Anti-Aborto: defendiendo la vida desde la razón

Por Nathan González, coordinador local de EsLibertad Venezuela.

Es innegable que los avances científicos en las áreas de genética y embriología nos han dejado sumamente claro un hecho, ¡La vida humana comienza desde la concepción! Por lo tanto, considero innecesario abordar la defensa de la vida humana desde la ciencia moderna, al menos en este artículo. Partiremos entonces desde la filosofía e intentaremos abordar algunos argumentos en contra del aborto.

Es de conocimiento público que el debate sobre el aborto es uno de los más polarizados y persistentes en la sociedad contemporánea. Hay aquellos que defienden el aborto centrandose en la autonomía de la mujer, sin embargo, tambien existimos quienes nos oponemos al aborto presentando una gran variedad de razones científicas y filosóficas. Como ya mencioné, en este caso enfatizaremos desde la filosofía, la moralidad y la dignidad inherente de la vida humana desde la concepción, explorando algunos de los argumentos más sólidos y bien fundamentados contra el aborto, analizando sus premisas y su estructura lógica.

La sociedad occidental ha llegado a grados tan aceptados de escepticismo religioso que, para el hombre moderno, suele ser un tanto anticuado y de poco valor afirmar que la vida humana, a diferencia de la vida del resto de los seres vivos, es especial de una forma que trasciende lo común, por lo cual posee alguna especie de conexión divina. Como consecuencia de esto se ha reemplazado ampliamente la influencia de Dios y los conceptos que de él se desprenden por nociones que pretendiendo gozar de cientificismo y lógica son trasladadas a la política para su puesta en práctica, dotando así de características religiosas a ideas e instituciones que influencian o rigen la vida del hombre moderno; por ejemplo: el hombre ha dejado de buscar a Dios en los cielos y ha comenzado a adorarlo en la forma del estado, dando así más valor al poder político y sus instituciones que a la fe y los principios morales.  

Esto conecta directamente con nuestro primer argumento: la santidad de la vida humana, cuya premisa postula que el aborto es inmoral porque viola el principio de la santidad de la vida humana. Este argumento sostiene que, desde la concepción, el embrión o feto es un ser humano con potencialidad completa de vida. Muchos filósofos y teólogos, como Tomás de Aquino, sostienen que la vida humana es sagrada desde su inicio debido a su naturaleza intrínseca y su capacidad para desarrollarse en una persona racional y moral. Aquino afirmaba lo siguiente: «La vida humana, siendo un don divino, debe ser protegida desde su inicio. Interrumpir deliberadamente ese proceso es una violación del orden natural y divino». La santidad de la vida humana ha sido, y continúa siendo, un principio moral fundamental en muchas tradiciones filosóficas y religiosas. Como podemos ver, este principio sostiene que toda vida humana tiene un valor intrínseco y no debe ser terminada arbitrariamente.

El concepto de la santidad de la vida está profundamente arraigado en la ética judeocristiana, que ha influido en gran parte de la filosofía moral occidental. Incluso desde una perspectiva secular, vale la pena citar a Immanuel Kant, quien afirmaba que: «Siendo un fin en sí mismo, cada ser humano es único y no puede ser sustituido por nada ni por nadie porque carece de equivalente. No posee un valor relativo, un precio, sino un valor intrínseco llamado ‘dignidad’». De esta forma, Kant argumenta que cada persona es única y valiosa por sí misma, y no puede ser comparada ni reemplazada por otra cosa o por otra persona. Esto se debe a que cada ser humano tiene un valor especial, por ello la vida humana debe ser respetada.

