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Marxismo: la ideología que destruyó el sistema educativo en Venezuela

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Por Nathan Canario y Mauricio Hernández, coordinadores locales de EsLibertad Venezuela.

Bajo la copa de un árbol que la protege del sol abrasador de Maracaibo, una mujer de casi 60 años escribe con rotulador negro en una pizarra acrílica agrietada. Diez niños con uniforme blanco la escuchan sentados en sillas de plástico, algunos atentos y otros distraídos por la agitación urbana. Esta imagen, que bien podría describir una escena post-apocalíptica, se ha convertido en algo normal en comunidades de toda Venezuela – un país que en otro tiempo fue pionero en el acceso a la educación en Latinoamérica.

La educación venezolana se encuentra en estado de coma inducido. Los respiradores artificiales del discurso oficial mantienen la apariencia de vida, mientras la realidad palidece en las aulas sin techo, en los sueldos de hambre de los docentes y en la fuga masiva de cerebros hacia otros horizontes. Un paciente terminal al que se le inyecta ideología marxista y se le vende la épica bolivariana como placebo para el dolor de un sistema educativo que agoniza. Los maestros venezolanos han desarrollado una resiliencia casi sobrenatural. Cuando no están dando clases, muchos como Luisana Figuera se dedican a la pesca en la playa de Manzanillo, en Isla Margarita —un segundo trabajo habitual entre los maestros de la zona costera desesperados por llevar algo a la mesa—. El salario medio de un profesor es de unos 14,50 dólares al mes, pero algunos pueden ganar tan solo 4 dólares . Mientras, el coste de la canasta básica mensual ronda los 500 dólares.

Ante el relato de esta serie de hechos, cabe preguntarse: ¿Cómo hemos llegado hasta este punto? ¿Qué ideas deben contaminar la mente de una sociedad para que ésta elija líderes que la guíen por tan mal camino? Pues, de entre todas ellas, resalta una muy conocida: el marxismo.

El marxismo llegó a Venezuela casi como un producto de importación. En 1926, Gustavo Machado y Salvador de la Plaza fundaron el Partido Revolucionario Venezolano. Su centro de inspiración giró en torno a la unidad de los venezolanos contra la autocracia interna, la unidad de América Latina contra la política imperialista de los Estados Unidos y a la organización y formación de las masas para que se gobernasen a sí mismas y se destruyeran las relaciones de explotación que la oligarquía imponía. La pedagogía marxista en Venezuela, surgida en la década de los treinta del siglo XX, fue impulsada por los sectores que demandaban cambios en el sistema político. Según sus defensores, el positivismo -que había dominado anteriormente- incidía de forma negativa en la conducta del venezolano, al cual debía «educársele» hasta alcanzar los valores y formas de vida que le hicieran ser, en términos generales, obediente y sumiso. Ironías del destino: se cambió una forma de sumisión por otra.

Podria pensarse que la introducción del marxismo en Venezuela fue un movimiento obrero, nada mas lejos de la realidad, ya que, dicho proyecto intelectual fue gestado por una élite ilustrada que, tras beber de las fuentes revolucionarias en el extranjero, decidió que el pueblo venezolano necesitaba una salvación que solo ellos podían diseñar. Gustavo Machado y Salvador de la Plaza pertenecían a familias de la burguesía criolla. Su activismo comenzó no en los barrios de Caracas, sino en el Café de la Rotonde de París, y se consolidó en La Habana y México, donde fundaron el Partido Revolucionario Venezolano (PRV) en 1926.  Su centro de inspiración, aunque antiimperialista y unitario, era un proyecto político que se cocinaba lejos de la olla popular. En el interior del país, el verdadero trabajo de siembra ideológica lo realizó Pío Tamayo, otro intelectual de clase media. Desde las bóvedas del Castillo Libertador de Puerto Cabello, donde estaba preso por la dictadura de Gómez, fundó «La Carpa Roja». Allí, el muy entendido maestro Pío se dedicó a formar en el marxismo-leninismo a un grupo de jóvenes universitarios de la Generación del 28, muchos de ellos también de origen acomodado, como Rodolfo Quintero, Miguel Otero Silva y Juan Bautista Fuenmayor. La imagen es poderosa: las bases del Partido Comunista de Venezuela (PCV), fundado en 1931, se gestaron en una cárcel, con un puñado de intelectuales educando a la siguiente generación de revolteros de clase alta.

