Por Carlos Enrique Sanchez.
@carlosanchez_99
Cuando llegas al mundo en pleno inicio del derrumbe de tu país, no tienes nada con que comparar lo que sucede; solo puedes observar cómo todo va cambiando con el transcurrir del tiempo. Las “cosas” -con lo amplio de la palabra- varían de una forma tan fugaz que es difícil recordar lo que era normal hace tan solo unos años.
Al nacer en socialismo la única opción es afrontar las consecuencias de quienes lo provocaron.
Imaginemos un barco al cual llamaremos Venezuela (pero bien podría llamarse Argentina, Perú, Colombia o cualquier país que se nos ocurra). Este barco fue uno de los mejores del momento, su desempeño por los mares estuvo entre los más resaltantes, y así se mantuvo durante mucho tiempo.
Con sus altas y sus bajas, el rendimiento del barco se fue viendo afectado tras el paso de distintos capitanes, llegando a tal punto de descontento -y con mucha razón- por gran parte de la tripulación, ya estaba cansada de los errores cometidos por quienes venían dirigiendo la nave durante más de 40 años.
Ante esta latente inquietud que existía entre los tripulantes, un joven militar aprovechó la situación de zozobra -como lo hace un depredador con su presa-, para cambiar por completo el destino del barco; llevándolo hacia turbulentas aguas, de las cuales no ha podido salir hasta el día de hoy.
Este peculiar personaje primero trató de tomar el control del barco por la fuerza, intentando asesinar al capitán que lo dirigía. Su fracaso bélico le hizo entender que el camino para hacerse del poder no era el de las armas sino el de los votos, y contrario a lo que muchos creen: el enemigo de un dictador no es la democracia, lo es la república. Por eso, este dictador en potencia se hizo de herramientas democráticas para aniquilar -gradual y sistemáticamente- la república.
Si bien había fracasado en su primer intento de toma del poder, logró algo muy importante: hacerse conocer; mostrarse como un héroe ante una tripulación que pedía a gritos un cambio. Esto, gracias a lo que sería el primero de muchos errores de quienes seguían dirigiendo el barco: Dejarlo hablar ante las cámaras.
Y es que el joven militar manejaba la retórica mucho mejor de lo que manejaba las armas. Esos pocos segundos con las cámaras le fueron suficientes para obtener esa popularidad que tanto necesitaba de una tripulación que se llenaba de esperanza al haber descubierto una especie de mesías, que llegaría a solucionar “mágicamente” los problemas del barco.
El fortalecido militar era consciente de la favorable posición en la que se encontraba.
En medio de esto, llega el segundo y garrafal error por parte de quienes seguían navegando el barco: sacar de la cárcel a quien había intentado por las armas tomar el poder, trayendo como consecuencia decenas de muertes en la fatídica madrugada del 4 de febrero de 1992.
Sin embargo, el principal error no fue poner en libertad al asesino, el más grande error fue haberlo dejado habilitado políticamente para ser candidato a capitán de la nave.
Una vez en libertad, el joven militar aprovechó su popularidad para iniciar la campaña política. El descontento que existía en la tripulación lo transformó en odio y resentimiento, para así polarizar y crear brechas con sus oponentes. Quienes estaban con él eran el pueblo, mientras que los opositores serían catalogados como el antipueblo.
Con su ego de mesías, sus seguidores terminaron transformándose en súbditos. No importa los errores que el mesías cometiera, sus devotos siempre encontraban la forma de justificarlo.
Este pequeño resumen en forma de parábola del inicio de la catástrofe, es sumamente importante para poder comprender el ambiente al cual un recién nacido llegaba.
Nacer en socialismo te permite presenciar la destrucción de ese barco llamado país, contemplando cómo a pesar de los esfuerzos te hundes junto a quienes más amas, sin poder hacer nada al respecto.
La normalización de los agujeros
¿Que es normal?
Hay temas de los que jamás -por más que se discutan- se terminarán de abarcar por completo, este es uno de ellos. Por eso es que contrario a querer exponer argumentos filosóficos sobre la normalidad prefiero dar a conocer mi experiencia de cómo se vive lo “normal” cuando se nace en socialismo.
Se podría decir que lo normal va de la mano con lo cotidiano, por ende en un país donde lo cotidiano es la violencia, difícilmente será normal la paz.
Cuando naces en socialismo, lo haces en un escenario donde lo normal deja de serlo y donde lo anormal pasa a ser normal.
-1999-, quienes nacieron en Venezuela en ese año entenderán de lo que les hablo. Naces en un país donde a medida que vas creciendo sientes como se intensifica la tensión, como si fuese una especie de olla a presión en la que el agua hierve lentamente contigo adentro. Naces en un barco que todavía se mantiene a flote, pero vas notando como aparecen agujeros por donde entra agua, agujeros que pasan a ser parte de la vida cotidiana.
Observando detenidamente, notas como a tu alrededor se hace común lo repudiable: ya nadie habla sobre la inoportuna cadena televisiva del presidente, en la que insultó y amenazó con cárcel a unos opositores; ya nadie se impresiona cuando en las noticias narran cómo asesinaron a un padre para robarle su celular, o cuando secuestran a un comerciante para extorsionar a sus familiares. Para muchos deja de tener sentido seguir culpando a los culpables, pasando a culpar a la víctima con preguntas como “¿si sabes como están las cosas porque estabas tan tarde en la calle?” o con el famoso “tenias que estar más pendiente, te regalaste”; reacciones como estas son síntomas de una sociedad que sin darse cuenta empieza a normalizar lo anormal.
Llega el punto en el que mantenerse firme y repudiar lo intolerable es un acto de rebeldía, -como si nadaras en contra de la corriente- cada vez es más peligroso llamar las cosas por su nombre: el presidente es un dictador, el gobierno es una dictadura, el socialismo es hambre y miseria.
Nacer en socialismo implica luchar día a día contra la normalización de las penurias, contra la barbarie cotidiana.
¡No!, no puede ser normal vivir con miedo, ¡No!, no puede ser normal la pobreza, ¡No!, no puede ser normal la sumisión de un pueblo ante una cúpula hegemónica.
Nacer en socialismo es algo que no se elige; pero sobrevivir al socialismo y llevar las banderas de la libertad como ejemplo de resiliencia es un acto heroico. Hoy somos muchos los héroes por el mundo que predicamos nuestra catástrofe para que de esta forma, los países que nos acogieron eviten pasar por la misma historia de terror.
Así como pasó en Venezuela, puede suceder en cualquier parte del mundo donde se anteponga la falsa igualdad sobre la libertad; la receta inequívoca para que esto suceda es crear divisiones donde no las hay. Durante muchos años el socialismo de base lo hizo mediante la lucha de clase: ricos vs pobres, empresarios contra obreros, burguesía vs proletariado. Actualmente vemos como el socialismo transformado en progresismo ha creado nuevas grietas en pro de sus intereses, dejando la mesa servida a un sistema controlador y opresivo.
-Blancos contra negros, homosexuales contra heterosexuales, mujeres contra hombres- estas son algunas de las divisiones que el nuevo socialismo infunde en la sociedad para asi tomar control del barco, y con ello hundir a todo un pueblo.
Si naciste en libertad, evita que tus decisiones hagan que tus hijos nazcan en socialismo, porque una vez que se entra en este abismo es muy difícil salir.