Argentina: Milei elimina dos instituciones públicas del Ministerio de Economía

El Gobierno de Javier Milei en Argentina ha decidido eliminar otras dos instituciones públicas que formaban parte del Ministerio de Economía. Estas son: el Instituto de Agricultura Familiar Campesina e Indígena y el Consejo Nacional de Agricultura Familiar.

Así lo informó este martes el vocero presidencial, Manuel Adorni, en su conferencia de prensa.

Cabe señalar que la decisión fue tomada luego de una revisión de datos que consideraron «calamitosos y profundamente desoladores».

Así, la eliminación implica el cese de 900 trabajadores de los 964 que hasta hoy laboraron en esos organismos estatales, según indicó Adorni.

El trabajo que realizaban ahora lo hará una dirección de la cartera de Economía, a la que serán enviados los 64 empleados restantes.

«Se van a reducir 900 puestos de no trabajo y esto va a significar un ahorro de 9.000 millones de pesos [equivalentes a más de 10 millones de dólares]», detalló Adorni.

En este sentido, agregó que el 85% del presupuesto asignado a estos organismos se dedicaba a pagar sueldos. «Era casi una agencia de empleo político», dijo.

El vocero indicó que estas instancias eran ineficientes y que se hacía una «fiesta» del gasto público porque, además de tener casi 1.000 trabajadores, contaba con 160 delegaciones, dos sedes administrativas: una en Catamarca y otra en Santiago del Estero, 204 vehículos y transfería fondos discrecionales a cooperativas, organizaciones sociales y municipios.

Según Adorni, el gobierno comunicó a los sectores productivos sobre los despidos en estos organismos y hasta el momento, afirmó, no han recibido «ni un solo reclamo» de los trabajadores del campo.

«Está a la vista que el instituto no estaba cumpliendo con la esencia en la que se habían basado, en algún momento, para su creación», aseguró el alto funcionario del gobierno de Milei.

Argentina: se cierra el Instituto contra la Discriminación y el Racismo porque «no sirve para nada»

El Gobierno de Argentina procederá al «cierre definitivo» del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), dentro de una campaña para eliminar organismos que «no sirven para nada».

A juicio del gobierno de Javier Milei, este tipo de instituciones suponen «grandes cajas de la política» o sólo sirven para «generar empleo militante», de personas afines a la Administración de turno.

El «primero» de la lista será el INADI, con «400 empleados y decenas de oficinas», ha confirmado este jueves el portavoz de la Presidencia, Manuel Adorni, en una comparecencia ante los medios.

Cabe recordar que el presidente libertario ya adelantó en campaña que reduciría la infraestructura institucional, para lo cual ha pedido también una auditoría a los diferentes ministerios.

«Hay un sinfín de institutos que el presidente Milei está decidido a cerrar o desmantelar ya que nuestra prioridad es que el Estado debe achicarse para reducir el gasto público con el objetivo de bajar impuestos, que es otra de las metas de mayor relevancia del Gobierno», ha declarado Adorni.

En este sentido, el portavoz ha asegurado que el Gobierno anterior dejó una deuda de 3 billones de pesos —USD$ 3.570 millones— en contrataciones, según un examen realizado sobre 114 organismos.

El leviatán es imposible: dos críticas al estado de naturaleza Hobbesiano

«(…) la cooperación tiende a surgir de forma espontánea y sin necesidad de autoridad central»

Autor

Por Ilxon R. Rojas, abogado, coordinador local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

El presente ensayo tiene por objeto mostrar, empleando el método analógico, dos inconsistencias relativas a la formulación del estado de naturaleza hobbesiano, tanto en su justificación de un orden social dominado por un Estado, como en su propia concepción filosófico-antropológica subyacente.

Introducción

Uno de los tópicos más importantes en que se sostiene la filosofía política moderna versa sobre la reflexión y el debate en torno los problemas del Estado-nación, su aparición histórica tras la influencia del entonces floreciente pensamiento moderno, del renacer de las ideas ilustradas de los antiguos traída a colación en un periodo de tránsito hacia la secularización de lo político, de lo humano como centro ordenatorio para pensar en los problemas filosóficos del orden social.

Es en ese contexto, que resultan cruciales las ideas de Hobbes, y a tenor de ello, en el presente ensayo se intentará diseñar dos críticas a uno de los argumentos que el filósofo brinda y que guarda relación con la idea del estado naturaleza y su consecuente solución con arreglo a las fórmulas del contractualismo social, para la justificación y legitimidad del Estado leviatánico al que asume como único remedio a los retos de la libertad natural.

En virtud de ello, procederá empleando el método analógico consistente en comparar las cualidades de la concepción antropológicamente pesimista subyacente del estado de naturaleza, que resulta funcional a la edificación del Leviatán, en contraste con una concepción opuesta que, para los fines del presente ensayo, ha sido titulada con el término “anarquía”, de la cual se busca inferir, cómo ha de esperarse, la innecesariedad de una edificación del Estado hobbesiano, en preferencia a otros horizontes políticos más autoorganizativos.

De modo que se ha organizado el desarrollo del presente ensayo mediante una estructura de dos apartados bien definidos: en el primero titulado “Estado de naturaleza y anarquía”, se presenta un bosquejo general de algunos precedentes en Platón y Aristóteles que pudieran relacionarse con el concepto de estado de naturaleza, para luego discurrir en la perspectiva hobbesiana y finalizar con la definición del contraste conceptual con la anarquía que se pretende efectuar como método analógico para determinar la justificación del Estado; en el segundo apartado, que se titula “La naturaleza humana y el Leviatán”, se despliega una crítica que se divide en dos partes, cuyo contenido cuestiona la noción de naturaleza humana de Hobbes, tanto desde el punto de vista de la antropología filosófica como desde la óptica de la interacción de los seres humanos en libertad y sus posibles consecuencias.

Estado de naturaleza y anarquía

El estado de naturaleza es un concepto que a grandes rasgos no es originalmente hobbesiano, ya que desde la Grecia clásica los filósofos preocupados por la política han enhebrado descripciones de la condición humana que hoy pudiéramos relacionar con la idea de un estadio previo a la vida social regida por una comunidad política. Tal es el caso, verbigracia, de Platón (República, 2007, p. 122), cuando expone las razones que pudiese tener los hombres para, con antelación a todo orden político formal, asociarse y organizarse políticamente: “…cuando un hombre se asocia con otro por una necesidad, habiendo necesidad de muchas cosas, llegan a congregarse en una sola morada muchos hombres para asociarse y auxiliarse. ¿No daremos a este alojamiento común el nombre de ‘Estado’?”

En Aristóteles podemos hallar nociones similares en su Política: “…el Estado procede siempre de la naturaleza, lo mismo que las primeras asociaciones, cuyo fin último es aquél; porque la naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada uno de los seres cuando ha alcanzado su completo desenvolvimiento se dice que es su naturaleza propia, ya se trate de un hombre, de un caballo o de una familia.”. (Aristóteles, Política, p. 23)

De este modo, el estagirita a diferencia su maestro, advierte la existencia de ciertas instituciones naturales con las que se configuran las formas más o menos estables de asociaciones ad hoc para la constitución ulterior del tipo de asociación que, vista como más perfecta, a su juicio, se identifica con la aparición del Estado. Estas instituciones naturales relativamente estables se identifican con la familia, la propiedad privada y la esclavitud, y en ese sentido, se puede afirmar que la asimilación de un estado de naturaleza deducible en su pensamiento toma distancia del tratado por Hobbes en su Leviatán.

