El costo invisible de las licencias profesionales: un privilegio otorgado por el Estado

Oriana Aranguren estudia Ciencias Fiscales, mención Aduanas y Comercio Exterior, y es cofundadora del capítulo Ladies of liberty Alliance (LOLA) Caracas, desde donde se promueve el liderazgo femenino en el movimiento libertario. También, es Coordinadora Nacional de EsLibertad Venezuela.

(…) en las últimas décadas, el número de empleos que requieren una licencia en EE. UU., por ejemplo, ha pasado de aproximadamente el 5% de la fuerza laboral en la década de 1950 a más del 20% en la actualidad

Oriana Aranguren

Es una creencia común en las sociedades occidentales de que la movilidad social y la prosperidad económica de una persona se fundamenta en el trabajo duro, la innovación y la libre empresa. Y en buena medida es cierto. Pero muchas veces se pretende defender ello en un marco en el que no se critica un obstáculo cada vez más formidable y, a menudo, subestimado, que se interpone en el camino de millones de aspirantes a emprendedores y trabajadores, a saber: el laberinto de las licencias ocupacionales —impuestas por el Estado bajo el estandarte de la “protección del consumidor”, en el que el mismo pretende acreditar alguna profesión, exigiendo que los individuos obtengan un permiso gubernamental para ejercerla—.

Para algunos, la justificación estatal de las licencias profesionales que emite parece loable, por lo cual no lo critican, o incluso lo exigen, pero un análisis riguroso revela una realidad que contradice dicha postura, ya que, lejos de ser un escudo para el público, ese sistema de licencias profesionales se ha convertido en una herramienta de proteccionismo que limita la competencia, infla los precios y, lo más preocupante, erige una barrera sistémica que restringe el acceso a oportunidades laborales, afectando de manera desproporcionada a las poblaciones de bajos ingresos y a los emprendedores. De esta manera, se convierte en una especie de “costo invisible” que frena el dinamismo económico y socava el principio fundamental del derecho a ganarse la vida.

La lógica estatal detrás de las licencias profesionales es simple y seductora: garantizar que las personas que quieren ejercer algún trabajo posean un nivel mínimo de competencia y ética, protegiendo así a los consumidores de daños físicos o fraudes financieros. Y es seductora porque, a simple vista, nadie discutiría la necesidad de licencias rigurosas para profesiones médicos, pilotos de aerolíneas o ingenieros nucleares, donde el riesgo de un error es catastrófico y la asimetría de información entre el proveedor y el cliente es bastante grande. No obstante, es necesario señalar que el problema no reside en la existencia de la licencia en sí, sino en su expansión descontrolada y a menudo ilógica a un espectro cada vez más amplio de ocupaciones de bajo riesgo. De hecho, en las últimas décadas, el número de empleos que requieren una licencia en EE. UU., por ejemplo, ha pasado de aproximadamente el 5% de la fuerza laboral en la década de 1950 a más del 20% en la actualidad, abarcando oficios tan dispares como floristas, decoradores de interiores, guías turísticos, maquilladores y trenzadores de cabello[1].

Es en esta expansión donde la justificación de la “protección del consumidor” comienza a desmoronarse, pues resulta difícil argumentar de manera creíble que un arreglo floral mal ejecutado o una elección de cortinas poco estética representen un peligro significativo para la salud y la seguridad pública. Así, se muestra como los requisitos para obtener estas licencias a menudo parecen arbitrarios y desproporcionados con respecto a cualquier riesgo plausible; por ejemplo, en varios estados de EE. UU., los trenzadores de cabello africano, una técnica ancestral con riesgos mínimos, han tenido que completar cientos, y a veces miles, de horas de formación en cosmetología general —la mayor parte de las cuales son irrelevantes para su oficio— y pagar miles de dólares en matrículas y tasas de examen[2]. Lo cual nos hace inferir que estos requisitos no protegen a los clientes, más bien protegen a las escuelas de cosmetología y a los cosmetólogos con licencia de la competencia de un servicio especializado y a menudo más asequible.

