Entre la reflexión y la desesperanza

Por Roymer Rivas, un simple estudiante venezolano, libre pensador, comprometido con la verdad.

Lo que ha pasado hoy en Venezuela no es un día atípico. Contrario a lo que se vio en las redes y se vendía a la comunidad internacional desde las filas del espejismo del cambio, este 10 de enero es solo un día más en un país sin benigno futuro —por lo menos ahora—. Durante dos años, cayendo nuevamente en la maldición de repetir procesos en la que ha estado sumergida Venezuela desde la independencia, pues las mismas palabras se repitieron en el 2014, 2015, 2017, 2018, 2019 y todo lo que duró el interinato con Guaidó hasta 2022, se ha vendido la idea de que régimen está débil, que sus acciones son una muestra de su quiebre, y que pronto Venezuela será libre.

¿El fundamento de todo esto? Predicas sentimentalistas que apelaban —y siguen haciéndolo— a cualquier giro de la fortuna que les beneficiara a todos los venezolanos. Estos, por su parte, en una clara muestra de que no se ha aprendido de la historia del país y de nuestra región (Latam), por el miedo de perderse algo (FOMO), el culto al héroe que ha caracterizado al venezolano, y la esperanza ciega —no fe, porque fe y ceguedad son dos conceptos mutuamente excluyentes—, apostaron por una clase política que dice oponerse al régimen, pero que en camino no ha hecho más que beneficiarse y jugar con los sentimientos de toda una nación. Siento volver a decirlo, pero ninguna tiranía en la historia ha entregado el poder con una sonrisa o ha salido con buenos modales y la apelación a una institucionalidad inexistente, mucho menos jugando con sus reglas y en su terreno bien estudiado.

Probablemente algunos dirán que Maria Corina Machado (MCM) no es igual a esa clase política, pero, contrario a lo que sostengan muchos, que apelan a un pragmatismo idiota, infantil, inmaduro, de clara incomprensión de nuestra realidad, ella se ha ligado con todos ellos, llegando incluso a permitir que sean quienes determinen su agenda. No es difícil entender que no se puede seguir confiando en traidores y corruptos para algo tan noble como la libertad de un país. Los fantasmas de los fracasos del pasado quedan solapados con todo un movimiento que se gestó solo en el sentimentalismo y el deseo de un cambio, que terminó por dejar en evidencia lo que ha sido el mayor de los fracasos de la historia de Venezuela, a saber: confiar ciegamente en políticos. Sabemos que estamos mal como nación cuando los lideres que han nacido del seno de nuestra sociedad solo le ha quedado pasar a la historia con consignas vacías y pedir “cerrar los ojos e imaginar una Venezuela libre” o mandar, en claro acto irresponsable, dado el contexto, a salir a las calles a exponer innecesariamente a las personas ante el mal sin escrúpulos.

Ahora bien, ¿Es culpa de MCM? No del todo. De hecho, tiene coraje, muchos deberíamos tenerlo, cuando sea el momento, pero lo que no demostró tener es la claridad mental y el liderazgo en tiempos de crisis, pues no estuvo a la altura de las circunstancias, de la misma forma que no lo han estado millones de venezolanos que se han dejado llevar por la emoción y creyeron en ilusiones, sin reparo en la realidad. Muchos afirman que esos millones de venezolanos salieron a manifestar su rechazo al régimen gracias a su liderazgo, pero yo pregunto ¿Eso de qué ha servido? Después de tanto tiempo en lo mismo, ¿De verdad la gente sigue creyendo que focos de protestas dispersos, desorganizados, sin plan ni objetivos claros, tumban tiranías? Aquel que creyó que habría —o crea que habrá— intervención militar extranjera, así como si nada, peca de iluso junto a todos los que jugaron a la democracia con los mayores enemigos de la misma y la libertad.

No, no era necesario todo este proceso para deslegitimar al régimen, porque eso no lo tienen desde hace mucho. No, no era necesario este proceso para demostrar que no tienen el apoyo de la mayoría de la población, porque eso es evidente desde hace mucho. No, no era necesario todo lo que se gestó desde meses antes al 22 de octubre del 2023, pasando por el 28 de julio del 2024, para incentivar nuevamente la llama de la libertad en Venezuela, porque eso es latente, a pesar de muchos desatinos y de la traición de los lideres en distintas etapas de la historia contemporánea.