Esto último se debe a que, para Hobbes, la idea del estado de naturaleza tiene la implicación de una dinámica de las relaciones humanas que se desenvuelve mediante una situación de constante guerra en actualidad y en potencia, al fondo de la cual todos los individuos son enemigos de todos (homus homini lupus): “…durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama guerra. Y una guerra de todo hombre contra todo hombre.” (Hobbes, Leviatán, p. 224).

Ello sugiere revisitar la concepción antropológica subyacente a la noción del estado de naturaleza a la luz de lo que suele llamarse “pesimismo antropológico”, noción que, a grandes rasgos, encierra una serie de articulaciones filosóficas que, desde la tradición del pensamiento occidental, desbordan el tema nuclear del presente ensayo, y que, sin embargo, algunos de sus matices, tal como veremos abajo, son funcionales al mismo.

Siendo así, al vislumbrar en retrospectiva se tiene que los postulados concebidos por la teoría del estado de naturaleza son funcionales a la justificación de la autoridad del Estado, a la sustentación de su legitimidad como organización supraindividual, dado que, solo pactando colectivamente, la humanidad puede concebir un tipo de organización detentora de un poder superior a los individuos, un poder que pueda mitigar o limitar los males de la libertad natural, a los efectos de conseguir pasar exitosamente del estado de naturaleza, esto es, la descrita situación de guerra, caos e inseguridad pre-estatal, al estado civil o social, a la edificación de esa persona artificial, que existiría como único y exclusivo remedio para la consecución y concreción de justo lo contrario: una situación de paz, orden y seguridad para todos.

Un acercamiento superficial a la previa argumentación hace pensar que es coherente la solución de formar un Estado para hacerle frente a los problemas nucleares del estado de naturaleza en los términos descritos, no obstante, un análisis más profundo puede servir para mostrar las complicaciones que presenta esta propuesta. Para demostrarlo, se procederá contrastando el concepto de estado de naturaleza hobbesiano como punto de partida, con un concepto que pareciese ser su análogo, pero que, para los fines del presente ensayo, se tratará como algo completamente opuesto, esto es, la anarquía; de tal suerte que será entendida esta en adelante como un estado pre-estatal de los individuos cuyas características se muestran contrarias al estado de naturaleza hobbesiano. Esto será de utilidad para discernir si con arreglo a cada una de las tesis es plausible o no la justificación del Estado leviatánico.

La naturaleza humana y el Leviatán.

  • Los problemas característicos del estado de naturaleza encuentran como única salida la necesidad de dar origen a un Estado. En efecto, Hobbes (Leviatán, p. 144) asegura que “si no se ha instituido un poder o no es suficientemente grande para nuestra seguridad, cada uno fiará tan sólo, y podrá hacerlo legalmente, sobre su propia fuerza y mana, para protegerse contra los demás hombres.”

Siguiendo esta formulación, la teoría pareciese presuponer que la naturaleza humana, entendida desde la proyección teóricamente reduccionista del pesimismo antropológico, se centra en la fuerza vital del hombre, en el instinto o en el ansia de poder desmedido (Aparicio, 2018, p. 57), y al asumir esto, la teoría no arguye, o por lo menos no plantea, en el seno de esa concepción, algún tipo de modificación cualitativa de esta en presencia del Estado una vez constituido o durante el proceso de su edificación, más allá de fiarse en la mera voluntad contractual de los individuos a tal efecto; en cambio, la negativa de dicha modificación es un carácter o cualidad de la noción de estado de naturaleza que si puede inferirse de ella, ya que no parece haber nada en la teoría que propicie tal modificación.

En ese orden de ideas, si la teoría no postula cambios metamórficos de la naturaleza humana en su condición ya bajo la égida de un Leviatán, termina por flaquear al no prestar atención respecto a que los supuestos males inherentes a esa condición preestatal no desaparecen con la presencia del propio Leviatán. Por el contrario, es probable a fortiori, la concurrencia de algunos lobos entre lobos con mucho más poder arropados en el seno del aparato estatal que, en ausencia de este, e incluso dotados de una acumulación de poder que nunca hubiere sido posible dadas las asumidas contingencias, incertidumbres e inseguridades, o, en síntesis, supuestas inestabilidades patentes en el estado de naturaleza. Y de ser así, si el propósito de la invocación de un Leviatán es acabar con la guerra entre los hombres, proporcionar inseguridad y garantizar la paz, esa propia invocación puede conllevar, como en efecto ha ocurrido, a la puesta en marcha de las peores facetas de estos mismos males que pretende combatir o mitigar.

  • En la anarquía, en cambio, la naturaleza humana no puede modificarse por agregación, o al menos no en la dirección a la que se pretende llegar según la agregación propuesta, o según una planificación que se ha premeditado políticamente.

Si se admite a toda forma de organización humana como un sistema, conviene aseverar que la superposición sus elementos constituyentes y la configuración de las dinámicas entre estos elementos, organizados siguiendo la guía deliberada de criterios unidireccionales —y por ello extraños a sus copiosos procesos intrínsecos—, no hace posible modificar con acierto la naturaleza de las partes del sistema. A la inversa, si hay lugar probable para importantes distorsiones a su funcionamiento. Esto a razón de los problemas insalvables concernientes al acceso a la información necesaria que se requiere para erigir una agregación correcta y efectiva acorde a la naturaleza de las partes interactuantes del sistema que ha sido objeto de adulteración (Meseguer, 2006, p. 104). Como consecuencia de ello, se tiene que, aunque fuera cierto que el estado de naturaleza implica una situación de constante guerra, desorden e inseguridad actual y potente, la alternativa de un Estado al estilo hobbesiano no parece ser una solución a los problemas sino el desencadenamiento de esos mismos conflictos, pero llevados a su máxima expresión. Es aquí clave el tópico del acceso a la información, pero es un tema que no será abordado en esta oportunidad.

Ahora bien, contrastando tal como se había hecho alusión, al estado de naturaleza con el estado de anarquía, es acertado sostener que, si en el primero los seres humanos en libertad tienden a la conservación de sí, y, por lo tanto, a las relaciones de hostilidad con los demás, al belicismo recíproco y permanente de todos contra todos; en la anarquía, por contraste, los seres humanos en libertad tienden la cooperación, a la estabilidad y mitigar la violencia.

Una contundente evidencia de ello, se puede hallar en las investigaciones de Robert Axelrod, en su libro «La evolución de la cooperación» de 1986. Según este autor, los seres humanos tienden a la cooperación en búsqueda del mayor beneficio personal. De este trabajo, se puede inferir los siguientes dos argumentos:

En primer lugar, que la cooperación tiende a surgir de forma espontánea y sin necesidad de autoridad central. Axelrod demuestra que la cooperación suele aparecer en situaciones en las que no existe una imposición coactiva de normas o reglas. Por ejemplo, en el juego de dilema del prisionero iterado, los participantes tienden a cooperar entre sí permitiendo una formalización de las posibilidades estratégicas inherentes a tal situación: “los individuos pueden beneficiarse de la mutua cooperación, cada uno queda mejor explotando los esfuerzos cooperativos de otros. (…) en determinado período de tiempo, los mismos individuos pueden volver a interactuar, dando ocasión a complejas pautas de interacciones estratégicas.” (Axelrod, ibid., p. 92).

