Asesor de Milei en Argentina propone romper relaciones con el Vaticano y la Iglesia responde

El economista Alberto Benegas Lynch, uno de los principales asesores del candidato a presidente de Argentina, Javier Milei, provocó un revuelo en las últimas horas de la campaña al proponer la ruptura de las relaciones con el Vaticano.

«Por consideración y respeto a mi religión católica creo que habría que imitar lo que hizo el presidente ]Julio Argentino] Roca y suspender las relaciones diplomáticas con el Vaticano, mientras allí prime el espíritu totalitario», advirtió Benegas Lynch el miércoles por la noche, durante el cierre de campaña de Milei.

En medio de ovaciones, el referente de 83 años, a quien Milei define como «un prócer del liberalismo», aclaró que asumía de manera individual sus dichos, aunque van en línea con el enfrentamiento que el candidato ha sostenido con el papa Francisco, a quien alguna vez definió como «un representante del maligno en la tierra».

También ha acusado al Papa Francisco de influir de manera indebida en la política argentina y a nivel internacional. En concreto, expresó:

«[El papa] tiene afinidad por los comunistas asesinos (…) además es alguien que considera a la justicia social como un elemento central y eso es muy complicado», dijo Milei el mes pasado, durante una entrevista con el periodista estadounidense Tucker Carlson.

Por ello, esta semana el Papa Francisco le respondió de manera velada, ya que, sin mencionar directamente el nombre del candidato, alertó sobre «la trampa» que representan los «flautistas de Hamelin» que aprovechan las crisis para encantar a la gente y la terminan ahogando.

«A veces, los chicos y las chicas se aferran a milagros, a mesías, a que las cosas se resuelvan de manera mesiánica. El Mesías es uno solo que nos salvó a todos. Los demás son todos payasos de mesianismo», señaló el Papa en entrevista con Télam, la agencia estatal de noticias de Argentina.

Estado, gobierno, Dios y orden social

Por Roymer Rivas[*], coordinador local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico

Si alguien le pregunta: “¿Qué es el Estado?”, ¿Qué respondería? (…)

Seguramente diría que es una institución necesaria para el avance de la sociedad, ya que presta sus servicios al público y vela por el bienestar de todos; después de todo, esto es lo que nos han “enseñado”; desde pequeños nos bombardean con misiles ideológicos al decir que el Estado “es necesario para mantener la paz en la sociedad”, nos lo pintan como una entidad “afable” que vela por el bienestar de todos, cuando en realidad es totalmente lo opuesto. Y esta afirmación no la hago desde el vacío, no es una opinión lo que estoy emitiendo, estoy hablando de hechos, y conocerlos es de superlativa importancia.

He conocido personas que se hacen del dicho “la ignorancia es una bendición”, y puede que tengan cierto grado de razón, dependiendo de las circunstancias en las que se aplique el pensamiento; pero cuando se trata del sistema que rige cada campo de acción de su vida, en mayor o menor grado, entonces la ignorancia de su mecanismo es una maldición, en la medida en que sufrirá, como lo sufre hoy, como lo sufrimos todos, las consecuencias de dejarse engañar y controlar por un sistema que le consume y es culpable de la mayoría —por no decir todos— de los problemas que acaecen a la sociedad en la que nos desenvolvemos. Hoy pretendo explicar por qué es un error ver el Estado tal y como se concibe hoy, y te invito a leerme con pensamiento crítico, poniendo en duda incluso este texto. Sin más que agregar, inicio.

El Estado, lo que no es

La palabra “estado” proviene del latín status, que se refiere a condición, prestigio, posición, rango, y, a su vez, éste  deriva del verbo stare, que significa “estar de pie” o “estar parado”. Con esto en mente, piense en los dos siguientes puntos: cuando alguien está “de pie” se encuentra por encima de quienes están sentados; a su vez, como el termino indica rango o prestigio, puede que todos estén parados, pero él es quien está por arriba de todos ellos. Con esto quiero mostrar que El Estado está conformado por personas que tienen una posición de poder por encima de todos los demás. Y nótese que acabo de decir que “está conformado”, porque El Estado en sí mismo no es una persona, no es un ser racional, más bien, es una entidad conformada por personas que están organizadas jerárquicamente y que tienen la condición de mandar a otros.

De esto se infiere entonces que no todo el mundo es El Estado, porque no todos tenemos el rango como para estar por encima de otros y ejercer fuerza para que hagan lo que queremos; es mentira que “todos somos el Estado” o, para decirlo de forma más romántica, es mentira que “El Estado es el Pueblo”. Esta falacia, que confunde al Estado con la sociedad, queda al descubierto cuando hacemos el mismo razonamiento que hizo Murray Rothbard: parafraseándolo, si realmente todos fuéramos El Estado o el gobierno, entonces cualquier arbitrariedad que éste le haga a alguien no podría considerarse de injusto o tiránico, sino que también es “voluntario de parte del individuo involucrado”; si le debiéramos al estado, entonces “nos lo debemos a nosotros mismos”; si alguien es condenado a prisión por expresar ideas contrarias al gobierno, entonces no hay nada grave en ello, porque, en realidad, “se lo hizo a sí mismo”; si el Estado o gobierno asesina a alguien, entonces no fue un asesinato, sino un suicidio[1]; y así se pueden seguir con los ejemplos, pero creo que esto es suficiente para ilustrar el punto.

Ahora bien, la cosa no para allí: es necesario desdeñar y desmitificar toda buena creencia referente a esta entidad…

El Estado definido

Está bien, el Estado “no somos todos”, son solo unos pocos quienes lo conforman, pero ¿Está bien eso? ¿Es correcto que unos pocos gobiernen sobre otros? La respuesta a esta pregunta dependerá de otra ¿Cómo se forma y ejerce ese gobierno? Si el gobierno se forma mediante acciones voluntarias y, al mismo tiempo, es aceptado voluntariamente, entonces es legítimo, no cabría ningún tipo de problema; porque podríamos salir de él cuando quisiéramos. Sin embargo, éste no es el caso.

Desde su génesis, el Estado es resultado de la coacción, es violencia pura, y surge cuando cierto grupo de humanos se dan cuenta que tienen la suficiente fuerza de someter a otros para amoldarlos a lo que ellos quieran y como quieran, con el fin de conseguir lo que ellos quieran. Por este motivo, tanto en el pasado como en el presente —en donde se justifica la entidad con el “interés general” y no se concibe un mundo sin él—, el Estado es resultado del interés de la casta que tiene el poder y lo ejerce para someter a los demás.

No tengo la intención de hablar detalladamente sobre la historia del Estado para ilustrar la reflexión con hechos históricos, eso escapa de los fines del presente escrito y, además, para eso contamos con obras como las de Gaston Leval[2], Franz Oppenheimer[3] y Anthony de Jasay[4] –obras que recomiendo leer acérrimamente–, aquí solo me limitaré a exponer con argumentos lo que en esencia es la institución.

En esta línea, si estudiamos toda la historia humana, con todo lo anterior presente, tenemos que el Estado puede resumirse entonces en las siguientes palabras: gobierno de coacción ilegitima de humano sobre humano. A esta coacción, en donde unos pocos modifican el comportamiento de otros a través de la violencia para alcanzar sus fines a costa de otros, Oppenheimer la llamó “medios políticos”; y contrasta con los “medios económicos” del que el ser humano se ha valido y ha desarrollado gracias a la aplicación de sus facultades mentales, que le permiten valerse de los medios a su alcance para conseguir fines propios a través del trabajo y el esfuerzo, lo que a su vez les permite valerse de sí mismo mientras ayuda a otros en el camino, aún sin darse cuenta de ello o quererlo deliberadamente.

Hoy todavía existen personas que piensa que puede salir algo bueno de esto, engañados esperan que El Estado venga a solucionar sus problemas, pero no se dan cuenta que el mismo posee una dinámica propia, totalmente apartada de la sociedad —a pesar de que los regímenes democráticos traten sin éxito de ocultar este hecho—, y que esa dinámica no es otra que utilizar todos los medios violentos a su alcance para hacer valer su palabra cuando quiera, como quiera y donde quiera, siempre en detrimento de la libertad individual de las personas. Entender cómo se constituye, mantiene y lo que es naturalmente el Estado —coacción continua, hoy violencia sistemática e institucionalizada— da paso a la plena comprensión del siguiente hecho: la mera existencia del Estado es igual a la existencia del Socialismo; y, por consiguiente, una discusión del tamaño del Estado es en realidad una discusión de cuanta dosis de Socialismo debe soportar la sociedad.

El hombre en la búsqueda o construcción del poder siempre dio origen al Estado. Esa acción siempre le llevó a ponerse por arriba de otros, sometiéndolos a su voluntad con la amenaza de emplear la fuerza contra aquellos que no ajustasen a sus directrices. Surge de esta manera, después de evolucionar durante un periodo muy dilatado de tiempo, las instituciones políticas tal y como las conocemos hoy, que son medios más sofisticados de arremeter contra los actores sociales sin que ellos se den cuenta de ello en algunas ocasiones.

El Estado en el presente

En la actualidad nos encontramos con una entidad abstracta que se divide en un conjunto de instituciones o poderes —tradicionalmente: ejecutivo, judicial y legislativo; pero también se le suman, en el caso de Venezuela, el Ciudadano y el Electoral—, que terminan subdividiéndose en conjuntos y subconjuntos de poderes más pequeños repartidos en todo el territorio de la nación —regiones, estados federales, municipios, parroquias—, y que debe velar por el bienestar social. ¡Qué contradicción tan grande!

En principio, todo esta maraña estructural esconde el fundamento del Estado, solo funge como una cortina que oculta todo un complot detrás de ella: El Estado no son instituciones, ellas no piensan por sí mismas, El Estado es un ente abstracto conformado por personas que, como ya mencioné, se organizan jerárquicamente con el objetivo de ejercer poder sobre la sociedad —claro, siempre diciendo que por el famoso “bienestar general” o “bien común”—. Ya lo dijo Frederic Bastiat: “El Estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo se esfuerza en vivir a expensas de todo el mundo”[5], es la gran realidad en donde un grupo se aprovecha del trabajo de otro.

Ahora, si bien todo esto consigue establecerse gracias a la violencia —sin violencia, no hay Estado—, consigue ser aceptado mediante el culto y la imaginación; si le pide a alguien que le explique detalladamente qué es el Estado, no le sabrá responder concretamente, a lo sumo, esa persona apelara a cómo está constituida su nación, a las líneas de un mapa o a los símbolos patrios para dar respuesta. Pero esa persona sabrá fácilmente que, en el fondo, la institución no es más que un gobierno de coacción ilegitima de humano sobre humano que se mantiene gracias a dicha coacción.

Es por esta razón que se puede afirmar que buena parte de los males de la humanidad se deben a una única cosa: El Estado; el humano o un grupo de humanos valiéndose de su fuerza para coaccionar a otro hombre o grupo de hombres; el hombre ambicionando poder, pero no por el simple hecho de ambicionarlo, sino para usarlo para sus propios fines en detrimento de otros. Si bien puede que no sea la causa de todos los problemas, sí constituye un limitante en la resolución de los mismos.

Dios, la biblia y el Estado

Todo lo anterior tiene incluso sustento bíblico o teológico: la palabra de Dios indica que “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”[6], para dañar la misma existencia humana. Fuera de los desastres naturales, las grandes atrocidades que han ocurrido en toda la historia de la humanidad, y siguen ocurriendo, como guerras o hambre, tienen el mismo nexo causal o limitante para resolverlos: El Estado —tal y como lo hemos definido aquí—.

No es de extrañar que —para quienes creen en un Dios creador— el primer Estado que menciona la Biblia, dirigido por Nemrod, quien es fundador de ciudades y de sistemas políticos de gobiernos, intenta establecerse como una oposición directa a Dios y sus propósitos[7]; incluso, muchos después de que el mundo se alejara de Dios, su pueblo escogido —Israel— carecía de este tipo de gobierno coactivo, pues, era dirigido directamente por él a través de portavoces como, por ejemplo, Moisés[8].

Otro hecho es que, después de años, como estaba previsto, Jesucristo llega a la tierra y se tiene que enfrentar a Satanás, donde en una oportunidad éste lo tienta ofreciéndole “todos los reinos del mundo” si le rendía un acto de adoración[9], pero Jesús lo rechaza; lo que hace pensar lo siguiente ¿El Diablo podía ofrecer algo que no le pertenecía? Claramente no, si ese fuera el caso, entonces no hubiera constituido una tentación para Jesús, puesto que era imposible que el Diablo le diera algo que no era suyo; por tanto, para que Satanás le ofrezca “todos los reinos de la tierra”, tenían que ser suyos; por lo que llegamos a una conclusión lógica: si el Socialismo es la idea o creencia del Diablo, entonces el Estado es la personificación del mismo.

Todo el sistema político mundial yace bajo el poder del inicuo, es Satanás quien está a cargo de los Estados del mundo[10]; de tal modo que se puede decir que los políticos, esos que conforman el Estado y que viven a costa de los demás, por muy buenas intenciones que tengan, son los representantes visibles del Diablo en la tierra. En adición, es necesario destacar que Jesucristo en otra oportunidad huyó hacia las montañas cuando vio que el pueblo quería hacerlo Rey[11] y que el fin de todos los gobiernos humanos –de los Estados del mundo– es la destrucción[12]. El resumen Bíblico es claro[13], el Estado es una entidad del mal, así que no se puede esperar buenos resultados cuando se apela al mismo para satisfacer las necesidades humanas.

Resumen de lo que es el Estado

En conclusión, El Estado es un ente parasitario, invasivo y muchas veces asfixiante, un ente que tiene una dinámica propia y se vale de los medios políticos para conseguir sus fines —que son los de las personas que lo conforman—; por tanto, no importa quien se haga con el poder, porque el sistema tiene los mecanismos y el incentivo suficiente para corromper a esa persona o, en caso de no corromperla, no dejarle hacer nada que vaya en contra de la naturaleza de la misma institución. Por tal motivo, la política institucional que conocemos hoy —políticos, sistema de partidos, Democracia, o cualquier otra cosa que se le parezca— no es el medio para solucionar los grandes problemas de la humanidad[14]; es, más bien, el único causante de los mismos.

Habiendo explicado lo anterior, se puede afirmar entonces que El Estado es el gran enemigo de la humanidad —y de Dios—. Además, la misma dinámica propia del Estado hace que todo aquel que piense que puede controlarlo, modificarlo o usarlo para el bien social sin causar más males que los bienes que intenta crear, tiene altas probabilidades de pecar de iluso; es más utópico el controlar o limitar el Estado, que vivir en sociedad sin él. En última instancia, el Estado, valiéndose de la violencia sistemática e institucionalizada, modifica el comportamiento humano en contra de su voluntad y limita al hombre de una satisfacción mayor en su búsqueda de la felicidad.

Las grandes guerras del pasado y del presente, y demás problemas de las sociedades pasadas y presentes, surgen o no encuentran solución por los Estados del mundo. La monarquía, minarquía, socialdemocracia, el conservadurismo, corporativismo y las demás grandes corrientes o variantes del Socialismo, como el socialismo de mercado, autogestionario, soviético, científico, cristiano, el sindicalismo y todo lo que la mente pueda imaginar, tienen un punto en común: el ser humano dominando por coacción ilegitima a otros humanos; por tanto, todas esas concepciones son Socialismo. Puede que cambien en intensidad, matices y/o colores, pero son esencialmente lo mismo. Cualquier concepción de alguna institución que se valga de la coacción para modificar el comportamiento de otros, de los medios políticos y no de los económicos, en pos de conseguir fines propios, es una aberración que atenta contra la propiedad y la libertad y, por tanto, es Socialismo. Sin más, termino esta sección repitiendo las siguientes palabras: la mera existencia del Estado es Socialismo; y, por consiguiente, una discusión del tamaño del Estado, cuán grande o pequeño debe ser, es en realidad una discusión de cuanta dosis de Socialismo debe soportar la sociedad.

Algunas aclaraciones finales

            Quiero terminar acotando que he sido especifico al momento de definir lo que es el Estado, he dicho “gobierno de coacción ilegitima de humano sobre humano”, por lo que se puede inferir que pueden haber gobiernos de coacción legitima de humano sobre humano para poder mantener el orden social —que es lo que en particular defiendo, de hecho—. Muchas personas tienden a confundir el concepto de “Estado” con el concepto de “Gobierno”, y esto es un grave error; en principio, la existencia del Estado es solo un modo de gobierno, no el único. Algunos libertarios bisoños tienden a caer equivocadamente en (i) la aversión a todo tipo de gobierno y a (ii) todo tipo de coacción, sin darse cuenta con esa postura solo alimenta —y con razón— la creencia de que todo sería un caos si no existiera el Estado.

            La discusión sensata no es si debe haber gobierno o no, sino en cuál es el mejor modo de gobierno —fuera del régimen estatal, que claramente no lo es— para que la sociedad se organice en paz y armonía. Empero, tocaré el tema de las diferencias entre los conceptos de Estado y Gobierno en otro ensayo, donde me adentraré además en ese tipo de orden social sin Estado, pero con gobierno.


[1] Murray, Rothbard. 1974. El Igualitarismo como Rebelión Contra la Naturaleza y Otros Ensayos. Auburn, Alabama. Segunda edición publicada en el 2000 por el Ludwig von Mises Institute. Cap. 3: Anatomía del Estado, pág. 49.

[2] Leval, Gaston. 1978. El Estado en la Historia. Publicado por Editorial Zero.

[3] Oppenheimer, Franz. 2014. El Estado, su historia y evolución desde un punto de vista sociológico. Traducido por Juan Manuel Baquero Vázquez y publicado por Unión Editorial. (La versión original fue publicada en Alemania en el año 1908 bajo el título: Der Staat).

[4] De Jasay, Anthony. 1985. The State. Publicado por Indianápolis, IN: Liberty Fund, Inc. Existe una versión en español traducida por Rafael Caparrós Valderrama y publicada en 1993 por Alianza Editorial bajo el título: El Estado: la lógica del poder político.

[5] Bastiat, Frédéric. (1848). El Estado. Publicado en el Diario de Debates. La versión consultada es la que se encuentra en “Frédéric Bastiat: Obras Escogidas” (2009), segunda edición publicada por Unión Editorial.

[6] Eclesiastés 8:9.

[7] Génesis 10:8-12; 11:1-5. Según la costumbre de la antigua Babilonia y Asiria, el término “cazar”, no solo se aplicaba a animales salvajes, sino también a campañas militares emprendidas contra personas como presa; por lo que hay derramamiento de sangre humana de por medio —violencia—. Esta acción se realizaba por puro placer.

[8] Todo esto lo podemos observar cuando estudiamos la Biblia desde Adán y Eva hasta la época de vejez del profeta Samuel —libros desde Génesis hasta 1 Samuel cap. 8—. Es necesario destacar que la época de Reyes que inicia en Israel después de su solicitud —que había causado enfado en Dios y les dijo que sufrirían las consecuencias de tener un gobierno humano (1 Samuel 8:9-22; 10:17-25)—, dado que habían rechazado su autoridad. Dios sabía que era imposible que surgiera algo bueno para la humanidad de este tipo de gobierno de humanos sobre humano, sin embargo, al principio inicia bajo la tutela de Dios; es decir, los reyes no menoscababan la soberanía de Dios, sino que éste permitía que se sentaran en su trono (1Cronicas 29:23) y los reyes se tenían que apegar a los estatutos que Dios establecía: y cuando no lo hacían, todo el pueblo sufría las consecuencias (Deuteronomio 17:16-20; 1 Samuel 12:13-15, 20-25) —algo que, en mayor o menor grado, iban a sufrir sí o sí, no podía ser de otra manera; toda la historia bíblica de los Reyes lo ilustra; pero mientras más alejado de los estatutos de Dios y, por tanto, más cerca de los estatutos humanos estuvieran, peor—.

[9] Mateo 4:8-10

[10] 1 Corintios 4:4 dice claramente que el Diablo es “el dios de este sistema de cosas” o “de este mundo”. Un sistema que surge desde el principio como rebelión del ser humano en contra de Dios.

[11] Esto lo podemos ver en Juan 6:15. Ahora, piense en lo siguiente: si el hombre más grande de todos los tiempos, un ser perfecto, el hijo de Dios, rechaza ser Rey –aunque fuera una proclamación popular–, entonces es porque sabe que no podrá hacer un bien plenamente bajo este sistema de gobierno, porque no importa quién sea el que gobierne, es el sistema el que no funciona. Él se opuso a que lo introdujeran en la escena política porque sabía claramente que su gobierno “no era parte de este mundo” (Juan 18:36).

[12] Revelación o Apocalipsis 16:13-16; 17:9-14.

[13] Para quienes no creen en lo que dice la Biblia, el escenario no cambia; aplica tanto si el ser humano evoluciono durante miles de años como si fue creado por un Dios inteligente. Las obras citadas que hablan sobre la evolución y mecanismos del Estado no toman en cuenta a Dios para nada.

[14] Estimo que por lo menos no el medio primario. Con esto quiero decir que puede que sea necesario en un momento apelar a estos medios —puesto que es la realidad en la que estamos sumergidos en el presente— para convalidar las demandas de una sociedad que pide “Libertad”. Pero este escenario requiere un análisis profundo que escapa del fin de este texto.

[*] Redes sociales del autor; instagram: @roymer_rivas / Twitter: @RoymerRivas

¿Por qué el Derecho se basa en la previsión y no en la coacción?

Por Ilxon R. Rojas, coordinador local de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

Introducción

Hoy es común oír hablar a las personas de sus derechos; derechos sociales, derechos humanos, derechos ambientales, etcétera. Casi cualquier persona que piensa en el ejercicio de sus derechos muy probablemente asume que se trata de algo que le es permitido hacer porque existe una autoridad que se lo autoriza y que, en esa medida, le protege de efectuar esas actividades según unas normas establecidas por esa autoridad de tal suerte que, de no acatarlas, las consecuencias podrían ser perjudiciales para el infractor.

Siendo así, los individuos en un sociedad bajo un Estado no acatan sus normas de forma exclusivamente voluntaria[1], sino por evitar un mal para sí mismos, es decir, por la conveniencia de no salir perjudicado al incurrir en su incumplimiento, o si se quiere, por saberse facultados con lo que la autoridad estatal le ha permitido hacer mediante esas normas que ha impuesto. Estas variables siguen en pie, con independencia de que algunas de estas normas logren coincidir con las nociones morales adoptadas por la cultura social en que son impuestas, pero también, con independencia de la notable deficiencia en la aplicación de estas normas por parte de quien según la propia norma, corresponde su aplicación[2].

De una u otra manera, lo anterior significa que lo distintivo o característico de estas normas, su leimotiv, es que se piensan, se crean y se aplican atendiendo siempre a un principio de coacción o de control coactivo. Y es a este tipo de normas a las que estamos acostumbrados y a las que el sentido común del individuo contemporáneo ha conformado con asignarle el título de “Derecho”; por lo que, en efecto, es de esperarse que se piense lo jurídico no más que como un conjunto de normas impuestas por un Estado para regular la conducta humana en la sociedad.

Esta forma de comprender lo jurídico es típica del positivismo iusfilosófico, de especial raigambre estatista y cuya teorización más representativa la hallamos en el pensamiento de juristas como Hans Kelsen, Adolf Merkl y, más adelante, Herbert Hart. Mientras que para Kelsen el Derecho es un conjunto de normas de estructura formal, basadas en la fórmula imputativa de condición-consecuencia, esto es, la relación entre el hecho ilícito y la sanción,[3] que expresa un ordenamiento coactivo de la conducta[4]; para Hart, en cambio, el Derecho no solo tiene que ver con “las órdenes respaldadas con amenazas de sufrir algún daño”[5], sino también con mandatos facultativos y potestativos —una idea que postula revisitando el concepto de “normas secundarias” que el propio Kelsen había previsto en su “Teoría pura”[6]—. Hart argumenta que las normas del Estado no son siempre coactivas, en el sentido de que no solo imponen amenazas de castigo a las conductas de los individuos, sino que también confieren “facilidades o potestades a ciertos individuos para que lleven a cabo sus deseos”[7]. A tal respecto pone como ejemplo las normas estatales que permiten crear contratos, realizar testamentos, contraer matrimonio, o en el caso de las normas que rigen a los jueces, las que tienen por objeto definir como estos deben aplicar las normas, o en palabras de Hart, se trata de normas que definen “las condiciones y límites bajo los cuales sus decisiones serán válidas”[8].