De hecho, el estudio citado explica como muchas veces las regulaciones han surgido por un grupo de profesionales que los exige para limitar la competencia, lo cual es a su vez aceptado por los políticos para asegurarse ciertos impuestos de dichos grupos[3]. De este modo, aseguran ganancias extraordinarias, en la medida en que son superiores en comparación a las de un mercado libre, en donde las personas tienen menos limites de entradas y es la oferta y la demanda, mediada por la competencia, quienes se encargan de regular a los trabajadores, desechando a quienes no presten un servicio de calidad a un buen precio.

Este fenómeno es un ejemplo clásico de lo que los economistas denominan “captura regulatoria”, que refiere a cuando los grupos de interés de una industria —en este caso, los profesionales ya establecidos— influyen en los organismos reguladores y en los legisladores para que creen normativas que les beneficien directamente. Al presionar por requisitos de licencia onerosos, los titulares del mercado logran un objetivo primordial: limitar la oferta de nuevos competidores, erigiendo, como ya se mencionó, barreras de entrada costosas y que consumen mucho tiempo, crean un cartel sancionado por el gobierno, mientras que dichos profesionales existentes pueden disfrutar de salarios más altos y una base de clientes más segura, no necesariamente por ser más competentes, sino porque el gobierno ha eliminado artificialmente a sus potenciales rivales. Entonces, la supuesta “protección del consumidor” se convierte, en la práctica, en una “protección del productor” —así es como se crean los monopolios que tanto critican, de hecho, por lo cual su discurso es doble moral—, porque se tienen productos más caros, no necesariamente mejores, y se limitan de opciones al consumidor[4].

Empero, más allá de la inflación de precios, estas barreras de entrada sofocan la innovación y el dinamismo empresarial. Si partimos de la idea de que los emprendedores son, por naturaleza, agentes de cambio que introducen nuevos modelos de negocio, tecnologías y métodos más eficientes, al existir un régimen de licencias rígido se petrifica una industria en sus prácticas existentes —se vuelve estático—. Y es que, si las regulaciones dictan con precisión cómo se debe realizar un servicio o qué herramientas se pueden utilizar, basados en los métodos de hace décadas, o de ahora, un innovador con un enfoque disruptivo y más eficiente puede encontrarse legalmente excluido del mercado, puesto que choca frontalmente con estas regulaciones en su campo de trabajo.

No conforme con lo anterior, los efectos económicos negativos, el sistema de licencias profesionales ataca directamente la raíz de la movilidad social, porque para las personas de bajos ingresos, esas profesiones que a menudo requieren licencias —oficios manuales, servicios personales, cosmética, entre otros— representan tradicionalmente sus primeros peldaños para escalar en su situación financiera, ya que son trabajos que no siempre exigen un título universitario de cuatro años, pero que ofrecen un camino hacia la autosuficiencia y la creación de un pequeño negocio. Pero las licencias convierten estos peldaños en muros, en procesos costosos en tiempo y dinero, que son recursos con los que muchas veces no cuentan, por lo cual, en la práctica, se les prohíbe salir de su situación.

En esta línea, probablemente los más afectados sean los inmigrantes, ya que a menudo llegan con habilidades y experiencia valiosas de sus países de origen, pero se encuentran con que sus credenciales no son reconocidas, viéndose obligados a volver a capacitarse desde cero, a un costo enorme, para poder ejercer el mismo oficio en el que ya son competentes. También, ¿Qué decir de las licencias que son emitidas en un estado y no son reconocidas en otros, aún dentro del mismo país? En este sentido, encontramos, por ejemplo, que una licencia de cosmetóloga o enfermera obtenida en Texas puede no ser válida en California, lo cual limita sus opciones y/o obliga a la persona a volver a pasar por todo un proceso costosos de recertificación con cada mudanza, creando lagunas de desempleo y una pérdida significativa de ingresos.