En segundo lugar, Axelrod demuestra que pueden aparecer normas coactivas, que suelen ser autoimpuestas y autoforzadas en contextos donde se permite la cooperación adecuándose a las necesidades específicas del entorno de los individuos implicados. En el juego de dilema del prisionero iterado, de nuevo, los participantes tienden a llegar a acuerdos y castigar a aquellos que incumplen las reglas, sin necesidad de una autoridad central que los haga cumplir; el autor llama a esto la “ética de la venganza”. (ibid., p. 87).

Estos son solo algunos posibles argumentos que se pueden construir a partir de la obra de Robert Axelrod, pero es importante recordar que el autor no aboga directamente por la anarquía en su libro, aunque su investigación puede proporcionar argumentos que apoyen la idea, tal como se ha hecho en este apartado.

A tenor de lo dicho anteriormente, y al volver sobre el asunto de la concepción antropológica subyacente en la teoría anarquista siguiendo los criterios esbozados con antelación, se plantea entonces no ya un pesimismo antropológico como la descripción auténtica de la naturaleza humana, sino un realismo, un realismo basado en las posibilidades materiales de la acción humana, en las alternativas individualmente consideradas con que cuentan los seres humanos para llevar a cabo sus fines propuestos, así como el empleo de los medios que estos crean convenientes para ello.

Conclusión

En el contenido que se ha desarrollado en el presente ensayo, se ha mostrado un conjunto de razones que complejizan el tratamiento que Hobbes emplea para dar justificación a su Leviatán, razones que van desde las complicaciones para asumir que los males de la naturaleza humana patentes en el estado de naturaleza no pueden replicarse con mayor vigor en el seno del aparato estatal, hasta la propensión a considerar que todo tipo de interacción humana que no esté supeditada o vigilada por el Leviatán, conduzca como conditio sine cuanon, a situaciones de hostilidad y no a la cooperación voluntaria.

Pero también conviene proceder con prudencia, y considerar que, si en el mejor de los casos el Leviatán resulta ser en la práctica imprescindible, sería, sin embargo, el peor de los encargados posible en la faena de proporcionar la seguridad y la estabilidad que demandan los individuos que le han cedido su libertad natural para ello. Esto, tal como se dijo, a razón de la imposibilidad de acceso a la información que el Leviatán requiere para coordinar la sociedad en función de este objeto, en términos de eficiencia.

Todo este problema del acceso a la información puede llevar a considerar que quizá, con la suficiente tecnología, el Leviatán pueda hacerse con ella apoyándose en almacenamientos digitales y cálculos computarizados. Por supuesto, esta es una idea que, en los tiempos de Hobbes tal vez hubiera sido imposible siquiera imaginar, pero en nuestros tiempos es una posibilidad factible por lo menos para una discusión teórica interesante.

Sin embargo, esto no resuelve el problema de la naturaleza humana, pero si queremos seguir arrastrando la idea de un Leviatán a nuestro tiempo, se puede plantear que, al no querer encontrar una salida al problema de esta naturaleza o que no quiera aceptarse social y culturalmente la misma como tendiente a cooperar, creemos que resulta válido que la respuesta pueda hallarse en qué otro tipo de naturaleza, una naturaleza no humana, desprovista de sus pasiones, pero compatible con sus fines, pueda tomar la conducción del Leviatán y cumplir con el cometido de la seguridad y la paz de todos.


Referencias bibliográficas

Aristóteles. (2016). Política. Madrid: Editor digital: Titivillus.

César Martínez Meseguer. (2006). La teoría evolutiva de las instituciones. La perspectiva austriaca. Madrid: Editor digital: Titivillus.

Jesús Huerta de Soto. (2020). Socialismo, cálculo económico y función empresarial. Madrid: Unión Editorial.

Platón. (1988). Diálogos IV La República. Madrid: Gredos.

Robert Axelrod. (1986). La evolución de la cooperación El dilema del prisionero y la teoría de juegos. Madrid: Alianza Editorial.

Thomas Hobbes. (1980). Leviatán. Madrid: Editorial Nacional.

Zhenia Djanira Aparicio Aldana. (2018). El pesimismo antropológico en Hobbes desde una visión poliana. Revista Mercurio Peruano, Vol. 62.

Jesús Huerta de Soto propone a Javier Milei para el Premio Nobel de Economía y dice que «le debemos algo de un valor inmenso para la humanidad»

Jesús Huerta de Soto, un catedrático libertario español y uno de los máximos exponentes vivos de la Escuela Austriaca de Economía, propuso a Javier Milei para el Premio Nobel de Economía y halagó su programa de gobierno en un video que el propio Milei compartió en sus redes.

Huerta de Soto es un profesor de Economía Política en las universidades Complutense y Rey Juan Carlos de Madrid. En la universidad madrileña, también es fundador y director del Máster Oficial de Economía de la Escuela Austríaca.

El video en el que Huerta de Soto elogia al Presidente durante una cátedra grabada que fue difundida el sábado.

«Un discípulo de un servidor, que ha sido uno de los motivos de mayor alegría en mi vida, en contra de mi recomendación, ya lo digo en mis artículos, no destrocen su vida dedicándose a la política y se ha dedicado”, comenzó en su discurso.

“Por azares del destino, la mano de Dios, ha terminado de presidente de la República Argentina. Ha inmolado su vida. No saben lo que es dedicarse a la política y más en un país como la Argentina, no es que sea especialmente malo, es como España, es destrozar la vida”, resaltó.

“Se va a inmolar en eso. No sé lo que pasará con Milei y su programa en Argentina. Solo sé dos cosas: ya le debemos algo de un valor inmenso para la humanidad y es haber traído a la agenda y haber hecho popular la idea de la libertad, términos como el de anarcocapitalismo, y despertar a los ciudadanos de su letargo”, remarcó muy emocionado.

“Cuántos ahora están diciendo: ‘Es que yo no lo sabía, ahora que lo escucho me doy cuenta de lo que yo soy, anarcocapitalista’. No Importa lo que suceda en Argentina, aunque deseo que tenga mucho éxito, pero ya lo que ha logrado Milei tiene un valor inmenso”, afirmó Huerta Soto.

“Llevo 40 años repitiendo las mismas cosas y ahora ya tiene un eco universal. Bien por Milei. Y dos, como le salga bien a medianamente bien… Fíjense ustedes la que se organiza”, celebró con una sonrisa.

“Sería para dar el Premio Nobel de Economía, a Israel Kirzner como máximo representante vivo de la Escuela Austríaca de Economía, y al presidente Javier Milei como alguien capaz de llevar a la práctica ese ideario”.

Por su parte, Javier Milei respondió al video en sus redes sociales con un: “Muchas gracias PROFESOR Jesús Huerta de Soto. Viva la libertad, carajo”.

Argentina: Javier Milei y Victoria Villarruel son proclamados presidente y vicepresidente del país

Este miercoles, Javier Milei y Victoria Villarruel han sido proclamados como presidente y vicepresidente de la República de Argentina por el Senado de ese país.

