Esta semana, en el programa se analizan las recientes declaraciones de Donald Trump sobre la posible apertura de un diálogo con el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, en el contexto del operativo militar de EE. UU. en el Caribe contra el narcotráfico, señalando que el propio Trump ha hablado en más de una oportunidad de que “ellos quieren diálogo” y que “se les puede dar la oportunidad de hablar”, lo cual contrasta con la narrativa previa de máxima presión militar.
En este, se plantean varios escenarios: (i) que el eventual contacto sirva para imponer condiciones claras para la salida de Maduro —“estas son las condiciones para que te vayas, si no las cumples, vamos a actuar”—; (ii) que derive en un acuerdo negativo en el cual se negocie “qué me das y yo te dejo tranquilo”; o (iii) que se trate simplemente de mantener un puente mientras continúa la operación. En todo caso, se insiste en que el único que sabe qué va a pasar es Donald Trump y que el tiempo será el juez de si estas conversaciones conducen o no a un cambio real en Venezuela.
En la sección Borrego de la semana, se vuelve a señalar a Nicolás Maduro, esta vez por su discurso reciente en inglés precario, en el que repite consignas como “diálogo, peace yes, war no, never”. El programa califica este mensaje como un “show” lleno de contradicciones, y subraya que Maduro ahora pide “paz y no guerra” frente a la amenaza de una fuerza militar superior, mientras que dentro de Venezuela ha actuado con represión y violencia.
La sección En polémica gira alrededor de unas declaraciones de Marco Rubio en las que indica que el operativo en curso es una operación antinarcóticos que «puede terminar mañana si dejan de enviar lanchas con droga». Ésto es polémico porque se plantea terminar la operación simplemente con que cese el flujo de droga, sin abordar el destino de los jefes del Cartel de los Soles, entre ellos Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, previamente señalados por la propia administración.
Así, se explica que si el objetivo real es acabar con esas estructuras, se requerirían dos salidas claras: neutralizar a sus cabecillas o capturarlos y llevarlos ante la justicia norteamericana; cualquier escenario en el que dejen de enviar droga, pero se mantengan en el poder sería inaceptable para los venezolanos y para la seguridad del hemisferio, sostienen.
En Desmantelando a la izquierda, el blanco principal es Edmundo González, puesto que, en un mensaje dirigido a los jóvenes, llama a “hackear la indiferencia” y sostiene que nada fortalece más a los autoritarios que la apatía o la falsa neutralidad, y exhorta a no ser indiferentes frente a la democracia.
Este llamado constituye una hipocresía, pues el propio González se refugió en una embajada el 29 de julio tras las elecciones y luego salió del país mediante un acuerdo con la tiranía, en el que habría priorizado la protección de su familia y sus bienes. Esta actitud se contrapone con su exhorto actual a los jóvenes a “no ser apáticos”, en un marco donde muchos han sido encarcelados y torturados por seguir su narrativa.
Es decir, son quienes asuman los riesgos de cárcel y tortura mientras el liderazgo político se resguarda. Por ello, Edmundo es incluido en esta sección como ejemplo de la conducta que atribuyen a la izquierda: delegar la responsabilidad y culpar siempre a otros.
Finalmente, en la sección Corrupto en la mira el señalado vuelve a ser Nicolás Maduro, por ser el responsable de las violaciones masivas de derechos humanos, del éxodo de millones de venezolanos, de la existencia de presos políticos y de un largo historial de delitos que van “más allá de cualquier código penal”.









