Por Oswaldo Silva Martínez
Durante los últimos cinco años, los venezolanos han experimentado las gravísimas consecuencias del sistema de dominación social impuesto por Hugo Chávez —y continuado por Nicolás Maduro—, siendo marcados por la limitación de las oportunidades para progresar económicamente, un ambiente político hostil, y una inseguridad jurídica creciente. Sin embargo, poco se ha querido discutir con respecto a los efectos psicológicos que supone el estar atrapado en Venezuela y cómo eso alienta una disociación con la realidad del mundo, así como la distorsión de las prioridades de una persona en el máximo de sus capacidades. Debido a esto último, nos hemos encontrado con la absurda afirmación que “Venezuela se arregló”.
Cabe destacar que, quien no esté familiarizado con las dinámicas de las redes sociales pudiese pasar por alto el hecho que, en principio, el decir que Venezuela está en proceso de mejora o que definitivamente se arregló es un meme. Y es que, esta afirmación, acompañada de la foto de una promoción de comida rápida a bajo costo o de un lugar estéticamente atractivo, se ha convertido en una constante dentro de las publicaciones en Facebook, Twitter o Instagram, las cuales generan una inmensa cantidad de interacciones entre quienes disfrutan de estas oportunidades y quienes las aprovechan para hacer una crítica a la realidad del país; aunque todo termina siendo un chiste y un bullying autoinfligido a lo que somos como nación.
¿Pero el hecho que sea un meme niega su veracidad? Para abordar esa pregunta, hace falta explicar un par de asuntos puntuales. El primero de ellos, se trata del nuevo estadio en el que se encuentra el proyecto político chavista; mientras que el segundo consiste en la degradación de la calidad de vida del venezolano y cómo eso repercute en su percepción de la realidad y lo que significa el bienestar.
Entonces, sí es cierto que existen mejoras superficiales en el mercado venezolano, sobre todo en el sector comercial de esta afligida e inestable economía. Si comparamos a la Venezuela del 2016 con la Venezuela del 2021, podemos notar la proliferación de establecimientos de comida, cafés, locales nocturnos, o emprendimientos de servicios de catering, sumado a los conocidos bodegones cuya principal oferta es la de productos importados —que, aunque mundanos, son altamente apreciados por los venezolanos—. Todos estos modelos de negocios son de alta rotación y, curiosamente, susceptibles a malas prácticas contables.
Es por ello que, encontrarse con un nuevo sitio donde disfrutar de un buen café, contar con un local accesible para beber cervezas y cocteles, o conseguir Nutella, Pop Tarts y latas de Arizona iced tea en el negocio de la esquina, puede ser interpretado como una evolución, y más cuando sigue fresca la memoria de haber tenido que hacer filas de más de dos horas para comprar pan, o pasar todo un día recorriendo supermercados para conseguir harina de maíz precocida. A fin de cuentas, no todos tienen la capacidad o la disposición para indagar sobre la verdadera naturaleza de las cosas.
Esta nueva “realidad” llegó a suceder porque el chavismo logró su cometido. Las políticas públicas inspiradas en el socialismo real, ese que expropia empresas, controla precios y concentra poder, impulsó la destrucción de la iniciativa privada y el éxodo de más de 6 millones de venezolanos; esto a su vez produjo dos grandes oportunidades. La primera fue que los individuos asociados al régimen se apoderaran del mercado, y desarrollaran nuevas empresas con el dinero mal habido e iniciaron una gran operación de legitimación de capitales. Y la segunda, fue que se incrementó el flujo de divisas en Venezuela gracias a las remesas que envían quienes andan por Colombia, Chile, Estados Unidos o España trabajando arduamente para ganarse la vida y ayudar a sus familias.
Ahora bien, ¿Cómo afecta esto la percepción del venezolano común sobre el propio sistema donde se desenvuelve? Pues ha tenido que aprender a conformarse con pequeños placeres y lujos —que para nada representan prosperidad ni bienestar— para escapar momentáneamente del estrés de tener que hacer filas interminables para surtir gasolina, o la frustración que produce el pasar medio día sin energía eléctrica.
En Venezuela, no hay evidencia de mejoras en la productividad, esto lo podemos ver a través de casos emblemáticos como Empresas Polar, donde la mayoría de las compañías en su portafolio trabajan a media capacidad por la baja demanda que hay en el mercado. Entonces, el dinero que circula en el país no da para mucho. La clase media que antes podía ahorrar para comprar una casa o un carro, hoy se da el lujo de comprar un par de zapatos; quienes antes podían salir a comer en restaurantes todas las semanas, hoy pueden disfrutar de un postre en un café; y también quienes antes disfrutaban de su franquicia favorita de comida rápida, hoy solo salen por un helado.
De nuevo, si la comparación se hace tomando en cuenta la realidad del siglo XX o los primeros años del nuevo milenio, no habría espacio para la afirmación absurda que menciono al principio. Pero el constante flujo de adversidades que experimentan los venezolanos los hace vivir en el ahora y solo visualizar el corto plazo. Por esta razón, se normalizan las dinámicas de una economía insostenible, donde se idealiza el estilo de vida del primer mundo, y a su vez se ignora el esfuerzo que eso conlleva y las condiciones necesarias para que perdure en el tiempo y transite por un curso de mejoras progresivas.
En síntesis, puedo afirmar con total seguridad que Venezuela no se ha arreglado. Sin embargo, es válido decir que el chavismo está por estabilizarse. Ahora no cuentan con los cientos de miles de millones de dólares que manejó Chávez para controlar a la población a punta de subsidios, pero tienen a una sociedad desilusionada de la política y embelesada con los productos de Walmart con sobreprecio. A su vez, tiene a sus elementos clave haciendo fortunas y financiando la ficción de democracia. Venezuela es un tormento para quienes viven con unos pocos dólares al mes, y es el paraíso para los “empresarios” que montan cadenas de tiendas de electrodomésticos y para los jerarcas de los cuerpos policiales convertidos en los nuevos gurús de la movida gastronómica, pero esto es un tema que vale la pena abordar en otra entrega.