Por @Nixon_Pinango
El pasado martes 28 de julio, el halterófilo venezolano Julio Mayora ganó medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021. Lo primero que hizo después de soltar la pesa fue atender una llamada del tirano venezolano Nicolás Maduro y decirle que su premio se lo dedicaba al difunto sátrapa venezolano Hugo Chávez, en conmemoración de su cumpleaños. Toda una hazaña, la verdad.
¿Existen todavía los chavistas por convicción? Probablemente no muchos. Los venezolanos sabemos que están en peligro de extinción por obvias razones (Venezuela es un desastre físico y moral por culpa del chavismo), por eso es intuible que las palabras del joven Mayora fueran más una declaración estratégica que ideológica. En lo personal, no me sorprende lo que dijo, pues era su rol en esa relación contractual que tiene con el régimen que le financia su disciplina. Lo me sorprendió fue la reacción de la gente, que no solo lo felicitó sino que justificó que fuera chavista.
Los pocos que salimos a expresar nuestro desagrado por su persona fuimos vapuleados y vistos como tóxicos que desentonaban con la mayoría. Era preocupante ver esa emoción colectiva, porque indica que el venezolano todavía es manipulable y ha aprendido poco de sus errores. Era tan obvio como el rechazo hacia personajes del estilo de Roque Valero, Ruben Limardo o William Osuna, gente con talentos especiales que se arrastraron ante el régimen por dinero o por cargos y sin recapacitar, además. Y es que todos sabemos que para apoyar al chavismo a estas alturas del partido, después de haber visto todo lo que hay detrás, se debe tener una formación moral muy cuestionable.
Porque sí, no hay diferencia alguna entre este Julio Mayora y los otros tres que mencioné después. Todos son igual de arrastrados. A ninguno se les puso una pistola en la cabeza para que dijeran «viva mi comandante», lo que se les puso fue un fajo de billetes. No quieran comparar esto con Vito Corleone dando ofertas que no se pueden rechazar. Tanto Mayora como los otros tuvieron la oportunidad de tomar una decisión, ellos pudieron recurrir a empresas privadas o al crowfunding para financiar sus carreras, pudieron irse de Venezuela e intentar alcanzar sus sueños desde un país libre, como han hecho muchísimos otros venezolanos, como hizo el boxeador Eldric Sella…
No nos acusen a los críticos de politizar el tema, porque nosotros no fuimos los que empezamos. Quien empezó fue el propio Mayora cuando dijo: «esta medalla de plata es un regalo para Hugo Chávez»; es más, lo politizó al atender la llamada de Nicolás Maduro para recibir sus felicitaciones. Si yo soy una buena persona, con principios centrados, jamás aceptaría que un narco-tirano me llame para felicitarme por un logro.
Ni los sueños ni el miedo pueden justificar las indignidades de la gente, si así fuera, tendríamos que absolver moralmente a aquellos que manejaron los trenes que llevaban a los judíos a los campos de concentración. Hay que ser coherentes y no dejarse llevar por la emoción de un evento que, sabemos, habla de lo que nos pasa como venezolano y, por tanto, afecta a las generaciones que nos sucederán.