Sin embargo, esto es un error, puesto que esa diferencia hartiana entre las normas que ordenan conductas bajo amenazas de castigo —formuladas con mayor claridad en materia penal— y las normas que sólo definen las conductas, para luego inferir que estas últimas no son coactivas, es solo una estratagema semántica para eludir el hecho de que, aun cuando las normas definen las conductas facultantando a los individuos o dotándolos de potestades, tales conductas están siendo restringidas en su campo de acción; campo que al encerrar una supuesta legalidad y que, además, al no verse satisfecha en la práctica, trae como consecuencia para los individuos la misma coacción de la que se afirmaba en principio su ausencia, porque la coacción, por definición, no solo se basa en castigos o amenazas de castigos para disuadir las conductas, se basa también en imponer mediante fuerza incontestable formas de actuación a los demás.

Por ejemplo, en el caso que ilustra Hart del matrimonio se tiene que, si una norma estatal define las condiciones y requisitos —llamémosle formalidades— de cómo debe efectuarse la celebración de los matrimonios, sucede que, aun cuando el incumplimiento de tales formalidades haga susceptible al matrimonio solo a nulidad y no a un castigo previsto en la propia norma, esas formalidades y esa consecuencia jurídica anulatoria prevista por esa norma implica igualmente coacción en la medida en que dicta el cómo deben las conductas —de todas las conductas posibles par tal fin— restringirse, en este caso, en su deseo de contracción nupcial al cual aspiran los individuos. Así, toda norma estatal es por necesidad coactiva, o para ser más precisos, requieren obligar coactivamente, a diferencia de, tal como veremos más adelante, las normas jurídicas auténticas basadas en la previsión interindividual.

La característica coactiva de las normas estatistas no son algo casual o accidental, sino un aspecto ligado a la naturaleza coactiva del Estado, pero también es atribuible a la ausencia de cognición que tienen los legisladores políticos para informarse de las variables presentes en el proceso social que se requiere para coordinar el binario conducta-norma sin acudir a la coacción. De todos los escenarios contingentes en que las conductas pueden coordinarse para satisfacer sus deseos, en este caso, de contraer matrimonio, los legisladores sólo pueden especular unos pocos, y por eso solo crean normas restringiendo el campo de las acciones humanas a unas pocas variables que imposibilitan el resto de los escenarios posibles y probables.

La coacción hoy sigue siendo —y seguirá siendo— el único fundamento de las normas estatistas —y es lo único en lo que piensan los juristas cuando hablan del Derecho, aun cuando algunos juristas como Hart negaron reconocerlo—. Quizá el dilatado tiempo de aclimatación cultural es un síntoma que ha hecho posible que se internalicen estas ideas en gran parte del cuerpo social. El sentido común a veces es la reproducción ideológica de algún filósofo difunto. Y los juristas, aun con todo el conocimiento que tienen sobre la historia de derecho, sobre la filosofía y la teoría política —o que se supone que se exige en su formación continua— muy rara vez han sido capaces de ver en la naturaleza de estas normas éste yerro que ha pesado y sigue pesando con el pasar vetusto de los siglos hasta nuestros días.

En adelante, veremos la problematización de este error, intentando mostrar una teoría de la naturaleza del Derecho que a nuestro juicio consigue adecuarse con mayor precisión a la realidad jurídica. Esto a la luz de hacer ver que no es sino la previsión el fundamento —aunque no el único— que sirve de hilo conductor para la génesis del Derecho y su desenvolvimiento en la vida en sociedad.

2. En busca de la naturaleza del Derecho.

Se dice que el estudio del Derecho es parte de las ciencias sociales. Las ciencias sociales estudian la sociedad, y la sociedad está evidentemente compuesta por seres humanos. Estos seres humanos actúan, se relacionan, crean lazos, costumbres, símbolos, normas, lenguajes, valores, en definitiva, elementos culturales. Esos elementos son dinámicos, móviles, procesuales, de modo que en sus entrañas, cualquier ciencia que quiera abarcar esta serie de fenómenos que allí se muestran debería abrazar métodos, problemas, teorías, cálculos y modos de análisis desde una perspectiva que remite a un objeto de estudio que para el científico social se muestra complejísimo.

Buscar la naturaleza del Derecho es buscar lo que identifica al Derecho como algo presente en la realidad social para servir como objeto de estudio de la ciencia jurídica, o en otras palabras, es buscar lo propio de sí del Derecho para estudiarlo científicamente[9]. Asi, en medio de ese ardua faena, si se presta atención a cómo los juristas indagan en la realidad social para encontrar en ella algo que puedan identificar como Derecho, es fácil distinguir como casi todos circundan el siguiente camino:

Primero, asumen que el Derecho debe ser o constituir algo que ayude o contribuya a que en las relaciones sociales se pueda mantener un orden, una armonía social, una situación de paz, justicia y seguridad para todas las personas.[10]

Segundo, al encontrarse con que las relaciones sociales parecen ser “caóticas o azarosas” y por ello “incontrolables”, aducen que esto es un obstáculo para alcanzar lo que han supuesto qué debe ser la contribución del Derecho como objeto al que identificar para estudiar científicamente.

Tercero, como la respuesta a la incógnita por la naturaleza del Derecho no permite ser hallada en el seno de la propia dinámica social —o que se halla en condiciones insatisfactorias—, se infiere que el Derecho debe ser algo superior a la sociedad, algo más poderoso que ella, algo que la ordene, que permite calibrar ese desorden imperante en las relaciones sociales. Se pone en marcha lo que ya hace más de un siglo señalaba Bastiat: “…la funesta disposición que es común a todos los reformadores sociales —fruto de la enseñanza clásica— que consiste en colocarse fuera de la humanidad para componerla, organizarla e instituirla a su antojo.”[11]

Y cuarto, se justifica entonces la identidad entre el Derecho y el Estado como detentador de ese poder superior, el ordenador supraindividual. Luego, por la consecuencia lógica de sus premisas, se asevera que debe ser el Estado quien tiene que crear y aplicar el Derecho mediante unos mandatos que ordenan las conductas de los individuos en sociedad, unos mandatos que han de conformarse como “normas jurídicas”, permitiendo así, encontrar a los juristas un objeto claro para una ciencia de lo jurídico.

A la par de ese proceso de identificación y asimilación —que puede ser también parcial o total— entre Derecho y Estado, se intenta ver en esas “normas jurídicas” algo que las diferencie del resto de las normas que pueden hallarse en la realidad social —normas sociales, morales, religiosas, etc.—, despejando de esa lista de normas aquellas que se supone que son las jurídicas, y a propósito de ello, es conveniente precisar su nota coactiva, de imposición mediante aplicación de fuerza incontestable. Es lo que hace plausible tal diferencia.

Ahora bien, este método o modo de proceder para identificar lo jurídico es un equívoco desde el principio, por cuanto resulta de una simplificación de lo que no es en su naturaleza simplificable, de una separación de lo que no es separable, sino sólo distinguible. Esa separación y esa simplificación parecen más una idea que nos hacemos sobre las cosas, que algo que importa a las cosas mismas, algo que quizá, ya en tiempos modernos, ha resultado propicio para intentar ordenar racionalmente el mundo. Es el espíritu cartesiano que recomienda la regla analítica de separar los problemas en tantas partes simples sea posible para resolverlos sintetizando luego esas partes[12].

A nuestro juicio, creemos que lo más sensato a la luz de esta realidad compleja no es pensar en una separación racional de la realidad social para explicar cada uno de sus elementos profundizando en cada uno de ellos, especializándolos. Esto es un error por defecto. La profundización intelectual sectorizada puede resultar necesaria para comprender una parcela de la realidad, pero es esteril para comprender la complejidad de su extensión. Este es el pecado de los especialistas, o como dice Nozick: “Una forma de actividad filosófica [que] es como empujar y llevar cosas para que encajen dentro de algún perímetro establecido de forma específica.”[13]

Con esta tendencia, los juristas, en su búsqueda de desentrañar lo jurídico de la realidad social, suelen incurrir en serios problemas metodológicos y epistemológicos. Les ocurre con “lo jurídico” lo que dice Latour de los sociólogos al investigar “lo social” de la realidad. Según Latour, los científicos sociales siempre han querido postular la existencia de un tipo específico de fenómeno llamado «sociedad», llámese “orden social», «práctica social», «dimensión social», “clase social”, «estructura social», etcétera. Pero estas especificidades no traducen el objeto de investigación, son más bien comodidades intelectuales. La realidad es que, en rigor, tal como dice Latour

“…el orden social no tiene nada de específico (…) no existe ninguna dimensión social de ningún tipo, ningún «contexto social»; ningún dominio definido de la realidad al que pueda atribuirse la etiqueta de «social» o sociedad» (…) no existe ninguna «fuerza social» que pueda «explicar» los aspectos residuales de las que otros dominios no logran dar cuenta.”[14]

En pocas palabras, quienes se obnubilan con los mares de su disciplina, imposibilitan ojear que la configuración del entrelazamiento de sus saberes con el resto de saberes, responde a una complejidad tan intrincada que, para comprenderla, es menester estudiarla no como si de objetos aislados se tratase sino como un todo, esto es, holísticamente. Este acercamiento a la complejidad ante la tendencia simplificadora del conocimiento, puede apreciarse en las reflexiones de Edgar Morin. Para este pensador la ciencia requiere adoptar el paradigma de lo complejo, debe reconocer “el tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen el mundo fenoménico.”[15]

Por eso, al reconocer esta complejidad patente de la realidad fenoménica, aparecen como insuficientes las disciplinas por sí solas, o como dijimos, los sectores especializados del conocimiento, por lo que, siguiendo a Morin, es menester, un abordaje de esa complejidad con arreglo a un enfoque transdisciplinario, pero no como mero diálogo entre disciplinas —mera interdisciplinariedad—, sino como dice el mentado pensador parisino: un atravesamiento de esquemas cognitivos entre disciplinas.[16] 

Por lo tanto, si queremos entender algo como el Derecho, se requiere el involucramiento y atravesamiento adecuado de las disciplinas humanísticas y filosóficas que más parecen incidir en los estudios sobre la sociedad, tales como la sociología, la antropología, la ética, la psicología, la economía, la lingüística, entre otras. A tal efecto, el Derecho no puede resumirse a una sola cosa, no puede ser coacción, no puede ser ausencia de coacción, no puede ser el Estado, no puede ser la sociedad, ni siquiera previsión por sí sola aunque la misma constituya, tal como veremos, importante para aunar su totalidad. Derecho, debe constituir algo más en ese bagaje cultural. Debe ser un objeto de estudio integral y complejo. Pero ¿Por dónde empezar? Parece que lo más prudente es dar inicio a pensar en lo que hacen las personas y como estas se relacionan, o como dice Latour “in media res[17].

2.1. El Derecho, la previsión y otros engendros.

Las personas hacen cosas, actúan siguiendo valores e intereses. Los primeros morales, sociales y culturales, y los segundos económicos y políticos. Cuando estos valores e intereses no pueden conciliarse o compatibilizarse, se crea el conflicto y con ello, nace la violencia, la coacción. En cambio, cuando ocurre lo contrario aparece una norma o regla. La norma es la coincidencia entre intereses interindividuales y valores compartidos, es un catalizador potencial de relaciones sociales armónicas. Pero también, en este punto la norma o regla se muestra como algo opuesto a la coacción. La norma es producto del acuerdo y la cooperación interindividual. Ergo, dada una aspiración humana a preferir las normas antes que el conflicto, la paz antes que la violencia, esto quizá por su tendencia inmanente hacia una gregariedad funcional a los intereses de cada particular con arraigo en su acción racional dirigida a fines[18], es plausible afirmar que, en la medida en que ciertos valores guían a las conductas, estas respondan a elementos culturales que se orienten hacia la pacificidad y los intereses se inclinen a evitar el conflicto o a mitigar sus costes. En ese sentido, parece coherente que para el surgimiento de una norma es necesario tomar las previsiones para evitar la coacción o mitigar su surgimiento en la mayor medida posible.   

Un ejemplo por antonomasia de esto, se da en el intercambio de bienes y servicios, el comercio. Antes del acto de comercio, los individuos que participan en el mismo no actúan pensado en la posibilidad de enfrentar un conflicto, de ejercer la coacción o la violencia, sino en la probabilidad de evitar o mitigar su surgimiento. En tomar previsiones para alejar de la realidad las posibilidades de su aparición. Es la prioridad en sus expectativas de intercambio exitoso porque el conflicto les aleja de las probabilidades de obtener lo que quieren, de satisfacer sus intereses y no ver estropeada en la práctica la noción estimativa de lo que intuyen justo o adecuado. Así, de los intereses de cada persona y de la estimación moral, social y cultural que de cada hecho las mismas conciben y comparten, aparece la norma como resultado del acuerdo, la colaboración y la cooperación.

Pero esto trae consigo dos factores importantes que inciden en la aparición de la norma: (i) la temporalidad de la previsión y (ii) la sofisticacion de los intrumentos de la previsión. El primero de los factores, supone que a más tiempo especulando los escenarios que permitan prever cómo evitar o mitigar la coacción por parte de los participantes, más potencialmente eficiente será la aparición de la norma; por su parte, el segundo factor implica que a mayor sofisticacion de los intrumentos de previsión, con mayor eficiencia será, también, la aparición de la norma.

Estos instrumentos de previsión pueden ser tan variados, complejos y contingentes como la realidad misma. Un sondeo rápido nos permite mencionar algunos: instrumentos de tipo tecnológico, como teléfonos o cámaras de seguridad, de tipo sociológico y cultural como conductas o hábitos socialmente admitidos como corteses, educados o saludables, de tipo lógico y lingüístico como los argumentos o la retórica de los discursos, de tipo psicológicos como los factores persuasivos, o del tipo que podríamos considerar prejurisdiccional si es que se llama a un tercero en el acto jurídico para que sirva de árbitro previsional. Todos esos instrumentos de previsión pueden combinarse y adaptarse o mezclarse según la circunstancia, por eso resulta tan difícil categorizarlos, nombrarlos o clasificarlos. Lo anterior solo puede verse como un ensayo de como pudieran desmenuzarse, pero en la práctica la variabilidad es abrumadora, lo cual después de todo nos pone bajo la égida del paradigma científico para ahondar en una realidad social que se nos muestra tal como es: compleja, complementaria y, por ello, susceptible a ser investigada a merced de una mirada transdisciplinaria.

Ahora bien, respecto al segundo factor, pueden existir también en la práctica, ventajas interindividuales para la creación de una norma. Por lo tanto, es de esperarse que lo que más contribuye a equilibrar o disminuir estas ventajas, es que existan en el entorno en que se producen esas normas, tantos objetos como procesos y mecanismos que permitan ampliar la gama de instrumentos de previsión para que se permita un mayor sofisticacion de los mismos, a tal punto, que puede afirmarse que a mayor sofisticacion de los instrumentos de previsión a manos de la mayor diversidad de personas posibles, se disminuye la temporalidad de previsión. Una es inversamente proporcional a la otra debido a que muchos de los instrumentos de previsión son creados pensados para ponderar la eficacia de las necesidades humanas, lo cual repercute en menos tiempo de especulación de los participantes para la creación de la norma. 

Por ello, se tiene entonces que la norma es un esquema de previsiones interindividuales, el resultado de un encuentro entre las pretensiones reclamativas de los individuos, tal como afirmara en su momento Bruno Leoni[19]. O si se quiere, como dice Recasens Siches, la norma como un pedazo de vida humana objetivada[20], o también, Carlos Cossio en la medida en que postula a la norma como la representación intelectual de las conductas humanas en interferencia intersubjetiva.[21][22]

Por otra parte, como se ha visto, la norma tiende a nacer con mayor eficiencia allí donde las factores que inciden en su aparición resultan ser más eficientes, los cuales, están relacionados con la información que tienen los participantes en su producción, auspiciada, a su vez, por la información aprehendida por los que mediante sus instrumentos de previsión pueden servirse por la información que los creadores de tales instrumentos pensaron previamente, lo cual supone un entorno social en el que estos y aquellos actúan y se relacionan de forma libre, libre de crear y recrear.

Este proceso de creación y retroalimentación de información para la consecución de unas relaciones sociales pacíficas, donde se tienda a evadir en la medida posible la coacción,[23] es el corazón del Derecho. El Derecho es la concretización de unos valores, unas conductas y unas normas, bajos unas condiciones que hacen posible las instituciones jurídicas como los contratos, el crédito o el matrimonio, producto de la reiteración de la información que permite estandarizar las normas, homogeneizar los valores y coordinar conductas. Esta tendencia hacia estandarización de la normas, es el fundamento de la legislación consuetudinaria, aquello que convierte a las normas en un código de adopción general y de obligación social aceptada por un conjunto de individuos.[24]

2.2. Algunas objeciones posibles.

a. La coacción imprevisible.

Esta dilucidación de lo que a nuestro juicio responde a la naturaleza del Derecho, puede intentar ser objetada argumentando que en la realidad social pueden aparecer modos de coacción no previsibles, como robos o extorsiones. A lo cual, cabe responder que si bien las previsiones de los individuos no son omniabarcantes, por la sencilla razón de que no somos seres omniscientes, las previsiones aplican también para estos casos. El robo y la extorsión no están fuera del estudio científico del Derecho, son actos que el derecho combate, son actos antijurídicos, y al ser así, las previsiones de los individuos detentores de derechos de propiedad, van a tender a especular respecto a mecanismos y sistemas para eludir o prevenir tales delitos, o en caso de ocurrir sin previsión alguna, se tiene que en un sociedad libre, a razón de la coordinación de la información, las previsiones de los individuos se van a orientar hacia captura de los autores y hacia la aplicación de las penas más adecuadas para el resarcimiento del daño causado. En el caso de delitos contra las personas, las penas pueden ser aplicadas en la medida en que tales previsiones han especulado cuales deben ser los castigos proporcionales,[25] aunque hoy no podamos prever cuáles podrían ser esas penas porque no hay posibilidad de que los individuos puedan especular respecto a este tópico debido a las vicisitudes prácticas que supone el monopolio estatal del “derecho” penal.

b. La coacción legislativa.

Puede objetarse que lo que hemos llamado legislación consuetudinaria, entendida en los términos expuestos aquí, al convertirse en un esquema legal relativamente homogéneo, debe por necesidad ordenar las conductas, restringiendo el campo de acción humana y por lo tanto, ser consideradas coactivas. Pero esto no tiene por qué ser así. La legislación consuetudinaria es dinámica, y su dinamicidad no es azarosa o antojadiza —este último es el caso de la legislacion politica— ya que avanza al ritmo con que se moviliza la sociedad —o las previsiones interindividuales y las evolución moral de la cultura social—, es una respuesta adecuada a las necesidades de los individuos en connivencia con la moralidad imperante en el entramado social adoptado por estos. La legislación consuetudinaria evoluciona al ritmo de la sociedad, así como solía suceder, tal como se evidencia en muchísimos estratos de la historia, como por ejemplo, en los primeros siglos de Roma[26].  

c. Instituciones jurídicas no sujetas a previsión. 

Por otra parte, a nuestro juicio quizá el Derecho tenga en su seno unas cuantas aristas de naturaleza un tanto distantes a la previsión, aunque no por completo exentas de los criterios expuestos aquí. Se trata de ciertas instituciones jurídicas no contractuales o actontractuales, tales como las instituciones familiares, así como, pudiera pensarse también, en el derecho infantil y el derecho animal. Sin embargo, consideramos que aun así se mantiene la afirmación de que el núcleo del Derecho no es la coacción, no es su espíritu, no es su razón de ser. Pero por honestidad intelectual, aducimos que estos tópicos requieren un estudio aparte ya que exceden el propósito de este breve texto. Empero, con toda seguridad, nuestras premisas se mantienen muy a pesar de que quienes conciben un mundo jurídico como administración e imposición de la violencia no puedan evitar asumir el Derecho sin que la solución deba ser siempre la coacción y el control social; pues en cambio, quienes concebimos un mundo jurídico que tiende a ser pacifico, creemos que la solución es la responsabilidad y la cooperación como uno de los signos de la libertad humana.

Conclusiones

Hemos visto que el Derecho es un fenómeno social complejo, y que al asumir esa realidad debemos abordarlo desde una perspectiva transdisciplinaria. Esto nos lleva a notar que una de las notas distintivas para su génesis es la previsión interindividual, ya que de tales previsiones nacen las normas, pero el asunto no termina ahí, dado que puede apreciarse como en todo el entramado de relaciones sociales, las conductas se ponen en marcha guiándose por ciertos valores —sociales, morales, culturales—,[27] conjugandose así, tres aspectos o ingredientes indispensables para totalizar lo que a nuestro juicio responde a la naturaleza del Derecho: las conductas, los valores y las normas.

Esta postura no es nueva, es típica en los filósofos del Derecho cultores del tridimensionalismo jurídico. El Derecho es un fenómeno tridimensional. Para Miguel Reale,[28] el Derecho conjuga esas tres dimensiones. Él las llama dimensiones fáctica, axiológica y normativa. Sin embargo, aunque en consonancia con esa dilucidación de la naturaleza del derecho, preferimos sustituir la dimensión factual del derecho por una dimensión que llamaremos praxeológica, puesto que lo factual, hablando de los hechos como una de las dimensiones del Derecho, carece de sentido por cuanto los hechos no son en sí una dimensión sin el sentido que a esos hechos les da la presencia de la acción humana. Los hechos sólo tienen sentido porque son acciones humanas las que dotan de sentido al entorno en que esos hechos ocurren.

Por su parte, la dimensión axiológica es todo un campo de discusión y disquisición teórica que no corresponde precisar en este breve texto. Solo basta con sostener tres cosas: primero, que el conjunto de valores son una parte indispensable para comprender la complejidad del fenómeno jurídico y su desenvolvimiento social; segundo, que lo más plausible para comprender su integración como parte fundante e inseparable, aunque distinguible, de la naturaleza del Derecho, es aducir que su producción y desenvolvimiento es similar a lo que ocurre con el surgimiento de la legislación consuetudinaria en el sentido que se ha expuesto aquí, esto es, la estandarización de normas adoptadas de manera espontánea, indeliberada, no sujeta a una programa superior o externo a la mera dinámica social.

Luego, tenemos la dimensión normativa —también llamada normológica, dikelógica o nomotética— como una dimensión que a simple vista parece ser la más obvia del resto. Tanto es así, que resulta entendible el reduccionismo que han hecho los positivistas-normativistas de ella para explicar la naturaleza del Derecho. Craso error.

Conviene destacar aquí, que como se ha hecho una distinción importante entre norma y legislación, esto es, la norma como resultado de acuerdo y colaboración basada en el encuentro entre previsiones interindividuales, y la ley como una extensión estándar de las normas adoptadas por la sociedad, vale decir que este concepto de legislación está en las antípodas de lo que hoy suele llamarse legislación, puesto que cuando se habla de la misma, se hace referencia a la legislación política, al conjunto resultante de individuos que actúan como representantes del resto de los individuos en la sociedad y con ese talante se dedican a la producción de “normas jurídicas”.