Cuando la vía pacífica y electoral se cerró para la izquierda tras el Pacto de Punto Fijo, esta vanguardia ilustrada, frustrada por no poder conquistar el poder con votos, decidió imponerlo con fusiles. Fue el salto de la teoría a la acción armada, un salto que de nuevo evidenció la profunda desconexión con las masas. Influidos por el triunfo de la Revolución Cubana, el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) adoptaron la lucha armada como estrategia en la década de 1960. Surgieron así el Frente «José Leonardo Chirinos» en Falcón y el Frente «Simón Bolívar» en Yaracuy, comandado por Argimiro Gabaldón, otro personaje de profundas raíces en la élite tradicional. El punto más álgido de esta ironía lo protagonizaron los estudiantes universitarios, particularmente de la UCV. Se ganaron el mote de las «guerrillas de fin de semana» por sus acciones en las ciudades: asaltos a bancos, secuestros de figuras como el futbolista Alfredo Di Stefano y el mercante «Anzoátegui», para luego hacer «tregua en fechas de examen». Era un revolutionary play, un activismo que podía encenderse y apagarse según el calendario académico, sin el inconveniente de la inmersión permanente en la lucha del campesinado o el proletariado al que decían emancipar.

La Universidad Central de Venezuela se erigió como el epicentro de esta efervescencia. Fue el lugar donde la teoría marxista, importada y sofisticada, se discutía en aulas y cafetines, lejos de la realidad material del venezolano común. La UCV no era solo un centro de estudio; era un laboratorio de revolución donde se formaban los cuadros que luego, por pura convicción ideológica, se lanzarían a «construir» un sujeto revolucionario que, en su forma genuina, aún no terminaba de cuajar en la sociedad venezolana. Este recorrido histórico deja al descubierto la profunda paradoja que ha marcado a una importante corriente de la izquierda venezolana: una vanguardia que se autoimpone la tarea de dirigir a una clase que no la eligió, un complejo de mesianismo secular que, desde la élite intelectual, ha pretendido hablar en nombre del pueblo, a veces incluso por encima del pueblo.

La UCV no solo enseñaba marxismo; lo respiraba, lo exhalaba y lo imponía como el único lente válido para interpretar la realidad. En las facultades de Ciencias Sociales, particularmente en Economía y Sociología, el marxismo dejó de ser una corriente de pensamiento entre muchas para convertirse en dogma. Los planes de estudio estaban diseñados de tal forma que Adam Smith era una curiosidad histórica, Keynes un reformista timorato, pero Marx, Lenin y Gramsci constituían el núcleo duro del conocimiento legítimo. Los estudiantes salían mejor entrenados en dialéctica materialista que en resolver problemas materiales. Los profesores de la UCV perfeccionaron una técnica sutil pero efectiva: presentar el marxismo no como una ideología, sino como la única herramienta «científica» para analizar la sociedad. Quien osara cuestionar sus postulados no era un interlocutor con argumentos diferentes, sino un «burgués», un «reaccionario» o, el pecado capital en la academia, «un estudiante poco crítico». Las citas de El Capital reemplazaron a los datos empíricos, la lucha de clases como explicación universal sustituyó al análisis riguroso, y la plusvalía se convirtió en el concepto fetiche para explicar desde la inflación hasta la falta de papel higiénico. Mientras otras universidades del mundo enseñaban a pensar, la UCV enseñaba qué pensar.

Y así, con ese cambio de un adoctrinamiento por otro, esas ideas marxistas importadas se quedaron hibernando, al menos en lo que respecta a la practica política, como una semilla esperando su momento. Pareciéndose a una broma de mal gusto, esa semilla encontró su terreno fértil mucho después. A principios del mandato del  presidente de la república Hugo Rafael Chávez Frías, se inculcó un discurso demagógico, populista y antiimperialista. La premisa era que la crisis que atravesaba el pueblo era culpa de los Estados Unidos, que nuestras riquezas estaban siendo robadas y que nuestra identidad como venezolanos desaparecía o se moldeaba a una norteamericana, subyugada a la oligarquía. Tomando en cuenta que “el pueblo» se constituye a través de elementos que apelan a la identidad y su memoria, la introducción de Simón Bolívar como representación de su discurso fue su herramienta de persuasión más importante. Utilizó al Libertador como máscara para impartir una dicotomía socialista en su revolución, exaltando su figura y tergiversando su pensamiento para que coincidiera con lo que él quería expresar. Esto llevó a que el sistema educativo implementara esa visión, usando ese supuesto nacionalismo como una tapadera.

El discurso carismático de Chávez, apoyado por circunstancias como la brecha de clases y los problemas con el petróleo, ayudó a implantar un resentimiento en las personas dirigido a un enemigo común. Así, nacionalizar la industria petrolera fue el primer paso para consolidar los ideales de su revolución y, a su vez, el punto de partida para incluirlos en el sistema educativo venezolano. Es por eso que hoy en día se enseña que defender ese recurso de forma radical es algo que se debe hacer, aunque hacerlo signifique la muerte, adoctrinando directamente a los jóvenes para que actúen si es necesario y, de manera insolente, divinizando a Chávez como precursor de ese pensamiento.

