Por Leroy Garrett.
Esta semana se conmemoran ochenta años del “D Day”, o como la conocemos en castellano: «la invasión aliada a Normandía», el día que marco el final del nazismo, y el principio del fin de la segunda guerra mundial, que definitivamente finalizaría con las descargas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
El delirio psicopático de Hitler cegaría la vida de sesenta millones de personas, casi la aniquilación de los judíos y la cuasi desaparición de cualquier indicio de infraestructura en Europa.
En la vía de celebrar un siglo de tan terribles hechos, y vista la lograda capacidad de total exterminio conseguida por medio de las armas nucleares, las guerras de los siguientes años hasta el presente siglo, son segmentadas, circunscritas a escenarios específicos, tengan o no, o se consigan o no, los objetivos esperados.
El mundo ha estado al borde de la guerra final en varias oportunidades, la más destacada es la crisis de los misiles de 1962, y ahora cuando los apetitos nacionalistas, racistas y los comunistas, no ya campeones de la igualdad, sino flagrantemente una asociación para delinquir ligados a los peores intereses del planeta.
La democracia peligra en el orbe cuando da su espalda a la gente su propósito de ser. Pero antes de que la guerra fría —o la primera de ellas— cayera en la década de los 90s, la reconstrucción europea devino a ser la prioridad de los victoriosos.
El fundamento de la economía esta en la recuperación de la gente, no los edificios, e infraestructuras, es el pueblo la prioridad. Y ese fue el destino de lo que vino después a ser conocido como el plan Marshall, ese momento altruista de la postguerra, donde se dio de comer a las víctimas sobrevivientes de la Europa devastada primeramente, y ellos ya restaurados, acometieron la tarea de reconstruir sus naciones.
Venezuela, en mes y medio tendrá elecciones, sigue el voto —a pesar de que las condiciones impuestas por los que mandan se mantienen sin cambios material alguno— siendo esa fuerza que promete el vehículo de la esperanza.
Sin embargo, con preocupación vemos que el posible gobierno emergente de Edmundo González, y quienes pretenden dirigirlo, nada explican que pasará con la gente, al contrario, los cambios son institucionales, genéricos, macros o sistemáticos y el individuo no es ni mencionado, ni estimado, ni destinatario de las políticas por venir.
Entonces, surge la pregunta: ¿No se mencionan reparos por sectores específicos detallados o individualizados? Hay muchas víctimas entre el chavismo, los maestros, los funcionarios de carrera administrativa, las víctimas del holocausto petrolero de inicios del 2000, todas estos perjudicados fueron privados de su manera de vivir, y de la esperanza de cuando sus fuerzas biológicas mermaran disfrutar de sus arreglos de retiro, el chavismo arrasó dicha esperanza y expectativa de vivir, entonces, ¿Por qué condenar a quienes buscan la justicia merecida antes las instancias que sean necesarias? ¿Por qué forzarlos a aguardar una decisión de recompensa remota e incierta?
Además, ¿Cuándo en Venezuela seremos una nación de verdad y no un grupo de gente afín por el gusto de la hallaca, el béisbol, la gaita o la vinotinto? Y aspiremos a ser el grupo humano compasivo y sensible a nuestros hermanos, donde la Solidaridad inmediata nos hace nación porque primero viene la gente, curar sus heridas, a través del reparo económico sanador, en un gobierno comprometido por y para la gente, que ofrezca en adelante la mayor suma de felicidad posible.
Es así que se construye o se reconstruyen las naciones, ¡No condenándolas a un después!