Frente a este panorama, es imperativo reconsiderar el enfoque regulatorio, no con la intención de eliminar totalmente el régimen de licencias, sino para que se adopte un principio de regulación menos restrictiva con actividades que no lo requieran, porque el mercado siempre ofrecerá alternativas más inteligentes y menos gravosas que pueden proteger a los consumidores sin aniquilar las oportunidades económicas. De hecho, siguiendo esta misma idea, sería bueno preguntarse: ¿Es necesaria, estrictamente, la regulación estatal en cuanto a las licencias profesionales, o podría dejar de preocuparse por ello y que sea el mismo mercado que cree un sistema de acreditación de competencias a quienes lo requieran? Puede que esta segunda opción no presente los mismos problemas que cuando el Estado interviene. Podría apelarse a un sistema en el que, a diferencia de las licencias otorgadas por el Estado, que son obligatorias para ejercer legalmente, la certificación sea voluntaria, permitiendo a los profesionales demostrar su competencia a través de un examen o una evaluación por parte de una entidad reconocida —gubernamental o privada—, obteniendo así un sello de aprobación que pueden publicitar. Lo dejo a mera reflexión[5].

Otra opción podría ser un registro simple, en el que los profesionales simplemente informan al Estado de su nombre e información de contacto, sin necesidad de cumplir requisitos previos de formación o examen —lo cual permitiría al Estado mantener una lista de proveedores a la que los consumidores pueden recurrir en caso de fraude, facilitando la acción legal, pero sin impedir que nadie entre en el campo—, o simplemente se podría apelar a un sistema de reputación al estilo de plataformas de reseñas como Yelp, Google Reviews o Angie’s List, que han demostrado ser una herramienta de protección al consumidor extraordinariamente potente, ya que la reputación se convierte en el activo más valioso de un profesional.

En suma, el punto a destacar es que el entramado de licencias ocupacionales, aunque nacido de una intención protectora —o al menos eso dicen, porque podemos dudar de sus intenciones—, se ha transformado en una de las barreras más significativas y sigilosas para la movilidad social y la prosperidad económica en la era moderna, en cuanto impone costos invisibles que se manifiestan en precios más altos para todos, una menor innovación y, lo más trágico, en puertas cerradas para aquellos que más necesitan de esa oportunidad de abrirse camino en mejorar sus finanzas.

Con esto en mente, podríamos decir que desmantelar las licencias innecesarias y sustituirlas por alternativas más inteligentes y menos restrictivas, más que una propuesta radical de desregulación, se convierte en un imperativo de justicia, porque, en el fondo, se trata de devolver el equilibrio, de asegurar que la protección del consumidor no sea un pretexto para el proteccionismo de la industria, que el acceso al mercado sea fácil y no un privilegio otorgado por el Estado a unos pocos, y, en suma, de que se reafirme el derecho de cada persona a ganarse la vida y a perseguir un futuro mejor para sí y los suyos.


[1] Ver el estudio —en inglés— realizado por Nicholas A. Carollo, et al. 2025. The origins and evolution of occupational licensing in The United States. Publicado por Nacional Bureau of Economic Research. En: https://www.nber.org/papers/w33580 (Cit. 30/06/2025). Pág. 3. En el texto se explica que este crecimiento se debe tanto a la creación de nuevas leyes para más ocupaciones como a los cambios en la composición del empleo hacia sectores más regulados. Históricamente, las licencias comenzaron en profesiones como la medicina y el derecho, pero durante el siglo XX se expandieron a casi todos los demás sectores, desde servicios personales hasta la construcción (pág. 17).

[2] Ibidem. Págs. 5, 39.

[3] Ibidem. Págs. 3, 5-7, 11, 13, 33. Muchas veces, se pide la licencia para aumentar los costos de entrada —disminuyendo la oferta de trabajadores— y aumentar la demanda de los consumidores si perciben que garantiza una mayor calidad o seguridad, aumentando así las ganancias de las personas que cuentan con las licencias profesionales.

[4] Estudios de instituciones como el Brookings Institution y el Institute for Justice han demostrado consistentemente que las ocupaciones con licencias más onerosas tienen un crecimiento laboral más lento y salarios más altos para los titulares, pero a costa de precios más elevados para los consumidores. Por lo tanto, el sistema de licencias actúa como un impuesto regresivo oculto, porque las familias de ingresos medios y bajos, que son las más sensibles a los aumentos de precios, terminan pagando más por servicios básicos —corte de cabello, fontanería, entre otros—. Nuevamente, como ya se mencionó, el sistema diseñado para “protegerlos” termina por mermar su poder adquisitivo. Al respecto, ver: C. Jarrett Dieterle y Shoshana Weissmann. The licensing logjam. Publicado en Nacional Affairs. En: https://www.nationalaffairs.com/publications/detail/the-licensing-logjam (Cit. 30/06/2025).

