Por Omar E. Ramírez R., coordinador local de Estudiantes por la Libertad Venezuela
El 4 de febrero de 1992 un grupo de soldados del batallón de paracaidistas y otras unidades del ejército se sublevaron contra el gobierno bajo las órdenes del Teniente Coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Ese día, era el inicio de una tragedia advertida para Venezuela, era el inicio del ciclo de consumación de los objetivos personales y nunca confesados de quienes dirigían el sistema bipartidista imperante en la república, el inicio del paso final de todo proceso socio político y económico basado en el clientelismo y paternalismo social, personalismo y caudillismo político y el extractivismo e intervencionismo económico; era el inicio de lo inevitable en un país como Venezuela, esto un sistema donde el individuo es un mero instrumento para el fin de un grupo de individuos que se arroga el título de pueblo, en donde las leyes tipifican el delito de pensar distinto, en donde el hambre, la miseria y la precariedad son la trinidad omnipresente en la vida de los Venezolanos. Ese 4 de Febrero era el inicio de la hecatombe.
Sin embargo, en el presente artículo no pretendo realizar un análisis exhaustivo de los antecedentes históricos, ni explicar a profundidad las condiciones que propiciaron el ascenso de Chávez al poder, menos la proposición de soluciones a cada problema en cada área destruida por el Chavismo —es algo que quedaré debiendo al lector—, el fin es servir de relato sobre nuestra tragedia y como medio de desahogo a esta mente ávida de libertad y que sueña con un futuro libre, con décadas en que los John Galt y las Dagny Taggart de mi país tengan el camino libre y con sus dedos tracen en el espacio el signo del dólar, décadas distintas a las de 1984 advertidas por Orwell y que los venezolanos viven —bueno, más bien sufren en el nuevo milenio—.
Hugo Chávez venía pensando una llegada violenta al poder desde muy joven, desde sus días como cadete en la Escuela Militar, luego, como oficial superior organizó acciones junto a otros que como él estaban totalmente seducidos por la hazaña golpista de Castro en Cuba y como este, eran movidos por el más radical ideal marxista. Todas esas reuniones rápidas y a voz baja en los pasillos de los batallones militar, todos estos mensajes enviados en secreto, dieron forma y cuerpo al movimiento bolivariano revolucionario 200 con el juramento bajo el Samán de Gúere en 1982, el mismo que llevaría a cabo las acciones golpistas empezadas en horas de la madrugada del 4 de febrero de 1992, en la que el descontento de muchos soldados que veían la situación económica en estaba sumiendo a su país —a pesar de que para muchos analistas no había una crisis política y las medidas implementadas por Carlos Andrés Pérez estaban sanando la economía nacional— fue utilizado como catalizador del apoyo que estos de forma ingenua dieron a Chávez sin saber que este terminaría hundiendo aún más a Venezuela.
En horas de la madrugada, tropas del MBR-200 atacaron puntos estratégicos en Aragua, Maracaibo, Caracas y otras ciudades, a la vez que algunos comandados por Chávez desde el cuartel de la montaña intentaban tomar el palacio de Miraflores y la residencia presidencial. Luego de una rápida acción por parte de la escolta civil del presidente y de los organismos de seguridad aún fieles a la constitución como la DISIP y la Policía Metropolitana fueron derrotados y capturados los soldados golpistas en el distrito capital.
Arrestados estos líderes Chávez fue llevado a prisión no sin que antes se le permitiera salir en televisión nacional para instar a sus compañeros en Aragua y Valencia que se mantenían en lucha a rendirse y elevar un discurso al país, discurso que lo haría famoso especialmente entre la clase media trabajadora y clase baja que se disgustaron con Pérez dada sus medidas de liberalización de precios y recorte de gasto público.
Cabe resaltar, que estas medidas aplicadas por Pérez bajo la orientación del Fondo Monetario Internacional buscaban reparar la crisis en que entró la economía Venezolana luego de que los precios del petróleo bajaran durante los gobiernos de Lusinchi y Herrera Campis, pues, dado que consistía en regalías financiadas por el extractivismo político del bipartidismo a la industria petrolera y que los anteriormente mencionados presidentes no fueran capaces de diversificar la economía, estas medidas consistían sobre todo en reducir las regalías y gasto público que era financiado a través del rentismo petrolero, razón de que el venezolano acostumbrado al paternalismo estatal por culpa del bipartidismo viera con rechazo al presidente Carlos Andrés Pérez, que sumado al caudillismo que reinaba en el pensamiento de muchos venezolanos, estos encontrasen en la figura de este militar golpista a un mesías y lo eligieran poniendo fin al sistema de partidos de la cuarta república, es decir, el bipartidismo fue víctima de sí mismo, era un sistema destinado a fracasar.
