Por Maria Andrea Pastrana Munera.
Los enemigos de la libertad siempre se han mostrado bastante obvios a través de la historia, sin embargo, como toda invención humana, estos también evolucionan. Si damos un vistazo al 2021 en Colombia, convergemos con detractores más sofisticados que se inmiscuyen silenciosamente en la idiosincrasia del individuo; razón por la cual cada vez se tornan más descarados e incisivos. La normalización de estos enemigos es el pan de cada día en el torrente mediático colombiano, en el 2021 el sentimentalismo y las buenas intenciones se han inyectado imperiosamente como argumentos implacables sin ningún tipo de óbice. El despotismo de la sociedad sobre el individuo del que alguna vez escribió John Stuart Mill en su obra sobre la libertad, se materializa de manera insidiosa. De igual forma y como desenlace de la pandemia provocada por el Covid- 19, el miedo colectivo ha inoculado subrepticiamente la necesidad de aupar una figura protectora en la argucia de la seguridad, justificando cada vez más al Leviatán, esta forma de vivir es el nuevo axioma colectivo.
La forma más eficaz de patentizar estos enemigos, es a través de los hechos. El 28 de abril del año 2021 el Paro Nacional se consolida en las calles colombianas; “estallido social” que hoy en día todavía personifica estragos. Este suceso tiene su germen en la desvergonzada reforma tributaria propuesta por el gobierno del presidente Ivan Duque que prometía ser la panacea a todos los males estructurales del país mediante una absurda y ultrajante subida de impuestos en medio del caos económico provocado por la pandemia, la inconformidad justificada por esta estolidez fue súbita y pertinente, además posteriormente se enfatiza el incordio por el uso desmedido de la fuerza pública , sin embargo, lo que en un principio sería una protesta en base de argumentos gélidos y elocuentes por el fragor de la reforma, deletéreamente la desaprobación por la propuesta del presidente mutó en una sociedad autoritaria resguardada en la “EMPATÍA”, término protagonista de la censura llevada a cabo contra quienes razonaban ligeramente distinto, ir en oposición de la unanimidad fundada en una moral pedante conformaba un pecado capital en las redes sociales o en las calles, la fuerza de opinión engulló sin ley ni fuero al individuo, fenómeno que es menos palpable pero más peligroso debido a su astuta naturaleza, advertía (Mill., 1859)la tiranía social es más temible que muchas clases de opresión política” (pág. 52) al parecer este despotismo llegó para quedarse y nunca fenecer.
Adicional a este suceso y a toda la crisis económica suscitada por la pandemia se suma en aquel turbulento abril los cierres viales ocasionados por las protestas, hecho que sigue afectando la economía colombiana. La libertad de circulación fue estrangulada en nombre de una causa empática hinchada de probidad, las empresas motor del progreso en cualquier parte del mundo se vieron abismalmente perjudicadas por los bloqueos de las vías esenciales para el suministro nacional, los consumidores encararon una inflación exasperante, una buena cantidad de empleos estuvieron en riesgo, hubo inestabilidad financiera, desabastecimiento de productos vitales de la canasta familiar, entre otros flagelos que embargaron a nuestro país en una conmoción lacerante y funesta.
Lo más descabellado es, cómo lo que inicio bajo un argumento plausible concluyó en una impertinencia desaforada; la voluntad noble y justificada que almibaraba las protestas terminaron afligiendo a los más vulnerables a corto plazo – a quienes paradójicamente se busca en todo momento mejorar su situación- y con una capacidad económica escatimada, sin mencionar las desoladoras bajas humanas de protestantes e integrantes de la fuerza pública. La empatía y la efusión eran justificantes de los vilipendios a quienes pensaban distinto, los sentimientos constituyeron el armazón idóneo contra el sentido común y en un abrir y cerrar de ojos opinar distinto llegaba a ser caustico, la presión de la opinión pública con los disidentes no es una fantasía, es una materialidad.
A pesar de todo, el broche de oro se lo lleva el decreto 1408 del 03 de noviembre del 2021 que tuvo por objeto exigir el carné de vacunación contra el Covid-19, en pocas palabras vacunación obligatoria. Este dictamen constituye uno de las acciones coercitivas más inmaduras que exhibe el adiestramiento al cual están sometidos los civiles. Las reglamentaciones y las imposiciones utilizadas para mitigar la pandemia se transformaron en costumbre y al parecer la ciudadanía convirtió en usual este tipo de disposiciones. En Colombia la libertad es una locución rancia que no constituye nunca objeto de discusión en ningún espacio político, mediático o académico, lo cual es bastante indiscutible cuando se revisa este tipo de medidas que exhortan al individuo a cumplir su papel de individuo, cuidarse a sí mismo, una acción que estriba en su voluntariedad. Creer que el Estado está obligado a no permitir que nos perjudiquemos es admitir nuestra ineptitud para hacernos cargo de nuestra propia vida, lo que demuestra claramente la insania que fustiga a nuestro país, “La libertad significa la libertad de cometer errores. Esto es lo que tenemos que comprender” (Mises, 1959)
Las próximas elecciones se avecinan y de su resultado depende la penumbra en la que se pueden sumir las libertades de los individuos, el año 2022 escenifica incertidumbre, el devenir es inclemente y acerbo, nos hallamos en las fauces del populismo y el combatir con la bestia mientras se está dentro de su hocico significa esgrimir en todo momento la antorcha de la libertad, es necesario ser lo suficientemente briosos para aprender del pasado y velar por el futuro, que 2021 sea el amonesto que necesitamos para seguir defendiendo la libertad y dilucidar la relevancia que esta tiene en nuestras vidas y en una nación. La libertad no es algo que se pueda imponer, la libertad es una pugna que cada quien debe sobrellevar y defender, transformemos la osadía en nuestra mayor victoria.