[5] Un ejemplo que podemos encontrar de ello son los mecánicos de automóviles certificados por la Automotive Service Excellence (ASE), en donde los consumidores son libres de elegir a un mecánico no certificado legalmente —de cara al Estado—, pero la certificación dada por el sistema les proporciona una señal de calidad fiable, permitiendo que el mercado, y no el gobierno, recompense la competencia. Puede encontrar el sistema en: https://es.ase.com/drivers (Cit. 30/06/2025).

Reino Unido contrapone el aumento de las deserciones de militares rusos con la «narrativa oficial» de Rusia

Los servicios de Inteligencia de Reino Unido han advertido de un aumento de los casos de deserción dentro de las Fuerzas Armadas, fruto en gran medida de la precarización de un sistema y de los abusos a los que son sometidos los militares, que distan mucho de la «narrativa oficial» con la que el Kremlin pretende poner en valor el papel del personal uniformado en plena ofensiva en Ucrania.

El informe, difundido por el Ministerio de Defensa británico, se hace eco de una información del portal independiente Mediazona en el que se da cuenta de más de 20.500 casos de militares que han acabado en los tribunales desde febrero de 2022, fecha de inicio de la invasión.

En este marco, señalan que casi el 90% de estos casos contemplan delitos susceptibles de ser castigados con hasta diez años de cárcel.

Entre el abanico de opciones que pueden llevar a un soldado a desertar, según Londres, figura la «brutal disciplina» infligida en las Fuerzas Armadas, el «mal» tratamiento médico brindado a militares heridos o la «inadecuada» formación militar, habida cuenta de que el despliegue en pleno frente de batalla puede llegar dos semanas después de firmar el contrato y con apenas cinco días de entrenamiento.

La Inteligencia británica entiende que hay una «posibilidad realista» de que los militares procesados por desertar puedan purgar su pena sirviendo de nuevo, aunque en las unidades de asalto Storm-Z, formadas por exconvictos.

EE. UU. revoca el visado de miembros del grupo británico Bob Vylan tras sus cánticos antisionistas

EE. UU. ha anunciado la revocación de los visados para entrar en el país de los miembros del grupo de punk y rap británico Bob Vylan después de que el sábado animaran a la multitud del festival de Glastonbury a corear una consignas antisionistas y contra las Fuerzas Armadas israelíes.

«El Departamento de Estado ha revocado los visados estadounidenses de los miembros de la banda Bob Vylan en vista de su diatriba de odio en Glastonbury, como liderar a la multitud en cánticos de muerte», ha publicado el vicesecretario de Estado norteamericano Christopher Landau.

«Los extranjeros que glorifican la violencia y el odio no son visitantes bienvenidos a nuestro país», ha añadido Landau en un mensaje publicado en su cuenta oficial en X.

Cabe recordar que Vylan es un grupo compuesto por Bobby Vylan, voz y guitarra, y por un baterista con pseudónimo homónimo. El cantante instó al inicio de su actuación en Glastonbury a corear la consigna «Death, death to the IDF!», «¡Muerte, muerte a las FDI!», en referencia a las Fuerzas de Defensa de Israel. «¡Claro que sí! Desde el río hasta el mar, Palestina debe ser, será… inshalá (ojalá en árabe) ¡Será libre!», añadió.

Tras ello, una pantalla en la que se podía leer «Palestina libre: Naciones Unidas lo llama genocidio. La BBC lo llama conflicto», en referencia a la cadena pública británica, que retransmitía en directo el evento.

Cabe señalar que otros grupos presentes en Glastonbury también denunciaron la ofensiva militar israelí en la Franja de Gaza, como CMAT o Kneecap. Tanto la organización como diversos políticos británicos han condenado estas expresiones contra el Estado de Israel o sus Fuerzas Armadas.

