¿Cómo nace la hegemonía de izquierda en el país? Cuando miramos con atención nuestra historia nos topamos con una constante por mucho inquietante: en palabras de Mario Briceño Iragorry, la traición de los mejores. Venezuela es un país traicionado y nada alimenta más el resentimiento en la sociedad que la reiterada falta de sus líderes. El caldo de cultivo perfecto para que la izquierda construyera su hegemonía en nuestro país.
Al igual que muchos procesos políticos en nuestra historia, la guerra de independencia traía consigo una ilusión enorme. Aquellas promesas de igualdad y prosperidad que en su momento fueron el motor más grande para consolidar nuestra independencia se hicieron polvo al estrellarse con las grandes taras sociopolíticas; consecuencia de un tortuoso desarrollo discrónico. Un fino retrato de este pasaje podemos encontrarlo en el ensayo “La traición de los mejores” de Mario Briceño Iragorry:
“La antigua oligarquía territorial que se había unido al pueblo para crear la República, rompió como he dicho, la transitoria unión y se entregó a cultivar por sí y para sí sola los instrumentos del poder. Los mismos godos antiguos, que habían maldecido a Páez y demás luchadores por la independencia, rodearon con regocijo e interés al nuevo dispensador de los favores públicos”.
Acostumbrados al manejo de la cosa pública, las viejas familias se abrogaron las mismas prerrogativas que en la vieja colonia, al tiempo que la ciudadanía reclamaba al liderazgo político el cumplimiento de aquellas promesas de igualdad. Todo ello en un escenario posguerra y con un liderazgo político sin un proyecto de país común.
Lo que ayer nos había unido como nación pareció quedar enterrado en los campos de batalla de la guerra de independencia, pues desde entonces la disputa, el vaivén por el poder político y el control del territorio nacional intensifico el caudillismo y no por menos nuestro desarrollo discrónico. Como bien lo explica la Doctora Graciela Soriano, en su libro Hispanoamérica: historia, desarrollo discrónico e historia política:
“Tales avances y retrocesos –tras de los cuales se percibe, sin embargo, la voluntad de acercarse a las metas de los países adelantados y la efectiva clausura de etapas- configuran de una manera extraña al tiempo histórico, que no puede interpretarse estrictamente como vectorial ni cíclico (aunque en el fondo predomine la sensación del progreso), sino como un tiempo desestructurado en el que todo parece posible”.
¿Cómo se traduce esto en el nacimiento de la hegemonía de izquierda en el país? En el afán del venezolano de querer importar modelos políticos “modernos y revolucionarios”, que permitan una solución mágica a la realidad política. Todo ello cristalizado bajo la figura de un líder mesiánico, el “único” capaz de conducir al país bajo la incertidumbre que arroja todo episodio de nuestro desarrollo nacional.
Frente al retraso político, social, económico y no por menos institucional de nuestro país durante el siglo XIX, bastaron cien años para que una generación (al menos su gran mayoría) abrazara las ideas del marxismo en contra de las obvias injusticias de nuestro penoso atraso como nación.
La generación del 28, se abrió paso entonces en un contexto internacional idóneo para el florecimiento de estas funestas ideas. Frente al deslumbrante triunfo de la revolución de octubre en Rusia y la promesa del comunismo internacional no falto la “gallardía” en nuestras tierras para replicar semejante experimento.
¿Qué propuestas traía consigo estas organizaciones de izquierda? El parcelamiento de los latifundios y reparto de la tierra entre el campesinado pobre, asistencia social, lucha contra el analfabetismo, revisión de nuestras leyes en el sentido de acondicionar nuestros estatutos al ritmo de la vida moderna, libertad de expresión, autonomía municipal, legislativa y judicial, pulcritud en el manejo de la cosa pública, entre otras. Un seductivo coctel frente a las carencias de la época.
La izquierda desde entonces se constituyó en tres grandes bloques, diferenciados en su forma de encarar la lucha. Tras la muerte de Juan Vicente Gómez, nació en protesta a la suspensión de garantías constitucionales la Unión Nacional Republicana, de origen de izquierda y con cierto viso de clandestinidad. El segundo partido fue ORVE y el tercero el Partido Republicano Progresista. La inclinación del primero (UNR) fue una franca lucha política amortiguada en su peculiar concepción social, ORVE por su parte definía su actividad desde un punto de vista más tecnocrático y por su parte el PRP, traía consigo desde el principio un espíritu combativo.
Además del contexto, es preciso volver a destacar el afán de nuestro liderazgo por importar modelos ajenos a nuestra realidad; en palabras de Ramón Díaz Sánchez:
“Esta influencia (del comunismo), por lo demás se facilitaba por la aguda curiosidad intelectual del venezolano, por su romanticismo dinámico, por su fuerte psicosis revolucionaria y, en fin, por su elemental incapacidad política, cualidades que le preparan para cualquier experimento subversivo”.
¿Cómo actuó la sociedad venezolana para ese entonces y como sigue actuando el liderazgo ajeno a la izquierda hasta ahora? Reaccionariamente.
Con el nacimiento de los primeros grupos y partidos de izquierda, la elite gobernante hasta entonces (latifundistas, allegados a Gómez, el clero, entre otros.) decidió formar los primeros grupos políticos para contrarrestar la influencia comunista. El primero de ellos: Acción Nacional, quienes desde sus filas argumentaban “la defensa del sentimiento patrio, la religión, el hogar, la propiedad, el matrimonio y la paternidad”. Esta fuerza política fue movilizada principalmente por el clero.
