De FTN
Por Jorge Jraissati (@JraissatiJorge)
Estimados lectores,
Como muchos de ustedes sabrán, desde el otoño pasado, he estado escribiendo sobre Rusia.
En aquel momento, tuve la agudeza de alertar sobre la creciente posibilidad de que el presidente ruso, Vladimir Putin, escalaría sus acciones militares en Ucrania.
Cabe destacar que digo escalar y no iniciar, ya que esta guerra no comenzó en febrero de este año, sino en marzo de 2014 cuando Putin decidió invadir Crimea.
Cuando sostuve que Putin planeaba tomar Kyiv a principios de 2022, muchos quedaron desconcertados por mis comentarios. En su opinión, mi análisis retrataba una visión sesgada del líder ruso.
«Putin nunca haría eso; es un realista, un pragmático», me decían. De hecho, permítanme parafrasearlos de mejor manera:
«Jorge, está claro que Putin decidió tomar Crimea en 2014 por su interés geopolítico. Sin Crimea, y el puerto de comercial de Sebastopol en particular, Rusia no puede acceder al Mar Negro. La falta de puertos de aguas cálidas de Rusia es un riesgo para su seguridad nacional. Eso todos lo sabemos. Putin simplemente está haciendo ahora lo que Catalina II hizo en 1783».
Mi problema con ese razonamiento es simple: No considero a Putin como un táctico o un pragmático. Por el contrario, lo veo como un individuo gobernado por sus emociones y por una ideología profundamente anacrónica sobre el poder político en general, y el lugar de Rusia en el mundo en particular.
Esto se hizo evidente con su famoso discurso en Múnich en 2005. Fue en ese discurso durante la Conferencia de Seguridad de Múnich, cuando Putin dijo que el colapso de la Unión Soviética fue «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX».
Se trata de un comentario sorprendente, teniendo en cuenta que el siglo pasado fue testigo de dos guerras mundiales, que provocaron la muerte de 20 y 50 millones de personas, respectivamente.
El comentario de Putin es aún más preocupante si se tiene en cuenta que, gracias a la caída del Imperio Soviético, millones de personas se vieron finalmente liberadas del Kremlin, aquel régimen que condenó a millones a los gulags.
Pero esa no es la forma en que Putin ve el mundo. Él ve el mundo a través de los ojos de un hombre de la KGB. Él gobierna con el miedo. Él cree en el miedo. Y por ello, una Ucrania libre y democrática era inaceptable a sus ojos, una amenaza para su propio régimen.
Su guerra en Ucrania nunca ha sido por la expansión de la OTAN hacia el este europeo. Putin no le teme a la OTAN; Putin simplemente odia la democracia.
Por eso decidió invadir Crimea en marzo de 2014. Ya que, para él, la «revolución de la dignidad» en Ucrania era un hecho intolerable. El veía a esos jóvenes que protestaban en la plaza Maidan como alborotadores. Y el vio la salida de Víktor Yanukóvich en febrero de 2014 como un complot del embajador Michael McFaul y del gobierno de Estados Unidos. Este complot, por supuesto, tenía como objetivo socavar su poder en Rusia, así como su «esfera de influencia privilegiada» en Europa del Este, especialmente entre los países eslavos del este.
Desde entonces, Putin ha hecho todo lo posible para destruir la ya débil democracia de Ucrania. Anexó ilegalmente a Crimea. Apoyó a los grupos separatistas en Donetsk y Luhansk. Lanzó ataques cibernéticos contra Kyiv. Y esta primavera, hizo lo que muchos consideraban impensable en el siglo XXI, lanzó un ataque militar contra Ucrania. Esta vez, no sólo para recrear lo que él llama Novorossiya, sino para tomar todo el país.
En definitiva, es una pena que Putin llegase al poder en 1999. Boris Yeltsin hizo muchas cosas mal, pero quizá su peor legado no sea otro que el ascenso de Putin.
Imagínense un mundo en el que Yeltsin en lugar de elegir a Putin como sucesor, hubiera elegido a un joven gobernador llamado Boris Nemtsov, cuyas reformas en la región de Nizhny Novgorod Oblast fueron alabadas en su momento. Ahora, con casi con toda seguridad, Rusia sería una nación democrática, respetada y próspera, en lugar de la nación paria, autoritaria y pobre que es hoy.
Pero todos conocemos la historia. Más de dos décadas después de esta decisión, Putin sigue en el poder, mientras que Nemtsov ya no está entre nosotros, brutalmente asesinado en la primera del 2015. Y mientras Putin esté en el poder, Rusia nunca alcanzará todo su potencial.
En este sentido, yo creo que Rusia puede desempeñar un gran papel en nuestro mundo, pero para ello tiene que ser libre y democrática. Tiene que estar abierta a la innovación. Tiene que respetar el orden internacional actual. Y tiene que dar oportunidades a sus jóvenes. El pueblo ruso se lo merece. Y el mundo se beneficiará enormemente de ello.