Durante el gobierno de Rafael Caldera, quien estando en el parlamento ya había luchado por desestimar la causa de magnicidio con que acusaba Carlos Andrés Pérez a Chávez, buscando el apoyo de movimientos de izquierda para mantenerse en el poder, Chávez es sobreseído y liberado de prisión, permitiéndole participar en política y ocupar cargos públicos. Oportunidad que Chávez no dejó pasar y se postuló para las elecciones presidenciales de 1998, en las que, con el 56.20% de los votos fue elegido luego de una campaña donde prometía el cambio que Venezuela necesitaba y un cambio de constitución.
En su discurso prometía remover el zapato de cuero posado en las espaldas de los venezolanos y la charola de lata en la que estos recogían los muslos y el filete que los políticos de entonces arrojaban luego de comerse una gallina entera y buey, y lo que terminó haciendo fue cambiar los zapatos por una bota militar que ahora oprime con todo el peso de un grosero aparato estatal asfixiando al venezolano, pretendiendo que este recoja los pellejos y huesos si lame la otra bota, y que aplasta sin piedad alguna a los que se niegan a vivir bajo la opresión.
Hoy día, escuchar las palabras de muchas personas que están totalmente arrepentidas de haber apoyado a Chávez, te hace recordar las palabras de personas que han superado su adicción a las drogas quienes narran los inimaginables sufrimientos que pasaron por culpa de una u otra sustancia, quienes cuentan con tristeza, rabia, indignación y resignación los años que perdieron entregando sus vidas a dicha sustancia; es, sin duda, como leer las líneas de la novela “Los Que Vivimos” de Ayn Rand en las que Timoshenko justifica su alcoholismo a Andrei Taganov:
“Una vez hicimos una revolución. Decíamos que estábamos cansados de barrigas vacías, del sudor y de los piojos, y por lo tanto destripamos, degollamos y vertimos sangre, sangre nuestra y sangre de ellos, para lavar un camino que nos llevase hacia la Libertad. Y ahora, ¡mira a tú alrededor, camarada Taganov, miembro del partido desde 1915! ¿Ves dónde viven los hombres, unos hombres que son hermanos nuestros? ¿Viste alguna vez a una mujer caer por la calle y vomitar sangre sobre los adoquines y morir de hambre? ¡Yo, sí!”
Para desgracia de muchos, Chávez vino a instaurar un sistema con tinte totalitario que busca suprimir al individuo y la propiedad privada, en consecuencia, buscar erradicar la libertad de los venezolanos. Atravesamos la hiperinflación más alta de la historia humana, tenemos el mayor número de migrantes por crisis humanitaria, los índices más altos de violencia, corrupción e impunidad, tenemos los salarios y poder adquisitivo más bajos de Latino América, y esto solo por mencionar algunos de los problemas.
La destrucción del aparato productivo, del poder adquisitivo y de la moneda se la debemos a sus erradas —y totalmente intencionadas— políticas económicas, monetarias y fiscales. La crisis política, a su afán totalitario de concentrar el poder usando como excusa el bienestar del pueblo —pueblo que era él quien definía a su gusto y en el que no había lugar a disidentes ni críticos—, y la crisis social a su pisada fuerte al acelerador del sistema clientelista y paternalista heredado en la cuarta, me es imposible no cerrar el artículo con aquellas palabras que recuerdan nuestra desgracia y sus verdaderos culpables, citando a José Alberto León:
“Chávez vive en los hospitales que carecen de medicinas e insumos; Chávez vive en cada uno de los jóvenes que se ven en la necesidad de postergar sus sueños y salir del país; vive en los atiborrados refrigeradores de las morgues, Chávez vive en las mentes ávidas de libertad, y taciturnas en el transcurrir de los días aciagos sin ella; Chávez vive en las madres que tienen que dar sepultura a sus hijos víctimas de la violencia. Chávez vive entre los abuelos, que sufren su vejez en medio de carencias de todo tipo. Chávez vive en los estudiantes hastiados, en los educadores y profesionales hartos de ser doblegados y humillados; vive en cada crítico vilipendiado y cada disidente secuestrado. Chávez vive en cada medio de comunicación clausurado producto de la acérrima censura. Chávez no murió, no. Chávez vive.”