Durante la sesión de la Asamblea Legislativa, encabezada por la actual vicepresidente y titular del Senado, Cristina Fernández de Kirchner, se destacó que la fórmula de ‘La Libertad Avanza’ obtuvo el 55,65% del total de votos a su favor en las pasadas elecciones presidenciales, en las que vencieron al binomio peronista de Sergio Massa y Agustín Rossi, que alcanzó 44,35%.

Tras el acto administrativo, el Senado también decidió fijar el acto de juramentación de Milei y Villaruel para el próximo 10 de diciembre a las 12 horas locales.

Cabe destacar que, previo al evento, el mandatario electo presentó su renuncia como diputado nacional para así poder asumir el cargo de Presidente de la Nación para el periodo 10 de diciembre de 2023 al 10 de diciembre de 2027.

Además, Milei es proclamado presidente después de su regresó este mismo miércoles a Argentina tras viajar a EE. UU. para mostrar su plan económico.

A su llegada confirmó, en varias entrevistas radiales, que Luis Caputo será su ministro de Economía y que durante su visita a Washington obtuvo una respuesta «extremadamente favorable», cita el medio local La Nación.

También, en horas de la mañana sostuvo una reunión con legisladores electos de LLA para coordinar la agenda después de su toma de posesión, en la que tiene previsto convocar a sesiones extraordinarias para impulsar una reforma integral del Estado.

Principios inmorales del Socialismo, el sistema más antivalores que existe

“Tus valores definen quién eres realmente. Tu identidad real es la suma total de tus valores”

(Assegid Habtewold)

Por Roymer Rivas, coordinador local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

Hoy en día, aún son muchos los que conceptualizan al Socialismo como una determinada mundividencia moral. A menudo los defensores de esta ideología manifiestan que el Socialismo se sostiene en valores elevados; por lo que, al compararla con otros sistemas, principalmente el sistema capitalista, concluyen que su superioridad ética y moral es indudable. Estos apelan en palabras al amor, la honestidad, solidaridad, respeto y justicia como la base para construir una sociedad más “libre, justa e igualitaria” –supuestos valores fundamentales en lo que se sostiene el sistema–. Incluso hay toda una rama de pensamiento filosófico denominado “Socialismo Ético” fundamentada en la ética o filosofía moral kantiana que considera el Socialismo como un conjunto de principios y requisitos ético-morales, siendo la solidaridad la base en la que se construye el sistema; esta concepción del Socialismo deja de lado la idea de que ésta es “resultado del desarrollo socioeconómico lógico de la sociedad” para hacerse de la doctrina de que es “una concepción moral”[1].

Ahora bien, ¿Es realmente el Socialismo un sistema que se fundamente en valores morales elevados? Más allá de las palabras ¿Demuestra la praxis de este sistema que sus bases son éticas? Las respuestas a estas preguntas no son un asunto sin importancia, puesto que, como bien dijo Jesucristo, “no puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”[2]; cambiando las palabras para adaptarlas al contexto, “no puede un sistema en el que su estructura se sostenga sobre bases inmorales ser de beneficio para quienes lo implementen” y, en contraste, “todo buen sistema, fundamentado en la ética y la moral, produce gracia en la sociedad que lo aplique”; por lo que observar los fundamentos morales del Socialismo permitirá definir qué es realmente.

La careta moral del Socialismo

En principio, esta ideología se vende como una necesidad ética y moral de la especie humana, pero la realidad es que se mantiene al margen de estas disciplinas filosóficas teniendo como resultado, no solo la destrucción del mismo, sino también la decadencia de la moral y la razón de todos aquellos que son sometidos por el sistema. Esto es así porque, para alcanzar la elevada conciencia y espíritu y la plena realización humana con “verdaderos valores de amor, honestidad, solidaridad y justicia”, inicia todo un proceso transformador de actitudes que tiene como fin la manifestación de un/os determinado/s comportamiento/s. El medio utilizado para tal fin es el abuso de poder; extendiendo sus tentáculos a lo largo, ancho y profundo del círculo social, emprende un proceso de educación que pretende la edificación de una nueva sociedad; pero, cabe aclarar, todo según su concepción de la realidad, del cómo deberían ser las cosas, no del cómo son realmente. A través de distintos mecanismos —destacando que estos siempre están fundamentados en “valores morales”— socaba la esencia humana hasta hacer de la persona un animal —irracional, no pensante— en la medida en que siempre se busca modificarlo hasta enmarcarlo en lo que, para el Socialismo, es la plenitud humana. Esto no hace más que despojar a la persona de su ser para convertirlo en una “bestia adiestrada”[3].

Este proceso de adiestramiento es justificado por todo el caudal de “valores” en los que dice sostenerse el sistema. En nombre de la solidaridad y la igualdad se realiza el “justo reparto de la riqueza” mediante sistemas de impuestos[4] desiguales que, en el mejor de los casos, quitan o roban parte de los ingresos de aquellos que, por generar más beneficios a la sociedad, obtuvieron una mayor ganancia, para repartirlo entre aquellos que, en muchas ocasiones, no generan ningún bien. Esta práctica tiene como consecuencia el “estado de bienestar”[5], un concepto que tiene el objetivo de “redistribuir” la riqueza para “mejorar el bienestar de la población en general y combatir la desigualdad repartiendo de forma más equitativa”. Sin embargo, en estas acciones hay errores de fondo de índole “ético-moral e intelectual” que surgen de un mal entendimiento del constructo de la sociedad en sí; primero, este sistema se sostiene en el robo sistemático, se le quita a la sociedad parte, sino todo —en casos extremos—, del fruto de su trabajo para financiar acciones que, en la gran mayoría de los casos, las personas no quieren financiar; segundo, se trata desigualmente ante la ley a las personas —¡no se roba a todos por igual!— en la medida en que se le quita más al verdadero benefactor social, que recibió sus beneficios por prestar/brindar un servicio o producto que el mercado[6] demandaba, “redistribuyendo” así aquello que ya el mercado distribuyó correctamente de acuerdo a los gustos y necesidades de las personas, cambiando la distribución que fue producto de acciones voluntarias por una redistribución producto de una imposición coercitiva; tercero, el concepto de “igualdad” es mal entendido, ¡Ninguna persona es igual! El Socialismo pretende alcanzar una utópica igualdad de hecho —física, económica y/o de condiciones— en una sociedad desigual y diferente[7], por no entender este hecho, en el proceso de búsqueda o construcción de la igualdad, se destruye la iniciativa individual y privada —la única fuente de riqueza y progreso en una sociedad—; cuarto, se usa la solidaridad sin comprender el verdadero significado del término y cómo surge ésta en las interacciones sociales.

Lo que es la verdadera solidaridad que ataca el Socialismo

La solidaridad, en sentido amplio, significa “cohesión a la causa” o “adhesión circunstancial sólida”, firme y/o completa, esto denota, por sí mismo, amor, apoyo, caridad, hermandad, fraternidad, protección, compasión y misericordia. Éste coctel de valores mueve a la persona “solidaria” a ser un apoyo para los más necesitados —la persona se entrega al otro por completo por considerar eso un valor mayor a su bienestar material—. No obstante, al igual que todos los valores humanos, este surge de manera natural en las personas; en circunstancias normales –sin Socialismo– difícilmente una persona vería a otro pasar necesidad sin extender una mano ayuda, parte de la naturaleza del human es condolerse del sufrimiento ajeno y tomar acciones necesarias, en la medida de sus posibilidades, para brindar apoyo; es una cooperación que surge de forma natural —voluntaria, no coercitivamente— entre los individuos que viven en sociedad. En efecto, el mercado es el sistema más solidario entre la especie human.