Irán pide a EE. UU. garantías de que no volverá a atacar de cara a reactivar las negociaciones

Las autoridades de Irán han afirmado este lunes que EE. UU. debe dar garantías de que no lanzará un nuevo ataque contra el país de cara a reactivar las negociaciones sobre su programa nuclear, antes de asegurar que Washington han comunicado a través de mediadores que desea reiniciar estos contactos, suspendidos a raíz de la ofensiva lanzada el 13 de junio por Israel, a la que se sumó EE. UU. dos días antes del alto el fuego del 24 de junio.

El viceministro de Exteriores de Irán, Mayid Tajt-Ravanchi, ha indicado que, si bien la Administración de Donald Trump ha planteado su deseo de retomar los contactos, «no ha dejado clara su postura» sobre la posibilidad de nuevos ataques durante estas conversaciones, después de que la ofensiva israelí llegara precisamente en medio de un diálogo que tenía previsto un sexto encuentro el 15 de junio en Omán.

«En este momento estamos buscando una respuesta a esta pregunta: ¿vamos a ver una repetición de un acto de agresión mientras estamos entablando un diálogo?», ha especificado en una entrevista concedida a la cadena de televisión británica BBC, en la que ha reseñado que Washington tiene que ser «muy claro sobre esta cuestión tan importante» y sobre lo que «va a ofrecer para generar la confianza necesaria para dicho diálogo».

Así, ha incidido en que Teherán «insistirá» en su derecho a enriquecer uranio con fines pacíficos, a pesar de que EE. UU. ha reclamado el fin de estas actividades, y ha reiterado que el programa nuclear iraní es totalmente pacífico, a pesar de las acusaciones desde Israel y EE. UU. sobre su intención de desarrollar armamento nuclear.

«Se puede discutir el nivel, se puede discutir la capacidad, pero decir que no se debe enriquecer, que se debe tener un enriquecimiento cero, y que si no se está de acuerdo, se bombardeará, eso es la ley de la selva», ha explicado Tajt-Ravanchi, quien ha argumentado además que a Irán se le «denegó el acceso a material nuclear» para su programa de investigación, por lo que debía «confiar en sus propios medios».

En este sentido, ha cuestionado que Irán vaya a replantearse su programa nuclear para alcanzar un acuerdo con EE. UU. que incluya una retirada de las sanciones y el inicio de inversiones en el país centroasiático. «¿Por qué deberíamos aceptar tal propuesta?», se ha preguntado, antes de recalcar que el programa únicamente tiene «fines pacíficos».

Trump señala que Irán podría tener una cuarta instalación nuclear secreta

El presidente de EE. UU., Donald Trump, afirmó que, además de las tres instalaciones nucleares iraníes bombardeadas por Washington la semana pasada, la República Islámica cuenta con una cuarta de similar relevancia.

«Sabíamos que tenían muchos sitios [nucleares principales], probablemente tres más uno. Pero tenían tres sitios principales y sabíamos que tenían que renunciar a ellos», comentó en una entrevista a la cadena Fox News difundida este domingo.

El mandatario señaló que el ataque aéreo estadounidense obedeció al propósito de Teherán de continuar con su programa de enriquecimiento de uranio. «Dijeron: ‘queremos enriquecimiento'(…). Enriquecer es una mala palabra», manifestó.

«No permitiría que eso suceda. Creo que la gente no lo habría entendido si yo hubiera permitido que eso pasara […]. Irán no puede tener un arma nuclear. Han querido eso durante años y estaban a semanas de conseguirlo», aseveró.

Asimismo, el inquilino de la Casa Blanca valoró que el ataque contra la infraestructura atómica iraní «salió bien». «Eso significó el fin de sus ambiciones nucleares, al menos por un periodo de tiempo […]. Lo último que quieren hacer ahora mismo es pensar en [la cuestión] nuclear. Tienen que ponerse de nuevo en forma», concluyó.

Al respecto, Rafael Grossi, director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), afirmó recientemente que Teherán podría comenzar a producir uranio enriquecido «en cuestión de meses», a pesar de los daños sufridos por sus instalaciones nucleares en los ataques estadounidenses e israelíes, cuyo alcance aún son materia de discusión.

Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Seyed Abbas Araghchi, rechazó la solicitud de Grossi de visitar los sitios nucleares bombardeados, confirmando así la decisión del Parlamento nacional de cesar de toda colaboración con el OIEA debido a que la entidad «ni siquiera condenó formalmente el ataque».