Esta producción de leyes basadas en el poder político impide u obstaculiza el proceso espontáneo de generación de normas estandarizadas, de legislación consuetudinaria, debido a que la legislación política como órgano del poder público estatal, funciona como un monopolio, y por tanto, es un organización coactiva porque no deja paso a la entrada del ejercicio de esa misma actividad a otros sectores de la sociedad.[29] En este sentido, la legislación como norma estandarizada es algo que hoy se halla en un estado de pauperización que se hace casi imperceptible, irreconocible.[30] 

Además, el Estado, como artífice detentor de esa coacción, ha invertido los roles del fenómeno jurídico, puesto que, como hemos demostrado, en la sociedad, las personas acuden a la previsión como el elemento indispensable para perfeccionar y armonizar las relaciones jurídicas, en cambio, el Estado, ha hecho de la coacción —lo contrario a la previsión— la piedra angular de lo que para su funcionamiento, quiere hacer ver como norma jurídica. Pero como la norma jurídica es un esquema de previsiones interindividuales, y el Estado no produce normas con arreglo a este requisito fundacional de la aparición de las normas, no es correcta la afirmación de que el Estado crea normas jurídicas. En todo caso se puede afirmar que el Estado impone esas normas coactivamente, lo que en efecto, permite afirmar, a su vez, que en ese momento dejan ser normas jurídicas para ser meros mandatos, y al no concebirse como resultado de las relaciones jurídicas de las personas para evitar o mitigar la coacción, sino como el promotor monopólico de esta, vale decir también, que a la inversa de lo que se cree, el Estado y su legislación política son lo contrario a la norma jurídica. Los mandatos del Estado son un conjunto de previsiones antijurídicas.

Pero la antijuridicidad del Estado es mucho más profunda que la mera inversión de la producción, significado y contenido de las normas jurídicas auténticas. Si el Derecho es un fenómeno social que contempla tres dimensiones que hemos identificado como praxeológica, axiológica y normológica, conviene decir que el Estado sólo cumple con una de ellas, esto es, con la dimensión praxeológica, puesto que el Estado es un conjunto de individuos organizados burocrática y políticamente, y en esa medida, es imprescindible en su seno la acción humana.

No obstante, no cumple con el resto de las dimensiones del Derecho porque, por un lado, no puede atribuirse la adopción de la dimensión axiológica aunque los individuos que actúan en su seno puedan verse guiados parcialmente por la nociones estimativas recogidas por le proceso social, y por otro lado, tampoco cumple con la dimensión normológica porque no crea normas jurídicas auténticas ni legislación exenta del poder político monopólico y por eso mismo, sin la presencia del control coactivo, tal como hemos demostrado. 

Finalmente, por lo sustentado aquí, es fácil apreciar que, de todo eso que comentamos al principio respecto a los derechos de los que hacen alarde las personas, puede asegurarse que no son más que afirmaciones carentes de sentido. Es una alusión infundada, una creencia basada en unas supuestas normas jurídicas que proporciona o confiere el aparato del Estado; en síntesis, son una serie de ficciones jurídicas. El Estado no puede otorgar lo que no puede producir ni crear, y menos cuando produce lo contrario a lo que se exige que produzca. El único derecho verdadero que nos puede otorgar el Estado, es el derecho de ignorarlo, tal como afirmaba Herbert Spencer.[31] 


[1] No vamos a discutir aquí si el mecanismo democratico consigue representar la voluntad de la población.

[2] Deficiencia material y temporal.

[3] Cuya identidad ineludible se halla en el Estado, de tal suerte que, este es visto como un “orden jurídico». Vease Kelsen, Hans. 1960. Teoría pura del Derecho. N.p.: Nuevo Mundo. p. 139.

[4] Ibid. p. 70.

[5] Gómez, Daniel G. n.d. “El concepto de derecho en Hart” Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas UNNE. p. 284

[6] Vease Kelsen, Hans. op cit., pp. 76-78.

[7] Gómez, Daniel G., op cit., p. 285.

[8] Ibid. p. 286.

[9] No confundir con ontología jurídica. Para una crítica a la ontología en general véase Sierra-Lechuga, C. (2022) “¿Qué es reología? Breve tratado de reología apto para todo público” Revista de Filosofía Fundamental, N°2, pp. 169-197.

[10] Lo que la doctrina ortodoxa llama “los fines del Derecho”.

[11] Bastiat, Frederic. 2003. La ley. N.p.: CEES. p. 51.

[12] Véase Descartes, Rene. 2010. Discurso del método. Madrid: FGS. pp. 47-48.

[13] Nozick, Robert. n.d. Anarquía, Estado y utopía. N.p.: Titivillus. p. 10. Interposición mía.

[14] Latour, Bruno. 2008. Reensamblar lo social. Una introducción a la teoría del actor-red. N.p.: Manantial. p. 15

[15] Morin, Edgar. n.d. Introducción al pensamiento complejo. N.p.: Gedisa. p. 32

[16] Ibid. p. 158

[17] Latour B. op. cit., p. 47

[18] Véase Weber, Max. 1964. Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva. México: Fondo de cultura económica. p. 20

[19] Véase Leoni, Bruno. 2003. Lecciones de filosofía del derecho. Madrid: Unión Editorial  

[20] Véase Recaséns Siches, Luis. 2008. Tratado General de filosofía del derecho. México: Porrúa. pp. 97-105

[21] Véase Montilla Pineda, B. 1954. “La egología jurídica de Carlos Cossio.” Estudios De Derecho

[22] Todas estas definiciones deben ser tomadas con pinzas.

[23] Y aun cuando se hace presente mitigarla en la mayor medida posible.

[24] Puede tomarse esto como “Derecho consuetudinario”.

[25] Es muy probable que se trate de castigos de carácter patrimonial.

[26] Véase  Ariès, Philippe, y Georges Duby. 1985. Historia de la vida privada. Del Imperio Romano al año mil. N.p.: Titivillus.

[27] Es válido aducir que como estos valores están destinados a crear normas jurídicas y articularse con ellas en su producción y aplicación para la consecución de la legislación consuetudinaria, pueden englobarse dentro de un solo espectro que podemos llamar “valores jurídicos”. 

[28] Véase Reale, Miguel. 1997. Teoría tridimensional del derecho. Una visión integral del derecho. Madrid: Tecnos

[29] Véase Dupret, Baudouin. n.d. “Pluralismo jurídico, pluralidad de leyes y prácticas jurídicas: Teorías, críticas y reespecificación praxiológica.” European journal of legal studies.

[30] Aunque hoy es posible vislumbrar ciertos escenarios en los que existen normas estandarizadas precisamente allí donde la influencia del Estado es casi nula, como las redes sociales, el mundo de las criptomonedas o el comercio internacional.

[31] Véase Spencer, Herbert. 2020. Estática social. N.p.: Innisfree. pp. 199-207.

EsLibertad rechaza de manera categórica la Ley injusta de Zimbabwe que apuntará contra los disidentes del gobierno

El pasado 14 de julio, el presiente de Zimbabwe, Emmerson Mnangagwa, ratificó una ley que castiga los actos «no patrióticos» y que fue criticada por la oposición porque amenaza la libertad de expresión y crítica al Gobierno, en aquel momento justo antes de las elecciones generales previstas para agosto.

Cabe mencionar que la ley, conodico como Proyecto de Ley Patriótica, ya había sido aprobada por la Asamblea Nacional (Cámara Baja) del país el pasado mes de junio, pero aún debía ser ratificada por el mandatario zimbabuense para ser incluida en el código penal.

En este escenario, por considerar que la ley es negativa, en la medida en que la norma es demasiado vaga y se utilizará para suprimir la disidencia y las críticas al Gobierno, debilitando así los derechos de las personas, la organización Estudiantes por la Libertad emitió un comunicado donde exige al gobierno de Zimbabwe que revise la ley, pues atenta contra las libertades individuales necesarias para el desarrollo personal y de la sociedad.

En este sentido, el comunicado en concreto expresa textualmente lo siguiente:

«Estudiantes por la Libertad rechaza de manera categórica la Ley injusta de Zimbabwe que apuntará contra los disidentes del gobierno 

Recientemente, el presidente de Zimbabwe, Emmerson Mnangagwa, firmó la propuesta de Ley para la Codificación de Ley Criminal y Reforma a la Enmienda, también conocida como “La Ley Patriota.”

Esta peligrosa iniciativa limitará la libertad de expresión, asociación y tránsito de los ciudadanos. En algunos casos, llega a criminalizar estas prácticas. Representa así un ataque directo contra las libertades de las personas e instrumentaliza a las instituciones para la persecución política de la disidencia.

En Estudiantes por la Libertad (SFL por sus siglas en inglés), valoramos y defendemos la libertad en todo momento y en todo lugar, debido a que es el principal ingrediente de una sociedad civilizada y pacífica. Como nuestro CEO, Wolf von Laer expresó: “La diversidad de opinión, libertad de expresión, y el derecho a la libre asociación son elementos fundamentales para el desarrollo de una sociedad. Una nación con políticas restrictivas, donde se limita la libertad, está destinada al fracaso.”

Estudiantes por la Libertad le exige al presidente Mnangagwa que revise esta Ley, la cual constituye una amenaza a los derechos civiles y libertades de los ciudadanos si se llega a poner en prática.

También le demandamos a la comunidad internacional a prestar más atención al desarrollo de esta medida abusiva perpetrada por el gobierno nacional de Zimbabwe y que presione a las autoridades para evitar su implementación.»[*]


[*] Estudiantes por la Libertad (SFL, en ingles) es una red de estudiantes pro-libertad de rápido crecimiento alrededor del mundo. Así, su misión es educar, desarrollar, y empoderar a la siguiente generación de líderes de la libertad y se enorgullece de ser la organización estudiantil pro-libertad más grande del mundo. Esto se logra a través de nuestra estrategia de empoderamiento, identificando a los líderes estudiantiles y entrenándolos para que sean agentes de cambio en sus comunidades.

Inflación de derechos: hacia una pérdida del verdadero concepto de derecho

Por Roymer Rivas, coordinador local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

En la actualidad, muchos son los políticos, organizaciones y movimientos que exigen “derechos” en nombre de la humanidad para solucionar lo que les parece un problema en la sociedad. En aras de satisfacer estos deseos, cada vez son más legislaciones que crecen para abarcar “derechos” que hasta el momento no estaban contemplados y, de esta manera, poder garantizar los mismos a las personas —como si por arte de magia se crearan derechos y solucionaran problemas solo con redactar y sancionar pedazos de papel con tinta desde el congreso de cada país—. Empero, a mi juicio esto es un horror y, en consecuencia, no pueden esperarse ningún tipo de bien de tales exigencias y decretos de derechos deliberados, que encaja perfectamente en el concepto de “constructivismo moral”, en la medida en que son acciones deliberadas las que buscan organizar a la sociedad —o enmarcar las acciones de los individuos— según la cosmovisión de algunos.

¿Qué es un derecho? ¿Puede crearse deliberadamente? ¿Qué implica las diferentes respuestas que pueden darse a estas preguntas? Reflexionar en este punto puede ayudarnos a caer en cuenta de que somos víctima y testigo de la profundización de uno de los mayores actos de corrupción que ha ocurrido en la historia de la humanidad, a saber, la perversión de la institución social llamada “Ley” y, junto con ello, del concepto de “derecho”. En este texto me propongo hacer lo propio, intentando demostrar que, al igual que pasa con una moneda cuando se emite sin reparo, el concepto de derecho se desvirtúa y pierde su razón de ser cuando comienzan a “emitirse derechos sin ningún tipo de respaldo”.

La ley y los órdenes espontáneos

Como todo lo que ha resultado en la creación y el buen mantenimiento de la extensa civilización en la que estamos hoy sumergidos, la ley es una institución que surge de las interrelaciones entre humans, cada uno buscando sus propios intereses y coordinando sus acciones en función de otros para aumentar la probabilidad de éxito en la consecución de sus fines. En este proceso, ciertas acciones resultan ser percibidas como beneficiosas, por lo que comienzan a enmarcar todas las acciones de todos los actores sociales, repitiendo los patrones de conducta en un periodo dilatado de tiempo, dando paso a la “ley”. Esto se sustenta en una alta valoración intersubjetiva del patrón de conducta, es decir, que todos los actores, aunque no necesariamente comparten los mismos pensamientos, fines, medios y/o circunstancias en sentido absoluto, tienen en alta estima el patrón y comienzan a copiarlo, incluso de modo inconsciente.

Para que todo lo anterior se dé es necesario un ambiente de libertad, pues es ésta lo que hace posible que se coordinen los actores. La libertad es la condición que hace posible las instituciones, incluyendo la ley. De no respetarse la libre acción del human, —metafóricamente— se diseccionan todos los miembros y órganos del cuerpo social que por naturaleza se mantienen unidos, sin ningún tipo de ayuda externa —en circunstancias normales—. En este sentido, no puede pretenderse crear deliberadamente con una o varias mentes algo que surge, no de las mentes en sí mismas, sino de la interrelación de mentes de todos los miembros de la sociedad.

Ante el hecho de que el proceso que da paso a las instituciones solo es posible en un escenario en concreto —libertad—, es necesario hablar un poco sobre lo donde se sustenta y todo lo que implica este término.

La libertad, el human y la ley

A efectos prácticos, imagine una escalera: cada escalón se conecta con el que le precede y el que le sigue de forma directa, y al subirlo usted se acerca cada vez más a la meta, pero algo que comúnmente no se ve a simple vista es que, al mismo tiempo, cada uno de los escalones se encuentran de alguna forma conectados entre sí por un soporte —suponga laminas y cabillas— que les sostiene a todas. Extrapolando el ejemplo, tenemos una secuencia de escalones: (i) el human existe y actúa; (ii) toda acción del human es prospectiva, es decir, con vista hacia el futuro con el objetivo de hacerlo presente —alcanzar una meta proyectada a futuro para tenerla en el presente—; (iii) no solo existe un individuo human, sino una especie entera que se interrelaciona entre sí; (iv) cada individuo busca fines particulares, pero como el mundo que habita es de recursos finitos repartidos de una u otra manera entre los miembros de la sociedad, tiene que contar con la acción de otro para alcanzar sus fines, así cada actor actúa en función de otro, consciente o inconscientemente; (v) en la interrelación surge nueva información que regulará todo el proceso, una información que será aprovechada según la subjetividad de cada individuo; (vi) alguna de las informaciones que surgen son tan buenas que espontáneamente comienzan a enmarcar la acción de todos los individuos —surgen instituciones, como la ley—; (vii) las instituciones se convierten en los pilares de la civilización; (viii) existe la civilización, conformada claramente por humans, y en ese escenario todos siguen actuando, por lo que se repite el proceso descrito hasta ahora.

Si bien, cada uno de estos escalones se encuentra soportado en la misma naturaleza del human, una que debe ser respetada para no alterar el proceso en daño a la sociedad como un todo. De allí que sean necesarios los “derechos”.

Los derechos y el human

La fuente de los derechos de cada persona es su naturaleza en tanto human, en un contexto donde se relaciona con los demás. Ambas variables van de la mano; un individuo solo en el mundo, sin ningún tipo de relación con otros iguales, no tiene derechos, del mismo modo en cómo no podemos hablar de “derechos” en un entorno social cuando estos no responden a la naturaleza del human. Así, el concepto de “derecho” se encuentra en el plano de lo moral, pues llega para regir las relaciones entre humans. Como bien dijo Ayn Rand, el concepto de derecho “es el vínculo entre el código [ético] de un hombre y el código legal de la sociedad”, en otras palabras, es el vínculo “entre la ética y la política”[1] —entendida esta última como la mera relación entre humans que determina el tipo orden social—. Los derechos llegan para enmarcar las acciones de cada persona para conservar su misma individualidad en un contexto social.

De este modo, un derecho es una mera formalización, parcial o completa, de aquellas condiciones necesarias para respetar la naturaleza del human y no perturbar el proceso social. De allí que muchos imputen al human ciertos “derechos naturales”, a saber, vida, libertad y propiedad[2], pues representan la condición necesaria a respetar para que el human pueda desarrollarse plenamente, sin dañar a otros. Citando a Rand, “los derechos son condiciones de la existencia requeridas por la naturaleza del hombre”[3]. En última instancia, un derecho no es más que el respeto a la acción de cada individuo, a su naturaleza.

Así, nos encontramos con que la naturaleza del human en un entorno social lleva a que surja el concepto de “ley” y “derecho” para poder respetar la misma naturaleza en dicho contexto, entrando en una espiral ascendente de beneficio para cada uno de los miembros que conforman la sociedad. Empero, como expliqué anteriormente, esto surge de forma espontánea. Ahora bien, ¿Qué pasa cuando se intentan crear derechos deliberadamente?

La creación deliberada de derechos

Cuando se comienzan a estipular “derechos”, se corre el riesgo de que los mismos no sean una formalización del respeto a la libre acción del human —no respondiendo a su naturaleza—, sino una en la que se deben respetar los gustos y caprichos subjetivos de cierto grupo que, para satisfacerlos —y ser cumplidos así la ley o sus derechos—, es necesario atentar contra la libre acción de terceros y, por tanto, contra la misma naturaleza del human. Ergo, se pervierte así el concepto de “derecho”, pues ya no cumple el fin por el que surgió y ha cobrado valor y sentido en la sociedad. En este tipo de supuestos “derechos” entran un sinfín de enunciados: “derecho a una vivienda digna (…) derecho a un salario digno (…) derecho a la educación (…) derecho a la identidad de género (…) entre otros”; todo “derecho” que para cumplirse implique arremeter contra la libre acción de otros no es un derecho en su concepto puro y original; de los mencionados, no constituye un derecho de cada persona que le sea regalado una vivienda por el mero hecho de existir; no es un derecho de las personas recibir un salario “digno” en concreto —lo que sea que signifique eso— por el mero hecho de trabajar, no respetando la libre contratación; no constituye un derecho regalar educación a otros; no constituye un derecho a la identidad de género cuando su cumplimiento implica obligar a otros a percibirlo como sea que se autoperciba.

No conforme con esto, cuando deliberadamente se comienza a enmarcar a la sociedad en ciertos estatutos, puesto que estos no responden al proceso espontaneo, sino a la cosmovisión de quien impone el estatuto, la misma termina pervirtiéndose y todo derecho pierde su función de ser, incluyendo los que si son realmente “derechos”. Del mismo modo en como cuando se inyecta moneda en la sociedad y ésta inexorablemente se devalúa, cuando comienzan a emitirse derechos éstos se desvirtúan. Es fácil de entender, si para cumplirse unos “derechos” deben ser atacados otros, ¿Qué sentido tiene respetar todo derecho entonces? De allí que Jesús Huerta de Soto sostenga correctamente que las hiperregulaciones, que no es más que una hipertrofia del Estado, hacen volver al human a sus más atávicos deseos, es decir, la sociedad comienza a involucionar en el plano moral. A mayor cantidad de moneda, menos su valor; a mayor cantidad de derechos deliberados, menos sus valores. Si bien, a diferencia de la moneda, donde los actores sociales puede acudir a resguardarse en otras monedas de calidad, con la “inflación de derechos” no pasa lo mismo, pues llega un punto en el que se pervierte el concepto como un todo y se hace difícil apelar a “derechos reales”, que si bien pueden estar, no regulan del todo la acción del human[4].

Los únicos beneficiados de la inflación de derechos

En adición, del mismo modo en como con la inflación monetaria, los únicos beneficiados de la inflación de derechos son la clase política y sus allegados, en detrimento de la sociedad. Por presentar los escenarios para vislumbrar mejor el asunto, vea lo siguiente: (i) el político tiene el monopolio de la legislación, por lo que puede estipular “leyes” y “derechos” cuando guste; (ii) el político ve que puede obtener ciertos beneficios en cuando a rating —sobre todo si se acercan las elecciones— si satisface el capricho de ciertos grupo de personas; (iii) el político estipula un nuevo derecho, por lo que crea un privilegio para el grupo de personas a quién beneficia, a cambio de ciertas acciones o favores —como votar por él, o incluso hasta monetario—; (iv) el político se da cuenta que puede sacar un beneficio adicional si comienza a estipular leyes por doquier, con la excusa de garantizar “los derechos” de todos; (v) la hiperregulación limita la acción de todos los miembros de la sociedad, por lo que comienzan a romper leyes por considerar que así alcanzar más rápido sus objetivos; (vi) varios miembros de la sociedad —por no decir muchos o todos— comienzan a ver como beneficioso acercarse cada vez más a las funciones públicas para ser ellos quienes se beneficien del sistema. En suma, es más dinero o beneficio para los miembros del Estado y sus amigos y menos control real, espontaneo, en la sociedad, por lo que poco a poco pasa a convertirse en tribu de salvajes amorales. No es de extrañar que sea la creación deliberada de leyes lo que sumerge a una sociedad en el cáncer de la corrupción.

Conclusión

El concepto de derecho responde a la naturaleza del human, y como tal, todo verdadero derecho se encuentra enmarcado y/o delimitado al respeto de la condición existencial del mismo, pues todo derecho constituye la condición necesaria para el desarrollo del individuo en una sociedad. Cuando surgen “derechos” que no representan universalmente el respeto a la acción de todos, entonces no se puede hablar de “derechos” sino de “privilegios” que benefician a unos a costa de otros. No obstante, de seguir creándose deliberadamente derechos, sin reparar en la fuente de todo verdadero derecho, en la medida en que comienzan a inflarse el concepto comienza a desinflarse su buena influencia en todos los actores sociales, sumergiendo a la sociedad en un espiral descendente rumbo a la descivilización, a la decadencia absoluta.

Por ello, la próxima vez que escuches a alguien hablar y/o solicitar un “derecho”, te invito a preguntarte: ¿La creación e implementación de este derecho constituye un respeto a la acción de todos los individuos por igual, o para hacerse valer tienen que ser coactados algunos, en beneficio de otros?


[1] Ayn Rand. (2006). La virtud del egoísmo. Editorial Grito Sagrado. Buenos Aires, Argentina. Pág. 133. La interpolación es mía y llega para corregir un error que, a mi juicio, comete Rand, pues en lugar de “ética” dice “moral”, pero si entiendo la primera como el conjunto de valores que rige al individuo —como de hecho es el mensaje que ella misma está transmitiendo en el texto— y la moral como esa que surge de cara al colectivo, es una contradicción decir “código moral de un hombre”. De hecho, más adelante dice que “todo sistema político está basado en algún código de ética”, pero nuevamente es un error —a efectos de lenguaje—, pues el termino correcto allí, o la traducción correcta, sería “moral”. La ética es de cara al individuo, donde no hay política; la moral es de cara al colectivo, a la sociedad, donde si hay política.

[2] Esta es una concepción iusnaturalista de los derechos del human. Tengo que decir que no comparto dicho pensamiento, pues si comprendemos que el derecho se encuentra en el plano de lo moral, es decir, en el plano de las relaciones interpersonales, no puede existir tal cosa como unos “derechos intrínsecos en el human”, sino que surgen, o cobran valor y sentido, solo en la medida en que se relacionen los humans. Una cosa es que tales derechos se encuentren inscritos en la naturaleza del human —iusnaturalismo— y otra muy distinta es que respondan a su naturaleza —o como yo diría, recordando a Aristóteles, es un “por naturaleza” y no “la naturaleza per sé”—. En este sentido, concuerdo completamente con Rand cuando dice que “un derecho es un principio moral que define y confirma la libertad de acción de un hombre en un contexto social” y que “la fuente de los derechos es la naturaleza del hombre” (ver ibídem., págs. 135, 136), pues no se aleja de lo que describí en esta nota.

[3] Ibídem., pág. 137.

