Por Leroy Garrett (@lerogarrett).
Un término de nuevo en boga, sobre todo a raíz del surgimiento del movimiento en pro de los derechos a las personas homosexuales o bisexuales, nuestro título está en alemán, significa “Guerra Cultural”, en inglés “Cultural Wars” y su uso está en el tope de la narrativa social mundial.
El origen del Kulturkampf viene del intenso conflicto entre la Prusia de Bismarck y el Papá Pio IX, a mediados de 1870 sobre la extensión del control por la iglesia católica sobre la educación en Prusia, a lo que Bismarck estaba opuesto, entonces el estadista alemán conjugó el concepto consecuencial que acompaña a la guerra cultural, la disputa por la consagración de una educación secular como opción a la laica, Prusia debatía el futuro por el alma de la nación.
Hay una multiplicidad de tipos de guerras culturales y escenarios de confrontación y escenario de batallas, en nuestros tiempos.
Un mundo globalizado imprime esta gama de múltiples escenarios de confrontación que se mezclan entre sí, pero que tienen denominadores comunes.
La guerra cultural, como todas las guerras, tienen un supremo interés económico, por las relaciones de valor creadas por virtud de la nueva manera de control social impuesta o derivada de ella.
El movimiento gay logra hegemonía en las modas y reta convencionalismos que retan a la creación humana misma e inclusive conocimientos comprobados de como él.
Placer íntimo contra natura, acarrea problemas serios de sanidad y controles de salud que por ahora la elección de disfrute o placer sexual encubre.
Pero el movimiento tiene aspiración de poder y su éxito en conquistar poder político asoma cambiar las bases mismas de la civilización tal y como la conocemos.
Por su componente económico y rector de cambios a la vida y tradiciones, el bando de la ofensiva dentro de las guerras culturales enfrentan enconadas reacciones, el detonante de la violencia.
La ideología comunista, antes evangelio redentor, ahora fracaso clandestino en búsqueda insistente del poder como factor criminalizador, y así seguir controlando pueblos destruyendo las actividades económicas licitas y haciéndose con las ilícitas, y en su acometida en pro de la desigualdad y crimen, tiene hoy seguidores que representan un gran caballo de Troya de nuestros tiempos, capaz de camuflarse y beneficiarse, aliándose a los movimientos más condenables de la tierra tanto radicales o no ortodoxos, inclusive de derecha para tiranizar sus pueblos.
¿Les parece familiar lo arriba dicho? Estas fuerzas en ferviente guerra cultural anuncian intermitentemente síntomas preocupantes, por ejemplo: el renacimiento de perversiones basadas en odio y racismo como la ideología nazi, aquí en los Estados Unidos, caldo de cultivo basado en temores a la inmigración incontrolada y el desplazamiento de la mayoría blanca como
Poseedora suprema de los modos y medios de producción, la raza del “destino manifiesto“, hoy con grandes sectores en pánico de ser superados.
En buena medida, el nazismo Americano, que se develó así mismo de nuevo durante los eventos de Charlottesville en 2017, posee los mismos disparadores que le permitieron acceder al poder en la Alemania de la gran depresión de los años 30.
De ellos se desprenden grupos adoradores de teorías conspirativas como Qnon y otros grupos que usan las redes sociales como herramienta de influencia y dirección, un fenómeno notable y de consecuencias preocupantes.
Nosotros en Venezuela hemos sido tomados por el neocomunismo, una élite aliada a las causas más abominables de nuestro tiempo, criminales sin disimulo, todo empezó hasta folcloricamente, con el difunto contrapunteando con Cristóbal Jiménez los domingos, luego el odio a Páez, la decapitación de Colon, la destrucción de la clase media y los trabajadores petroleros, la condena a la música de las orquestas tradicionales como Billo’s y Melódicos calumniadas como música “Adeca”, la castración de expresiones culturales como la telenovela, el humor, y la división de la vida republicana a tasajazos de melón, que el difunto gustaba hacer con la espada de Bolívar.
Por supuesto ellos buscaban apoderarse del alma de nuestra nación, no han podido, la han secuestrado, pero no han podido, es una élite contra legem, egoísta totalmente aferrada al poder, apátrida y entreguista —aunque en la oposición el entreguismo ha sido descarado también—, pero hablamos de una nación en resistencia. Somos ocho millones afuera, miles presos y otros a duras penas vivos, dentro de nuestro territorio, la mayoría nuestros ancianos.
El error, imperdonable de quienes han podido normalizar esta tangente histórica pavorosa, al no importarle, no querer o no combatir esta pavorosa guerra cultural, con la coincidencia de saber quienes son, sin importar asociarse y cohabitar con ellos, es un delito a la par de esta invasión descarada y aniquilante del chavismo.
Para ellos —opositores colaboracionistas y chavistas— una vez rescatada la nación —que debe probarse como capaz de enjuiciar y encarcelar a los culpables de donde venga— se juega su destino de derrotar esta guerra cultural y sanar nuestra alma.
Pero esta guerra por el alma de nuestra nación ya no la ganaron, estuvieron condenados a perderla desde el principio, al final son otros gorilas dictadores pertenecientes al club Baby Doc Duvalier.