Por Roymer Rivas, escritor y coordinador local de EsLibertad Venezuela.
Mucho se ha dicho y escrito acerca de los diferentes grados de miseria material y moral en la inexorablemente se sumergen los pueblos que quedan sometidos por el Socialismo, o cualquier otra expresión del colectivismo, que cuanto más radical, más miseria induce. Sin embargo, poco o nada se ha dicho sobre la eliminación de la identidad y del sentido de pertenencia, como consecuencia de la perversión de lo que muchos llamamos “patria”, que también inducen estos tipos de sistemas nefastos.
Para vislumbrar la idea, piense que por lo general una madre ama a su hijo, al punto de estar dispuesta a dar su vida para el resguardo de su muchacho. Pero hay veces que una madre pareciera carecer de este afecto y, contra el sentido común, es ella misma la causa de los males de su hijo. Pues, este esto último es el caso de nuestro país Venezuela, ese pedazo de tierra caribeña que alguna vez fue la patria de muchos y que desde hace tiempo ha pasado de ser esa madre buena que naturalmente cuida a sus hijos, a ser el principal depredador de ellos, usándolos cual juguete de diversión mientras los consume lentamente hasta que ya no queda vestigio alguno de su existencia. Y digo que Venezuela “alguna vez fue la patria de muchos” porque hoy día ya no hay patria, nos la han arrebatado; esa especie de espíritu, comparable con ese personaje bíblico que modela la maldad misma conocido como El Maligno, Satanás o El Diablo, que se apoderó de todas las instituciones del país para destruirlas y edificar sobre ellas un Kraken con gigantes tentáculos de observación, control y saqueo de todas las riquezas materiales y espirituales de tierra de nadie, ha vaciado por completo el significado del término “Venezuela”.
¿Qué es “Venezuela”? ¿Qué significa? Para responder a estas preguntas muchos acuden, y con razón, a la nostalgia. Algunos dicen: “Venezuela es su gente”, pero ¿Qué gente? ¿Esa que se levanta todos los días pensando en los problemas del día a día, el cual incluye a veces no comer las porciones necesarias del día a día por carecer de los recursos para ello, y que son incapaces de planificar el futuro con mediana seguridad? ¿Esa gente que piensa solamente en cómo conseguir más dinero para no pasar hambre hoy sin saber si eso le asegurará que no tendrá que buscar un ingreso adicional para no pasar hambre mañana? ¿Esa gente que solo piensa en la inmediatez, desconectada del mundo que le rodea porque cualquier mínima distracción de ir en busca del pan es sinónimo de hambre y cualquier conexión con el mundo en el que habita se traduce en angustia? ¿Esa gente que no ha sido capaz de aguantar las circunstancias de su existencia y valoran menos su vida que la misma muerte? ¿Ese pueblo que ríe, pero por dentro solloza desconsoladamente por la tristeza de residir en las cenizas de lo que alguna vez representó felicidad en unión familiar, sin preocupaciones de un mañana peor? Hoy lo bueno y bonito de “Venezuela” es lo que alguna vez fue bueno y bonito, esa Venezuela bonita es porque haber sido también es una forma de ser, pero no lo es en presente, porque responder esas preguntas con cualquier expresión de temporalidad presente significa decir: “Venezuela es nada”, y la nada es algo malo para nosotros.
He aquí la razón por la que muchos prefieren negar su procedencia y pelear con sus paisanos: Venezuela es porque fue, pero mientras se siga este camino de servidumbre no será en el futuro porque no es, de la misma forma en que no lo es Cuba y Corea del Norte, que solo representan un lugar en el mapa, una historia, y un ejemplo de todo lo que está mal en el mundo llevado al extremo. No hay amor a la patria porque no hay patria que amar; una patria no nos daña, y esta nos ha dañado de la peor manera en que se puede dañar al ser humano, a saber, quitándole su libertad, atentando contra su misma naturaleza, deshumanizándolo en el proceso. Jamás pensé que llegaría el día en el que mi pueblo, nuestro pueblo, sería menos maltratado en el extranjero que en la tierra que lo parió, pero es precisamente así como está pasando hoy. Aun lo pruebo con cada uno de mis sentidos y me cuesta aceptarlo. Mi patria ya no es mía, ni es de nadie. Hoy la tierra que habitamos está usurpada por el mal, es del mal, encarnado en los personajes que controlan a gusto todo lo que está dentro de los límites territoriales que indica el mapa.
Duele… duele que seamos extranjeros marginados en nuestra misma tierra; duele que la situación llevo a una guerra sin tregua entre hermanos; duele el insulto a nuestro intelecto cuando los culpables niegan su culpa y se la adjudican a otros; duele, y duele mucho. No obstante, en nuestro profundo dolor y tristeza hemos aprendido que el humor es un arma del alma para sobrevivir, por eso reímos, porque aunque nos han pisoteado y han querido hacernos a nivel individual lo mismo que hicieron con nuestro colectivo —nuestro pueblo—, no hemos perdido la visión de futuro, de asumir la responsabilidad, a nuestra manera, de encontrar la respuesta correcta a los problemas que se nos plantearon y cumplir con la tarea que la vida nos ha asignado, a saber: recuperar la patria. En nuestra condición, aunque probablemente no sea vigorosa o vibrante, no hemos perdido la esperanza; porque aunque la esperanza a veces puede ser una luz débil, es una luz que nunca se extingue.
En este contexto, con la intención de ilustrar con la acción humana el hecho de que nuestro pueblo ya no tiene patria —aunque puede volver a tenerla en el futuro— y el cómo somos extranjeros marginados en lo que alguna vez fue nuestro país, informo que cada 15 día, los miércoles, saldrán una serie de relatos cortos que muestran de forma supina el día a día de un marginado en sus propias tierras, de un hijo maltratado por su madre poseída. Si bien los relatos serán con personajes ficticios, son veraces y pueden ser representar la vida de cualquiera en el país. Espero que los mismos sean del agrado de cada uno de los lectores. Y bienvenido, esto es: “La patria que nos quitaron: crónicas de un mísero pueblo sin identidad ni futuro”.