Sin embargo, esta ideología contranatural cambia el significado de “solidaridad” y la adapta como algún tipo de “deber” y “conducta social” que tiene como fin el “bien común”, es decir, las personas tienen la responsabilidad, más allá de la obligación moral que los mueve voluntariamente a ayudar al prójimo, “de facto o de hecho” de solucionar los problemas de las “personas sufrientes” que le rodean; anulando de esta forma la “voluntad” de ayudar de los individuos transformándola en algún tipo de “obligación” que requiere necesariamente de la coerción para intentar alcanzar el “bien social o común” que no existe —por lo menos no en la concepción espuria que se tiene sobre el termino[8]—, y, en consecuencia, es imposible de lograr[9] en la medida en que es imposible que todas las personas quieran lo mismo; las mismas diferencias —desigualdades— humanas hacen imposible el concepto del “bien común” porque no se logrará jamás satisfacer a todos por igual, aún si lo imposible se hace posible y todos en la sociedad desearan exactamente lo mismo, no quedarían satisfechos en el mismo grado, cada individuo apreciaría su deseo y el logro del mismo de forma distinta.

El Socialismo y la Justicia

Otro problema ético que paradójicamente fundamenta al socialismo tiene que ver con la “justicia”. Al ser un sistema que se extiende en cada una de las instituciones sociales en busca de modificar conductas individuales que se reflejen en la sociedad como un todo, que recurre sistemáticamente a la imposición de acciones —usando la fuerza—, cambia o sustituye el concepto tradicional de ley y justicia entendido como un conjunto de leyes materiales, generales y abstractas de carácter consuetudinario[10] por un “derecho” espurio. En otras palabras, el socialismo recurre sistemáticamente, a través de un cúmulo de reglamentos, órdenes y mandados coactivos emanados por un órgano director, a la agresión institucionalizada para modificar la conducta humana —lo que constituye un ataque directo contra la naturaleza humana—; bajo este sistema, la ley pasa a ser instrumento de control y bloqueo, se transforma en un mecanismo al servicio del órgano planificador. En consecuencia, aquellos sometidos al régimen inconscientemente modifican su personalidad y comienzan a respetar cada vez menos las normas tradicionales de conducta; las leyes materiales que antes regían a las personas dejan de ser referencia para las acciones de los mismos y estos pierden paulatinamente las costumbres que les permitían adaptarse a las normas espontaneas surgidas de la sociedad en la que se desenvuelve. Estos mandatos corrompen el concepto de “derecho” y “ley” y lo único que logran es que los ciudadanos pierdan todo respeto por ella. No conforme con esto, la esperada y entendida desobediencia o elusión del mandato por parte de la sociedad como una manifestación de supervivencia es usada como excusa para crear e imponer más reglamentos —sumergiendo así, nuevamente, a los individuos en una espiral ascendente de deterioramiento moral[11]—; las consecuencias de esta acción socialista son nefastas para la sociedad.

Este mal concepto sobre el derecho que presenta el socialismo le lleva a una mala aplicación de la justicia[12]. En este sistema, se deja de juzgar el comportamiento del human para comenzar a juzgar el resultado de los mismos en la medida en que quienes se escudan en el aparato del Estado, fundamentados en su miope percepción del proceso social, se valen de sus arbitrarias estimaciones de los resultados que surgen de las interacciones sociales que ellos creen percibir para recurrir al único medio que tienen para tratar de organizar a la sociedad desde arriba, a saber, la coacción. En otras palabras, el no conocer, y mucho menos entender, la configuración social —que se ordena espontáneamente—, lleva al órgano director a establecer, según su percepción y/o estimaciones, lo que está bien y lo que está mal de acuerdo a los resultados que se alcancen en todo el proceso social a lo largo del tiempo y no a cuál haya sido el comportamiento individual de cada actor. Esto se ilustra muy bien cuando, como resultado de un arduo esfuerzo mental y/o físico y, quizás, un poco de suerte, una persona, movida por su empresarialidad, crea un producto/servicio que beneficia a la sociedad y, en consecuencia, obtiene buenas ganancias por ello —por ser un producto/servicio altamente demandado— y el órgano director le roba parte de sus ganancias —o toda en casos extremos— en nombre de la solidaridad y la “justicia social” para, en el mejor de los casos, suponiendo que la manos porosas de quienes constituyen el órgano director no se haga de parte de esos ingresos, darlo al “más necesitado”. Sin embargo, aquí surgen varias cuestiones ¿Quiénes son los más necesitados? ¿Qué pasa con todo el comportamiento a lo largo del tiempo que precedieron los resultados del individuo que creó el bien?

La respuesta a estas preguntas desnuda el concepto de justicia del socialismo; “los más necesitados” son escogidos a dedo por el órgano director, es éste quien, subjetiva y emotivamente, fija quien es el más necesitado y quien no, este constituye un concepto abstracto que se aleja de la realidad en la medida en que se basa solo en el resultado[13] y no en las acciones que realizó aquel que le llevaron a crear un bien que, en realidad, beneficio a la sociedad en general, incluyendo los “más necesitados” que tanto dice defender el sistema, y, por consiguiente, obtuvo ganancias por eso —es un todos ganan—; las consecuencias de esta coacción sistemática lleva a la eliminación de la iniciativa de los individuos para resolver los problemas que cree percibir en la sociedad, la desmotivación invade al individuo y su empresarialidad queda reducida a cero por prever que, cuando consiga los beneficios esperados —o no—, el órgano director le quitara sus beneficios; por lo que, en el mediano/largo plazo, la riqueza de la sociedad en general decrece y, paradójicamente, ahora todos los actores encajan en el concepto de “más necesitados” —exceptuando a unos pocos que forman parte de la estructura socialista—. Ahora bien, he dicho que el socialismo realiza todas estas acciones en nombre de la “justicia social”, pero ¿Qué es la “justicia social”? ¿Es buena o mala?

La “Justicia social” como injusticia auspiciada por el Socialismo

La justicia social es el verdadero concepto y sentido de justicia del Socialismo, esto es, una justicia espuria. El término “social”, que complementa la “justicia” aplicada por el sistema, es un calificativo que se utiliza para engañar semánticamente a las personas; cuando a una palabra se le agrega el término “social” se vacía y modifica por completo el sentido de ésta, convirtiéndola en un sentido que es totalmente el contrario del que realmente tenía; a este tipo de términos se les denomina “términos comadreja” o “palabras comadreja” en alusión a la capacidad que tiene el animal de sacar el contenido de un huevo sin estropear el cascaron. En general, las personas apelan a estas palabras en sus discursos para decir cosas que no quieren decir directamente, de esta manera crean la impresión de que han dicho algo significativo cuando la verdad es que se realiza una afirmación y/o envía un mensaje vago o hasta irreal —inexistente—[14]. La justicia social es una construcción que tergiversa el valor “justicia” y, en consecuencia, es lo más injusto que existe. Al valerse de este concepto vacío, el socialismo incauta a los individuos sometidos al sistema haciéndoles ver que se toman decisiones en nombre de la “justicia” que tiene como fin el “bien social”, pero, en realidad, es el órgano rector quien, a través de distintos mecanismos, crea la ley —más bien, mandatos u ordenamientos—, la interpreta y juzga a las personas según sus impresiones subjetivas; cabe destacar que todos estos mandatos —con vestimenta de “ley”— tienen el fin de beneficiar al juzgador, este es el mismo órgano rector que pretende ordenar a la sociedad. Es decir, la institución pasa al servicio del poder central, al igual que la gran mayoría de las demás instituciones. El resultado de todo esto es la descomposición, decadencia y desaparición, ordenado en diferentes etapas, del sentido de “justicia” real o tradicional y la perdida cuasi absoluta de toda seguridad jurídica.

