Por Roymer Rivas, Coordinador Local de Estudiantes por la Libertad Venezuela.
Vivimos en una época donde emitir una opinión se ha vuelto peligroso, sin importar si está bien fundamentada, dado que cualquier expresión puede considerarse ofensiva para ciertas personas o ciertos grupos, repercutiendo en censura y persecución para quien emitió su opinión. Y es curioso, porque los ofendidos, quienes posteriormente pasan a ser censuradores y perseguidores, son los mismos que dicen luchar por la igualdad.
Esto responde a un virus dictatorial convertido en movimientos que no toleran el discurso ajeno, no aceptan el derecho que tienen otros de expresar lo que piensan; y mucho menos si es de forma irónica y satírica. Y para muestra un botón, basta revisar las redes sociales para darnos cuenta que existen neo-inquisidores a los que solo les basta ver a alguien hacerse el ofendido o la víctima para arremeter contra el supuesto victimario. Hoy es suficiente con hacerse el ofendido para llamar la atención del mundo con el fin de censurar a quien piensa distinto a mí; y no es mera palabrería ni mímica, es un hecho comprobable de forma empírica, tan solo ver los casos donde personas han perdido cargos, han sido demandados y multados tan solo porque su opinión es un “discurso de odio contra las minorías” o “contra las mujeres u homosexuales”, se ha llegado al absurdo de decir que no es bueno llamar a los supuestos extraterrestres “aliens” porque es despectivo para ellos.
Nos encontramos en un mundo en el que pareciese que la realidad no se impone al sujeto, sino que es el sujeto quien, desde su subjetividad, pretende imponerse a la realidad, donde solo se acepta una verdad oficial y son los ofendidos quienes fijan los parámetros de la verdad y, por consiguiente, enmarcan los pensamientos y acciones del ser humano; es una tiranía que no tiene nada que envidiar a los regímenes totalitarios de la historia del hombre. Tal como pasa en la novela de George Orwell “1984”, hoy hay sistemas de control de lenguaje y pensamiento —o pretenden implementarlo— que buscan limitar las ideas y expresiones de ellas, de cortar vías de comunicación e imponer una sociedad que reconozca la ofensa como una razón irrebatible y un derecho universal que todos estamos obligados a reconocer y reparar y, por tanto, actuar conforme a eso.
Es un absurdo superlativo, pasamos de enaltecer la razón a silenciar la verdad para no ofender a los imbéciles; lo relativo ahora es más importante que lo objetivo; cualquier idea contraria a la mía es una potencial ofensa; mejor es callar y aceptar la estupidez, porque si no lo hago hasta mi integridad puede verse en juego.
Se ha olvidado que la libertad del hombre, que lo define en tanto hombre, se manifiesta también en que este puede expresar lo que piensa aun cuando no le guste o resulte ofensivo para quienes les rodea. Somos seres singulares, no puede haber libertad donde todos son iguales y todo es igual, empero, no habría opciones, ni acciones, ni posibilidades, ni sus consecuencias, positivas o negativas. Allí donde todos piensan lo mismo, no hay libertad. Y es precisamente la defensa de la libertad lo que lleva a proteger a los individuos que difieren de otros, para que puedan expresarse sin miedo, pero también hacerse responsables de lo que dicen.
El hombre ha avanzado en conocimiento precisamente porque todos no compartimos ideas, y en el debate de ellas se puede ver cual se acerca más a la realidad. Sin embargo, esto contrasta con el mundo de hoy, que parece haberse estancado e involucionado en ciertos aspectos, pues, a pesar de que muchos dicen defender la libertad y la igualdad, son los mismos que segregan y atacan a otros; caen en lo mismo que critican; quieren acabar con el racismo hablando sobre “los blancos”; quieren igualdad entre mujeres y hombre priorizando a la mujer por encima del hombre; quieren derechos para los homosexuales arremetiendo contra los heterosexuales y recibiendo privilegios; quieren tolerancia para sus ideas, pero son los primeros en no tolerar a otros; dicen ser objeto de ataques y acosos, sistemática e institucionalmente, pero atacan personas y destruyen instituciones, físicas y abstractas. A estas personas se les hace más efectivo la lucha por el pensamiento libre —definido solo por ellos— cuando la gente deja de pensar.