Peter Kreeft, filósofo católico y apologista, apela al imperativo categórico de Kant al presentar su argumento contra el aborto, utiliza un enfoque dialógico y filosófico empleando el conocido método socrático en su obra The Unaborted Socrates. Allí presenta la siguiente premisa: “la vida humana tiene valor intrínseco desde el momento de la concepción, y por lo tanto, el aborto es moralmente incorrecto”. Kreeft resalta que el embrión humano, desde la concepción, es un ser vivo con una naturaleza humana específica, y añade que, biológicamente, no hay un punto claro después de la concepción que marque un cambio en la esencia del ser humano y que las características fundamentales que definen lo que es un ser humano están presentes desde la concepción, aunque no completamente desarrolladas.

En contraposición, algunos autores, como el afamado escritor de Liberación animal, Peter Singer, argumentan que el feto no posee conciencia ni una vida independiente y, por lo tanto, no puede ser considerado un ser humano con pleno derecho. Sin embargo, desde el argumento de la santidad de la vida, debemos contraatacar diciendo que la potencialidad de desarrollar estas características es suficiente para conferir valor moral y que, por lo tanto, dicho argumento no es válido para definir si el no nacido tiene o no derecho a vivir.

En sintonía, corresponde presentar el segundo argumento. El principio de no maleficencia. Este principio, ampliamente aceptado en la ética médica, sostiene que los seres humanos tienen la obligación moral de evitar causar daño a otros. El aborto, al terminar con una vida potencial, es un acto que causa daño directo al feto.Siguiendo esta lógica, si  el aborto es un acto que causa un daño irreversible no podemos justificar tomar una acción que destruya una vida humana, independientemente del estado de desarrollo de esa vida.

El principio de no maleficencia es clave en la bioética y en la filosofía moral en general. Autores como Tom Beauchamp y James Childress (importantes filósofos y bioeticistas reconocidos por su contribución clave en el campo de la bioética, particularmente por su trabajo en el modelo de los principios) argumentan que la protección contra el daño es una obligación moral que debe prevalecer en la toma de decisiones éticas, particularmente en la medicina.

Hay quienes sostienen que, en situaciones donde la vida de la madre está en riesgo o donde la calidad de vida futura del niño sería extremadamente baja, el aborto podría ser moralmente justificable. Sin embargo, una sociedad justa debe buscar soluciones que respeten los derechos de todos los individuos implicados, especialmente los más vulnerables. Hadley Arkes destacaba que: «Si negamos el derecho a la vida del no nacido, socavamos la base misma de la justicia y la igualdad ante la ley». Cayendo así en una incoherencia moral y legal que excluye a los no nacidos de la protección de los derechos humanos, acción que debilita los fundamentos de una sociedad justa. Somos conscientes de que existen situaciones delicadas, pero incluso en este tipo de casos existen alternativas que no requieren la terminación de la vida, como la adopción o el uso de tecnologías médicas avanzadas para salvar ambas vidas.

Llegamos así al argumento final: el derecho a la vida, derecho fundamental que tiene toda persona a no ser privada de su vida arbitrariamente. Esto significa que a la vida del no nacido no puede ser subordinada a otros derechos, ya que el derecho a la vida es el derecho primario del cual dependen todos los demás, por lo que debe ser protegido incluso si esto implica restricciones a otros derechos, entre ellos, los derechos reproductivos de la madre. Además, el derecho a la vida es uno de los derechos más fundamentales y universalmente reconocidos en las teorías de derechos humanos y en la filosofía moral, por ende, se debe aceptar que el feto es un ser humano con derecho a la vida, y que este derecho debe ser protegido contra cualquier amenaza, incluida la terminación intencional del embarazo.

Todos conocemos la famosa “Declaración Universal de Derechos Humanos”, cabe preguntarse, ¿De qué forma podemos afirmar que dicha declaración y otros documentos internacionales que afirman que todos los seres humanos tienen derechos inalienables, entre ellos, el derecho a la vida, no aplican para los no nacidos? ¿Es esto coherente con el principio de igualdad y dignidad humana?