En relación con lo anterior, a partir de 2001 la revolución bolivariana señaló como enemigos directos a los medios de comunicación que discrepaban con el gobierno, moldeando la concepción de las personas y llevando a cabo una nacionalización absoluta de programas de televisión y canales como Venezolana de Televisión y Vive TV, y emisoras de radio como YVKE Mundial y Radio del Sur, entre otras, volviéndose un monopolio de opinión política polarizada. De esta manera no solo se limitó el acceso a la información veraz, sino que también se inició una ola de control sobre el contenido educativo que se podía dictar en las instituciones, mucha de esta narrativa moldeando la figura de Chávez como un segundo libertador. Esto ha afectado profundamente el desarrollo formativo de muchos jóvenes en su periodo educacional, porque capturar el aparato informativo para controlarlo afecta directamente al pensamiento crítico de las personas. Teniendo en cuenta que nos encontramos en el auge de la era digital, esto termina desembocando en una problemática severa, representando un peligro para quienes buscan expresarse o educarse sobre lo que verdaderamente acontece en el país. Añadido a este control mediático, se han aplicado leyes como la Ley Resorte y la Ley del Odio con el fin de censurar y reprimir opiniones. Esto no solo llevó a profesores y estudiantes a abstenerse de cuestionar por miedo, sino que también representa una violación de derechos humanos.

La nacionalización de los medios y la narrativa inculcada a los estudiantes no fue el único modelo de adoctrinamiento. A partir del segundo mandato del régimen, se ha buscado definir a la juventud de una forma burda y despectiva, tratando de hacer que asuman un estereotipo vulgar y banal como una clase de progreso cultural en la sociedad. Este estereotipo, incentivado por actividades y figuras coloquialmente conocidas como marginales, parece tener el objetivo de entorpecer mentes y crear un complejo de conformidad en muchos aspectos de los individuos, resaltando el económico y el cultural. «¡SER RICO ES MALO!», frase dicha por Hugo Chávez, representa este punto: la intencionalidad de una mentalidad conformista y de incitación al estancamiento del individuo se ha visto reflejada desde los inicios de la revolución, teniendo un papel importante en la narrativa que se transmite, obviamente, también impuesta de forma indirecta en las instituciones educativas.

El cantautor y rapero Canserbero (2010) en vida postuló la frase: «el subdesarrollo empieza en la mente de la sociedad». Hoy es una crítica a un porcentaje no solo de la juventud, sino también de la sociedad venezolana que se encuentra bajo los efectos de un sistema que ha adaptado el pensamiento de los individuos a sus intereses dictatoriales. Desde sus inicios, el régimen ha implantado una cultura de pobreza, más que social, individual, que incentivaba la conformidad con la situación económica de cada quien, satanizando el desarrollo individual e imbuyendo a las personas en una realidad artificial donde ser conformista es visto como un acto de solidaridad y unión colectiva por el progreso del país.

Al instaurar influencias vistas como marginales y de poco aporte intelectual, se han promovido actividades y deportes como los “moto piruetas”, buscando degradar al ciudadano a un punto donde se convierte en un ser grosero y sumamente ordinario, para poder llevar esa mentalidad a la vida ciudadana y, por ende, a sus decisiones y obligaciones. Lo cual hace formular una pregunta: ¿Qué calidad de país tendremos con esa calidad de individuos?

Para nadie es un misterio que esa cultura de marginalidad influye en las personas desde temprana edad, y más aún en niños y adolescentes de zonas populares, mismas donde la influencia del gobierno está más presente y la promoción de ese pensamiento consolida el futuro de muchos de ellos. Se realizan eventos comunales con artistas afiliados y exposiciones de esos grupos, al igual que la distribución de contenido de líderes de opinión que incentivan esas ideas junto a toda esa parafernalia embrutecedora. Para concluir,  durante estos años se ha establecido un sistema de adaptación para un porcentaje de la juventud venezolana, introduciendo figuras y actos de esencia vaga y con poco aporte intelectual o de valor, llevando a normalizarlos como un estereotipo de juventud y progresismo. A su vez, buscan adoctrinar a ese espacio de la sociedad para mantenerlo en un estado de razonamiento cero, donde el pensamiento crítico, las aspiraciones a algo más grande y los valores de ser ciudadanos íntegros desaparezcan, llevándolos a un punto donde controlarlos sea un acto sumamente sencillo, conllevando a que no puedan enfocar su vista en la pérdida de sus libertades.

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John R. De la Vega, P.A.

Immigration Law
  • Asilo
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  • Peticiones familiares

John De la Vega es un abogado venezolano-americano que ha ayudado mucho a la comunidad venezolana e hispana en sus procesos migratorios en los Estados Unidos.

John R. De la Vega, P.A.

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John De la Vega es un abogado venezolano-americano que ha ayudado mucho a la comunidad venezolana e hispana en sus procesos migratorios en los Estados Unidos.

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