Por Leroy Garrett.
Las elecciones de 1940 en los Estados Unidos fueron dentro un tiempo no ordinario, según las describió la entonces primera dama Eleonor Roosevelt.
América, en lo interno curaba las heridas de la gran depresión, el mundo se había tornado peligroso —algo cotidiano para nosotros, pero inédito entonces—, Hitler controlaba las tres cuartas partes de Europa, Inglaterra asediada de milagro sobrevivía y clamaba por la ayuda norteamericana para no sucumbir ante los nazis.
A pesar de la corriente mayoritaria aislacionista entonces prevaleciente, la toma nazi de Europa y sus socios del eje, específicamente Japón, era una preocupación para la seguridad nacional de Estados Unidos.
El Presidente Roosevelt se mantuvo danzando el vals aislacionista, pero al unísono comenzó su ayuda al Reino Unido, para el mandatario era —y tuvo toda la razón— el garantizar la supervivencia de Inglaterra, vital para la continuidad de la civilización occidental que aún tenemos, ya el presidente veía como inminente la entrada de América al conflicto. Esa es la tarea del líder, ver más allá de quienes dirige.
Por aclamación, su partido (Demócrata) le postula para un tercer periodo sin precedentes, la economía y la nueva guerra en Europa eran los indicadores de popularidad.
El partido republicano, a quien le estalló la gran depresión estando en el poder, pasaba por uno de sus peores momentos, no supo o no pudo contribuir a remediar la depresión económica y un gran sector de aislacionistas controlaban el partido.
Sorpresivamente, emerge como contrincante a Roosevelt el abogado de Wall Street, Wendell Willkie, candidato republicano elegido al sexto conteo de la convención republicana de 1940, quien no hizo otra cosa en su campaña que repetir las mismas políticas propuestas por el presidente. Claro, Roosevelt fue electo de nuevo presidente por tercera vez, entonces, ¿Para qué necesitaban elegir una copia en vez de seguir apoyando el original?
Quien esto escribe desea desde lo profundo de mi ser que Edmundo González Urrutia sea electo presidente de Venezuela en julio próximo. ¡Es la hora de la expiación de los errores que nos trajeron a esta catástrofe y ponernos a reconstruir un país, punto! Sin embargo, no puedo dejar de, racionalmente, tener mis reservas, pues sigo creyendo que esta manga de hampones en el poder no salen con serpentinas y confetis. Pero eso es otra cosa.
Hace días escuché declarar a nuestro candidato de “mejorar el CLAP”, y aún siento náuseas al recordarlo, no me lo podía creer. El ejercicio de poder que reemplace esta pesadilla debe ser innovador, debe reconciliar a Venezuela con la economía mundial, debe proponerse a convertir a un universo elegido de mendigos que reciben una caja de comida en mal estado, a ser a una sociedad de consumidores.
Si Edmundo González dijo eso de las CLAP, es una afirmación suicida, ya que está diciendo que el chavismo sigue representando la visión de la Venezuela que queremos, entonces, si son tan buenos ¿Por qué los vamos a reemplazar? ¿Para qué elegir a Willkie si quiere hacer lo mismo que Roosevelt?
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