Los indicadores de la economía real para China dan cuenta de un proceso de estancamiento, en contraposición con el repunte económico de Estados Unidos. El sector industrial está en retroceso, y constituye una de las columnas vertebrales de la economía del gigante asiático.
China se dirige al estancamiento más severo de las últimas décadas. El índice oficial de gestores de compras (PMI) del sector industrial se situó en los 49,7 puntos básicos al término del mes de agosto, un valor que cada vez que cae por debajo de los 50 puntos sugiere una retracción del nivel de producción manufacturero.
Se trata de la quinta caída consecutiva que tiene este indicador en lo que va del 2023, tanto por una menor demanda externa como también por un menor consumo a nivel doméstico.
Por su parte, el índice PMI del sector no industrial alcanzó los 51 puntos básicos al cierre de agosto, marcando una ligera desaceleración con respecto a los 51,5 puntos registrados en el mes anterior. Mientras la industria se enfrenta a la recesión, el resto de la economía no logra compensar el impulso y también se desacelera (principalmente por el impacto del sector inmobiliario y la construcción).
El régimen de Xi Jinping se enfrenta al agotamiento de su política económica, manifestado por la desaceleración de las exportaciones, la crisis del mercado inmobiliario, y las altas tasas de desocupación en los más jóvenes (una estadística que fue deliberadamente censurada por la dictadura).
La actividad económica de China se expandió un 0,8% en el segundo trimestre del año, y creció un 6,3% con respecto al mismo período de 2022 (muy por debajo del 7,1% esperado por los mercados).
Bajo este panorama la meta de crecimiento anual en torno al 5,5% no podrá cumplirse, y más bien se acercará a una cifra similar a la que tienen las economías desarrolladas (que crecen menos pero mantienen un estándar de vida muy superior al que tiene China).
El gigante asiático coquetea peligrosamente con caer en la “trampa de los ingresos medios”, ya que si modera sus tasas de crecimiento hacia un ritmo similar al que tienen los países desarrollados, entonces la convergencia sobre su nivel de vida (el PBI por habitante propio de un país desarrollado) no se podrá concretar nunca.
Todo esto condujo a una mayor devaluación del Yuan-Renminbi frente al dólar estadounidense, que alcanzó la paridad más alta observada desde diciembre de 2007. El tipo de cambio de China acumuló una devaluación del 6,6% en comparación con el mismo mes del año pasado, y casi un 6,8% en lo que va del año.
Esto impactó de lleno en el Banco Central de Argentina, ya que dentro de sus escasísimas reservas internacionales se constituyen en yuanes. Así como la revaluación del dólar genera acreencias positivas para la autoridad monetaria, la devaluación del yuan implica el efecto contrario.