[4] Ayn Rand intenta hace una comparación similar cuando habla sobre el tema en ibídem., pág. 138. No obstante, tengo que aclarar dos cosas: (i) la idea de unir el concepto de inflación y derecho surge en mi cabeza por allá en el año 2019 cuando leí “Socialismo, Calculo económico y Función empresarial” de Jesús Huerta de Soto; semanas después leí a Rand y me dije que ya no era necesario hablar del tema, pues ya lo había hecho ella. Pero, (ii) luego caí en cuenta que, por un lado, Rand mal describe el concepto de inflación al decir que “el dinero malo desaloja el bueno” y luego lo une con “estos derechos impresos niegan los derechos auténticos”, si bien concuerdo con la premisa final en lo que respecta a los derechos, esto no se sigue de la premisa anterior sobre la inflación en la medida en que la misma solo desaloja el dinero inflado, es decir, el malo, y no el bueno —a diferencia de la inflación de derechos, que sí desecha los buenos—; por el otro lado, ella no describe el proceso, solo lo suelta como una mera metáfora. No conforme con esto, no comparto del todo las demás premisas del Rand con respecto al tema, sino estrictamente, y por completo, las que aquí he citado, por alinearse a los preceptos del Creativismo Filosófico —unas diferencias más en cuestión de modos de alcanzar un fin, aunque no por ello poco sustancioso—.

La educación pública: un crimen de lesa humanidad

Por Roymer Rivas, coordinador local de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

Hablar de educación es hablar de un tema que compete a cada uno de los actores que conforman la sociedad, pues repercute en el modo, o la forma, y marca el camino que transita la sociedad en la que se desenvuelven. Pocas cosas tienen una incidencia tan directa en el inconsciente y consciente «colectivo» como la educación. Pero ¿Cómo debe ser la educación? ¿Pública o Privada? ¿Por qué, como indica el título, la educación pública es un crimen de lesa humanidad? Para responder estas preguntas primero hay que saber qué es “educación”.

La palabra educación proviene del latín “educatio”, que hace alusión a crianza, entrenamiento, que a su vez se deriva del verbo “educare”[1], que se refiere a orientar, nutrir, guiar, criar, educar, revelar, sacar al exterior; por lo que, en palabras sencillas, el termino hace referencia a la acción y efecto de desarrollar las capacidades mentales —el intelecto— del individuo y, a la par, incitar la adquisición de nuevos conocimientos y habilidades con el fin de comprender mejor el mundo que nos rodea para adaptarnos a él.

Entendiendo esto, a priori se deduce que el ser humano es educado de manera continua desde el momento cero de su existencia hasta que deja de existir. La educación no se limita a la academización formal que recibe una persona, puesto que el hombre se desenvuelve y convive en un mundo que le imparte conocimiento; esa convivencia con la naturaleza, sociedad y, por extensión, la cultura, educa al hombre por el mero hecho de existir, de estar allí. Esto es una educación espontanea que va, por decirlo de alguna manera, refinando/mejorando al hombre a medida que avanza el tiempo.

Por otro lado, esa “academización formal” tiene la característica de ser deliberativa y esta misma intencionalidad hace que sea un tipo de educación sistemática que está relacionada con el contexto en donde se desenvuelve el individuo, es decir, las condiciones histórico-sociales de cada grupo; de manera que la forma y el contenido impartido están coordinadas, o regidas, por la sociedad que la practique. Es un fenómeno que se da en sociedad —interacciones entre individuos—; y, en la medida en que cada sociedad tiene una forma de interpretar al hombre y al mundo que le rodea, el concepto de educación cambia de un lugar a otro.

Mientras que la primera se obtiene gracias a nuestra capacidad de razonar, que se pule con el tiempo, y la comunicación constante que tenemos con el entorno, la segunda —la academización formal— esta representadas por las iglesias, las instituciones educativas —tanto públicas como de administración privadas— y la familia, pues las mismas promueven, o así lo intentan, los valores de esa sociedad, la cultura.  Ambos tipos de educación son necesarios para que los actores sociales puedan adaptarse al mundo y a la sociedad en donde hacen vida.

En todo este proceso, el hombre “aprende y forma ideas sobre otra gente, sus deseos y acciones para lograrlos, el mundo y las leyes naturales que lo gobiernan y sus propios fines y cómo alcanzarlos. Formula ideas sobre la naturaleza del hombre y cuáles deben ser sus propios fines y los de otros a la vista de esta naturaleza”[2]. Ahora bien, el mundo moderno ha dado más importancia a la academización, esa educación sistemática, y poco se ha aportado en “la importancia que tiene la educación que se da por el hecho de relacionarse con los demás y con el medio de manera espontánea”[3].

En este marco, en donde se prioriza la educación formal, se observa como el mismo se enmarca en lo que conocemos como “educación pública”[4]; y es así en todo campo, tanto en lo que se conoce como “privado” como lo “publico”. La educación “privada” del presente no es tan privada como se piensa, por lo menos en Venezuela, eso es una colosal mentira en la medida en que las instituciones educativas supuestamente privadas se rigen por lo que dicta el Ministerio de Educación del país.

Si una institución quiere brindar el servicio de la educación, tiene que cumplir ciertos requisitos que les exige este ministerio, entre los que se encuentra el vasto material que tienen que brindar obligatoriamente en las materias impartidas para las distintas ramas que oferten a los estudiantes. Este panorama lleva a preguntarse ¿Siempre fue así? ¿El Estado siempre brindo educación directa o indirectamente a la sociedad?

La respuesta es un tajante no, no siempre fue así. Cuando menos, en la antigua Grecia, específicamente Atenas, los niños eran encomendados a algún maestro que lo guiara hasta los 18 años —lo que implica una enseñanza directa y personalizada, maestro-discípulo—, “si algún maestro era reconocido, los jóvenes se acercaban a él para adquirir su sabiduría; si alguien quería ser músico, iba con un maestro para que le enseñara música; si quería ser poeta, orador, filosofo, artesano, o cualquier otra profesión, iba con el maestro correspondiente”[5]; esto denota que la libertad de enseñanza era un principio que regía a la sociedad de aquel entonces, además que se respetaba la obligación de los padres a educar a sus hijos.

El individuo tenía la libertad de decidir en qué rama especializarse y de valerse de todos los medios a su alcance, por ensayo y error, para alcanzar esa profesionalización. Los resultados de este sistema ya lo conocemos, Atenas es la cuna de la civilización actual, entre otras cosas, brindó aportes en la ciencia y la filosofía.

En contraste a hoy día en donde es el Estado el que decide qué y, si no es el qué en todos los casos, sí el cómo se imparte el conocimiento en las academias del país. Este sistema educativo ataca directamente la naturaleza del human, por ello es un crimen de lesa humanidad; es así en la medida en que se limita la capacidad de elección de los individuos y, en adición, se mata el pensamiento crítico y la creatividad de los actores que caen víctima de este sistema, convirtiéndolos en esclavos intelectuales, sino materiales, de aquel que tiene la potestad de elegir qué y/o cómo se imparte el conocimiento; lo que, en un periodo indeterminado de tiempo, probablemente haga a las personas infelices y, en caso de no ser así, limite a los mismos de un sentido de satisfacción mayor por cortar caminos hacia ese fin —a pesar de que muchas veces el actor no se dé cuenta de ello—. Si el conocimiento es poder para quien lo posee, el no conocimiento es poder doble para quien gobierna sobre el que no lo posee.

Un sinfín de problemas parten de este sistema que no se pueden desarrollar en el presente escrito por la extensión que amerita el mismo, pero que, a grandes rasgos, pueden resumirse en “inflación de certificados” que supuestamente avalan inteligencia, una inteligencia medida según parámetros impuestos desde arriba, conformidad individual, lo que lleva a conformidad social[6], desinterés y/o desanimo, entre otras cosas[7].

Ese atentado contra la naturaleza del human de dejar que sea el mismo mercado, la interacción entre seres humanos, quien oferte y satisfaga las demandas de los “estudiantes” —que somos todos— y los ayude a desarrollar las habilidades, capacidades, en distintas ramas, para que éstos puedan adaptarse mejor a su entorno y puedan aprovechar mejor los medios para la consecución de sus fines, no ha hecho más que limitar al individuo, a la sociedad. Es necesario que el sistema educativo cambie y de paso al mercado, a esa espontaneidad social, en sentido pleno, para que éste sea quien estipule las ofertas académicas; solo de esta manera será posible empoderar a la sociedad y hacer frente a todas las vicisitudes que se puedan presentar en el entorno social.[*]


[1] Este también se deriva de “educere”, que significa guiar, exportar, extraer, y también está compuesto por el prefijo “ex”, que indica externalizar, y “ducĕre”, que se refiere a la acción de conducir; a la vez que está relacionado con “producĕre” —producir— y “seducĕre” —seducir—.

[2] Rothbard, Murray. (2019). Ciencia y educación: ¿Estado o mercado? Edición en Español. Publicado por Centro Mises. Sección “Educación: Libre y obligatoria”, subtema “La educación del individuo”, párr. 4.

[3] Campos, Yolanda. (1998). Hacia un concepto de educación y pedagogía en el marco de la tecnología educativa. Pág. 2, párr. 6. Esta publicación puede consultarse presionando aquí.

[4] Entiéndase “educación pública” como el sistema educativo que se gestiona desde el Estado, por lo que se sostiene con impuestos.

[5] Rivas, Roymer. 2022. Por una educación con sentido. Artículo publicado en ContraPoder News. Puede acceder al mismo presionando aquí.

[6] Las personas ya no siguen alimentando esa curiosidad de querer descubrir, aprehender, crear nuevas cosas.

[7] Todo esto sin contar que el sistema se presta para adoctrinar a los participantes del mismo para adaptar su pensamiento, comportamiento, a la cosmovisión de quienes rigen el sistema. El poder político entendió que es más fácil gobernar a una sociedad a través de la educación, limitando/controlando el conocimiento que reciben; todo adaptado a sus perversos propósitos.

[*] Este corto ensayo fue publicado primero en el blog de Students For Liberty, el 15 de diciembre de 2021. Puede acceder presionando aquí.

Los libertarios y la política institucional: ¿Una relación conciliable?

Por Roymer Rivas, coordinador local de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

Han sido muchas las discusiones sobre si es moral o no, y por tanto reprochable o no, que un libertario anarquista participe activamente en y desde la política institucional, habidas cuentas de existir en un mundo donde “eso es lo que hay” y puede ser “el medio para un fin”. En lo personal, ésta cuestión me inquieta, porque se encuentra vinculada con otra que me consume aún más, a saber: ¿Cómo dirigirnos hacia una sociedad verdaderamente libre? ¿Cuál es el camino —o cuáles son los caminos— a transitar que mejor se amolden a la ética para ver una sociedad libre? Sinceramente, no tengo una respuesta absoluta, definitiva, a esta pregunta; pero si puedo partir del escenario actual para analizar los argumentos de aquellos que sostienen que es, o no, incongruente ser anarquista y ejercer alguna función pública. Y eso haré hoy.

El lector encontrará que algunas cuestiones que aquí competen no son tan fáciles de responder, a mi entender más por cuestión de subjetividades, contexto y momento temporal que por otra cosa, mientras que otras pueden caer en argumentos de blanco y negro, está bien o mal, sin dar espacio a matices. No obstante, aunque defiendo ciertas posturas, no concibo ni pretendo que lo expresado sea o se convierta en una verdad absoluta, sino incentivar a la reflexión y al debate. Con este objetivo, primero repasaré brevemente la filosofía libertaria y luego presentaré algunos argumentos con sus respectivas reflexiones y replicas. Si alguno cree que estoy equivocado, le invito a replicarme, en aras de aprehender la verdad con actitud humilde necesaria para hacerlo.

Antes de iniciar aclaro que no pretendo discutir si las premisas filosóficas en las cuales se sustenta el libertarismo son correctas o no, sino que se juzgará las acciones de personas que dicen sostener una cosa y actuar de una manera, según las mismas creencias que dice defender. Sin más, comienzo: (…)

El libertarismo: extremo resumen

            A grandes rasgos, el libertarismo, más que una filosofía política, es una filosofía moral que pretende eliminar, o en el peor de los casos limitar, las acciones coactivas de humans sobre humans, partiendo de la creencia de que solo en libertad las personas pueden desarrollar plenamente sus capacidades en busca de un beneficio personal. De esto deriva el respeto a la vida, la libertad y la propiedad de cada persona, considerados “derechos naturales”, en condición de igualdad moral y/o ante la ley, puesto que, indisociables una de la otra, son los únicos que se amoldan a la “naturaleza del human”.

A esto responde que la agresión sea vista como cualquier ataque a la propiedad en contra de la voluntad del propietario, pues ataca también su libertad de disponer de lo que le pertenece y, por tanto, afecta su proyecto de vida. En este orden de ideas, el Estado es visto como el mayor enemigo de la humanidad, en la medida en que, en todo tiempo y lugar, debe su existencia a la coacción, a la apropiación indebida de un grupo de lo que no le pertenece. De allí que su ala más radical, los anarquistas, deseen eliminar por completo su existencia.

El libertarismo y la participación política institucional

            Con lo anterior, a simple vista cualquier persona observa algo parecido a: si A es malo y B es igual que A, entonces B es malo; esto se traduce en: si el Estado es malo, cualquier participación en este es inmoral. Ergo, se entiende que se critique a aquellos que dicen ser libertarios y buscan obtener, u obtiene, algún cargo público. No obstante, dentro del mismo libertarismo esto es un punto de discusión constante, porque toman en cuenta otros principios: como lo es la elección personal en función del proyecto de vida del individuo; u otras cuestiones del contexto dignas de analizar: como el saber que el Estado roba, por lo que lo que de a alguien es solo un retorno de lo mucho que le ha robado primero. Entonces, ¿Es moral o no? ¿Queda la moral sujeta a percepciones individuales y el contexto? Veamos los argumentos de aquellos que defienden la participación política institucional y al mismo tiempo dicen que no es reprochable:

Argumento 1: mundo ideal y contexto actual

  • “Si bien el ideal es la anarquía, la libertad en sentido pleno, ese ideal no se ha alcanzado. Habitamos en un mundo que, si bien no nos gusta, tenemos que sobrevivir.”

Este argumento presenta algunos inconvenientes, por ejemplo: ¿Para sobrevivir puedo romper mis principios e ir contra las ideas que digo defender? ¿Qué tan descriptivo es el término “sobrevivir”? ¿La moral se describe en función de las necesidades de las personas? ¿Qué es una necesidad, cuales son los parámetros que lo definen? La respuesta a estas preguntas, si bien pueden encontrar algunas variables objetivas, también puede variar de acuerdo a la subjetividad de cada individuo que responda.

Para dilucidar el asunto, imaginemos que una persona muere de hambre y el único medio que tiene para poder vivir es atentar contra la propiedad de otro, robando un pedazo de pan de una panadería. Aquí parece razonable no imputar el robo dadas las necesidades del individuo, pero: (i) ¿Qué significa “morir de hambre”? (ii) ¿Habiendo desayunado y almorzado, carecer de la cena es un justificativo suficiente para robar un pan y no ser imputado? (iii) ¿Carecer de las tres comidas en un día lo justifica? (iv) ¿Carecer del alimento por una semana o un mes lo justifica? (v) ¿Qué pasa si la persona realiza el acto todos los días? Por intuición, la mayoría entendería la acción del robo en el caso (iv), algunos pocos en el (iii) y difícilmente alguien esté de acuerdo con la (ii) —a pesar de que en el (ii) y en el (iii) hay más espacio para argumentos y contra-argumentos subjetivos—, pero lo cierto también es que, si partimos desde la concepción del ladrón, tanto (ii), (iii) y (iv) puede caber en el concepto “morir de hambre”. ¿Y qué decir de la (v)? ¿El escenario (ii) y (iii) justifican (v)? Difícilmente.

Si una persona se encuentra en el escenario (iv), se entiende su acción, pero no porque esté bien, sino como un mal menor en aras de que no pierda su vida, dadas sus circunstancias. En otras palabras, moralmente no queda justificado, hacer algo por necesidad no vuelve el acto correcto. En este ejemplo, la persona “muere de hambre”, su acción se justifica solo si satisface esa necesidad, pero no puede, por ejemplo, robar un auto, una casa o una cartera, porque esto no satisface su necesidad. Y si lo hace, puesto que puede vender estas cosas, ¿En qué proporción? ¿Un auto le da para comer un día, un mes o un año? ¿Justificaría que cada día, mes o año robe un auto? Reflexione.

En esta linea, hay que tener en cuenta que si un libertario decide participar en el Estado, sabe que los recursos que obtiene vienen del robo sistemático a toda la sociedad. Si este libertario muere de hambre, se entendería su acción, pero ¿Qué pasa si (v), es decir, trabaja todos los días durante un dilatado periodo de tiempo? Cuando una persona adquiere un cargo público, lo ejerce durante un tiempo determinado, tiempo por el cual estará siendo participe del robo sistemático. Por lo general, no existe tal cosa como un: “trabajaré hoy solo para no morir de hambre, pero mañana dejaré de trabajar”. Si este fuese el caso, se entendería, pero no es lo común y se puede juzgar en función de (v). Además, teniendo en cuenta que la acción está razonablemente justificada si y solo si satisface la necesidad especifica que le condiciona, ¿Qué es una necesidad? Puede que hoy sea el hambre, pero mañana otra cosa. En este punto, muchas cosas pueden servir de justificativo para el robo.

Puede que alguien diga: “no, pero él no está robando directamente a nadie. Además, está trabajando por ello, es su salario”. Pero esto sigue sin justificar la acción.

Imagine los siguientes escenarios: (1) A roba R y se lo regala a B, B lo acepta aun sabiendo que R es robado. Intuitivamente sabemos que B se convierte automáticamente en cómplice del robo y, en consecuencia, es sujeto de sanción de la ley. (2) A roba R y B, aunque sabe la procedencia de R, concluye que si le cocina todos los días el desayuno a A, éste usará los recursos robados para retribuir su trabajo. ¿Queda librado B de la sanción en este escenario? Si no es así, entonces no queda justificado el ejercicio de una función pública en el Estado. Aún si es para no “morir de hambre”, ¿Morirá de hambre todos los días? ¿Se justifica (v)?

En la práctica, sería imposible determinar este tipo de cuestiones; ¿En qué medida la necesidad —definida con ambigüedad— justifica al libertario que ejerce un cargo público? Hay mucho espacio a subjetividades que, en última instancia, no se amoldan a la moral libertaria. En otras palabras, aún en los casos concretos donde pudiese entenderse la acción, no quedan claro el concepto de “morir de hambre” y el tiempo que tiene que trabajar en el Estado para satisfacer la necesidad —desde (i) hasta (v)—. Aunque se puede entender razonablemente la ejecución de un cargo público por un libertario —o cualquier persona— que muere de hambre, solo sucede en el caso donde la ejercerse si y solo si soluciona su condición, pero no excediendo ese límite. La cuestión es, nuevamente: ¿Cómo determinar el límite? ¿Cómo saber cuándo “no muere de hambre”? ¿Qué parámetros lo definen? Difícil responder esto.

En esta misma línea, ahora imaginemos otro ejemplo: el Estado controla absolutamente toda la sociedad y, por ende, todos los medios de producción de riqueza, por lo que todas las personas quedan trabajando para el Estado. Esta sociedad está integrada con 40% de personas libertarias. En este escenario, no queda de otra que participar en el sistema, porque es el único medio de sobrevivencia, pero esto no significa que sea correcto, sino que es un mal necesario dado el contexto.

No obstante, en este ejemplo cambia un poco la cosa, porque cada sujeto se está asegurando su misma subsistencia a través de los mismos medios. Son la elite del estado quienes retribuyen a la persona el trabajo —o parte de él— realizado, aquí la persona que trabaja para el Estado no le está “robando” ni siendo cómplice del robo a los sometidos, sino que él mismo es un sometido. En circunstancias normales, si bien el Estado controla a la sociedad, no lo hace a este nivel y sus miembros tienen cierto margen de maniobra, por tanto, un libertario puede buscar otros caminos para salir de su condición sin apelar a “adquirir un cargo público”.

Argumento 2: interés individual e imposibilidad de cambio

  • “Cada persona tiene intereses individuales y puede estimar que un cargo público le sirve a sus intereses. Además, si el libertario rechaza un cargo público no estaría cambiando nada, puesto que otra persona tomaría el cargo, ergo, no están cambiando las cosas ni para bien ni para mal. Hay que tener presente que somos defensores del individuo, y si ese interés y cargo le beneficia, no hay por qué criticarlo.”

Este argumento no me parece solido en la medida en que la cuestión no es si los fines son individuales o no, sino si los fines individuales son éticos o no. Piense en lo siguiente: (i) A puede tener el interés individual de robar a B para satisfacer sus oscuros y retorcidos gustos, o bien para satisfacer una necesidad; (ii) si A rechaza robar a B para satisfacer sus gustos, no cambiará el hecho de que C, D, E…, o Z roben a B, por lo que es mejor que le robe A, porque así se beneficia él y no C, D, E…, Z. Para ambos casos, la acción no es moralmente correcta; lo correcto es que no roben A, C…, Z, pero si no puede cambiarse el hecho de que alguno robará, ninguno queda justificado para ejercer el robo, decir que sí es caer en un juego inmoral de probabilidades de quien se beneficia primero y quien no a costa de otro.

Los intereses y acciones individuales no quedan justificados moralmente por el mero hecho de ser individuales, sino por el daño que le causan a otros. Y un libertario que participa en el Estado sabe que el mismo perjudica a otros.

Argumento 3: pagarse a sí mismo, a través del Estado

  • “El Estado me quita dinero con los impuestos, así que trabajar para él constituye una devolución de lo que me pertenecía y me robó.”

Este argumento me parece razonable, lo cierto es que el Estado roba riqueza a todos los miembros de la sociedad que controla. No obstante, tengamos en cuenta lo siguiente: (i) A no puede recibir del Estado más de lo que le robó, porque el excedente no provendría de sí mismo —por medio del Estado—, sino de B, a quien el Estado también robó y no retribuirá porque B no es un funcionario público; (ii) para ello, A tendría que saber exactamente, o por lo menos contar con un estimado confiable, cuánto le robó el Estado, para que así pueda determinar en qué medida se paga a sí mismo y/o comienza a ser cómplice del robo a B.

Con el tema de los impuestos es relativamente fácil saber cuánto roba el Estado, así que si un libertario ejerce un cargo público sabiendo cuanto es el límite que tiene que aceptar para no ser partícipe de los daños del Estado, estaría razonablemente justificado. No obstante, tengamos en cuenta que el Estado siempre robará más de lo que pueda restituir, y más si se tienen en cuenta lo que no se dio por el hecho de su existencia, es decir, que el coste de que exista es Estado es menos beneficio para la sociedad X que domina y, si apelamos a la información del mercado como un todo, que se crea gracias a la libre acción humana, esa sociedad X sería menos productora de información que podría haber sido aprovechado por otras sociedades Y en el mundo que, a su vez, dado que comparten información, se traduciría en mayor calidad de vida para todos. En pocas palabras, Estado es igual a menos avance en la sociedad.

No obstante, esto último puede servir de justificativo para el libertario reciba casi cualquier suma de dinero que le dé o pueda dar el Estado. (i.i) ¿En este escenario, por ejemplo, está justificado que un libertario reciba 5000$ del gobierno que somete y sumergió en la pobreza al 90% de la población, ganando solo 5$ mensuales? (i.ii) ¿Retribuye el libertario a la “sociedad” parte de sus ingresos, partiendo del hecho de que la existencia del estado afecta a todos? (i.iii) ¿Qué parámetros sigue para re-distribuir esos ingresos? (i.iv) ¿Bajo qué condiciones el libertario pudo acceder al cargo público, haciéndose participe del Estado? (i.v) ¿Lo hace a través de sobornos, amiguismo o, en suma, corrupción? (i.vi)En este escenario ¿Seguiría estando justificado moralmente su cargo —en caso de que exista la posibilidad de que lo esté—? (i.vii) ¿Es moral que A tenga la oportunidad de aprovecharse de la corrupción para restituir sus ingresos y los demás no lo tengan? (i.viii) ¿Si aun así es moral, recibe más de lo que dio al estado? En el caso de esta última pregunta, caemos nuevamente en (i).

