, Ocampo fue incluida en la lista negra del peronismo, junto a otros artistas e intelectuales, lo que derivó en su posterior persecución y detención.
A pesar de esa impostura, hoy nadie podría cuestionar el gran aporte al feminismo de Victoria Ocampo, pero su incomodidad la puso en una encrucijada que la llevó a sortear entre su feminismo y su antiperonismo.
El dilema histórico que tuvo Ocampo resuena en la masificación del feminismo de los últimos años. Hoy, un sector de mujeres que se definen como feministas y liberales intentan ocupar un lugar de representación entre los sectores del liberalismo, con dos propósitos: desmarcar a los principios liberales de las derivas conservadoras que se propagan globalmente. Y, por otra parte, el desacuerdo con posturas de izquierda que predominan los espacios feministas tradicionales o mayoritarios.
Esta tensión es bien retratada en el libro «Sin padre, sin marido y sin estado» de Melina Vázquez y Carolina Spataro, que documenta la incomodidad de las mujeres en el liberalismo que intentan sostener un feminismo liberal ante la avalancha conservadora. Lo más interesante del libro es la reacción de otros sectores del feminismo, que debaten sobre la validez y el reconocimiento de una vertiente feminista liberal.
Quizá la incomodidad del «Efecto Ocampo» se trasladó al feminismo contemporáneo. Por un lado, al feminismo liberal, quienes construyen la defensa de las mujeres desde el libre mercado y la limitación del Estado. Por otro lado, al feminismo de izquierda al intentar deslegitimar la existencia de las feministas liberales. Este escenario nos empuja a una pregunta más crucial: ¿Cuáles son las preocupaciones del feminismo actual que ambos sectores comparten?
El liberalismo puede argumentar su apoyo al feminismo desde la libertad individual, mientras que el feminismo de izquierda lo hace desde el igualitarismo. Pero el objetivo es el mismo: la defensa de las mujeres. Las reacciones ante este debate también exponen un peligro que debe ser advertido al acusar las supuestas hipocresías, tanto históricas como actuales, de los distintos feminismos y movimientos partidarios, a saber: el riesgo de olvidar que el feminismo es siempre, por definición, una buena causa.
El error de Victoria Ocampo no fue advertir el oportunismo y el fascismo de Juan Domingo Perón o el desacuerdo con Eva Perón, sino no entender históricamente que la aprobación del voto femenino era un logro del feminismo en todas sus formas.
Esto se agrava cuando se personifican las ideologías. ¿De qué sirve cuestionar al feminismo de izquierda o al feminismo liberal tomando a figuras como Donald Trump, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Viktor Orbán, Javier Milei o Alberto Fernández? Cuando son estas figuras las que utilizan engañosamente el partidismo y las ideologías para desprestigiar a los movimientos de mujeres en general.
Seguramente hay una necesidad clara de empezar a separar los términos izquierda y derecha del liberalismo y del feminismo, y de aquellas posiciones que reponen prejuicios que exceden a las necesidades actuales de las mujeres, del mercado y de las funciones del Estado. Margarita León decía hace algunos años que “el feminismo debe influir en los partidos políticos, no constituirse en ellos.”, tras de los debates históricos sobre la existencia de un partido puramente feminista. Hoy muchas jóvenes se suscriben a las premisas feministas, luego piensan a quién votar de acuerdo a sus necesidades o simplemente deciden no votar.
Sin lugar a dudas, el “Efecto Ocampo” debe evitarse si se anteponen los beneficios del feminismo transversalmente. Tal vez la tarea más importante que tienen las mujeres en sus esferas políticas, es lograr que el feminismo sobreviva a las campañas de desprestigio. Sin importar a quien le pertenezca la historia de la lucha de las mujeres —liberales o de izquierda—, nadie puede tener el monopolio del feminismo.
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(Nota: las ideas expresadas son netamente del autor y no necesariamente representa la posición de ContraPoder 3.0)
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John R. De la Vega, P.A.
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John De la Vega es un abogado venezolano-americano que ha ayudado mucho a la comunidad venezolana e hispana en sus procesos migratorios en los Estados Unidos.
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