Por Leroy Garrett.
Hoy me alejo de comentar el devenir Venezolano por un tema que considero punto de referencia para comprender los tiempos ambivalentes que vivimos.
Para un cinéfilo impenitente como este cronista, la película histórica más publicitada del año era un bocadillo difícil de esquivar.
La película fue un gran esfuerzo de producción y efectos especiales, sin embargo, en relación a la rigurosa realidad histórica y a las complejidades de un personaje que no solo cambió el mundo en el siglo XIX, sino que sigue influenciando nuestro mundo contemporáneo, el largometraje deja mucho que desear.
La narrativa se inicia en un personaje en el centro de los tumultuosos tiempos de la revolución francesa, específicamente la época conocida como el «Reino del Terror», durante la ejecución de María Antonieta.
Aunque la película con acierto describe los momentos previos a su degollina, como abucheada y vejada por el pueblo, ella murió con el pelo recogido y no alborotado como describe el film.
Además, Napoleón, entonces un capitán de artillería de la republica, no se encontraba presente tal como lo dice la trama, sino que en realidad estaba en Avignon combatiendo las tropas federales.
La personalidad de Napoleón, mostrada por el magnifico actor Joaquín Phoenix, en donde se comporta pasivo-compulsivo, no era tal; el Corso es recordado por sus contemporáneos y se deduce de sus acciones, en ser muy comunicativo —y debió serlo para llegar a alcanzar lo que fue y no un llorón subordinado a Josefina, cuyas tempranas infidelidades, según el film, le hizo abortar la invasión de Egipto; algo que también es falso, porque él fue forzado a retirarse como consecuencia de la derrota de la armada francesa que servía de apoyo a su campaña por parte de los ingleses en la batalla del Nilo—.
Las licencias tomadas por el film de Ridley Scott son escandalosas, Napoleón nunca se entrevistó con Wellington, ni murió loco, ni borracho en Santa Elena, al contrario, en el recién publicado libro de la catedrática de Oxford, Ruth Scurr “Napoleón: una vida entre jardines y sombras” narra con estricta veracidad histórica la afición del emperador de los franceses por la jardinería “, hobby aún verificable por los jardines que construyó en Malmasion y la misma Santa Elena.
Napoleón fue responsable directo de la muerte de tres millones de personas, pero no fue Hitler, sigue siendo a dos siglos de su muerte un personaje de claros oscuros, tirano, pero impulsador de la sociedad secular, anti republicano y al mismo tiempo creador de instituciones como el Louvre o patrocinador de Champollion, descubridor de la Piedra de Roseta, y con ello de la egiptologia. Para nosotros los abogados, el Corso será siempre una apreciada referencia por ser el creador del Codigo Civil, suprema ley cívica la cual, con pírricas variantes locales, sigue rigiendo en las tres cuartas partes del globo.
En fin, esta versión hecha por Riddley Scott —también director de: El Gladiador, Blade Runner, etc.— me resultó tan mediocre que como pasa con todas las películas donde me aburro, me quedé dormido.
Vale la pena esperar que la pasen gratis por las redes, pero no merece el precio del ticket, esta película es otra prueba de lo superficial y conformista de los tiempos que vivimos.