El Socialismo como asesino de la Libertad

Por último, todos estos mecanismos tienen como fin el logro de la “libertad” —sabrá Dios qué aberración de concepto de libertad tiene y/o busca el Socialismo—. Un sistema que pretende modificar el comportamiento individual para adaptarlo a su percepción de la realidad, anulando la razón y destruyendo la esencia humana yendo en contra de la lógica y del orden natural, que corroe la verdadera libertad en sentido puro, como lo es la condición de poder actuar conforme a la elección de qué hacer con nuestro ser y nuestros bienes, teniendo como único límite el no perjudicar a otros en el proceso de la realización de nuestra plenitud personal, no puede llamarse un “sistema que pretende alcanzar la libertad”.

Para el Socialismo, la libertad significa el sometimiento a todos los mandatos u ordenamientos caprichosos que emanan del órgano director que tiene como resultado el debilitamiento, e incluso la desaparición, de la moral y razón humana. Es contradictorio, hasta paradójico, que para alcanzar una sociedad más “libre, justa e igualitaria”, el sistema vaya en contra de todo tipo de libertad individual valiéndose de la injusticia. La única libertad que alcanza el socialismo es la “libertad de no ser”, es decir, un individuo libre de todo lo que lo hace human, a saber, su capacidad de pensar y raciocinio, sus gustos y preferencias que le llevan a sopesar y elegir entre una cosa u otra según sus estimaciones personales, su creatividad, el estar vivo en sí mismo; esto es, un individuo libre de todo lo que lo hace persona, una sociedad libre de todo lo que le hace sociedad. El concepto de libertad que denota el sistema socialista no se asemeja siquiera a la percepción de libertad que podemos imaginar que tiene un animal dentro de sus limitadas capacidades, es aún peor —los animales están mejor que los humans oprimidos por el Socialismo— dado que este concepto solo es alcanzado en el gehena[15]; que, a fin de cuentas, es el fin real del régimen socialista.

Conclusiones: el socialismo como el sistema más inmoral que existe

En resumen, el Socialismo repudia por completo la moral establecida por una sociedad verdaderamente libre, que es construida por procesos espontáneos. En el sentido más estricto, tiene como su peor enemigo la moral, por lo que lucha en su contra. Este sistema repudia la verdadera libertad y, al no comprender la estructura y los procesos sociales, pervierte el sentido de valores humanos como la solidaridad y de instituciones como el “derecho” y la “justicia” para enmarcarlas en su propia concepción de la realidad con el fin de modificar el comportamiento human. La consecuencia de esto es la desaparición o eliminación de los principios morales que permitían al human adaptarse a su ambiente y que hicieron posible el avance de la civilización en general, reduciéndolo a sus más arcaicas y primitivas pasiones; incluso, en casos extremos, hasta hace que el human se encuentre en la misma categoría que el resto de los animales —razón limitada, no pensante—[16].

El sistema no ve al human como un fin y mucho menos al mismo como el medio para alcanzarlo; su meta es externa a la persona en si, por lo que es irreal; trata de lograr un fin sin preguntar a los actores involucrados —quienes serán afectados por esos fines— si están de acuerdo o no con el mismo, el órgano director que pretende “ordenar” a la sociedad cree tener la sabiduría suficiente para saber qué es lo más beneficioso para todo el mundo, trabaja en busca de ello y, cuando las personas comienzan a manifestar que no es de su agrado el sistema, en lugar de corregir, cree que los individuos tienen algún tipo de defecto que no les permite ser capaces de conocer qué es lo mejor para ellos y, en consecuencia, refuerza aún más los mecanismos basados en la coacción institucionalizada que envuelve a la sociedad en una espiral descendente hacia la decadencia. Por lo tanto, el Socialismo, en todas sus expresiones o manifestaciones, es un sistema totalmente contranatural, in-human y profundamente inmoral. Los valores del Socialismo son, pues, el odio, la envidia, el resentimiento, la esclavitud, la igualdad contranatural, la injusticia, la guerra, la mentira y, en suma, todos los antivalores que puedan existir; este sistema es la máxima expresión del mal, para apelar a conceptos religiosos, la idealización del mismo Diablo en la tierra y, por lo tanto, es un sistema que se opone en contra de Dios y del orden original –natural– que él mismo creo.


[1] Tanto el Diccionario Filosófico (1965; pág. 430-431), tercera versión del diccionario de Rosental e Iudin que se ajusta a la filosofía resultante del XXII Congreso del PCUS (Moscú, 1961) y es traducido directamente del ruso por Augusto Vidal Roget, como el Diccionario de Filosofía -soviético- (1984; pág. 401), traducido del ruso por O. Razinkov, destacan que los creadores/promotores de esta doctrina (Cohen, Paul Natorp, Rudolf Stammler, Karl Voränder, entre otros) rechazaron la filosofía marxista y, basándose en la filosofía moral de Kant, conjugaron “el socialismo científico con la filosofía moral kantiana” pretendiendo una “transformación socialista de la sociedad mediante la teoría kantiana” abandonando la “lucha de clases”, “revolución social”, “la dictadura del proletariado”, entre otros conceptos del marxismo, por “la idea del perfeccionamiento moral paulatino de la humanidad”. Estas ideas pasarían al primer plano, lo que llevaría a que, en la práctica, las tesis del Socialismo ético equivaldrían “a la renuncia de la lucha por el socialismo”; esta concepción del Socialismo es puramente moral.

[2] Mateo 7:18 -Traducción Reina-Valera (1960)-. En otras palabras, un árbol bueno da frutos excelentes, pero un árbol podrido da malos frutos; todo árbol se conoce por sus frutos, un cactus es distinguible de un manzano, el primero produce espinas, el segundo manzanas; si alguien le dice que “una cactácea puede producir manzanas” lo más probable es que usted le adjudique algún tipo de problema mental; del mismo modo, si el fundamento de un sistema que pretende ordenar a la sociedad es deplorable, es de esperar que su práctica sea un desastre –y lo mismo ocurre en caso contrario–.

[3] Es como cuando un entrenador de perros, o cualquier otro animal, lo adiestra para que cumpla determinados comportamientos. Cuando se le está educando, el animal es producto de maltratos físicos hasta que logra accionar de manera automática a las voces que se le dirigen. Este es el fin del Socialismo, para esta ideología el human es un animal, una bestia no pensante llevada por sus impulsos egoístas totalmente negativos inclinada hacia el mal, que necesita ser “adiestrado”, sin importar si en el proceso este reciba maltratos de todo tipo.

