Por Luis Palacios R., músico venezolano.
Venezuela es un país socialista en el que por supuesto la figura del Estado ha abarcado casi siempre las posibilidades de ejercicio profesional de la música. Son pocas las instituciones y/o agrupaciones que pueden desempeñar sus labores musicales fuera de la esfera pública estatal, sin el control que eso conlleva y sin regulaciones en la valorización de la cultura o la expresión artística de sus miembros.
Si no trabajas para el estado, no existes
Hoy día, si eres músico y no eres parte de una institución pública, posiblemente encuentres una realidad deprimente en la casi imposible materialización de tus proyectos y, lo que es igual, del ejercicio de tu profesión, lo que depende de muchas variables que son definitivamente cruciales para lograr tales objetivos y así poder vivir de y con ello, sin tener que invertir horas de tu tiempo en el bello, importante, valioso, pero miserablemente monetizado oficio de docente; lo cual corresponde tristemente a una especie de quijotesca misión suicida que solo conlleva a más y más miseria.
¿Cuánto daño se le hace a la cultura cuando se realiza o presenta un concierto o evento gratuito a un público que se ha acostumbrado en más de 30 años a que le sean reconocidos derechos que no existen? ¿Existe el derecho a la música en vivo y gratuita? Posiblemente en los próximos siglos quede asentado en la Constitución tal barbarie como algo inherente al ser humano, y entonces los músicos estarán obligados a ser especies de lacayos de un Estado cada vez más grande y por ende, empobrecedor.
¿Es posible la dirección de un Teatro que no dependa del Estado y pueda desarrollar el arte en Venezuela sin subsidios y manejos misteriosos, sin impuestos creadores de miseria? ¿Una compañía de ópera que no dependa del subsidio de nadie y pueda pagar más de veinte o cuarenta dólares americanos a sus músicos por función? ¿Una orquesta que sea la envidia de todo el continente en cuanto a salarios, posibilidades de desarrollo artístico y programas musicales? En donde no se requiera de la limosna de ningún director, pero si se peleen por dirigirla las grandes batutas del momento…
La cultura no tiene valor ante un público que no paga por ella ni siquiera un dólar o su equivalente en bolívares, y no tiene conciencia de que quizá sí lo hace al sobrevivir en el sistema socialista venezolano con base en tributos e impuestos que no siempre llegan a dichos cultores o instituciones.
Ante un pueblo empobrecido que difícilmente puede cubrir sus necesidades básicas y diarias —es cierto—, no hay cultura que pueda valer demasiado: al no haber demanda, no hay profesión que lleve pan a la mesa. Pero si los mismos artistas comienzan a mendigar lo que tantas horas les ha costado lograr y aceptar las condiciones de estos juegos del hambre, no hay presente, no habrá futuro y mucho menos estómagos llenos que puedan interpretar a Mozart, Verdi o al mismísimo Federico Ruiz.
¿Puede un cantante lírico o un violinista pagar un seguro o siquiera una consulta médica con parte o el total de su sueldo por función operística en Venezuela?
Los conservatorios e instituciones musicales han sido destruidos por ésta y muchas más visiones deplorables, los docentes son mal pagados y, sin embargo, mucho mejores pagados que los intérpretes que se ven obligados a estudiar para luego asinarse en salones de clases en decadencia. Los compositores son quienes ostentan los peores salarios, ni siquiera existen para una realidad social como la nuestra, siendo relegados a la figura de un docente de armonía, contrapunto o fuga, en la mayoría de los casos.
Una figura pública se ufanaba hace unos meses de haber logrado el desarrollo de la ópera en el país durante años, pero no es capaz de pagar el equivalente a una consulta médica a ninguno de sus músicos —la cual oscila entre 50 y 200 dólares americanos—, solo alimentar sus egos y ansías de hacer música con sueños y halagos que no llenan el estómago de ninguno. Otra personalidad del ambiente artístico diría hace meses: «En el país de las orquestas no hay orquesta que toque mi música».
Si bien la solución a veces no es cambiar de país, ¿Cómo hacemos para cambiar nosotros en medio de este casi ineludible infierno y así poder sobrevivir haciendo lo que más de 10 años nos costó a la mayoría? ¿Por qué seguir aplaudiendo a quienes destruyen el ejercicio de nuestra profesión con estas prácticas y algunas mucho peores?
Venezuela está carente de coherencia, ética y dignidad, y nosotros de amor por ella, pero antes por nosotros mismos. Que estas líneas sean de ayuda para quienes, al menos, en silencio, no se atreven a criticar o decir lo que todos saben y han vivido en carne propia: La destrucción silente, sin prisa, pero sin pausa, del ejercicio de nuestra profesión, tan justa como necesaria.