Por Roymer Rivas, Coordinador Local de Estudiantes por la Libertad Venezuela.
Vivimos en la era de la información; todo el conocimiento del mundo se encuentra contenido en el dispositivo que las personas tienen frente a sus ojos. No obstante, esta misma época se ha prestado para que todos puedan difundir públicamente opiniones desinformadas, abundando supuestos expertos que no se guardan sus comentarios sobre todo lo que sucede, vendiéndolos como grandes verdades —¿Es tan difícil callarse?—.
Esto me hace recordar la frase del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein: “De lo que no se puede hablar es mejor callar” —aunque el significado de la frase es más transcendental, pues, para el filósofo esto no significa que hay que olvidar “lo que es mejor callar”; al contrario, es apreciarlas más profundamente en una experiencia anterior y posterior al lenguaje—. En otras palabras, al carecer de los medios y las capacidades para expresar algo, es mejor no expresarlo; después de todo, el silencio también transmite mensajes.
Este principio fácil de entender no necesita de ningún estudio para aplicarlo en nuestro día a día, pero los supuestos expertos les encanta hacer alarde de su imbecilidad y se pasan esto por la abertura del tracto digestivo donde expulsan parte de si —heces—. Venezuela no escapa de esta realidad. Y, en vista de ello, me veo en la obligación moral de romper mi silencio; responderé al artículo titulado “Estamos enfocando mal el problema del bolívar y la inflación”, publicado por Juan Carlos Valdez, “experto en economía política”, en Aporrea. Pido perdón de ante mano por las informalidades, pero este escenario lo requiere. Inicio.
En el articulo comienza diciendo que el lenguaje es la manera comprender el entorno, expresar lo que percibimos y actuar conforme a ello; lo cual sirve de fundamento para expresar después que los enemigos del socialismo se han valido del lenguaje para esparcir mentiras sobre la inflación. No obstante, lo curioso y divertido es que hace uso del mismo juego del lenguaje que critica para expresar su mensaje; en concreto dice que “no es igual decir: ‘el bolívar pierde valor’, que decir: ‘las cosas suben de precio’”, un sinsentido total.
Cuando se dice que “el bolívar pierde valor” es en función de la utilidad de la moneda para adquirir cierta cantidad de bienes y/o servicios en el mercado, por tanto, decir que “el bolívar pierde valor” es lo mismo a decir “las cosas suben de precio”, dado que es precisamente los precios lo que determina la utilidad de cierta cantidad de unidades monetarias para adquirir un bien o servicio. Lo extremadamente divertido es que un párrafo después reconoce que “ambas expresiones suponen la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores”; no se da cuenta que ambas expresiones suponen eso porque son exactamente lo mismo; el sistema de precios —originado por la demanda y oferta de absolutamente todo en el mercado— y la cantidad de moneda de una economía se retroalimentan entre sí, en un escenario donde existe moneda, ambas deben su utilidad o valor en función del otro.
En palabras simples, cuando una moneda pierde valor, el resultado es que los precios son más altos y, en consecuencia, se necesitan más unidades monetarias para adquirir un producto o, si se quiere, con la misma cantidad de unidades monetarias cada vez se obtienen menos bienes. Si partimos de la segunda expresión, entonces, cuando “las cosas suben de precio” la moneda está perdiendo valor, porque cada vez se necesitan más unidades monetarias para adquirir un bien. Es exactamente lo mismo, no puedes separar una cosa de la otra; no existe tal cosa como un “las cosas suben de precio, pero la moneda conserva su valor real” —mantiene el nominal, pero no el real—.
Ahora bien, J. C. Valdez se empeña en hacer la absurda distinción para explicar que la expresión: “el bolívar pierde valor”, conduce a un callejón sin salida a la hora de solucionar el problema de la subida de los precios porque se centran en “darle valor al bolívar, respaldándolo con algo cuyo valor sea más estable o reduciendo la cantidad de bolívares circulantes para hacerlo más caro” o cualquier medida de carácter monetario, lo que lleva a centrar la mirada en el gobierno. No conforme con esto, pasa a sostener que decir que “la inflación es siempre un fenómeno monetario ha sido siempre, una trampa ideológica, en la que hemos caído todos”.
Para esto se vale de un ejemplo que sostene la vértebra del artículo: “¿Acaso un billete de 100 deja de servir para comprar algo cuyo precio es 100, aún en momentos de inflación? Un billete de 100, siempre servirá para comprar algo cuyo precio sea 100. Entonces es obvio que el dinero no pierde valor, lo que ocurre es que las cosas suben de precio y como los precios no tienen vida propia, significa que alguien los subió. Al darnos cuenta de esto tan obvio – aunque nos sintamos como el Rey desnudo – nos vemos obligados a dirigir la mirada hacia los precios y no hacia la moneda”. Y es aquí donde entra nuevamente el juego del lenguaje que criticó al principio; decir que “un billete de 100, siempre servirá para comprar algo cuyo precio sea 100” no es lo mismo a decir que “un billete de 100 siempre servirá para comprar un bien que varíe de precio en el tiempo y, por tanto, no siempre costará 100”; a modo de ejemplo, con el billete de 100 se pueden comprar hoy 10kg de tomates, pero si los tomates suben de precio en 100%, con el mismo billete de 100 se comprarán 5Kg —que es lo mismo a decir que el valor de la moneda cayó 100% con respecto a los tomates—.
Su respuesta a esto es que “los precios no tienen vida propia y no suben solos”, pero es aquí donde estriba su fatal error y la muestra de que no comprende en lo más mínimo de lo que está hablando. Si las cosas suben de precio, es porque la moneda pierde valor; lo cual es lo mismo a decir que si la moneda pierde valor, las cosas suben de precio —o se mantienen en el tiempo cuando la tendencia debería ser a bajar de precio, pero eso es otra historia en la que no entraré y no cambia la esencia de este escrito—. Aquí la verdadera pregunta es: ¿Por qué las cosas están subiendo de precio? Y hacerla no es fijar la mirada “en los precios”, es que toda pregunta sensata hecha sobre el fenómeno de la inflación de precios apunta hacia el mismo punto: la moneda. Pero para responder esta pregunta debo comprender qué es el sistema de precios y cuál es su mecanismo.
Esta es precisamente la pregunta que responderé en el siguiente artículo, en el marco de dejar en evidencia las demás estupideces cósmicas con las que prosigue J. C. Valdez —una clase de teoría monetaria no le caería mal, hasta mi hermano de 14 años es erudito en la materia comparado con él—.
Continuará…