[4] La teoría generalmente aceptada indica que los impuestos son la cantidad de dinero que se le paga (adeuda) al sector público (Estado). Este concepto hasta hace ver los impuestos como una “deuda”, cuando en realidad es todo menos deuda; lo que está pasando es que el Estado le quita, de forma coercitiva, a las personas parte del fruto de su trabajo, es el gobierno el que “ordena” que se pague, por lo que, en el campo ético-moral, la esencia de los impuestos es quitar a otro, constituye un “robo”. Ahora bien, piense en esto, si de por si los impuestos están mal y, a pesar de ello, la sociedad tiene que soportarlos, imagine que estos tengan que ser desiguales, es decir, que no se aplique la misma ley de carga impositiva a todas las personas por igual (castigando a unos más que a otros). Es más inmoral todavía. Si desea profundizar en el origen de los impuestos y sus consecuencias sociales, consulte los libros de Charles Adams titulados “Fight, Flight, Fraud: The Story of Taxation” (Lucha, Escape, Frauda: La Historia de los Impuestos) -1982- y “For Good and Evil: The Impact of Taxes on the Course of Civilization” (Por Bien y Por Mal: El Impacto de los Impuestos en el Curso de la Civilización) -1992-; si bien el segundo es más completo, recomiendo también la primera publicación por ser una joya informativa y una excelente referencia bibliográfica.

[5] Más que “estado de bienestar” esto es un “estado de malestar, tristeza y pobreza”, expresión más coherente con la naturaleza del mismo y la realidad.

[6] El mercado somos todos, es una realidad social, es el producto de las millones y millones de interacciones humanas. Este no es un actor, no acciona, como si lo es y hace el Estado, en la vida en sociedad, es más bien el espacio en donde las personas interactúan e intercambian aquello que les pertenece. En suma, el mercado es la máxima expresión de una sociedad libre en donde sus integrantes intercambian voluntariamente los títulos de propiedad según sus gustos y necesidades. Como tal, no tiene fallas, como algunos tienden a decir, sino que más bien es el escenario donde se permite aprehender de alguna manera la descoordinación entre actores sociales y junto con ello dando paso a la posibilidad de corregir dicha descoordinación.

[7] El ver la igualdad como un “hecho” ha causado males extraordinarios a la humanidad. La igualdad social pretendida por el Socialismo es diametralmente opuesta a la realidad. Esta desatinada comprensión de la sociedad socava la verdadera igualdad de la que disfruta el human desde su nacimiento, a saber, la igualdad en tanto condición humana y, en una realidad social, por extensión, una igualdad de derechos, una igualdad que es inalienable e imprescriptible —verdadera igualdad que, por cierto, el Socialismo se encarga de atacar sistemáticamente—. Fuera de eso, todos somos inevitablemente diferentes, la variedad que se monta encima de la naturaleza humana es ilimitada, somos desiguales y, por tanto, las decisiones y las acciones realizadas por un individuo serán potencialmente distintas y manifestarán potencialmente resultados distintos, dependiendo de quién las realice y cuando las realice, porque, de hecho, también influyen las circunstancias o el contexto.

[8] Tengo mis reservas y creo que puede haber “una visión libertaria sobre el bien común”, pero eso para otro día. Por ahora, suficiente con decir que hay apreciaciones intersubjetivas sobre cosas o acciones que llevan a que más o menos las personas amolden su conducta en ello —de allí las instituciones sociales—.

[9] No es de extrañar entonces el débil estado en el que descalza la “solidaridad” y, en suma, todos los valores de las sociedades que viven en Socialismo. Gracias al ataque sistemático por parte del sistema, que busca modificar la conducta de los individuos para adaptarlos a sus preceptos, la moral humana se ve pervertida. Al ser el Estado quien dicta órdenes, reglamentos y mandatos coactivos que definen cuál ha de ser el contenido concreto del comportamiento de cada individuo, modificando de esta manera la personalidad, mientras la aleja de su esencia en tanto human, estos pierden costumbres y respetan cada vez menos las normas tradicionales de conducta. Es decir, se pierden los valores humanos. En consecuencia, el conjunto de valores —amor, solidaridad, respeto, entre muchos otros—, que por naturaleza las personas manifestaban, desaparecen. Convirtiéndose esto en una excusa para que el Socialismo se siga extendiendo y desarrollando, por lo que se entra en una espiral descendente de decadencia de la moral y el “ser” human y una ascendente del poder centralizado director de la vida del human, ahora más cercano a un animal —que en buen grado entra en el concepto de “irracional, no pensante”—.

[10] El derecho —real— es una institución evolutiva que surge de las interacciones humanas; es decir, gracias a la información que surge de manera espontánea de la misma convivencia social, que está constituida por un número elevado de autores que, a su vez, son dueños de una información que es tacita e inarticulable, surgen leyes —no creadas por alguien en específico— que crean hábitos de conducta en los individuos. Estas leyes materiales son generales puesto que se aplican a toda la sociedad por igual y son abstractas porque no supone resultados concretos del proceso social —acciones del individuo en sociedad e información que esto genera—, sino que sólo establece un marco de actuación para el individuo. En otras palabras, la ley/norma no es arbitraria, sino una disposición consubstancial a las acciones que realizan los individuos; esto es, que la condición natural, necesaria, de la inmanencia de la ley/norma son las relaciones entre las personas; estas vienen contenidas en la misma acción humana y crean hábitos de conducta. Todo de forma espontánea. Si desea profundizar en el origen y concepto del derecho, consulte “Derecho, Legislación y Libertad” (2006) de Friedrich Hayek, allí el autor marca la diferencia entre las normas consuetudinarias y las normas elaboradas e impuestas por el legislador de turno al decir que las primeras “derivan de las condiciones de un orden espontáneo que nadie ha creado, mientras que las segundas se proponen deliberadamente la creación de una organización orientada a alcanzar determinados objetivos” (pág. 153-154); los reglamentos que tienen origen en una legislación (“orden construido”) que pretenden ordenar la sociedad constituye una perversión de la idea de derecho. También, en “La teoría evolutiva de las instituciones”, César Martínez Meseguer hace un recorrido por la historia, partiendo desde Grecia, pasando por China, la edad media, el empirismo inglés, entre otras etapas temporales, en donde muestra cómo concurridamente se comenzó a pervertir el “orden espontaneo” por un conjunto de órdenes de pensadores que desconocían el constructo y/o proceso social. En la parte II de la obra (La Metodología de la Escuela Austriaca), el autor analiza el papel que juega en la sociedad las relaciones de intercambio; a saber, que cuando los individuos toman conciencia de que pueden lograr sus objetivos si intercambian medios, movidos por su empresarialidad innata que les lleva a que, por lo menos, uno tome la iniciativa, entonces surge el intercambio. Esta es la base de las instituciones sociales, entre las que se encuentra el derecho.

