De Libertatio

Por Jorge Jraissati

Estoy seguro que la mayoría de ustedes han escuchado sobre la política exterior de apaciguamiento o incluso los fracasos del apaciguamiento por los eventos que precedieron la segunda guerra mundial.

Para ser más específicos, cuando pensamos sobre el apaciguamiento, pensamos sobre las políticas del primer ministro británica, Neville Chamberlain, quien pensó que la guerra con la Alemania Nazi se podía evitar brindándole concesiones a Hitler.

Como la historia lo hubiera predicho, el apaciguamiento de Chamberlain no evitó que la Alemania Nazi atacara a sus vecinos. De hecho, alentó a Hitler a actuar de una manera más decisiva y agresiva contra toda Europa.

Por esto Churchill inmortalizó el fracaso del apaciguamiento al decirle a Chamberlain, “Se te dio la opción entre guerra y deshonor. Escogiste deshonor, y ahora tendrás guerra.”

Interesantemente, cuando pienso sobre apaciguamiento también pienso sobre mi propio país, Venezuela, pues experimentamos una dinámica similar en el año 2013.

En el 2013, habíamos tenido nuestra más reciente elección presidencial. Era entre el candidato de gobierno, Nicolás Maduro, y el líder de la oposición, Henrique Capriles.

Maduro se postulaba para continuar el legado de Hugo Chávez, quien murió meses antes de la elección. Capriles se estaba postulando para traer un cambio a Venezuela, un país que ya estaba cansado de la rampante corrupción gubernamental, el radicalismo y las políticas socialistas.

Por este motivo, el país se movilizó para ayudar a que Capriles ganara esa elección. A pesar que yo sólo tenía 16 años en ese momento, me acuerdo que todos en mi comunidad ayudaban de cualquier manera que podían. También recuerdo las miles de personas que asistían a los eventos de Capriles.

El día de la elección recuerdo el optimismo de millones de personas yendo a las urnas electorales para emitir sus votos. La esperanza en la cara de las personas. Fue un momento verdaderamente histórico y memorable en la historia de mi país.

Sin embargo, cuando llegó el momento de anunciar al ganador, la evidentemente politizada Comisión Electoral anunció lo que todos temíamos. Maduro había ganado la elección. Había ganado contra toda evidencia, contra toda encuesta, contra todos los millones de personas que habían votado.

Sorprendido por esta decisión, la oposición le pidió a la comisión un recuento. Varios reportes anunciaban que la oposición, de hecho, había ganado esta elección por tanto como un millón de votos. La comisión electoral se negó a la petición de la oposición afirmando que el recuente no era posible ni necesario.

Aquí es cuando Capriles le pidió a los venezolanos que se manifestaran de manera pacífica en las calles para presionar al gobierno que aceptara las exigencias por un recuento. Capriles fue luego en una gira internacional para crear consciencia sobre la situación crítica en Venezuela.

Las elecciones no fueron revisadas ni el resultado. La situación política de Venezuela alcanzó un punto donde se le considera ahora una de las dictaduras más brutales en el mundo occidental.

Cuando se cuestiona el por qué la comunidad internacional no hizo nada para resolver la situación en el 2013, muchos destacan las respuestas de varios jefes de estado, quienes dijeron algo parecido a lo siguiente:

“Sabemos que las reglas del juego no son totalmente transparentes en Venezuela, pero no podemos elevar la situación. La oposición debería simplemente seguir trabajando, tomar esto como una victoria moral y prepararse para la siguiente oportunidad.”

Bueno, no hubo nunca otra oportunidad para nosotros. Ahora, con millones de personas en el exilio, y el país en medio de una crisis humanitaria, hay dos preguntas que se me vienen a la cabeza: Primero, ¿Tendremos alguna vez una segunda oportunidad? Segundo, ¿Funcionó la política de apaciguamiento hacia Venezuela?

Mientras que la respuesta a la primera interrogante es desconocida, la respuesta a la segunda no podría ser más clara: En vez de no empeorar la situación, la política de apaciguamiento en Venezuela se tradujo en un conflicto mucho más grande que antes. Uno que tiene la capacidad de desestabilizar la región entera.

En el 2013, no teníamos millones de venezolanos escapando hacia otros países, ahora sí.

En el 2013, no teníamos potencias extranjeras como Irán o Rusia tan arraigadas en sectores estratégicos de Venezuela, ahora sí.

En el 2013, Venezuela no estaba al borde de ser un estado fallido; ahora claro que lo es. Y la lista sigue y sigue.

Por eso digo que la segunda guerra mundial no es el único momento de la historia que se me viene a la mente cuando pienso en la política de apaciguamiento. También pienso en mi propio país. Pienso en lo que pudo haber sido si la comunidad internacional hubiera tratado de detener al régimen de Venezuela antes que se fortaleciera.

Similarmente, por esto he estado defendiendo un compromiso mayor con Ucrania en estos momentos, no más adelante. Los Estados Unidos y la Unión Europea tienen que hacer todo lo que puedan para ayudar a los ucranianos a proteger su soberanía de la invasión rusa.

Porque si occidente trata de apaciguar a Rusia aceptando sus exigencias sobre la expansión de la OTAN, entonces esta no será la última vez que veremos a Rusia amenazando la soberanía de una nación en aras de avanzar en sus intereses y visión global.