Cualquiera que dé un breve paseo por la filosofía del derecho encontrará que el derecho a la vida es un derecho fundamental, y como tal, no puede ser anulado sin una razón extremadamente poderosa y justificable. Dado que la vida es un bien primario sin el cual no pueden ejercerse otros derechos, el derecho a la vida del feto debe ser siempre prioritario.

John Locke, quien defendió la primacía del derecho a la vida como un pilar esencial para la construcción de una sociedad justa y equitativa, argumentó que la vida es un derecho inalienable otorgado por la naturaleza o por Dios, y que cualquier violación de este derecho es un acto de injusticia.

Los defensores del aborto podrían argumentar que el derecho a la vida del feto debe ser equilibrado con los derechos de la madre, incluida su autonomía y su derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Sin embargo, hemos de señalar que la autonomía de uno no debería extenderse hasta el punto de negar el derecho a la vida de otro, especialmente cuando existen alternativas al aborto que respetan ambos.

Con todo lo expuesto aquí, puede llegar a ser alarmante la idea de que aquellos que defendemos la vida tengamos toda la razón, porque, aunque estos argumentos no están exentos de refutaciones y estamos muy lejos de encontrar algo parecido a una verdad absoluta, de ser cierto todo lo aquí expuesto, estaríamos hablando de un magnicidio silencioso que hemos permitido descaradamente tanto creyentes, como agnósticos y ateos por igual. Todo para satisfacer “supuestas necesidades” y beneficiar a muchas personas y corporaciones, tanto políticas como económicas, que lucran con el negocio del aborto y obtienen beneficios de todo tipo por promoverlo. En palabras de G.K. Chesterton: «Cuando se empieza a dejar de defender lo obvio, el desastre está a la vuelta de la esquina».

¿Cómo se resume una vida? Algunas reflexiones sobre la vida

Por Roymer Rivas, coordinadores local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

En una oportunidad me encontraba conversando con un buen amigo, un señor de la tercera edad con quien siempre tenía intercambios profundos y amenos, en el fondo de su casa, debajo de un viejo techo de láminas de zinc, diagonal a un árbol de guanábana y sentados en sillas más o menos desgatadas, con unos cuantas reparaciones. Mientras jugaba con un palo cualquiera en sus manos, me contó una de sus anécdotas que decía más o menos lo siguiente:

En el pueblo que vivía, una vez un camión atropelló a un perro callejero. El camión siguió de largo, mientras el perro, con todo y sus huesos rotos, como pudo se arrastró chillando hasta la orilla y se acostó agonizante del dolor. Todo el mundo se lamentó por el perro, pensaban que moriría, yo pensé que el perro iba a morir. Pero al pasar los días, veía cómo el animal casi inmóvil se lamía sus heridas y, después de unas cuantas semanas, en donde algunos le llevaban comida, el perro comenzó a andar. No murió.

Me pareció una buena historia, se presta para muchas interpretaciones, sin embargo, la cuestión no terminó allí. Después de terminar la historia, prosiguieron unos segundos de mutuo silencio que fueron interrumpidos con estas palabras: “Y entonces, ¿Cómo se sostiene la vida?” —preguntó—. Pasaron muchas posibles respuestas por mi cabeza, pero ninguna tan brillante como la que dio él mismo en ese entonces. Después de observarlo, le pregunté: “¿Qué dice usted?”, y respondió repitiendo dos veces: “¡La vida se sostiene con vida!”. Estas palabras son demasiado obvias, pero por serlo no había reparado en esa reflexión, precisamente por eso es que es brillante. El tiempo pasó y, sin él saberlo, la expresión se convertiría en parte transversal de mi sistema de creencias hasta el día de hoy, y posiblemente hasta que muera. Absolutamente todo lo que nos rodea es un sistema y muchas veces —por no decir: siempre— forma parte de un sistema más grande; como tal, se encuentra siempre en movimiento e intercambios; es por ello que, a mi juicio, el principio que mueve el mundo es la vida. La vida es movimiento. La única diferencia entre las distintas “vidas” que podamos encontrar es su modo de ser y/o existir; por ejemplo, la vida del human es “vida human” porque éste puede asignar un significado a ella y a lo que le rodea, el human puede hacerse con intencionalidad en su existir, siempre en busca de un objetivo; la vida de cualquier otra criatura es suya, a su modo de ser; si vemos la “vida” como normalmente lo vemos, una piedra no podría estar viva, pero en el momento que ampliamos el foco y lo vemos como un sistema que a su vez es parte de un sistema más grande, la cosa cambia. Pero, ¿Adónde quiero llegar con esto?