Cabe resaltar que, una vez en el poder, la tendencia es a encallecer la consciencia; puede que hoy el libertario funcionario reciba un caramelo para vivir, pero después puede ver normal recibir 2, o 3, o 100. Esto sin tener en cuenta que hasta el funcionario público de menor cargo tiene más poder sobre otros individuos que cualquier multimillonario, tal como dijo en una oportunidad Hayek.

Conclusión

La mayoría de los escenarios hacen ver la elección de un cargo público por un libertario —y cualquier otra persona— como un acto inmoral. De hecho, en aquellas donde se da espacio para que sí se participe, estas cuestiones hacen extremadamente difícil dilucidar los límites que demarcan dichas función pública. En este sentido, se necesitan más argumentos y cosas a tener en cuenta para justificar la elección de un cargo público que para no hacerlo.

Algunos podrían decir que trabajando como profesor de una universidad pública, obteniendo recursos del Estado, se puede influir en otros para que estos en el largo plazo puedan expandir las ideas y en 100 años —por decir un número— lograr eliminar el Estado. Si bien, esto es un argumento utilitarista —el beneficio a largo plazo supera los costos en el corto— puede ser llamativo y servir de justificación para algunos, no cambia el hecho de que ese profesor libertario se encuentra sumergido en todos los problemas morales que aquí se desarrollaron, sumado a estas dos preguntas: (i) ¿El fin justifica los medios? (ii) Si sí, ¿Qué justifica el fin?

Terminado con esto, quiero dejar espacio para criticar un argumento que se puede usar para justificar un cargo público por un libertario: “si tu trabajas en una mafia —Estado— pero no haces nada malo, entonces no es inmoral”. Esto me parece un argumento por demás carente de sustancia, que puede ser interpretado de muchas formas según el contexto y quien lo interprete también. Imagina: A no celebra cumpleaños, pero trabaja en una pastelería que se dedica a vender tortas específicamente para cumpleaños, ¿La acción de A es mala? En este dilema moral se encuentran muchos Testigos de Jehová, por ejemplo, y difícilmente pueda llegarse a una respuesta objetiva sin que acepte ninguna crítica. Pero ¿Qué pasa si agregamos que A puede buscar otra manera de sobrevivir, sin poner en juego sus principios? Reflexiona. Podemos preguntar también, volviendo al tema del Estado: ¿En caso de que sea posible algún beneficio social, el libertario beneficia a la sociedad con su acción más de lo que le perjudica por estar dentro del mecanismo estatal? ¿Cómo lo hace?

Estas son preguntas que no quedan del todo claras. Al final, el punto es el mismo: se necesitan construir más argumentos para justificar el cargo público que para no hacerlo, y en caso de que los argumentos sean sólidos, se dan en casos concretos y parecieran no sostenerse en el largo plazo.

Si bien, quiero terminar que todo lo expuesto hasta el momento también sirve para aceptar trabajos que dañen a otras personas, y no necesariamente solo aplican al Estado. La confrontación moral se reduce a un simple hecho: ¿Dañas a otro? ¿Cómo y por qué lo haces? ¿Está justificado el daño? ¿En qué medida? ¿Puede medirse? (…) y así puedo seguir.[1]


[1] Quiero agradecer a mi amigo Ilxon Rojas, compañero de muchas conversaciones sobre temas intelectuales del liberalismo, por ayudarme en buena medida a transparentar este asunto. Algunos de los ejemplos dados partieron de sus ideas. Además de ello, dejo disponible este correo para cualquier debate al respecto: [email protected].

Hiperinflación: un fenómeno incomprendido; respuesta al libro de Pascualina Cursio

Por Roymer Rivas, coordinador local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

En el año 2018, Pasqualina Curcio, economista de la UCV, Msc. Políticas Públicas, Dra. Ciencias Políticas, profesora asociada a la Universidad Simón Bolívar y autora de varios artículos en distintos portales de noticias, publicó el libro: “Hiperinflación, Arma Imperial”. En esta obra, a groso modo, Curcio sostiene que la teoría económica convencional no da respuesta a cuál es la causa de la elevada inflación en Venezuela, lo que le lleva a crear y sostener la teoría de que todas las hiperinflaciones de la historia —casi nada—, especialmente las de “países que han intentado implementar el socialismo”[1], son culpa de algún imperio que, haciéndose “del instrumento de guerra no convencional y más dañino”, ataca a la moneda local[2]. Entiéndase esto como que la inflación es causada por factores externos a la oferta y demanda de moneda, o demás variables que espontáneamente allí convergen.

Fácilmente, puedo resumir todo el trabajo académico de Cursio —en cada una de sus facetas— de la siguiente manera: la economista se dedica a hablar sobre cómo “el imperio Norteamericano usa un arma no convencional para asediar a los pueblos”, un arma llamada “el ataque a la moneda” y las consecuencias que éste tiene sobre el salario real, la producción y demás ámbitos económicos[3]. La mayoría de sus textos tienen el fin de promover esta “versión de los hechos” y, en su defensa, intenta “desmontar mitos” sobre temas económicos relacionados a la moneda. A esto se suma la supuesta modificación arbitraria de la Tasa de Cambio de portales como Dólar Today y la supuesta avaricia desmesurada de los “capitalistas burgueses” del país [4].

Sin más que decir, en este texto me propongo desmontar las premisas principales que sostienen toda la pirámide invertida del discurso de Pascualina Cursio, así como de Tony Boza y Juan Valdez, directores de un programa de economía en el canal oficial del régimen VTV. Si bien, estos de una u otra manera han criticado ciertas políticas económicas de Nicolás Maduro, todos son socialistas. No obstante, aprovecharé este texto para vislumbrar ciertos conceptos que no se amoldan a la creencia popular en cuanto a temas monetarios respecta, por lo que serán aludidos economistas no tan afines al gobierno del PSUV, pero equivocados igual. Sin más que decir, comencemos.

El paralelo como causa de la crisis monetaria

La premisa que sostiene toda la conclusión del texto de Cursio es que en Venezuela primero sube el Tipo de Cambio (TC) y luego todos los precios de la economía suben, dado que estos son fijados según el valor de la TC. En concreto, expresa que en el caso Venezuela, “y de la mayoría de las economías que cuya producción nacional depende en un alto porcentaje de maquinarias, repuestos, tecnología, insumos y materia prima importados, los aumentos del tipo de cambio, es decir la depreciación de la moneda, implicará un incremento de los costos de importación y, por consiguiente, de los costes generales de la economía. En tal sentido, la depreciación del bolívar genera un shock de oferta, una contracción a la oferta agregada y una estanflación”[5], entendida esta última como el incremento general de los precios —mal llamada inflación— acompañado de una contracción económica —actualmente medido vagamente con la contracción del PIB—.

En esta línea, sostiene algo parecido cuando dice que los aumentos de precios no responden al aumento de salarios de las personas —lo cual aumenta los costos de producción—, sino que, por el contrario, son los aumentos de salarios los que responden a la hiperinflación originada por otras causas, y sin llegar a equipararla —esto se traduce en un aumento nominal, pero también en una disminución real del salario—. A su juicio, la inflación precede el aumento de salarios; apelando al Test de Granger para “demostrarlo” de forma econométrica y/o matemática. Además, aclara que el aumento de precios tampoco puede deberse al agotamiento del modelo rentista petrolero[6].

Descartado lo anterior, solo queda una explicación para Cursio: el aumento de precios de toda la economía venezolana se debe al aumento de la TC. Así, explica en escala logarítmica que desde el año 2006 la relación directa entre los precios y la TC oficial desaparece, la cual venía desde 1984-2005, para luego establecer con el mismo método una relación “directa y perfecta” entre el Índice de Precios al Consumidor (IPC) —con el que también vagamente se intenta medir la “inflación”— y la TC paralelo[7]. Esto se debe, a su juicio, a que desde el 2006 comienzan a publicarse el precio del dólar en el mercado negro —cuya relación venia de 1:1 hasta 2005— y, junto con ello, comienzan a distanciarse el TC oficial y paralelo “ilegal”, convirtiéndose este último en el referencial en buena parte de la economía venezolana. Para sostener esta tesis, y con la intención de refutar a quienes dicen que la depreciación del bolívar se debe a la expansión monetaria, apela nuevamente al Test de causalidad de Granger para determinar si primero ocurre la expansión monetaria o si, por el contrario, primero sube la TC paralelo[8]. En otras palabras, no solo es que hay correlación entre la TC paralelo y el IPC, sino que es el TC paralelo la causa del aumento del IPC y, a su vez, del aumento de M2. No conforme con esto, incluye un modelo matemático donde el IPC queda en función del “Tipo de Cambio Ilegal” (TCI) las exportaciones petroleras (ExP), y de M2 y de los salarios (S)[9], es decir: IPC = F (TCI, ExP, M2, S), para sostener lo mismo.

En este sentido, el orden final de toda la crisis venezolana Cursio lo expone de la siguiente manera: (i) manipulación del tipo de cambio; (ii) aumento de costos; (iii) shock de oferta y contracción de la oferta agregada; (iv) estanflación; (v) deterioro de los salarios reales y déficit fiscal; (vi) aumento de M2; (vii) aumento de salarios y subsidios.

Con esto en mente, paso ahora a exponer los horrores conceptuales y/o teóricos sobre temas monetarios y el caso venezolano que llevan a Cursio a sumergirse en todo un andamiaje teórico-matemático que solo puede tener sentido en alguien desconectado de la realidad, creando fantasmas para intentar dar sentido a su condición existencial, y que solo demuestran la ignorancia supina de aquellos que pretenden dar soluciones a un problema que no comprenden en lo absoluto.

El error de Pascualina Cursio y su concepción sobre la TC y la inflación

Todo el constructo teórico-matemático de Cursio se cae solo con decir las siguientes palabras: (i) la política monetaria actúa con rezagos, es decir, que las consecuencias de las acciones que se lleven a cabo hoy en este ámbito —como inyectar liquidez, por ejemplo— no llegan hoy, sino mañana o pasado un periodo dilatado de tiempo; (ii) la dinámica de la oferta y demanda de la moneda determina su precio, independientemente de si es en comparación con otro igual —apreciación/depreciación de la moneda—. Con este simple párrafo ya podemos dar por refutado todo el panfleto de más de 200 páginas de Cursio. Empero, es necesario explicarlo y también exponer otros argumentos, con el objeto de despejar dudas.

Para el primer caso, si se comprende que la política monetaria actúa con rezagos, queda invalidado por completo la econométrica relación causal de Granger que establece que primero es la TC paralelo y después suben todos los demás precios de la economía, porque se está tomando la misma temporalidad como punto de partida para ambos; es decir, en el día 10 sube la TC, pero M2 se mantiene igual, luego en el día 11 suben los precios, pero a su vez vuelve a subir la TC y también M2; el error estriba en que la subida de la TC del día 10 responde a un aumento de M2 en un día cualquiera antes de 10 —día 1, 2, 3… 8, 9—. Claramente si realizo el cálculo econométrico tomando el mismo punto de partida temporal para ambas variable, me va a arrojar eso, pero el punto es que la realización del cálculo está mal. Ahora bien, esto es solo una cara de la moneda, también hay que tener en cuenta una disminución de la demanda de M2, independientemente de si aumenta o no, no obstante, Pascualina no toma esta variable en su cálculo, simplemente para ella la demanda de M2 está dada, y eso es un absurdo total.

Posiblemente ella diría que la depreciación del bolívar no se debe al aumento de M2 y apela a las correlaciones entre ella y el IPC y todos los demás cálculos que realiza. Esto puede ser cierto, necesariamente un aumento de M2 no se traduce en aumento de precios, pero esto se debe a la otra variable que no toma en cuenta, a saber, la demanda de la moneda que se inyecta. No obstante, ella también puede replicar que la demanda del bolívar como moneda no está determinando los precios en ella, sino que es la TC manipulada arbitrariamente la que lo hace. Sin embargo, con este argumento ignora que la demanda de un bien la determinan los gustos y preferencias de cada actor en la sociedad, según el contexto en el que se desenvuelva, y no una supuesta manipulación arbitraria. Aún si fuese cierto que un agente externo tiene la fuerza suficiente para manipular los precios de la TC, y para hacerlo más interesante, supongamos que ningún actor sabe que tal manipulación existe, al final el precio de una moneda con respecto a otra la determina la demanda de los actores de la sociedad. Y lo muestro con un ejemplo sencillo:

Supongamos que existe una economía donde se relacionan un dos países: A y B, cada uno con sus respectivas monedas: Am, Bm. También, en estos países existen una cantidad indeterminada de actores que solo se relacionan entre sí a nivel interno, es decir, los habitantes de A no se relacionan, o se relacionan muy poco, con los habitantes de B. Sin embargo, los gobernantes de A son empedernidos ambiciosos capitalistas burgueses contrarrevolucionarios con intención de que la moneda del país B sea suprimida por completo, simplemente porque los gobernantes de B son bondadosos socialistas con valores cristianos y noble corazón a punto de ser llamados al cielo para sentarse a la derecha de Dios. Tengamos en cuenta además que la cantidad de moneda para ambos países son: 200Am y 100Bm, pero 100Am se encuentran en el país B, por lo que matemáticamente, a efectos prácticos, la paridad es de 1:1 en el país B —suponiendo una demanda del 100% para ambas monedas—. A todo esto se suma el hecho de que A no puede inyectar más unidades de Am al país B, mientras que éste tampoco puede inyectar más unidades de Bm a su economía, por tanto, la cantidad de moneda se mantiene constante en el tiempo: en otras palabras, la cantidad de moneda es invariable, siempre serán 100Am y 100Bm en la economía del país B. Un día A crea una página que estipula arbitrariamente que en realidad la paridad es de 1:2, es decir, 1Am ahora cuesta 2Bm; así, los 100Bm solo alcanzan para comprar 50Am, faltando dinero para comprar 50Am, que son ampliamente demandados. En este escenario, no pueden inyectarse otros 100Bm para que la sociedad de B pueda adquirir la totalidad de los Am de su economía, por lo que si la demanda de Am y Bm es del 100% cada uno, simplemente la economía tenderá a corregir la alteración arbitraria de los gobernantes de A sobre la paridad cambiaria. En otras palabras, la única manera en que puede convalidarse la teoría de Pascualina en este escenario es que el Banco Central de B inyecte 100Bm —nuevamente, suponiendo que la demanda se mantenga siempre en 100%, independientemente de la cantidad—. Como este no es el caso, la sociedad de B simplemente ignoraría las estipulaciones de A y seguiría su camino como si nada, con una paridad de 1:1, pues, nadie está dispuesto a pagar 2Bm por 1Bm.

En este ejemplo se ve fácilmente que, independientemente de las manipulaciones arbitrarias de un país extranjero, la paridad cambiaria —precio de una moneda con respecto a otra— es determinada por la demanda de los actores sociales, en función de la cantidad de moneda que hay en su economía. En este ejemplo se pueden ver implícito dos cosas: (i) si la demanda de una moneda varia, por circunstancias cuales sean, claramente la paridad cambiaria se verá alterada: (ii) primero no es la devaluación y luego la inflación, como intenta sostener Cursio, sino que es todo lo contrario, primero es la inflación y luego la devaluación —es necesario precisar que la TC es un precio más en la economía, solo que la divisa es un activo financiero y, por tanto, aumenta más rápido que otros bienes—. Pero ello lo explico a detalle más adelante, por ahora, suficiente con comprender que es la demanda la que determina el precio de una moneda.

En suma, Pascualina se equivoca. Si su tesis de que la devaluación es un arma política fuese cierta, en una economía donde la cantidad de moneda y la demanda de dichas monedas se mantengan constantes fuese posible que se dispararan todos los precios al alza seguido de la TC, pero eso es simplemente imposible. Además, para apelar a otro ejemplo, si su tesis fuese cierta, en una economía de trueque —es decir, no hay moneda— fuese posible que los precios se dispararan al alza por algún tipo de intervención externa que estipule precios de algunos bienes discrecionalmente como mejor le convenga, pero esto también es simplemente imposible[10].

Pascualina, la matemática y la economía

Todo el error de Cursio compete a un mal uso de la estadística y la matemática, que ya de por sí fallan cuando intentan explicar fenómenos de las ciencias sociales —y todos los desatinos de la ciencia económica se deben en buena medida a dichas concepción matemática del mismo[11]—, que a su vez parten de una mala comprensión del proceso social. Cuando bien se usa, si acaso sirve para ilustrar un hecho y servir como fugaz destello de algún fenómeno social, pero cuando se usan mal, que es lo común, crean monstruos que terminan perjudicando a la sociedad. En este sentido, a modo de mera ilustración exagerada, fácilmente se pueden tomar datos que indiquen cuantas veces los venezolanos matan mosquitos en sus hogares, hacer una correlación con la subida del IPC y, con variables inteligentes con el fin de demostrar la teoría, apelar al coeficiente de causalidad de Granger para “demostrar matemáticamente” que cada vez que las personas matan un mosquito en su casa suben los precios generales de la economía en Venezuela. El punto con las matemáticas sucede casi parecido a las preguntas que se hacen en las encuestas, donde se hacen las preguntas adecuadas para obtener una respuesta esperada, pero que si se pregunta de otra manera el resultado es totalmente distinto. Esto no va de matemáticas, va de hacerse las preguntas correctas que lleven a una respuesta satisfactoria, en la medida en que se apeguen a la realidad.

Más problemas con la concepción de Pascualina Cursio

Además de todo lo expuesto hasta el momento, cabe decir que la afirmación de Cursio parte de una premisa fundamentalmente falsa, a saber, que la inflación tiene otras causas además de los monetarios. Lo cierto es que, como ya se explicó anteriormente, la depreciación de una moneda no puede ser “inducida” por alguien más que quien maneja la política monetaria y, en Venezuela, éste es el BCV. Cuando la Banca Central inyecta liquidez a la economía y esta sobrepasa su demanda, entonces dicha moneda se deprecia, pierde su poder adquisitivo; esto se traduce en que, ahora, se necesitan más unidades monetarias para adquirir la misma cantidad de bienes. Otro escenario posible es que, por circunstancias cuales sean, los actores sociales comiencen a despreciar la moneda —caída de demanda—; sin embargo, la premisa sigue siendo válida, “exceso de dinero”, la oferta monetaria es mayor a su demanda. Este fenómeno, la inflación monetaria, tiene como consecuencia ineludible la subida general de los precios en la economía y una devaluación de la moneda con respecto a otra.

Pascualina diría que esto es “inflación de demanda” y que viene acompañado de “crecimiento de la economía”, por lo que la causa es la “inflación de costes”, ahora bien ¿Por qué suben los costes? Ella respondería que por el ataque a la moneda y la fijación arbitraria de un precio de la TC, no obstante, ya se explicó que esto es un absurdo, así que todavía sigue sin ser respondida la pregunta: ¿Por qué suben los costos?

Cursio no tiene en cuenta que, si bien un aumento de la liquidez monetaria puede traducirse en el corto plazo en aumento de la producción, esto es insostenible en el largo plazo. A priori, si solo bastara con inyectar moneda para hacer crecer la economía, estaríamos antes una fuente inagotable de riqueza, pero este no es el caso. Cursio no tiene idea alguna de cómo es el dinamismo del ciclo económico, a saber, aunque en el corto plazo ocurre un auge —desarrollo económico—, tarde o temprano llega la recesión para sanear las distorsiones entre ahorro e inversión, seguido de otras descoordinaciones sociales, que causó la inyección de liquidez en el pasado. En este escenario, si se sigue inyectando moneda a la economía, con la idea de que así puede llegar nuevamente el auge, lo único que logrará es que las personas comiencen a despreciar la moneda a un punto en el que, incluso si no se inyecta más moneda, los precios comienzan a dispararse en la moneda local a pesar de la recesión: ha llegado la estanflación. En este contexto, seguir inyectando moneda solo empeoraría la crisis, distorsionando los precios relativos, dificultando el cálculo económico, y en última instancia haciendo que la moneda local valga nada.

Se ha dicho anteriormente que “primero es la inflación y luego la devaluación”, esto se debe a que, sin importar si se inyecta moneda o no, en el momento en que cae la demanda ya existe en el mercado más cantidades de moneda de lo que se demanda, haciendo que suba la TC. Puede que a primera vista se vea que sube la TC y luego los demás precios, pero en el fondo lo que sucede es que hay más moneda de la que se demanda. Esto es precisamente la correcta definición de “inflación”, y no lo que dicen los manuales de economía, a saber “el aumento generalizado de los precios”, que oculta la pérdida del poder adquisitivo del dinero cuando su demanda cae. Empero, más adelante me concentraré en los conceptos de inflación e hiperinflación a detalle.

Si la demanda de la moneda local se mantiene constante y la demanda de la divisa extranjera aumenta, nos encontramos en un escenario donde la TC aumenta, pero no se traduce en “aumento general de precios”, pues, al mantenerse la demanda de la moneda local y no haber más inyección monetaria, los demás precios se ajustarían al alza o a la baja, es un ajuste de los precios relativos casi igual a como sucede en la economía de trueque, aunque con moneda de por medio.

Al respecto, hay que recordar a una de las mayores hiperinflaciones de la historia: la de la Alemania después de la primera guerra mundial. En esta, el gobierno acudió a su Banco Central para financiar todo el gasto de la guerra, cosa que no tuvo mayor impacto en su economía sino hasta después que terminara. Esto es, en el corto plazo no hubo muchos problemas, pero en el largo plazo la expansión monetaria terminó destruyendo la moneda. En Alemania, “el 1º de Agosto de 1914 el valor del dólar era de cuatro marcos y veinte pfennings. Nueve años y tres meses más tarde, en Noviembre de 1923, el valor del dólar era 4,2 trillones de marcos. En otras palabras, el marco no valía nada, nunca más tuvo algún valor.”[12] Nuevamente, la cuestión aquí es cuánto tiempo durará ese “corto plazo” en el que la inyección de moneda pase de fungir como aceite para los engranajes de la economía a convertirse en un martillo gigante que destruye todo lo que toca.

Con esto en mente, puede darse respuesta entonces a la pregunta: ¿Por qué aumentan los costos y todos los demás precios de la economía? En principio, como ya expliqué, un aumento de los costos —cualquiera— de un bien no tiene que traducirse necesariamente en un aumento de todos los precios de la economía, sobre todo importados, ya que el empresario puede compensar esto, por solo mencionar un ejemplo, reduciendo los costes —aunque en la cabeza de Pascualina eso sea imposible, dada la supuesta avaricia de todo empresario—, así que la respuesta es que en Venezuela hay una cantidad de bolívares que los venezolanos desprecian.

A modo de resumen simple, primero es la inflación monetaria y luego es la devaluación. Es mentira que un aumento del tipo de cambio —devaluación— es inflacionario, lo que realmente ocurre es que, después de la expansión monetaria o de la caída de la demanda de la moneda —o ambas—, la misma pierde poder adquisitivo y, como el dólar es un activo financiero, esto se traspasa a la tasa de cambio y luego —puede ser también antes, esto depende de la dinámica de la economía— a los demás precios. El punto es ver al dólar —u otra divisa— como un activo cuya demanda supera la oferta y al bolívar como un medio de pago cuya oferta supera su demanda.

Cabe destacar que, desde que Chavez tomó el poder en 1999, hasta enero de 2021, la liquidez monetaria (M2) en la economía venezolana aumentó 57 Billones por ciento —57.000.000.000.000%—. Que la TC y demás precios en Venezuela no hayan explotado antes se debe a la bonanza petrolera que disfruto el Estado que le permitió mantener artificialmente el tipo de cambio. Sin embargo, como evidentemente mostró la realidad, esta medida es insostenible a largo plazo, en cualquier momento explota la burbuja.

