Por Roymer Rivas
El Rey Belsasar se encuentra en su sala enorme impregnada de agradables fragancias, sentado en su trono, bebiendo del mejor vino importado y consumiendo de toda clase de manjares junto a los más de mil invitados importantes, al tiempo que se deleitan de músicos y cantantes que les entretienen. En el centro, varias mesas incapaces de contener el banquete esplendido que se preparó para la ocasión, en donde se pueden apreciar frutas de todos los colores y sabores y carnes jugosas de animales varios.
Pasado un tiempo, bajo los efectos del alcohol Belsasar ordena que lleven al banquete los vasos sagrados de oro y plata que su padre Nabucodonosor tomó como despojo del Templo cuando conquistó Jerusalén; a pesar de que estos estaban destinados a la adoración pura, el Rey junto a sus nobles, concubinas y esposas secundarias comenzaron a beber en ellos, satisfaciendo sus corruptos deseos, al punto de alabar a dioses falsos con las copas en mano. Es un festín que ínsita a la inmoralidad y la entrega del hombre a sus atávicos deseos, desconectándolo del mundo que lo rodea.
Tan bien se encontraban todos en la celebración que se sorprenden cuando, de la nada, una mano comienza a escribir en la pared: “Mené, Mené, Tequel y Parsín”, paralizando a todos, especialmente a Belsasar, quien empalideció y comenzó a temblar sin control, lleno de terror, a tal grado que sus rodillas chocaban una contra otra.
Este famoso relato, conocido como “el festín de Belsasar” y descrito en la Biblia en el capítulo cinco del libro profético de Daniel, ilustra muy bien las fiestas que han auspiciado absolutamente TODOS los gobiernos de mi país, financiadas con el robo directo e indirecto de las “copas de oro y plata” que pertenecían a la sociedad venezolana. Durante décadas, los gobiernos venezolanos han realizado festines secretos, y otros no tanto, en los que ellos –organizadores e invitados– son los que se sacian hasta el éxtasis y, con intención de apaciguar al pueblo –los no invitados– y no levantar sospechas, solo reparten las míseras sobras –frutas mordidas y huesos con poco o nada de carne– pregonándolas como regalos. Y hago énfasis en “repartir”, porque nadie puede regalar algo que nunca fue suyo.
La corrupción es indisociable del Estado, por lo que el grado de corrupción en una sociedad dependerá del tamaño del Estado; y en Venezuela el Estado esta hipertrofiado, regulando gran parte de las acciones del venezolano común. Con esto quiero decir que, si bien en el pasado las manos porosas de los políticos se habían hecho con grandes bancos de dinero y propiedades que habían robado al templo sagrado nacional, con el tiempo, a medida que acrecentaba los tentáculos del Estado en cada ámbito social, también fueron creciendo los bancos de dinero y propiedades despojados al país; esas fiestas de los Belsasares de antes son ínfimas en comparación con el gran banquete del Belsasar actual personificado en el chavismo y su oposición, quienes han desfalcado el país a través de una súper red de corrupción oculta tras nombres como CADIVI, CENCOEX, SIMADI, contratos de y con PDVSA y el Estado con cantidad indeterminada de empresas de maletín que han saltado a la luz en casos como el de la Banca Privada de Andorra, u otros casos más recientes como el de Alex Saab y la implicancia de Juan Guaidó en el caso de Monómeros.
No obstante, estos son casos que constituyen la punta de un iceberg cuyo tamaño imaginamos, pero desconocemos. A esto hay que sumarle la riqueza con la que se hace el Estado cada vez que inyecta liquidez monetaria por encima de su demanda –inflación– para cubrir su déficit fiscal a costa de empobrecer a los ciudadanos, el potencial perdido de todas las cosas que no se pudieron hacer por la mera presencia de esa clase gobernante parasitaria, y el despilfarro con cara de inversiones de los que nunca se vio resultado o solo dieron frutos podridos.
Durante las últimas dos décadas hemos sido testigos y víctimas de los inconmensurables banquetes de lo que se jacta la clase gobernante e invitados, en donde se malgasta todo lo ajeno, sin importar el bando. Sin embargo, es bueno recordar que del mismo modo en como el Rey de Babilonia dio su último suspiro ese mismo día, dado que aquellas palabras escritas en la pared significaban el fin de su reinado y el fin del imperio babilónico, se hará justicia a todo lo que, en nombre de una revolución, el pueblo, la democracia, la salvación nacional, la verdad y la libertad constituyeron un fraude gigantesco y saquearon las riquezas de Venezuela, robando ignominiosamente a cada uno de los ciudadanos. Pronto les llegará su escritura en la pared, si es que acaso no se están escribiendo ya, con un Mené, Mené, Tequel y Parsín” personalizado.