Algunos se preguntan —y vaya que me he encontrado con ésta pregunta—: ¿Cuál es el fin de la vida? (…) Pues, permítame decirle que “la vida” no tiene fines, es imposible que lo tenga. Para que algo tenga fines, tiene que tener una condición que le permita proyectarse a futuro y trabajar en función de conseguirlo, y “la vida” no puede hacer eso. A lo sumo, si vemos un “fin” —solo a efectos de lenguaje, porque el término no es correcto— como aquellos resultados de “ser”, entonces el fin de la vida es solo uno: mantener la vida, ser y hacer ser. Incluso la “vida human” carece de fines, pues su única función es “mantener la vida”, porque la vida se sostiene con vida. En este orden de ideas, la vida carece de sentido, simplemente no puede tenerla. Empero, fíjese que no estoy diciendo que “la vida de un human carece de significado”, sino que no tiene sentido. La cuestión diferenciadora radica en que nosotros, en tanto human, sí tenemos fines y asignamos valores, y en ese proceso puede que algo cobre sentido para nosotros, pero no es precisamente porque ese sea “el sentido” de lo que a nosotros nos parece un “sentido”.

Habiendo visto esto, la cuestión no es preguntar: “¿Cuál es el fin o el sentido de la vida?”, sino preguntar: “¿Cuáles son los fines y el significado de mí vida?”. Si bien, no existe tal cosa como un significado absoluto que se amolde a todo individuo human, algo así como una felicidad uniforme que sirva de medida para la felicidad o infelicidad de cada persona, por eso la pregunta debe hacerse en el plano individual y siempre refiriéndose a la individualidad. Algunos dicen: “Pero el fin de cada persona es ser feliz”, y ok, está bien, bastante inteligente la afirmación si se quiere decir nada aparentando decir algo. Yo pregunto: ¿Qué es la felicidad? ¿Qué significa “felicidad”? ¿Cómo se siente la felicidad? La frase de por sí no me está diciendo nada, en el mejor de los casos solo alude fugazmente a la idea de gozo por razones cuales sean. En el human, la afirmación transmitiría un mensaje si pasara a ser: “el fin de cada persona es ser feliz siendo y/o haciendo esto, dadas sus circunstancias”. El sentido de la vida del human es una quimera. El significado de la vida del human es lo importante; y tanto el significado como “la felicidad” —lo que sea que signifique eso para cada quien—, solo tienen valor para el human —aunque a veces no lo veamos del todo—; ninguna de las dos le son dadas al human, éste tiene que hacérsela, construirla de alguna manera solo para sí, porque solo puede tener valor para sí.

Comprender esto es necesario, porque en la actualidad son muchos los muertos vivientes que en su búsqueda por el sentido de la vida dejan de asignar significado y valores a su vida; también, muchos son los que no le asignan valor y significado a su vida por el mero hecho de ser y estar actuando en pos de objetivos que le lleven a un estado de satisfacción que solo podrá sentir la persona, sino que intentan hacerlo a través de sus circunstancias, cuestiones materiales y/o terceros. Entiendo perfectamente que las circunstancias influyen en nuestro estado de ánimo, que hay veces que simplemente toca acostarse como el perro de la historia en la orilla para lamer las heridas, pero no hay que quedarse allí. ¡La vida se sostiene con vida! Y la belleza o malignidad de la vida dependerá de las ganas que se tengan de vivirla, de la aceptación o no aceptación de mi vida y mis circunstancias en todas sus facetas y colores, de mi sentir y actitud ante mi vida y lo que me tocó vivir.