Además, algo curioso que contradice a Pasqualina es que, para mayo de 2021, que es cuando ella escribe un artículo donde dice que “cada vez que aumenta el tipo de cambio en el portal dólartoday varían, en tiempo real, los precios de los bienes”, la diferencia entre la tasa de cambio oficial dictada por el BCV y la tasa de cambio del mercado paralelo era del 0,89% —menos del 1%—. Es decir, que la tasa oficial, que, tal como dice el portal del BCV, “es el promedio ponderado resultante de las operaciones diarias de las mesas de cambio activas de las instituciones bancarias participantes”, va a la par con la tasa del mercado paralelo, entonces surgen las siguientes preguntas: ¿Acaso es el tipo de cambio oficial también alterado artificialmente por los “enemigos” de la revolución? Ciertamente no se puede decir esto de una institución que ha existido solo para servir al Estado.

Entonces, por lo expuesto hasta ahora, a priori, se concluye que es imposible que la tasa de cambio pueda manipularse arbitrariamente puesto que son las transacciones que realizan los actores dentro de la sociedad, que tienen fines y medios que valoran subjetivamente —demandan—, quienes determinan ese y los demás precios.

Pascualina, dólar implícito y tasa de cambio

Siguiendo con los errores, Cursio argumenta que la expansión monetaria no puede ser la causa del aumento de la TC porque el Tipo de Cambio Implícito, que se calcula bajo el supuesto de que se usen todos los bolívares de la economía para adquirir la totalidad de las Reservas Internacionales (RI), y que a su juicio es el valor máximo que puede tener una moneda con respecto a otra[13], es menor al precio de la TC paralelo. En otras palabras, en todos los escenarios, para Pascualina es ilógico que la TC supere el implícito. Y esto lo acompaña con el hecho de que la cantidad de liquidez en dólares supera la de los bolívares, por lo que, la totalidad de los bolívares que circulan no alcanzan para comprar todos los dólares de la economía venezolana que están circulando: en expresión matemática, para Pascualina hay 40$ en la economía circulando, mientras que hay 10Bs circulando, y la TC=2Bs/$, y como 40/2 = 20, el precio real debería ser más bien de 4$ por cada Bs. (40/10=4), o en su defecto inyectar más liquidez en bolívares para que la totalidad del mismo pueda adquirir la totalidad de los dólares —esto es, llevar M2 de 10Bs a 20Bs—.

Nuevamente, Pascualina no comprende que estos cálculos matemáticos no sirven de nada, pues es la relación de demanda entre ambas monedas la que determina sus precios con respecto a la otra, y no la cantidad de reservas que tenga la economía —a la hora de la verdad, esto es irrelevante—. Para explicarlo, apelaré a un ejemplo:

Nos encontramos en una economía donde solo hay tres bienes: moneda A y moneda B y bien cualquiera X. Así, hay 10 monedas de A y 20 monedas de B. Suponiendo una demanda del 100% para todo, puesto que las monedas son los bienes de intercambio indirecto, tendríamos que la unidad de A es igual a dos unidades de B (dado que 10A/20B = 0.5 A/B o 1.0 B/A). Si en este escenario, por razones cuales sean, la demanda de A cae a 20% y al mismo tiempo la demanda de B aumenta a 250%, esto es: la sociedad demanda solo 2 de las 10 unidades del total de A, mientras que demanda 50B, aun cuando solo hay 20B, nos encontraremos con que ahora la TC es igual a 6.25 A/B, es decir, ahora se necesitan 6.25 unidades de A para adquirir la unidad de B, sin importar la cantidad que existente de ambas que anda circulando en la economía —por ejemplo, ahora con el total de A solo se pueden adquirir 1.6B —que representa el 8% del total de B—[14]. Pascualina en este escenario diría que hay que inyectar más moneda A para poder adquirir el total de B, pero eso solo empeoraría las cosas.

Con esto ilustro fácilmente que es la demanda de los bienes lo que determina su precio. En concreto, un problema de la teoría monetaria que se enseñan en las universidades es precisamente que no han comprendido del todo que el precio de un bien o servicio —moneda, en este caso— será determinado por la demanda de los actores de dicho bien o servicio, que a su vez deriva de un cálculo subjetivo donde entra el total de la moneda que se emplea o que puedan emplearse según las expectativas del individuo. Por tanto, cuando se aumenta la cantidad de dinero en una economía, aumenta su oferta, se altera una componente que sostiene los precios del mercado y, en consecuencia, se ve perjudicado el cálculo económico de los actores sociales. Si bien, en esta misma línea, si yo entiendo que el precio de un bien recoge de alguna u otra manera las precepciones “generales” que se tiene sobre un bien en la economía, entonces puedo hacer juegos matemáticos entre distintos bienes para determinar los precios y las demandas entre esos bienes específicos —que de igual forma pueden servir como un fugaz destello de lo que pasa a nivel general, o no… hay que entender que la demanda no puede ser recogida en una expresión matemática, pero el juego igual es interesante. Dicho de otro modo, si el sistema de precios recoge la cantidad de moneda existente, o la que los actores creen que existe, y la demanda de ella, según los fines y medios subjetivos de cada individuo, a priori eso puede indicar que el precio de ese bien de una u otra manera es resultado de la recolección de la demanda del mercado que existe sobre la cantidad determinada de dicho bien en ese momento y/o contexto especifico; una recolección de información que claramente es imposible de saber, pero que aun así me da un dato: el precio. En esta línea, queda validada la formula mostrada en la nota 14—.

El orden del problema monetario en Venezuela, pues, no es el expuesto por Cursio, sostenido por Boza y Valdez, sino que es el siguiente: (i) el BCV inyecta moneda; (ii) existe moneda no demandada —demanda < oferta monetaria—; (iii) por un lado, suben los precios expresados en bolívares, mientras que por el otro cae la confianza en la moneda al punto que ya siquiera es necesario inyectar moneda para que caiga la demanda de la misma, pues los actores sociales comenzaron a buscar sustitutos más confiables como resguardo —dólar—; (iv) el bolívar deja de ser la unidad de cuenta referencial, pues es sustituida por el dólar; (v) descoordinaciones subsiguientes por todos lados, dificultando la planificación y, en suma, el cálculo económico; (iv) el BCV inyecta bolívares y retroalimenta para mal todo el proceso.

Con todo esto queda refutada por completo toda la concepción de Pascualina Cursio sobre el problema monetario en Venezuela. Empero, hasta el momento me he mantenido dentro de los límites conceptuales sobre la inflación y la hiperinflación que se enseñan y/o aprenden normalmente en las academias de economía. Llego el momento de cambiar el foco, para una mayor comprensión del asunto.  

Inflación: hacia una comprensión del fenómeno monetario

La inflación es comúnmente definida como el “aumento general de los precios” en una economía, si bien, como se mencionó antes, esta concepción lo que en realidad me está diciendo es que la moneda está perdiendo poder adquisitivo, traduciéndose en que cada vez se necesitan más unidades monetarias para adquirir un bien o servicio. Sin embargo, no siempre se tuvo esta concepción de lo que es la inflación. En el siglo XX muchos economistas definían la inflación como la expansión monetaria per se, pero en un punto se pasó a definir el fenómeno con las consecuencias de la misma, a saber, el aumento de precios. Como es casi imposible que ya se vuelva a una concepción de la inflación como en el pasado —cosa que facilitaría a muchos comprender el fenómeno—, a efectos prácticos y del lenguaje aquí se concebirán dos concepciones de inflación: (i) Inflación Monetaria, como lo que en principio es realmente la inflación, esto es, expansión monetaria, independientemente de por dónde ingrese; y (ii) Inflación de Precios, que es lo que todo el mundo conoce por “inflación”, a saber, el aumento general y sostenido de los precios en una economía durante un periodo de tiempo, pero que en realidad es la depreciación de la moneda que se traduce en aumento de precios, a su vez, esto sucede simplemente porque existe una cantidad de moneda que supera su demanda —oferta monetaria > demanda monetaria—. Parece tautología, pero no lo es.

Esta separación se hace necesaria porque de esta forma podemos identificar claramente la causa de la Inflación de Precios en la Inflación Monetaria. Ergo, se comprende que la expansión monetaria es la causante de la subida de los precios. Además, se ve mejor el efecto que tiene la Inflación Monetaria en la economía, pues ésta no siempre se traduce en un aumento general de los precios y, en consecuencia, se tiende a pensar que la inyección no causa problemas sociales e incluso que es necesaria. Al respecto, hay que decir que toda inyección monetaria implica necesariamente una depreciación de la misma, y sin embargo esta no se traduce necesariamente en una  “subida general de los precios”. Para explicarlo, vea el siguiente ejemplo: imagina que una empresa fábrica 1 litro de leche para venderse en 10 Bs, pero gracias a la modernización, ahora se puede fabricar el mismo litro de leche y venderlo en 8 Bs. Sin embargo, debido a la expansión monetaria los precios han aumentado en distintas magnitudes, por lo que, así como bajaron algunos costos de fabricación de leche, se mantuvieron y subieron otros, teniendo como resultado que la empresa seguirá vendiendo la misma leche a 10 Bs.

Partiendo de este ejemplo, puede que esto en el supuesto “cálculo de inflación” para un periodo se refleje como “inflación cero”, pues no hubo “aumento general de precios sostenido en el tiempo”, pero se está ignorando que, de no haber sido la Inflación Monetaria, en realidad se hubiera pagado menos por ese producto. Conclusión: la moneda si se depreció y/o perdió poder adquisitivo, solo que eso no se vio a simple vista porque no se reflejó en “aumento de precios”. Esto lleva necesariamente a buscar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo se mide la inflación?

Resulta que se mide con el “Índice de Precios al Consumidor” (IPC), el cual toma algunos productos de la economía para ver su evolución de precios en el tiempo. Sin embargo, ¿Nadie se ha puesto a pensar que, si la inflación es como dicen, repito “el aumento general de precios en una economía sostenido en el tiempo”, tal índice es absurdo en la medida en que no mide el “aumento general” de los precios, sino solo lo que estipulan ciertos “expertos” que se creen con la sabiduría necesaria para saber qué, cómo y cuándo quieren los consumidores ciertas cosas del mercado? De esta manera, si el IPC encierra productos básicos, como el huevo, la leche y el pan, y cada uno cuesta 10 hoy, y dentro de un año el huevo cuesta 11, la leche 11 y el pan 8, te dirán que “la inflación es del 0%”, pero no dicen que el agua aumentó de 8 a 10, que las vivienda aumentó de 100 a 150, y así con todos los demás vienes de la economía que no son tomados en cuenta para el cálculo del IPC. En otras palabras, te dicen que hay “inflación 0%”, pero la moneda se deprecio igual, por lo que necesitas más, de la misma para comprar otros productos que antes comprabas con menos unidades monetarias. Es decir, que la definición del IPC siquiera cumple su mismo cometido.

Esto sin contar dos cosas: (i) que no todos compran tajante y exactamente los bienes tomados en cuenta en el cálculo, dado que todos los actores sociales tienen necesidades distintas y, por tanto, la inflación de precios que experimenta cada persona es distinta; la inflación que experimenta una ama de casa que cría a 3 hijos y trabaja de enfermera en un hospital no es la misma inflación que sufre un hombre soltero, sin hijos, que trabaja como analista financiero en un banco; la inflación que experimenta una empresa dedicada a la fabricación de bienes de madera no es la misma inflación que experimenta una empresa encargada de desarrollar software; (ii) que no estoy hablando del hecho de que algunos hasta asignan ponderación según la importancia de cada bien en las mediciones del IPC, haciendo que los cálculos varíen, mostrando generalmente una “inflación” por debajo de un cálculo del IPC que no toma en cuenta ponderaciones; otra aberración de la que no hablaré porque el mensaje ya quedo claro.

De esto se desprende algo lógico, si la “inflación” no es la subida de precios, sino la depreciación de una moneda, y el IPC no mide la inflación real de una economía, entonces toda definición de inflación que parta de ellas son un constructo arbitrario no apegado a la realidad, y todo intento de solución fracasará porque parten de un mal entendimiento de la misma. Si bien este ensayo no es un análisis exhaustivo de los fenómenos monetarios a lo largo de la historia[15], tengo que resaltar lo que la misma Pascualina resalta en su obra —aunque discrepemos en cuanto a enfoque de análisis y conclusiones, lo que dice es cierto—: el propio Phillip Cagan, a quien por cierto se le atribuye la definición aceptada de “hiperinflación” como el aumento del 50% mensual de los precios, en 1956 reconoció que su modelo, el cual pretendía explicar que las variaciones de la cantidad de dinero causaron la hiperinflación en varios países, es limitado, refiriendo en sus conclusiones a teorías que indican que el fenómeno fue causado por factores externos[16]. Cursio se apega de esto para decir que esos factores son ataques imperialistas, yo me inclino más bien a que el Modelo de Cagan falla por no poder calcular la demanda de los actores de las monedas correspondientes a los países que estudió. El error esencial sigue siendo el mismo en el que incurre Cursio. En este sentido, cita el trabajo de Bresciani-Turroni[17] y Frank Graham[18], estudiosos del problema monetario en la República de Weimar que concluyeron que la hiperinflación en la Alemania de 1923 no fue causada por la cantidad de dinero, sino por la depreciación “inexplicable y desproporcionada del marco aléman”[19]. Empero, todos estas premisas caen por su propio peso, suficiente con revisar lo expuesto hasta el momento para comprender el error.

Hiperinflación: lo que realmente es

Llegados a este punto, podemos definir la hiperinflación. Como ya se mencionó, el concepto aceptado por convención es el que usó Phillip Cagan en 1956 cuando, después de un estudio, estableció que la hiperinflación es el aumento general de los precios en un 50% mensual. No obstante, es necesario expresar algunas consideraciones: (i) esto es una concepción totalmente arbitraria, que si bien intentó fundamentarse en análisis estadísticos y matemáticos, lo cierto es que esto no le resta arbitrariedad —esto dejando de lado que la mera construcción matemática ya de por sí es arbitraria—; (ii) el concepto se desarrolló analizando economías post-guerra, que se encontraban sumergidas, en mayor o menor medida, en procesos inflacionarios —es como decir que si todas las economías tienen inflación de 10% mensual, entonces una súper-inflación es cuando hay un incremento del 50% mensual—; (iii) dado lo anterior, aún si se tomara como valido la definición, aplicó para ese contexto, en comparación a la actualidad donde la mayoría de los países, en circunstancias normales, tienen las Inflaciones de Precios medidas por el IPC en un solo digito —si tenemos en cuenta esto, podemos decir fácilmente que una hiperinflación moderna es aquella que supere los tres dígitos anuales. Si bien, aunque es igual de valido, apelando a la logica de Cagan, así no es como concebimos nosotros la hiperinflación—; (iv) se está definiendo algo simplemente como un superlativo de “inflación”, que si bien podría ser válido a efectos lingüísticos, creo que a efectos económicos podría relacionarse mejor con un fenómeno que surge cuando la inflación es demasiado alta y comienza a distorsionar los precios relativos. Por ello, es necesaria una redefinición o, mejor dicho, una recuperación del concepto apegado a la realidad de la dinámica de la inflación.

Antes de pasar a la definición, hago recordar al lector un caso curioso que ocurrió en Venezuela en años pasados, que si bien sigue ocurriendo, hoy no es algo general en la economía. A partir del año 2015, sobretodo en la profundización de la crisis monetaria entre 2017 y 2019, que se dejó sentir igual en 2020 y disminuyó su influencia hasta que en 2021 casi nadie se quejaba de ello, los precios relativos de la economía estaban tan distorsionados que un mismo producto comenzó a tener distintos precios, según el modo de pago al que apelara el comprador. Así, a modo de ejemplo ilustrativo y no apelando a precios reales de la epoca, encontrábamos una Harina Pan que costaba 10Bs en efectivo, pero por debito costaba 14Bs, además, si pagaban en dólares, costaba 1$ pero al cambio eran 8Bs, o si la divisa presentaba algún defecto, costaba 1.3$ —10.4Bs al cambio—, o si se pagaba en euros, tenía el mismo valor que si se pagaba en dólares —paridad Euro/Dólar de 1:1, aun cuando oficialmente el Euro era más caro que el dólar—, y así puedo seguir. El punto es que un mismo bien tenía varios precios para distintos modos en que fuese a realizarse la transacción. A esto se suma la venta de efectivo, tan necesaria para las personas que usaban el transporte público.

En este escenario, escuchaba a las personas quejarse de que eso era consecuencia de la avaricia de los venezolanos, que “nos estamos comiendo unos con otros” y “por eso es que Venezuela está como está”. Sin embargo, el fenómeno no tenía nada que ver con ello, tan solo era una consecuencia de la distorsión de los precios relativos después de años de desgaste del bolívar. Este fenómeno, no es nuevo, se ha visto en los lugares donde la inflación es tan alta que, en un juego de oferta y demanda de bienes, comienzan a aparecer distintos precios para un mismo bien, independientemente de las variables matemáticas que algún economista quiera tener en cuenta.

Esto es precisamente la hiperinflación: multiplicidad de precios para un mismo bien o servicio, dependiendo la forma en que se vaya a pagar. Llega un punto en la economía en el que la distancia entre la oferta y la demanda de una moneda es tan amplia —oferta monetaria muy > demanda monetaria— que los demás bienes que fungen como sustitutos monetarios —perfectos o no— comienzan a presentarse como los verdaderos referentes a la hora de fijar precios, ocasionando en todo el proceso un desajuste —o ajuste— de los precios relativos en función del bien que se tenga, convirtiéndose por ejemplo los bolívares en efectivo en un bien relativamente diferente a los bolívares que se tienen en las cuentas bancarias, o costando más o menos en comparación con una divisa, llevando a establecer multiplicidad de precios. Se cruzan todas las ofertas y demandas de cada bien con el que se transan, soltando precios por todos lados. La hiperinflación no aparece, pues, cuando los dígitos de los índices arbitrarios indican un 50% mensual, o cualquier número que usted guste, sino cuando usted comienza a ver esta multiplicidad de precios en el mercado para un mismo bien, según su modo de pago —¿En qué digito aparece? Imposible saberlo a exactitud, dado que la dinámica de cada sociedad es distinta, si bien, indudablemente llega cuando es demasiado grande el desequilibrio, por decirlo de alguna manera, entre oferta y demanda de una moneda—.

Incremento de precios en dólares

En este punto se puede decir que lo expresado puede refutarse con los hechos, cuando se ve que los precios en dólares, la moneda altamente demandada, también están subiendo. No obstante, también es necesario acotar que dicho aumento de precios en dólares responde en realidad al rezago cambiario. Para esto, apelaré a un ejemplo:

Suponga que hoy una TC= 2Bs/$, y que va al mercado a comprar una papa que cuesta 10Bs. En este escenario, la papa cuesta 5$ (10/2 = 5). Ahora bien, suponga que el día de mañana usted va a comprar la misma papa y cuesta 25Bs, pero al mismo tiempo la TC subió a 3.5Bs/$. Esto es, la papa subió un 150%, mientras que la TC subió un 75%. Cuando usted va a desembolsar para pagar la papa, se da cuenta que ahora cuesta 7.1429$. El precio aumentó en dólares, fue simplemente porque la TC no subió en la misma proporción a cómo subieron los precios en bolívares.

Hace poco leí a la abogada Andrea Rondón, miembro de Cedice Libertad, decir que el aumento en dólares actualmente está respondiendo a la inyección de liquidez en dólares que ha implementado como política el BCV para contener el TC. Sin embargo, tengo que decir que considero dicha concepción equivocada. Si bien ya mencioné que toda inyección monetaria implica una depreciación de la moneda, en el caso venezolano la demanda del dólar está tan elevada que la inyección monetaria no causa que aumenten los precios en dólares, sino que más bien ha servido como un burdo tapón a los precios en dólares para que no aumenten tanto. En otras palabras, a modo de ilustración, si suponemos una demanda de los dólares de 200%, una inyección de dólares a la economía venezolana puede hacer que baje a 180%, o 150%, o incluso hacer que sea del 100% —es decir, se satisface el total de moneda en dólares que demanda la sociedad—, pero en el contexto venezolano, donde la contrapartida de esto es que la demanda de los bolívares cae, paradójicamente sirve para que los aumentos en dólares se contengan o no lleguen. Siguiendo con el ejemplo de la papa, es como si la inyección en dólares hiciese que el rezago del 75% disminuyese o desaparezca, por lo que la TC aumenta a 5Bs y, por tanto, la papa sigue costando 5$ (25/5 = 5).

Conclusiones

El dinero es una institución social, y como muchas otras instituciones de esta índole, es producto de un proceso espontaneo que evoluciona con el tiempo, no es deliberado. Dicha institución llegó para coordinar a los actores sociales y medianamente recoger una información que esta esparcida en la sociedad en algo que llamamos “precio”. Parte de esa información que recoge el precio es la cantidad de moneda existente y la demanda de ella según los fines y medios de cada individuo, por lo que siempre es subjetiva, sin importar que el precio sirva para cuantificar ciertas cosas en el presente de forma objetiva —los costos, por ejemplo—. Así, los precios varían de un lugar a otro según la información recopilada de los millones de actores sociales, por lo que contiene información tacita, no articulable. Por ello, de alterarse deliberadamente cada uno de los componentes que lo conforman, solo causaría una mutación que distorsionaría los precios y, con ello, complicaría el cálculo económico de cada actor social, costándole el éxito en la consecución de sus fines.

A pesar de ello, hoy habitamos en un sistema en el que algunas entidades, con excusas varias, que se creen con la sabiduría necesaria para saber cuál es la cantidad optima de moneda que necesita la sociedad, controlan y alteran, normalmente hacia el alza, la cantidad de moneda existente, y con esto no hacen más perturbar el orden social espontaneo en un periodo de tiempo indeterminado. En su pretendida sabiduría espuria, una arrogancia fatal, no comprenden que no existe tal cosa como “cantidad optima de dinero” según ciertos parámetros arbitrarios —matemáticos—, porque los parámetros son desconocidos por todos, pero están allí y regulan lo que el human no puede regular, por tanto, la cantidad optima de dinero es y siempre será lo que existe o existirá, sin que sufra alteraciones arbitrarias.

En este proceso, la sociedad se adapta a dicha existencia, determinando ella misma, en su orden medianamente conocido, pero no comprendido del todo siquiera esa medianía, cómo usará esa herramienta para autoorganizarse la mejor manera posible. Ergo, aumentar arbitrariamente la cantidad de moneda en cualquier economía se traducirá inexorablemente en distorsión de precios y descoordinación social, en el corto, mediano o largo plazo.

Sin embargo, el proceso social siempre tiende a adaptarse a ello, por lo que, de no haber más aumento, con el tiempo se “estabiliza” —si cabe decir la palabra, puesto que nada es del todo “estable” cuando se trata de procesos sociales—. Ahora bien, ¿Qué se puede esperar en un entorno donde la cantidad de moneda aumenta periódicamente en un lapso de tiempo corto, en comparación a la adaptación social? Simple: si muchas de las distorsiones causadas a veces no son vistas fácilmente, con ello solo alimentarán un monstruo que ellos mismo crearon y salda con la calidad de vida de muchas personas, afectando sobre todo a los más pobres.

Con esto, vale recordar que da la casualidad que quienes crean o auspician la creación del dinero, generalmente son los primeros en recibirla, así que acuden al mercado a comprar con los precios de hoy, mientras que el que va mañana se encontrará con que, después de un proceso de adaptación social espontaneo en base a la cantidad de moneda ahora existente —por encima de la que había ayer—, los precios subieron, o se mantuvieron, pero ahora le cuesta más esfuerzo conseguir el dinero con el que compra, por lo que igual se ve perjudicado, o simplemente compra menos cosas que ayer. Los políticos, banqueros y sus amigos son los únicos beneficiados de todo este sistema del mal que podría llamarse fácilmente como Socialismo Monetario, entendiendo Socialismo como todo control coactivo de human sobre human, o en su sentido moderno: todas las instituciones que sostienen este tipo de gobierno. Es decir, que son unas pocas personas controlando a la sociedad a través de la moneda. No es de extrañar que, en todos los procesos inflacionarios de la historia, los que más se han visto beneficiados son ellos, y algunos otros que corrieron con suerte.

