Por Pedro González —Handinator— (X: @tepinunpasen).
La discusión sobre una posible intervención estadounidense en Venezuela no es un tema menor. Para algunos, representa una amenaza a la soberanía; para otros, la única salida frente a un régimen que ha convertido al país más sensual y vibrante de Suramérica en un páramo de miseria, corrupción y exilio. Yo, grotescamente, me ubico en el segundo grupo: apoyo la invasión si no se logran negociaciones reales para la salida de quienes hundieron a Venezuela en el abismo.
La tiranía y sus desgracias
La historia reciente está marcada por nombres que simbolizan la degradación del Estado. Walid Makled, el “héroe de la patria” y jefe de inteligencia Hugo “El Pollo” Carvajal —hoy enjuiciado en EE. UU. por narcotráfico—, y el caso de corrupción de Tareck El Aissami, que supera los USD$ 3.200 millones. Hasta hace apenas cuatro años era presentado como ejemplo de la “revolución” —o mejor dicho, la robolución—, ocupando todos los puestos de poder hasta llegar a la vicepresidencia.
Y por si fuera poco, el presidente de Energía y Minas y de Petróleo durante casi todo el mandato de Chávez, otro símbolo de cómo se saqueó la riqueza nacional. Nunca se dieron cuenta… o más bien se hicieron los pendejos. Y ahora, cuando el sistema ya no les funciona, resulta que “vamos con todo”.
Miseria maquillada de revolución
Estos personajes no solo robaron, también dejaron en pañales a los viejos partidos AD y Copei, que parecían insuperables en su corrupción. Provocaron el mayor exilio de compatriotas en la historia, y hoy, mientras piden clemencia, se olvidan de cómo violaron derechos humanos, de cómo respondieron con misiles a opositores que pedían rendirse y entregarse a la justicia.
Quien no conozca la historia de Venezuela podría pensar, como dice Alfredo Jalife, que el país nació “cinco minutos para las doce”. Pero la verdad es que arrastra décadas de jóvenes masacrados, torturados, y una población sometida a la violación sistemática de sus derechos.
Más pendejo, imposible
Y aquí viene lo grotesco: los robolucionarios y su cuerda de borregos, incapaces de dar una explicación coherente a tanta miseria, repiten como bobos drogados que todo es culpa del “bloqueo” y de las sanciones. Más pendejo, imposible.
Porque sin temor a equivocarme, Chevron y varias empresas europeas siguen comprando y explotando recursos petroleros. ¿Cuál bloqueo? ¿Acaso no tienen a China, la fábrica del mundo, como socio? ¿Y qué pasa con los rusos y los iraníes? ¿O es que el negocio consiste únicamente en pagar por armamento obsoleto adquirido en la gestión del galáctico Chávez?
Por favor, amigos del madurismo, llamemos las cosas por su nombre: eso se traduce en dos categorías, enchufado privilegiado o borrego ignorante. Y claro, con una alta interconexión de neuronas atrofiadas por la mala alimentación: poca proteína, casi ninguna carne, y toneladas de carbohidratos refinados importados con sobreprecios y comisiones de la claptocracia. Dinero que jamás se invierte en desarrollar la agricultura o la ganadería nacional, porque la corrupción es más rentable que producir.
La ignorancia como arma
En este contexto, me declaro traidor. Traidor para una parranda de ignorantes que no tienen ni idea de historia, estadísticas o geopolítica, y que repiten como zombis lo que sus amos cubanos, rusos e iraníes les dictan. Se llenan la boca hablando de independencia y libertad, cuando en realidad son esclavos de un juego perverso que mantiene al 85% de los venezolanos en pobreza, mientras apenas un 15% puede comprar las tres comidas diarias.
Más tonto no se puede ser: seguir celebrando esta fiesta macabra sin ver la crudeza del conflicto, sin entender que la verdadera decisión es elegir qué collar ponerse. El del amo americano, o el del amo ruso-cubano-iraní.
Mi elección
Yo ya decidí. Prefiero el collar con el símbolo del águila y los dólares, antes que seguir encadenado a quienes convirtieron a Venezuela en un país de exiliados, corruptos y verdugos. Porque la libertad, aunque imperfecta, siempre será mejor que la miseria maquillada de revolución.