No pretendo ser esa especie de coach motivacional con su optimismo absurdo invitando a todos a vivir una especie de mística transcendental de felicidad, sino motivar a quienes me lean, especialmente a mis hermanos venezolanos, ya que he sido testigo de primera mano de cómo en Venezuela, a raíz de la mayor crisis existencial en la que se sumergió desde hace mucho tiempo, algunos dejaron de valorar su vida al punto de quitarse la vida o perderse en sustancias para evitar la realidad de vivir, a que aprendan a asignar significado a las cosas sin importar las circunstancias. Esto no implica conformarse con lo que hay, sino cambiar la actitud hacia ello.

Todo aquel que busque un sentido, fracasará en el intento; pero todo el que asigne significados con la actitud correcta, sin duda será feliz sin importar las circunstancias —porque la felicidad también es un significado asignado por mí, para mí, y vivo con ello—. Es bíblico: “Todos los días del afligido son malos, pero el que tiene un corazón alegre goza de un banquete continuo” y “Un corazón que está gozoso hace bien como sanador, pero un espíritu que está herido seca los huesos” (Proverbios 15:15; 17:22). El estado psicológico que tomemos ante las circunstancias influirá positiva o negativamente en nuestra vida.

Empero, a pesar de todo creo que hay una pregunta igual de importante que “¿Cuál es el significado de mi vida?”, y es: “¿Cómo se resume mi vida?”, si bien es cierto que la pregunta solo la podremos responder con total absoluto al momento de nuestra muerte, también es cierto que podemos usarla como ejercicio; por ello, si te haces esta pregunta hoy, ¿Qué responderías? Piensa que las respuestas pueden variar dependiendo de dónde pongamos el punto final de la historia, pudiendo estar entre el drama más oscuro hasta la comedia más colorida, o capaz es una divina comedia al estilo de dante, donde la gracia radica en que no hay gracia. Habiendo hecho el ejercicio, invito a comenzar a hacer nuestro “resumen de vida” aprendiendo a ver los puntos como puntos y seguido, viendo la totalidad del texto y apreciándolo como tal, hasta el día de nuestra muerte.

Aquí reflexiono: ¿Sin sufrimiento podemos llamar “vida” nuestra vida? Ésta pregunta de fondo que intenta responder Milan Kundera en “La insoportable levedad del ser”… un tanto existencialista la pregunta en sí misma y una posible respuesta: “no”, por cierto. No pregunté porque fuera a desarrollar mi respuesta, sino porque estoy seguro que, aún con ese “no”, o un posible sí, las respuestas variarán en esencia, en la medida en que cada individuo asigne valores a sus distintos sufrimientos.

En este sentido, invito a todo venezolano dejar de poner puntos y asignar valores tan grandes en los malditos políticos que en gran medida son culpable de las circunstancias en la que nos encontramos, no vale la pena, no valen tanto; más vale una sonrisa con hambre por las mañanas, en busca de una mejor condición, que amargarse la vida por seres a los que probablemente tampoco enjuiciaremos. Lamentablemente vivimos en un mundo en el que el mal parece ganar la mayor cantidad de puntos en el combate, y tenemos que aprender a vivir con eso, a lamer las heridas por el tiempo que sea necesario para seguír nuestro camino; por más dificil que sea, toca construir y reconstrucción nuestra vida y apreciarla tal y como es, con una fundida intimidad inextricable de drama, acción, romance, comedia y hasta ficción, que una y otra vez nos lleva a un mundo de tristes emociones intensas hasta uno donde las risas son acompañadas con lágrimas de felicidad.