Venezuela tiene años sumergido en una espiral ascendente de inflación, con freno o sin freno, y muchos, en su pretensión de conocimiento, o porque simplemente se quieren lavar las manos —en el caso de los verdaderos culpables de este desastre monetario—, han culpado a terceros. Porque siempre es más fácil creer que se sabe algo para no admitir la ignorancia total en la que nos encontramos en lo que respecta a todo lo que nos rodea; se culpa al imperio, al comerciante, a la viveza criolla, a una simple página web o usuario de una red social que comunica la Tasa de Cambio del día, se dice que “nos estamos matando unos contra otros”, pero no se ha comprendido aún la inflación solo responde a temas estrictamente monetarios —oferta y demanda— y que, por tanto, solo quienes tienen control sobre la moneda, o pretenden hacerlo, son los causantes de dicho desastre. Hay que decirlo, le guste o no escucharlo a algunos, quieran aceptarlo o no, porque la negación y/o aceptación de un hecho no altera la misma, la verdad es inmutable e inamovible, y seguirá siendo verdad en todos los escenarios: los únicos culpables del desastre monetario en Venezuela son el Banco Central de Venezuela y Estado venezolano, involucrando claramente a todos los que lo conforman, sin importan sus buenas o malas intenciones.

Empero, este problema no es solo venezolano; el mundo entero está sumergido en las garras de este control monetario desde hace mucho tiempo, solo que algunos países se han encargado de mantener el monstruo en pasividad, en mayor o menor medida, pero, al fin y al cabo, el monstruo sigue existiendo y sigue devorando nuestro esfuerzo, trabajo y calidad de vida. La inflación no es el aumento generalizado de los precios, y mucho menos se mide con un estúpido indicador que media entre bienes y servicios que eligió alguien arbitrariamente, la inflación es la existencia de una cantidad de dinero que la sociedad no demanda, así de simple, y dicho fenómeno se traduce en la pérdida del poder adquisitivo que, a su vez, resulta en subida de precios —o en que se mantenga igual, cuando en un contexto normal hubiese tendido a la baja—. No obstante, hay que señalar que el principal hacedor de que exista una cantidad de moneda que la gente no demanda es la entidad que se encarga de crear dicha moneda. Al aumentar la cantidad de moneda, ella se devalúa per sé, porque la sociedad ahora tiene que adaptarse a una nueva cantidad de moneda. Que esto no se traduzca en un aumento del IPC —mal llamado “inflación”— no quiere decir que la acción llevada a cabo no cause o vaya a causar malestares sociales, lo hará, hoy, mañana, en una semana, año o después, aquí, allá o en cualquier otro lugar, pero lo hará.

En este sentido, recordemos además que la inflación es sentida por cada persona de forma distinta, porque cada quien demanda cosas y las cantidades de esas cosas de forma distinta, según sus fines y circunstancias. De esto se infiere lo siguiente: si realmente se desea vivir en una sociedad sin inflación monetaria, y sin las distorsiones que causa —entre ellas, la subida general de precios—, tiene que dejarse de controlar aquello que no se puede controlar, por lo menos no para bien. Es necesario que el human comience a replicar esas condiciones que sirvieron de base para que el proceso social generará las instituciones que fundamentan la civilización con el paso del tiempo, a saber: libertad y respeto a la propiedad. La inflación es un instrumento usado por quienes ostentan el poder y aspiran a la dominación, y como toda dominación, es deliberada. En este sentido, constituye un delito, un crimen de lesa humanidad en la medida en que disminuye los medios por los cuales las personas pueden prosperar.

Si queremos una Venezuela con “estabilidad” monetaria y, en suma, económica, se debe comprender que la civilización no tiene arquitectos y, por su bien, tampoco debe admitirlos. Es necesario un sistema de banca libre, guiado por ciertos principios a respetar, para volver a ser una sociedad feraz, no temporalmente, sino sostenida en el tiempo. O, en el peor de los casos, por lo menos que el BCV no siga inyectando liquidez y quite las restricciones al libre intercambio o interacción monetaria en el país.


[1] Pascualina Curcio. 2018. Hiperinflación: arma imperial. Segunda edición (2020). Publicado por Editorial Nosotros Mismos. Pág. 11.

[2] Ibídem., págs. 12-14, 15, 17-25, etc. Lo cierto es que no sé ni para qué especifico páginas, si esto es lo que expresa desde la portada del libro hasta su contraportada. En resumen, Cursio sostiene que todas las hiperinflaciones de la historia, especialmente la de Venezuela, no ha sido un fenómeno espontaneo que responda a la interacción de variables económicas, sino un fenómeno inducido políticamente por agentes que intentan socavar el proceso revolucionario hacia el socialismo.

[3] Ibídem., págs. 4, 11, 15, 18, 34, 48, 65.

[4] Además de la obra citada, puede ver cualquier artículo de su autoría publicado en Aporrea o El Nacional. Absolutamente todos van en la misma línea discursiva.

[5] Óp. Cit. Hiperinflación: arma imperial., pág. 46. Negritas y cursivas mías. Esta tesis viene acompañada con una defensa de la idea de que las estanflaciones solo ocurren cuando hay “inflación de costos” —shock de oferta— y no cuando hay “inflación de demanda” —que a su juicio, y el del común de los economistas inflacionistas, viene acompañado de aumento de la producción—. Esto le lleva a intentar refutar a quienes sostienen que el aumento de precios se debe a una mayor demanda agregada, pues en Venezuela, si bien ha aumentado la liquidez monetaria (M2), desde el año 2012 no se demanda y consume más bienes y servicios, es decir, los incrementos de M2 no corresponden con un incremento de la demanda agregada, descartando la teoría cuantitativa del dinero en el proceso y concluyendo que, de hecho, en este contexto, “cualquier política orientada a disminuir la cantidad de dinero para detener la hiperinflación, no solo no surtirá efecto porque no es la causa de los aumentos de precios, sino que además puede resultar contraproducente en lo que a condiciones de vida de la población se refiere” (ver págs. 37-40).

[6] Ibídem., pág. 40-45.

[7] Cursio apela al coeficiente de Pearson entre la TC oficial y establece que entre 1984-2005 la relación es de 0,991 entre el oficial y el IPC, pero a partir de 2006 va perdiendo fuerza, obteniendo un coeficiente de 0,5685 entre 2006-2017 (ver pág. 47).

[8] Ibídem., pág. 51.

[9] Ibídem.

[10] En una economía de trueque, los precios son fijados en función de otros bienes. Así, por ejemplo, 4 Bananas equivalen a 1 Pera —que es lo mismo a decir que 1 Banana es igual a 1/4 de Pera—. En este sentido, si por ejemplo alguien estipula que 1 Pera equivale en realidad a 6 bananas, simplemente hay un ajuste de precios relativos, valiendo menos la banana con respecto a la Pera. Los precios aumentan en comparación con las Bananas, pero disminuyen en comparación con la Pera. Ergo, no hay “aumento general de precios”. Independientemente de cual se altere, el resultado es el mismo, los precios relativos de las frutas con las que se realicen las transacciones se ajustaran al alza o a la baja.

[11] Al respecto, puede ver toda la tradición de la Escuela Austriaca de Economía, su método de estudio y su crítica a la visión matemática de la ciencia económica. Menciono algunos de interés: Jesús Huerta de Soto. 2004. La teoría de la eficiencia dinámica. Publicado en Procesos de Mercado: Revista Europea de Economía Política, volumen 1, número 1, págs. 11-71; Jesús Huerta de Soto. 1992. Socialismo, cálculo económico y función empresarial. Tercera edición (2005). Publicado por Unión Editorial.; Hans-Herman Hoppe. 1995. Economic Science and The Austrian Method. Reproducido en 2007 por el Ludwig von Mises Institute.

[12] Ludwig von Mises. 1959. Economic Policy Thoughts for Today and Tomorrow. Segunda edición en español, traducido por Alberto R. Sgueglia, y que constituye seis conferencias que Mises dictó en Buenos Aires, Argentina, ese mismo año. Sección: Inflación.

[13] Óp. Cit. Hiperinflación: arma imperial., pág. 48.

[14] La fórmula a aplicar es la siguiente: Tasa de Cambio Real (TCr) es igual a cantidad demandada de B (Db) por la unidad de A, entre Total de B en la economía (Tb), todo esto dividido a su vez entre la cantidad demandada de A (Da) que multiplica a la unidad de B, dividido entre el Total de A (Ta). Entonces TCr = ((Db x 1a) / Tb) / ((Da x 1b) / Ta). Esta expresión matemática es una construcción propia. Estoy consciente de que en economía la demanda y la oferta se definen de forma independiente entre sí, en función de precios y cantidades, no obstante, esto también es una construcción matemática arbitraria para poder graficarlas en un diagrama de ejes cartesiano. Si otro pudo arbitrariamente hacer una construcción matemática para concebir su fin, no hay lógica que me lo impida a mí, más allá de un simple “así no es cómo se ha enseñado”. En todo caso, mi intención no es determinar la demanda de una u otra moneda en sentido estricto o formal, sino simplemente ilustrar dos cosas: (i) que los precios de una moneda con respecto a otra puede variar —y de hecho lo hace— cuando varían las demandas de cada una; y (ii) que puedo usar la matemática a gusto para ilustrar —no “demostrar— fenómenos sociales —si es bueno o malo, dependerá de las premisas filosóficas de donde se parta la crítica—.

[15] En ello trabajo actualmente, aunque alejándome de los principios generalmente aceptados en la economía convencional.

[16] En óp. Cit. Hiperinflación: arma imperial. Pág. 21. Cabe decir que la consulta proviene de: Phillip Cagan, The moneary dynamics of hyperinflation, Milton Friedman. 1956. Studies in the quantity theory of money. Chicago, Estados Unidos. Publicado por University of Chicago Press.

[17] Constantino Berciani-Turroni. 1937. The economics of inflation. A study of currency depreciation in post war Germany (1931). Primera edición en inglés. Publicado por Universitá Bocconi.

[18] Frank Graham. 1930. Exchange, prices and production in hyper-inflation: Germany, 1920-1923. Princeton, Estados Unidos. Publicado por Princeton University.

[19] Óp. Cit. Hiperinflación: arma imperial. Pág. 22.

Dios de libertad: el creador del hombre naturalmente libre

Por Roymer Rivas, coordinador local senior de Eslibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

Cuando Jehová[1] crea al hombre, lo dota de una naturaleza singularmente distinta a las demás cosas de la creación; una que le permitiría manifestar en menor escala sus cualidades, ser lo que es: ser humano. Una vez hecho los animales, Dios pasa a crear al hombre “a su imagen y semejanza” (Génesis 1:24-27). Pero ¿Qué significa esto? ¿Es el hombre algún tipo de robot programado para ejecutar ciertas tareas o, quizá, una especie de esclavo que tiene que someterse a todos los caprichos de su creador? Las respuestas a estas preguntas no son un asunto sin importancia, pues, tratándose de la naturaleza humana, conocerlas ayuda a comprender la razón por la cual la humanidad ha sufrido tanto a lo largo de toda su historia.

En principio, como el hombre tiene la potencialidad de mostrar cualidades del Dios invisible, tenemos que conocer quién y cómo es para después entender la naturaleza humana. Jehová es el Todopoderoso, el creador de todas las cosas (Hechos 4:24; Apocalipsis 4:11), un ser de amor, perfecto y bueno que no tiene principio ni fin (1 Juan 4:16, 19; Marcos 10:18; Salmos 25:8; 90:2) y que en su inmensa bondad crea al hombre para hacerlo participe de su existencia. A priori, el poseer estos atributos, hacen gozar a Jehová de libertad absoluta; él habita en un clima ilimitado de acción libre en todo tiempo, es decir, puede obrar a voluntad sin restricción alguna dado que es un ser completo, independiente de cualquier cosa (Isaías 45:11, 12; Daniel 4:34, 35).

Entendiendo lo anterior, se puede decir que Jehová es Dios de libertad (2 Corintios 3:17). Y esto queda en evidencia cuando crea a criaturas inteligentes a su imagen y semejanza —es decir, con la potencialidad de manifestar su condición y cualidades, incluyendo la libertad, aunque todo en menor escala— y al proteger y defender dicha naturaleza en el tiempo. Por ello, el hombre tiene la facultad de recibir información de su entorno —percepción—, analizarla y valorarla gracias a su facultad de juicio, para luego tomar una decisión y actuar creativamente en base a ello; todo gracias a la razón y el libre albedrío con los que fue dotado en el principio.

Esta condición libre, sumada al componente creativo, es lo que permite al hombre ejercer su empresarialidad valiéndose de los medios a su alcance para alcanzar sus fines. Sin embargo, he dicho que el hombre puede manifestar la condición y cualidades de Dios en menor escala, y es así porque el ser humano no puede crear cosas al nivel de Dios y mucho menos goza de libertad absoluta; su libertad es relativa en la medida en que está limitada por su misma condición y el entorno. Por ejemplo: nadie tiene la libertad de volar al saltar de un edificio —la ley de la gravedad se lo impide—; o nadie tiene la libertad de violentar la libertad de un tercero, puesto que todos somos naturalmente iguales en cuanto a constitución humana y, por consiguiente, iguales en derecho; de hacerlo, la persona tendrá que afrontar las consecuencias negativas de su acción.

No obstante, las limitaciones humanas son necesarias para su existencia y no son coactivas —la coacción no es lo mismo a tener límites establecidos y solo puede ser de hombre sobre hombre—. Incluso el mismo Jehová por amor establece sus propios límites de su absoluta libertad para hacer lo que es correcto, se contiene de actuar de una u otra manera en diversas circunstancias a pesar de que nada fuera de él mismo se lo impide (Isaías 42:14); y una muestra de ello fue la conversación que tuvo con Abrahán cuando se disponía a eliminar Sodoma (Génesis 18:22-33). Los límites naturales a la libertad humana no lo cohíben de conseguir sus fines y ser feliz siempre y cuando no dañe a otro.

Esta misma condición es lo que permite que, en lugar de actuar contra otros, espontáneamente los individuos ejecuten acciones —muchas veces sin darse cuenta— en función de otros y la sociedad se coordine consiguiendo avanzar civilizadamente. Por tal motivo, en resumen, se puede decir que bíblicamente la libertad es la condición natural del hombre en el que puede obrar a voluntad sin ningún impedimento más que las impuestas por la misma naturaleza; para esto cuenta con facultades físicas y mentales que le permite percibir, analizar y valorar el entorno en el proceso de toma de decisiones que terminaran por materializarse en acciones.

Es por ello que limitar la libre acción humana coactivamente no puede tener otro resultado que daños sociales. Dios lo entiende así, por ello defendió la libertad de su pueblo escogido cuando fue esclavizado por Egipto y los libró de la mano de otros adversarios que querían someterlos (Deuteronomio 7:7, 8; Jueces 7:9-15, 20-22), además, la ley establecía que si un hebreo era vendido por otro o se vendía a sí mismo en esclavitud debido a su pobreza, tenía que ser libre al séptimo día de su servidumbre o en el año de jubileo[2] —lo que llegara primero— (Levítico 25:10, 39-41; Éxodo 21:2; Deuteronomio 15:12).

Por esta razón, cuando el hombre con poder comienza a abusar de su libertad y somete a sus semejantes con el fin de modificar sus comportamientos para amoldarlo a sus propios fines, atenta contra la condición original del ser humano y las personas sometidas ven limitadas contranaturalmente sus opciones y decisiones que les permitirán aprovechar de la mejor manera los medios a su alcance que, a su vez, les ayuda a aumentar las probabilidades de éxito en la consecución de sus fines. Por este motivo dice la Biblia que “el hombre ha gobernado al hombre para su propio mal” (Eclesiastés 8:9), porque el hombre no fue creado para ensalzarse o alzarse por encima de sus semejantes.

En este punto aclaro que el problema no es el hombre en sí mismo, mucho menos la libertad con el que fue creado —porque sin dicha libertad no seriamos humanos en la misma dirección y sentido en como entendemos «ser humano»—, más bien el problema es que un hombre o grupo de hombres se encuentren por encima de otros y al mismo tiempo tenga poder para violentar su libertad. A priori, un hombre puede estar por encima de otros por concesión, porque tiene autoridad moral y otros decidieron brindarle poder —lo que implica necesariamente que en cualquier momento puede perderlo si así lo decide la fuente de su poder—, pero la cosa cambia cuando alguien se encuentra por encima de otros por medio de la violencia, porque tiene la fuerza de someterlos; en este contexto la balanza se inclina a favor de unos en detrimento de otros.

Lo anterior queda ilustrado a lo largo y ancho de la historia humana: no es de extrañar que las grandes tragedias de la humanidad —dejando de lado los desastres netamente naturales, que escapan de su poder—, como guerras, hambre y muerte, se deben al abuso de poder que cometen ciertos hombres sobre otros; y que el avance de la civilización se deba al buen uso de la libertad que ejercen los actores sociales y que, a pesar de que siempre son en pos de satisfacer deseos propios, ayudan a quienes le rodean.

En palabras un poco poéticas: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, tal como dijo Lord Acton. Pero las ansias de poder, de sobresalir y estar por encima de los demás a toda costa, también es la causante de muchos males. Es bíblico. La tentación de abusar del poder para conseguir fines propios a costa de otros en la que se encuentran quienes gozan del mismo es suprema, resistirse a eso es difícil y sus consecuencias son nefastas.

Por tal motivo, es necesario velar por la libertad, porque es lo único que permitirá alcanzar pleno desarrollo y progreso para la sociedad. El ser una condición natural —instituida directamente por Dios— significa que no hay grises buenos cuando se trata de elegir qué camino tomar para alcanzar la felicidad individual y, por extensión, social —que los miembros de una sociedad puedan describirse «felices»—. La cuestión es: libertad o esclavitud. A modo de ilustración: el mundo tiene que elegir entre el blanco, el negro o los grises; el blanco es la libertad, es seguir el camino de Dios responsablemente afrontando las consecuencias negativas o positivas de nuestras acciones; el negro es la esclavitud absoluta y los grises son tipos de esclavitud con grados menores, es decir, estar sometido a las directrices de terceros en perjuicio de nosotros mismos.

Desde la rebelión de Adán y Eva (Genesis 3:1-7), en donde rechazaron la autoridad divina junto a las condiciones humanas naturalmente establecidas, en todo tiempo a la humanidad ha sido víctima de gobiernos coactivos de hombres sobre hombres de una u otra manera; esta es la causa del sufrimiento humano o la razón por la cual no se han encontrado soluciones a problemas que, en otras circunstancias —en libertad— ya hubieran encontrado solución; porque la humanidad se encuentra restringida por sí misma en cuanto a lo que puede potencialmente lograr. Pero si luchamos por “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8:21) las cosas pueden cambiar.

La verdadera libertad es el único camino a la felicidad, no hay otro. Jehová dice en su palabra que “el que mira con cuidado la ley perfecta, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino que hacedor la obra, éste será feliz en lo que haga” (Santiago 1:25); y da la casualidad que la ley es “amor” (Romanos 13:8-10; Corintios 13:13), y quien ama no daña a sus semejantes cuando trabaja para lograr sus metas, sino que respeta irrestrictamente el proyecto de vida ajeno —en tanto y en cuanto no vea atacada su propia libertad—. Por amor, Dios dio al ser humano una naturaleza singular que le permitiese disfrutar responsablemente de la vida a plenitud.

Es por este motivo que es inadmisible el silencio y/o la apatía cuando este derecho natural es atacado por terceros; la verdadera libertad debe ser defendida y protegida en todo tiempo y a toda costa, porque es una exigencia inseparable de la dignidad humana; y todos aquellos que la defienden pueden estar seguros de que tienen de su lado al Supremo Creador Jehová, el Dios de la Libertad.[*]


[1] La Biblia indica que el nombre de Dios es Jehová (Salmos 83:18; Isaías 42:8; 54:5; Miqueas 4:5), cuya abreviación poética es Jah (Salmos 68:4; Isaías 26:4).

[2] Se llamaba así el año que seguía a cada ciclo de siete periodos de siete años; es decir, pasado 49 años, el año siguiente –numero 50– era el año de jubileo. El cual tenía las mismas características que el año sabático según la ley (Levítico 25:8-12).

[*] Este ensayo fue publicado por primera vez en la Revista Nueva Libertad, número 10, publicada por Caminos de Libertad, y se puede encontrar en la Biblioteca Ricardo Salinas Pliego.

El cáncer de la corrupción: una consecuencia de las restricciones a la libre acción humana

Por Roymer Rivas, Coordinador Local de EsLibertad Venezuela y Teórico del Creativismo Filosófico.

Hoy día se escucha hablar mucho sobre la corrupción; dudo que una persona, más si se encuentra en Venezuela, sea ajena a este fenómeno. Esto es así porque la corrupción es un mal generalizado, un cáncer en metástasis. Pero ¿Por qué la corrupción es un cáncer? Para responder esta pregunta y encontrar las similitudes entre el fenómeno social y la mortal enfermedad, primero hay que saber qué es y/o significa corrupción, qué es el cáncer y cuáles son sus causas.

El término “corrupción” proviene de las palabras latinas corruptio y corrumpere; la primera hace alusión a la acción de alterar o destruir por putrefacción, por lo que, en palabras simples, es la acción de pervertir y/o dañar; mientras que la segunda significa arruinar, echar a perder, quebrar, hacer estallar; con esto en mente, se puede entender por qué el termino está relacionado con suciedad, inmoralidad, decadencia, ilegalidad y degeneración.

En este sentido, la corrupción es, pues, una alteración del orden establecido, un quiebre del proceso, una perversión de lo que debería ser; y esto puede ocurrir tanto en el ámbito privado como en el público, siendo esta última en donde más se presenta. Cuando un funcionario usa los medios, funciones o recursos públicos para beneficio propio, no está haciendo más que alterar el orden mediante la perversión de sus funciones y, en consecuencia, dañar a la sociedad.

La corrupción no es nueva, corre paralelo con la historia de la humanidad; apelando a la Biblia, por ejemplo, ya hace por lo menos unos tres mil quinientos años que la ley de Moisés condenó el soborno, que eran las dádivas con la que se conseguía que la autoridad hiciera algo en favor de una persona (Éxodo 23:8; Deuteronomio 10:17, 19). En ese entonces ya se tenía claro que los actos de corrupción socavan la estructura de la sociedad pues “cegaba los ojos de los sabios y torcía la palabra de los justos”. El Rey Salomón escribió al respecto que “con justicia, el rey le da estabilidad al país, pero el hombre que acepta sobornos la lleva a la ruina” (Proverbios 29:4); es decir, según la Biblia, mientras que la justicia afianza el país, la corrupción las destroza.

Por otra parte, el cáncer hace referencia a cantidad de enfermedades varias que se caracterizan por el desarrollo y división descontrolada de células anómalas. La enfermedad es causada por mutaciones en el código genético (ADN) de las células, es decir, por una alteración de las instrucciones que debería de cumplir cada gen individual que conforma el ADN. Estas alteraciones hacen que la unidad no ejerza su función normal y se convierta en una célula cancerosa.