Después de su intensa campaña en la sociedad venezolana se abrió paso una fuerza más compacta. La formación del Bloque de Acción Nacional (BAN) logró agrupar otros sectores de la sociedad y su misión primordial era una lucha de carácter frontal contra el comunismo. Se pretendía en aquel entonces formar una fuerza de choque armada y militarizada, sin embargo ante el convulso panorama nacional el General Eleazar López Contreras condenó sus actos por considerarlos una afrenta contra la paz.
Incluso, en el marco de esta batalla política reapareció el partido liberal amarillo y el godismo conservador. Sin embargo, su afán por revivir la vieja política y su inadaptabilidad al cambio hicieron perecer sus intentos. El partido de los viejitos lo llamaban los ciudadanos de forma despectiva.
A principios de 1936 y desde un punto de vista más cultural se abrió paso la liga de defensa Nacional Anticomunista, integrando así a todos los sectores ya nombrados; incluso el sector estudiantil se vio representado con la aparición de la Unión Nacional Estudiantil, liderada por Rafael Caldera quién en aquel momento busco hacer frente a la Federación de Estudiantes de Venezuela, liderada por Jóvito Villalba con una tendencia de izquierda.
Toda esta lucha pareció terminar con el famoso inciso sexto del artículo 32 de la constitución de la República de 1928 que ilegalizaba a las organizaciones de izquierda y permitió la expulsión de muchos de sus integrantes del país, sin embargo como bien es sabida la historia de la izquierda en Venezuela no termino allí.
El acuerdo entre las elites políticas y la reacción a la amenaza comunista solo contuvo por unos años su hegemonía política. A pesar de sus intentos, la incapacidad política de nuestro liderazgo les impidió ir más allá de la reacción circunstancial y atacar de raíz la amenaza marxista: el resentimiento. Ese corrosivo sentimiento que terminó por inundar a nuestra sociedad, se hundía en las mismas raíces de nuestro territorio con cada traición o engaño del liderazgo de turno.
Frente a la pobreza y el malestar estructural, la izquierda no ofreció solución alguna se encargó de relegar la culpa, la cual fue ingenuamente aceptada por el liderazgo político al hacer de Venezuela un Estado clientelar y parasitario. En vano fueron los intentos de algunos sensatos hombres en advertir y trabajar no solo para mejorar las condiciones materiales sino espirituales del ciudadano venezolano, pues ya no era fácil fortalecer los principios de responsabilidad cívica (individual y colectiva) en nuestro pueblo.
“Comodidad e irresponsabilidad han sido, y continúan siendo, los fines perseguidos para sí por las clases oligárquicas que han arruinado el destino cívico de Venezuela que con su torpe conducta está provocando una reacción popular capaz de alcanzar dimensiones catastróficas”, aseguraba Mario Briceño Iragorry.
Y bastante atinadas fueron sus palabras, pues cuando la “sorpresa comunista” que nos hablaba Ramón Díaz Sánchez, en su libro Transición: Politica y realidad en Venezuela, asaltó a nuestro país, el terreno ya estaba preparado. La corrupción había debilitado nuestras instituciones y pervertido los valores democráticos.
“La sorpresa comunista pudiera producirse, empero en un rapto de máxima tensión espiritual causado por alguna desilusión derivada de los actos del Estado”. Una descripción perfecta del 4 de Febrero de 1992 y la consagración del decálogo de la tragedia venezolana: la hegemonía de izquierda.
El asalto al poder del socialismo del siglo XXI con la elección de Hugo Chávez Frías en Venezuela no fue fortuito, su ascenso fue el resultado de la debilidad institucional de nuestro país, de la corrupción y vicio de nuestra sociedad, del sentimiento de impotencia del pueblo frente a la constante falta de sus líderes, por la incapacidad que hemos tenido como nación para dar una respuesta sensata y acorde a nuestra realidad a los problemas sociopolíticos producto de nuestro desarrollo discrónico y que hemos arrastrado como nación a lo largo de estos dos siglos.
¿Queda entonces preguntarse, puede revertirse esta situación? La respuesta será afirmativa en la medida que deje de subestimarse la amenaza comunista en Venezuela y tomemos con responsabilidad las riendas de nuestra nación, como individuos, como sociedad. Permitámonos citar una vez más a Mario Briceño Iragorry:
“Al pueblo, para la plena realización de sí mismo, sólo ha faltado el buen ejemplo de los hombres que alcanzaron las sitios de primacía. El, en cambio, ha presenciado absorto las continuas crisis sufridas por la República, y en ellas ha visto el ejemplo doloroso de la facilidad con que se rompen los vértices morales donde parecía que ganaba máxima altitud la sociedad”
Con una idea clara como nación, que aglutine en su seno la responsabilidad ciudadana, el respeto a la propiedad privada, el estado de derecho, la libertad de expresión, la meritocracia, la defensa de la tradición y el amor patrio, logrará revivir en las futuras generaciones aquellos vértices morales que hoy se hayan rotos por la miseria y la opresión.
Solo así podremos dar fin al decálogo de nuestra tragedia, solo así seremos libres.
Venezuela quiere ORDEN
Por: Joshua T. Céspedes (@joshuatca)
de @OrdenVzla