Hoy, como no sucedía en el pasado, los venezolanos demostraron que ya no están dispuestos a salir a la calle a dar su vida sin un objetivo claro, pues su ímpetu quedó corroído por las acciones de un liderazgo que apeló a la banalidad, a la farándula, al show mediático, al azar, a la religión, al “hay que hacer algo, porque peor es no hacer nada”. Toda esa ambigüedad e infantilismo inútil desgasta la voluntad de las personas, y hoy los siento desesperanzados —algunos—, o imaginando más escenarios estúpidos para alimentar su esperanza ciega —otros—. No obstante, tengo la firme convicción de que este punto será un golpe de realidad para la reflexión profunda, la aceptación de los errores y la focalización para posteriores acciones que dejen al margen los desatinos.

Ha llegado ya el momento de dejar de confiar en esos políticos venezolanos que se han aprovechado del clamor y la desesperación por un cambio en el país para atraer a los incautos a sus causas vacías. Estos personajes, sumado a las creencias y acciones desatinadas de años, solo han servido para desmoralizar y fungir como uno de los soportes que sostiene la estructura del régimen en el poder. Este no es el momento de desmoralizarse, sino el momento de clarificar nuestra mente para concentrarse y canalizar todo el cumulo de emociones negativas hacia la construcción de aquello que sí los sacará de donde se ufanan estar. En los próximos años, este debe ser el marco de acción de quienes quieren una transformación en Venezuela, no otro.

No decaiga, eso es lo que ellos quieren, venderse como los invencibles, los intocables, los que pueden aplastar con fuerza a su enemigo, pero todo ello es apariencia momentánea, dadas las circunstancias, no algo estático que permanecerá en el tiempo, si, nuevamente he de destacarlo, hay claridad mental. Si la sociedad venezolana no abre los ojos y sigue pensando que esto sale con oraciones y gritos o cacerolas en las calles, lamentablemente estará condenada a sufrir este yugo maldito por décadas.

Si bien, nada es de la noche a la mañana. La construcción de una Venezuela libre requiere el esfuerzo de todos nosotros, que recuperemos ese sentido de comunidad que nos arrebataron con tantos años de paternalismo estatal —que viene desde antes de Chávez—, que recuperemos la autoestima —lo cual significa dejar de ser “pueblo” y convertirse en “ciudadanos” bien informados— y olvidemos a los héroes de las historias que nos han vendido, para reconocer que es el sentido de pertenencia, la alteridad, sumado a la unidad, enfoque, organización, determinación y coraje, de los civiles y/o la ciudadanía lo que cambian el curso de su historia. Si bien, no crea que es una civilidad idiota que se resiste con pensamiento mágico pendejo y permite que personalidades trastornadas representen sus intereses políticos, sino una que vela por sus intereses y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para conservar su libertad.

Libertad, libertad, libertad… la libertad no se conquista, sino que es la condición primaria natural del ser humano, por tanto, solo se recupera y defiende de aquellos que buscan limitarla y enmarcarla en sus designios por la fuerza. Veamos si el venezolano estará a la altura de lo que nos exige este momento histórico para recuperar y defender aquello que tanto anhela, cuando sea el momento, o si, por el contrario, seguirá creyendo en los mesías de turno y tercerizando su responsabilidad. Cuando llegue ese momento, mañana, un mes, uno, diez o quince años, la clase política querrá adjudicarse méritos, y espero que la misma sociedad preparada se encargue de juzgarlos.

Sin más que agregar, se despide alguien a quien muchos se han cansado de insultar, pero que mantiene sus principios y convicciones, esperando que en algún momento esos insultos se conviertan en una mano amiga para la consecución de aquello que queremos todos y la insensatez de algunos —o muchos— no nos ha permitido conseguir. Madure políticamente, deje el infantilismo y borreguismo, la ceguedad, porque la primera libertad se consigue cuando nos liberamos de las cadenas mentales que limitan nuestro progreso.

Buen día, no feliz, Venezuela.