Pero ¿Cuáles son las causas de las mutaciones genéticas? Por lo menos dos posibles, la primera, aunque se trate de un porcentaje de casos extremadamente pequeño, es que se herede de los padres una mutación genética —nacer con la mutación—, la segunda, que es lo que mayormente ocurre, es que la mutación genética sea ocasionada por diversos factores que no hacen más que alterar el orden establecido, tales como el tabaco, la radiación, algún virus o químico, obesidad, entre otros[1]. Por lo tanto, se puede decir entonces que la corrupción es un cáncer, no solo por la enfermedad en sí y sus consecuencias, sino también por las causas que la generan.

Del mismo modo en que toda célula es propensa a ser cancerosa, todas las personas son propensas a corromperse —sino Dios no hubiera tenido que condenar la corrupción—; este podría ser el componente “heredado”, un gen, por así decirlo, que todos llevamos dentro. Entendiendo esto, a priori, se concluye que cada individuo decide si realizar un acto corrupto, o no, en un momento determinado.

Ahora bien, también es cierto que las circunstancias que rodean a una persona hacen que sea más o menos propensa a corromperse. El cáncer de la corrupción es producto de una sucia modificación de las circunstancias, una alteración anómala o deterioro/perversión de las instituciones sociales que lleva a las personas a apelar a la viveza como una respuesta de supervivencia al contexto en el que se desenvuelve; es por ello que la causal del fenómeno se encuentra íntimamente relacionada con el concepto de acción, por los efectos que las acciones pueden tener sobre las personas y, por extensión, las instituciones.

Axel Capriles lo resume muy bien al decir que “el pícaro —el vivo— es, de hecho, una psicología de supervivencia”[2]; al ser el humano una especie adaptativa, éste desarrolla aspectos en su personalidad para enfrentarse al mundo que les rodea, aspectos que definirán las acciones a realizar en pos de alcanzar sus fines. Por lo que las instituciones, la cultura y, en suma, la estructura social, ejercen una fuerte influencia en las decisiones que toma una persona en su día a día.

Dicho de otro modo, la perversión de las instituciones que permiten la vida en sociedad constituye ese factor que altera el orden social, influyendo en las personas de tal manera que estas se ven obligadas, o por lo menos son más propensas, a realizar acciones que en otras circunstancias no hubieran realizado por no tener los incentivos para hacerlo. Una vez que las instituciones son socavadas, estas dan lugar a “ciertas conductas y estilos de comportamientos” que se transmiten de forma pasiva a la sociedad, a la vez que son “sumamente difíciles de detener” por su inercia y “sólo se apaciguan con el desgaste y el correr del tiempo o con el desarrollo de tendencias contrarias con fuerza suficiente para servir de contrapeso”[3].

La razón por la que las instituciones —jurídicas, mercado, dinero, entre otras—, que son “comportamientos pautados propios y ajenos”[4], modelos repetitivos o patrones de conducta que se llevan a cabo en la sociedad y que surgen de forma espontánea —no deliberada— como resultado de un proceso evolutivo en el que todos los actores sociales interactúan entre sí e intercambian información del tipo practica —tacita e inarticulable—[5], se pervierten, es por intentar organizar ex-profeso a la sociedad; lo que se traduce en restricciones a la libre acción de los individuos.

Para comprender esto es necesario entender que una realidad humana es que cada ser es singular y hace las cosas movido por sus propios deseos internos y no por motivos o deseos ajenos, incluso cuando parece que una persona realiza ciertas acciones motivadas por deseos de un tercero, la fuerza subyacente que empuja a realizar dichas acciones es en realidad su voluntad, sus anhelos. En pos de satisfacer sus deseos, el individuo, que posee un componente empresarial innato, busca, descubre y aprovecha la información que percibe del contexto en el que se desenvuelve para emprender una serie de acciones que terminaran por crear nueva información ex-nihilo que será aprovechada por los demás actores; en consecuencia, la sociedad se coordina y comienza a ajustarse en base a esa nueva información. Todo de forma espontánea.

Así pues, en este proceso, el individuo realiza un cálculo económico subjetivo que le permitirá tomar decisiones con respecto a cuál cree él es la mejor manera de usar los medios a su alcance para lograr sus fines.

Cuando se intenta controlar los campos de acción en los que los actores sociales se desenvuelven, en realidad lo que se está haciendo es tratar de controlar/limitar el libre ejercicio de su empresarialidad innata para valerse de los medios a su alcance que, a su vez, les permitirá alcanzar sus objetivos de la mejor manera posible; el efecto ineludible de este control —coacción— es el estancamiento social y, en casos extremos, la involución.

Como es imposible ir contra la naturaleza humana sin obtener funestas consecuencias, esto no hace más que activar el lado picaresco de las personas como una medida de supervivencia, ya que, dada las circunstancias, es lo único que les permitirá la consecución de sus fines con el menor costo en tiempo, información y/o hasta monetariamente; si bien no en todos los casos, el valor que le asigne cada individuo a los medios y fines dependerá de cada persona —subjetividad— de acuerdo a su contexto.

En efecto, de la misma manera en cómo la corrupción es inherente a la condición humana —un posible acto de corrupción siempre tendrá espacio en el previo cálculo económico subjetivo que realizan las personas para decidir qué acciones emprender con la finalidad de alcanzar sus objetivos—[6], también es cierto que esa condición, ese componente hereditario, no es un cáncer en sí mismo; es decir, la mutación genética heredada predispone a la persona al cáncer —la corrupción—, pero eso no implica con certeza que la persona, y, por extensión, la sociedad, padezca de cáncer. La mutación genética solo lo hace susceptible de padecer la enfermedad —incurrir en un acto de corrupción— si se ve expuesto a determinadas circunstancias —las condiciones del entorno, las instituciones— que, mezcladas, si provocan la mortal enfermedad.

Por tanto, la estructura institucional juega un papel importante a la hora de incentivar la corrupción o, por el contrario, servir de contrapeso a esa condición humana y desincentivar los actos corruptos en la sociedad.

Si una persona al realizar su cálculo económico se fija que el costo de obedecer las instituciones establecidas, el costo de acatar la norma, es superior a los beneficios obtenidos por acatarla, entonces tiene el incentivo para quebrar el orden establecido, saltar el proceso e incurrir en un acto de corrupción, no porque la persona en si misma este enferma y por ello realice un acto de corrupción, sino porque el contexto generó una serie de mutaciones en su ser que le hicieron despertar su viveza con tal de aprovechar de la mejor manera —en base a su cálculo subjetivo— los medios a su alcance para la consecución de sus fines. Por ello, si las personas deciden ejercer acciones al margen de la norma, si una sociedad en general —no casos aislados— es caracterizada por ser corrupta, entonces, a priori, las normas por las que se rigen son ineficientes porque el costo de acatarla es superior a sus beneficios. Todo se resume en ese cálculo económico —valoración de medios y fines— que permite a los actores tomar una decisión que mejor se adapte a sus deseos.

Con todo lo expresado hasta ahora se puede observar como las causas de la corrupción radican en la débil institucionalidad causada por las restricciones a lo único capaz de crear instituciones fuertes y, en consecuencia, una sociedad feraz sostenida en el tiempo, a saber, la libre interacción humana en el ámbito de la propiedad privada.

Esta teoría queda ilustrada con la evidencia empírica cuando se observa la correlación que existe entre libertad[7]  y corrupción; a mayor libertad, menor corrupción, y viceversa[8].

Ahora bien, como todo cáncer, las repercusiones que tiene el fenómeno de la corrupción en la sociedad son nefastas; de hecho, puede causar la muerte del pleno progreso social en caso de no hacer las correcciones que permitan crear las condiciones necesarias para el desarrollo de una sólida estructura institucional.

Para empezar, existen muchos tipos de corrupción y no todas tienen las mismas repercusiones negativas. Sí, la corrupción se presenta cuando quien está en una posición de poder abusa del mismo para beneficios particulares y siempre en perjuicio de la sociedad, pero no todos los actos vierten directamente en los mismos resultados; un soborno para que el parlamento decida aprobar una ley que limite la competencia en el mercado no tendrá las mismas repercusiones que un soborno para omitir una infracción de tránsito; la primera permitirá a cierto grupo de interés crear un monopolio u oligopolio que se traducirá, muy probablemente, en dar a la sociedad productos de baja calidad a un alto precio[9]; la segunda no trasciende de forma activa y material, pues solo queda como un gravamen a la persona que decidió pagar el soborno.

Sin embargo, ambos hechos son perjudiciales; en el primer caso, la sociedad debe conformarse a los malos bienes y/o servicios; en el segundo, si bien no perjudica a otros de forma directa —material—, junto al primero, transciende de forma pasiva, es decir, comienza a transmitirse la información de que con un soborno puedes evitar los altos costos de someterse a la ley —en este caso, derogar el monto que la misma exige; ahorrando de esta manera el tiempo y esfuerzo que requiere su cumplimiento—.

Por esta razón, el costo que paga la sociedad por la existencia de hechos de corrupción, más allá de la mala inversión, de la redistribución de la riqueza, de los efectos negativos en las finanzas públicas que se traduce en pérdida de confianza en el Estado y, a su vez, repercute en baja calidad de vida para quienes dependen de una u otra manera de él[10], o de la baja rentabilidad y eficiencia de las empresas en donde el fenómeno se presenta en altos niveles —mayormente en las empresas estatales—, entre otros problemas; más allá de eso, el costo de la estructura del sistema corrupto —y corruptor— es que perjudica a los más desfavorecidos y afianza la pobreza, ya que ciertos agentes son los más beneficiados por recibir ventajas comparativa sobre aquellos que no pueden incurrir en el mismo hecho por circunstancias cuales sean —o lo pueden hacer pero a un costo mucho mayor—. Al final, “la corrupción no es más que una forma de opresión”[11].

En la misma línea, da la casualidad que quienes se encuentran en el primer escalón de la pirámide de poder, los políticos, son quienes aprovechan sus posiciones para seguir creando condiciones que les permitan obtener más ganancias, y el instrumento que usan para ello son las instituciones jurídicas. No es que la corrupción hace que el Estado cree leyes ineficientes, es que primero se crean las leyes ineficientes y, más tarde, están darán fuerza al lado picaresco de los actores sociales.

Una vez inicia ese proceso, comienza a “multiplicarse la mutación genética”, es decir, el cáncer comienza a extenderse —metástasis—; los políticos se dan cuenta que pueden sacar grandes beneficios de los actos de corrupción y, en consecuencia, comienzan a crear leyes que pretenden hiperregular cada una de las acciones de los individuos para que estos se vean obligados a incurrir en actos corruptos, o, por otro lado, bajo supina ignorancia de la realidad, comienzan a intentar atacar el fenómeno creando discrecionalmente más leyes para controlar a la sociedad pensando que esto ayudara a disminuir la corrupción cuando no hace más que auspiciarla; es como si se tratara de curar el cáncer de mama con más mutaciones genéticas en otras partes del cuerpo, esto es, crear más cáncer. En resumen, sea como sea, los resultados son los mismos.

Por otra parte, el fundamento que sostiene la estructura de la corrupción es aún peor; esto es, que el costo por excelencia que paga la sociedad es su desmoralización y degeneración. Un sistema corrupto inhibe el desarrollo social, erosiona los valores morales a tal punto que, si no se detiene a tiempo, pasa de ser un caso aislado que causa asombro a convertirse en algo normal y necesario para poder sobrevivir —poder desarrollar las actividades económicas—[12].

En ese escenario, los agentes coaccionados “descubren empresarialmente que tienen más posibilidades de lograr sus fines si, en vez de tratar de descubrir y coordinar los desajustes sociales aprovechando las correspondientes oportunidades de ganancia que los mismos generan, dedican su tiempo, actividad e ingenio humano a influir sobre los mecanismos de toma de decisiones del órgano director [Estado]. De manera que un volumen impresionante de ingenio humano —y mayor conforme más intenso sea el socialismo [intervencionismo].— se dedicará constantemente a idear nuevas y más efectivas formas de influir sobre el órgano director con la esperanza real o imaginaria de conseguir ventajas de tipo particular”[13]. En otras palabras, la corrupción llega, crece y se impone en el inconsciente colectivo, los actores sociales comienzan a desear alcanzar un cargo público para comenzar a sacar ventaja personal de ello. De esta manera, ya las personas no comienzan a disciplinar sus acciones en función de los demás, “sino que tratan de hacerse con el poder o capacidad de influir sobre el órgano director, con la finalidad de utilizar sus mandatos coactivos para imponer por la fuerza a los demás ventajas de tipo particular”[14]. La famosa frase de Germán Valdés (Tin-Tan) resume este fenómeno al decir: “yo siempre le pido a Dios que no me dé, sino que me ponga donde haya”.

En resumen, el sistema político tiene los incentivos necesarios para que las personas que se encuentran sumergidas en él se corrompan y comiencen a valerse de sus poderes y funciones para crear el marco institucional/social en el que ellos puedan recibir beneficios particulares. En esta etapa se pervierte la justicia y, en suma, en todas partes inicia un proceso de mutación de las instituciones que termina por hacerlas débiles y arruinarlas[15], la sociedad comienza a decaer.

Si es la libre acción humana, el ejercicio de la empresarialidad, la que permite en un periodo de tiempo crear y fortalecer las instituciones que, a su vez, terminarán por regir las acciones emprendidas por los mismos, que posteriormente dará paso al avance de la civilización, el limitar/restringir esas acciones lo único que hace es condenar a todos a una destructiva espiral descendente rumbo hacia la destrucción. Al desmoralizarse la sociedad, las acciones que los individuos emprendan no serán en función de otros, por lo que no se crea la información necesaria para coordinar a todos los actores sociales, decaen todas las instituciones, dirigiendo así a la misma por un camino rumbo a la más míseras condiciones que se puedan imaginar[16].

Por último, llegados a este punto, es necesario dar respuesta directa a una pregunta: ¿Cómo puede evitarse la corrupción?

Fundamentalmente, eliminando las condiciones que dan fuerza a la corrupción. La arquitectura política, económica, legislativa, cultural y, en definitiva, institucional, de la sociedad debe ser sólida; y, para lograr eso, es necesario respetar la libertad y la propiedad privada de todos los actores sociales.

Solo respetando el proyecto de vida de todos los actores que conforman la societatis, lo cual compromete a establecer límites claros entre la propiedad privada y la pública, se puede evitar la corrupción generalizada y convertir los actos corruptos en hechos anómalos, aislados. La institución legislativa toma fuerza en esta parte puesto que será la encargada de modificar las condiciones presentes que permitirá, al transcurrir un periodo considerable de tiempo, el desarrollo de tendencias contrarias que servirán de contrapeso, abriendo camino hacia la armonía social.

En este orden, el trabajo de la institución jurídica —el derecho— no debe ser crear normas por crearlas, dando paso a la hiperregulación, volviendo al ciclo y alimentando así la enfermedad, sino establecer conceptos claros, no sujetos a interpretación, sobre la propiedad privada que permitan el libre ejercicio de la función empresarial —empresarialidad— de los individuos; es decir, crear el marco en el cual los agentes realicen acciones racionales en base a sus cálculos económicos. Esto se traduce en leyes sencillas, eliminación de procedimientos innecesarios –burocracia—, en más libertad.

En base a esto, se puede inferir que el rol del Estado en la economía será nulo[17]; que el desarrollo social resultante de la libre acción de los individuos llevara a desincentivar la corrupción, tanto en el ámbito público como en el privado, por reconocer y aceptar tácitamente que los beneficios de acatar la norma sobrepasan los costos de acatarla; también, que la libre prensa será un contrapeso importante para este cáncer ya que ayudara a que los fenómenos —mutaciones— externos no se mezclen con la alteración interna —corrupción inherente a la condición humana— o influyan de tal manera que haga despertar al pícaro que todos llevamos dentro[18]; y que la mayoría de los procesos, sino todos, serán transparentes, ya que nadie podrá crear discrecionalmente leyes ni tendrá el poder monopólico de servicios como, por ejemplo, los permisos, subsidios, licencias, entre otros.

Con respecto a la transparencia, la misma legislación basada en propiedad privada sirve de guía a los actores sociales, sobre todo los que trabajan en el sector público, para que estos tengan que rendir cuentas de sus acciones y otros puedan ver/revisar lo que la persona está haciendo.

A modo de conclusión, un resumen:

Los seres humanos poseemos un componente empresarial innato que nos permite aprovechar creativamente los medios a nuestro alrededor para alcanzar los fines que subjetivamente valoramos. Las acciones que realizamos para lograr nuestros objetivos se basan en decisiones racionales que, a su vez, son resultado de un previo cálculo económico en el que se valoran los medios para inferir cuáles serán las acciones concretas a ejecutar que permitirán alcanzar los objetivos planteados.

En este proceso se coordina la sociedad y fortalecen las instituciones que servirán de contrapeso al lado picaresco innato de los actores sociales que les hace propensos a incurrir en actos de corrupción; lado que surge y/o cobra fuerza cuando la libre acción es restringida y, en consecuencia, se dificulta o hasta imposibilita alcanzar los fines bajo elevados principios morales.

En este orden de ideas, cuando se alteran las instrucciones de las instituciones surgidas por un proceso evolutivo en el que interactúan todos los individuos que dan pie a comportamientos pautados y repetitivos entre los miembros de la sociedad y éste comienza a ejercer acciones anómalas, entonces despierta la viveza de las personas como un mecanismo de supervivencia que permitirá alcanzar ciertos fines por medios amorales, es allí cuando mutan, tanto las instituciones como las personas individualmente, y surge el cáncer de la corrupción. Condenando así a la sociedad a una espiral descendente en donde se retroalimentan la pobre institucionalidad y las acciones corruptas en las que incurren los actores, haciendo que cada vez es más normal incurrir en actos de corrupción.

Las consecuencias son nefastas, pues las acciones que antes, en un ambiente libre, se ejercían en función de los demás, dando paso al desarrollo social pleno, ahora comienzan a perder sinergia; lo cual tiene como resultado ineludible la depauperación moral y descoordinación social.

Para evitar esto, entonces, es necesario que las instituciones sean fuertes; y lo único capaz de crear instituciones fuertes es la libre interacción entre las personas en el ámbito de la propiedad privada.

De tal manera que es imprescindible que el marco institucional delimite la propiedad privada, cree las condiciones para respetarla —para el libre ejercicio de la empresarialidad de los individuos—, y sirva de guía a los mismos para la ejecución de sus acciones. A modo de ilustración, las institución jurídica es como el armero que carga con las herramientas que necesita el guerrero en sus batallas, éste no lucha la batalla por él, sino que le sirve de apoyo y base para las decisiones que tome el guerrero en el campo; dicho de otro modo, es guía y apoyo, no conductor; el marco legislativo debe ayudar a los actores sociales a adquirir conocimiento mediante el aprendizaje y el esfuerzo, no regir cada uno de los campos de acción de los mismos.

Para finalizar, cito nuevamente las palabras que se encuentran en la portada del presente escrito: “si el vaso no está limpio, lo que derrames sobre él se corromperá”. Si se pervierte y ensucia la arquitectura social, es decir, la estructura institucional, entonces todas las acciones que en ese marco se realicen serán putrefactas, dañinas, corruptas, y el producto resultante será la pérdida progresiva de la armonía/sinergia de las acciones individuales de cada una de las personas y, junto con eso, el desarrollo social, sustituyéndola por el estancamiento o, en el peor de los casos, la involución social.[*]


[1] Las obras que me ayudaron a entender la mecánica del cáncer fueron las de Gerardo Castorena Rojí titulada “El Libro del Cáncer de Mama”, destaca especialmente el Capítulo I, y el libro de Joseph Márcola titulado “Contra el Cáncer” donde el autor presenta datos interesantes sobre el tema y cómo combatirlo, destacando la introducción y la primera parte del libro (capítulos I-V). A su vez, consulte los “síntomas y causas” en el área de información médica, sección “enfermedades y afecciones”, de la Mayo Clinic en su página oficial; puede ingresar a través de: https://www.mayoclinic.org/es-es/diseases-conditions/cancer/symptoms-causes/syc-20370588.

[2] Capriles, Axel. (2008). La picardía del venezolano o el triunfo del Tío conejo. Caracas, Venezuela. Editorial Alfa. Prefacio, pág. 23.

[3] Ibíd., pág. 79. Capítulo titulado “El significado de la picaresca para América”, subtitulo “El truhan como polizón” (párr. 1). Estas palabras ya vislumbran cuales son los medicamentos necesarios para atacar el cáncer de la corrupción, a saber, desarrollar el marco institucional lo suficientemente sólido como para generar una tendencia contraria a la que causó o dio fuerza a los actores sociales para que incurrieran en actos de corrupción.

[4] Huerta de Soto, Jesús. (2005). Socialismo, Calculo Económico y Función Empresarial. Madrid, España. Tercera edición. Publicado por Unión Editorial. Pág. 46.

[5] Ibíd., pág. 69.

[6] Recuerda, al igual que las mutaciones heredadas que pueden dar origen al cáncer, la corrupción es un componente genético hereditario.

[7] Libertad, libertad económica —empresarial, laboral, monetaria, comercial, etc.—, libertad de expresión y fuentes alternativas de información, libertad de prensa, entre otros.

[8] Por citar ejemplos, para el año 2019 el ranking del Índice de Libertad Económica mundial posicionó a Singapur, Nueva Zelanda y Australia entre los 5 países más libres, mientras que, al mismo tiempo, el Índice de Percepción de la Corrupción publicado por Transparencia Internacional los posicionó entre los países en donde se percibe menos actos corruptos; esto contrasta con Venezuela, República del Congo y Eritrea que se encuentran entre los 5 países con menos libertad económica y entre los países con más actos de corrupción en el mundo. Este ejercicio puede compararse con los demás índices de libertades (ver nota 7) en donde se encuentras resultados similares.

[9] Puede ocurrir también que la empresa sea extorsionada, lo que lleva a encarecer los productos/servicios que ella comercializa.

[10] Desvío de fondos que originalmente serían destinados a planes sociales.

[11] En Atalaya, edición de estudio (2000), ¿Por qué hay tanta corrupción? (pág. 3). Publicado por la WatchTower Bible and Tract Society. El articulo puede consultarse en línea: https://www.jw.org/es/biblioteca/revistas/w20000501/Por-qu%C3%A9-hay-tanta-corrupci%C3%B3n/

[12] Huerta de Soto, en op. cit., pág. 119. describe que, como consecuencia de la hiperregulación legislativa, del excesivo control que ejerce el Estado —herramientas que se encuentran entre las características de su concepto de Socialismo—, los seres humanos “pierden el hábito de comportarse moralmente (es decir, siguiendo principios o normas pautadas y repetitivas de acción), modificando paulatinamente su personalidad y forma de actuar que cada vez se muestra más amoral (es decir, menos sometida a principios) y agresiva”.

[13] Ibíd.

[14] Ibíd.

[15] Del mismo modo en cómo la alteración de las instrucciones del código genético de las células hace surgir el cáncer, las mutaciones en las instituciones hace que las “instrucciones” por las que surgió en un principio sean alteradas y no comience a funcionar como debería.

[16] Las consecuencias que derivan de esto son, por ejemplo, distorsiones en los mercados, el florecimiento de la delincuencia organizada —siendo, en muchos casos, los políticos parte de ella— y, debido a la poca confianza en las instituciones y el gobierno de la región, desaliento de inversión. En conclusión, es el mísero camino hacia la decadencia.

[17] En la medida en que cada acción que realizan los individuos se fundamenta en decisiones que, a su vez, fueron precedidas por cálculos económicos subjetivos sobre los medios a su alcance para lograr determinados fines, toda acción humana es económica. Por tanto, si el Estado no controlara la vida privada de cada actor social, sus acciones, entonces, en conclusión, el rol del mismo en la economía será nulo.

[18] En un ambiente libre, uno de los altos costos de incurrir en actos de corrupción seria la exposición pública.

[*] Con este ensayo, el autor participó y obtuvo el segundo lugar del concurso «El costo de la corrupción» llevado a cabo por Cedice Libertad, en alianza con otras organizaciones, en Venezuela en el año 2020.