[11] De aquí es que surge la corrupción como problema social, por cierto. Al respecto, ver: Roymer Rivas. 2023. El cáncer de la corrupción: una consecuencia de las restricciones a la libre acción humana. Publicado en ContraPoder News. Puede acceder a través de: https://contrapodernews.com/el-cancer-de-la-corrupcion-una-consecuencia-de-las-restricciones-a-la-libre-accion-humana/ (Consultado 23 de noviembre de 2023). Me cito a mí mismo por considerar que trato el tema de forma sencilla y porque en dicho texto están las citas a los autores correspondientes de donde extraigo la idea.

[12] Si las normas y/o leyes son materiales, generales y abstractas, entonces la justicia es la aplicación por igual de estas normas; este, y no otro, es el verdadero concepto de “justicia”. En la misma línea, retomando la idea principal de la nota anterior (7), a modo de énfasis considero destacable las palabras de Axel Capriles en su libro titulado “La picardía del venezolano o el triunfo del Tío Conejo” en donde escribe, basándose en Michel Foucault, que “la norma no es algo exterior ni independiente de su contenido, es una acción que se desarrolla desde el interior mismo de las cosas. Las disciplinas crean la sociedad, pero la sociedad disciplinaria no doblega a sus sujetos por medio de un código de leyes, sino que exterioriza un dominio de subjetividad inclinado a la acción normalizada. La norma es, así, el soporte de un lenguaje común, un principio de comparación, el piso de una medida colectiva indispensable para la referencia del grupo a sí mismo. Define las experiencias posibles. Su discurso es prescriptivo. Antes de prohibirnos o castigarnos, nos hace desear lo que debemos hacer. Es la internalización de la sociedad en nosotros mismos” (subtitulo “El Caudillo Sagaz”, capitulo VIII titulado “el pícaro en Venezuela: el individualismo anárquico”, párr. 5). Esto es el verdadero derecho, la ley/norma inherente a la acción humana surgida de, por y para las actuaciones de las personas. Ahora bien, como el Socialismo tiene una visión positiva del derecho, vacía el contenido del mismo, por lo que, entonces, es de esperar que la justicia aplicada en el sistema sea una aberración.

[13] Se fijan solo en el hecho de “tal persona acumula mucha riqueza y esta otra no”. Esta miope estimación deja de lado el cómo la persona obtuvo la riqueza que acumula y por qué el otro no obtiene tal riqueza; cuales son las diferentes acciones que están realizando estas personas que llevan a que obtengan resultados distintos; si en todo este proceso el primero beneficia o no a la sociedad con el medio por el cual obtuvo y mantiene su riqueza y si el segundo es de los beneficiados por este medio de creación y mantención de riqueza del primero; además, si todas las acciones que llevaron a que el primero tenga tal riqueza y el segundo no fueron realizadas de manera voluntaria —voluntariedad que surge del hecho de que el primero hace algo que beneficia al segundo, por lo que, en realidad, todos salen ganando—.

[14] Muchos atribuyen que la expresión “termino comadreja” deriva de versos de conocidas obras “Henry V” y “As You Like It” de Williams Shakespeare. En “As you like it” (Acto II, Escena V, 11, en The Riverside Shakespeare, Houghton Mifflin, Boston 1974, p. 379) el verso dice “I can suck melancholy out of a song, as a weasel sucks eggs”. Pero la expresión aparece por primera vez en una publicación de The Century Magazine del año 1900 que mostraba el cuento de Stewart Chaplin titulado “Stained Glass Political Platform”. En esta publicación se dice que estas palabras “absorben toda la vida de las palabras a su lado, así como una comadreja chupa un huevo y deja la cáscara. Si después pesas el huevo, es tan ligero como una pluma, y no te llena mucho cuando tienes hambre, pero una canasta de ellos sería un gran espectáculo y engañaría a los desprevenidos…” (pág. 235); Theodore Roosevelt, quien popularizo el termino, le atribuyo la expresión a Dave, el hermano mayor de su amigo William Sewall, pero Herbert M. Lloyd, en una carta dirigida a New York Times, explica que el verdadero origen del término popularizado por el Coronel Roosevelt es del cuento publicado por la revista Century ya mencionada. Se puede leer el texto original (carta de M. Lloyd) en los archivos de The New York Times con fecha de 3 de junio de 1916 (pág. 12). Ahora bien, el origen más remoto de la etimología la encontramos en el poema “Metamorfosis” del poeta romano Publio Ovidio Nasón; en esta obra se describe como Galanthis, sirvienta de Alcmene, al fijarse que Lucina, la diosa del parto, que está afuera de la habitación intentando prevenir el nacimiento de Hércules, sale a decir que el nacimiento ha sido un éxito; al escuchar esto, con mucho temor, viéndose fracasada, cede en su intento por prevenir el parto, lo que permite que nazca el bebe; Galanthis procede a burlarse de Lucena y, sintiéndose engañada su divinidad, ésta la arrastra por los cabellos y la convierte en una comadreja. En la traducción al español de Ana Peréz Vega, Ovidio escribe “puesto que con mentirosa boca ayudó a una parturienta, por la boca pare y nuestras casas, como también antes, frecuenta” (pág. 151). Todo indica que los términos comadreja denotan engaño. Entre las palabras comadreja usadas por los socialistas tenemos: popular, orgánica, neoliberalismo y social. Ahora bien, si desea profundizar sobre este tema, invito a consultar el Capítulo VII titulado “Nuestro envenenado lenguaje” del libro de Friedrich Hayek “La fatal arrogancia” (pág. 173); este es el título del último libro escrito por Hayek y fue publicado originalmente en Estados Unidos en ingles en el año 1988 bajo el título “The Fatal Conceit: The Errors of Socialism”. Actualmente se puede encontrar la obra en español en Unión Editorial.

[15] Gehena es la forma griega del hebreo “Gueh Hin-nóm” (Valle de Hinón). El Valle de Hinóm está situado al Sur/Sur-Oeste de Jerusalén y actualmente recibe el nombre de “Wadi er-Rabadi”. Fue en esta tierra que los reyes de Judá, Acaz y Manasés, practicaron idolatría, que muchas veces incluía sacrificios humanos (2 Crónicas 28:1, 3; 33:1, 6; Jeremías 7:31, 32; 32: 35). Este valle fue contaminado por el Rey Josías para evitar que estas actividades, que constituían un insulto directo para Dios, ocurrieran nuevamente. En consecuencia, con el tiempo el valle quedo reducido a un lugar en donde se depositaban los desechos y los cadáveres de personas que no tenían el favor de Dios; esta basura y los cadáveres eran consumidos por el fuego que, quizás, se avivaba con azufre para que no se apagara. Además, lo que el fuego no consumía, seria consumido por los gusanos o cresas que allí se criaran. Puede consultar el significado y simbolismo del término en el libro editado por la Watch Tower Bible And Tract Society of New York titulado “Perspicacia para comprender las escrituras las escrituras” (v.1., pág. 999). En efecto, esto es lo que significa “una sociedad más libre, justa e igualitaria” para el Socialismo; libre de ser human, la justicia es como el fuego y los gusanos que consumen todo a su paso y la igualdad de hecho es mostrada en su máxima expresión: todos muertos, sin existencia alguna y sin esperanza de existir en el futuro.

[16] Consulte la obra ya citada de Friedrich Hayek, “La Fatal Arrogancia”, en su Capitulo I.

Sobre la confusión entre las ideas de “Estado” y “Gobierno”

Por Roymer Rivas, coordinador local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

Cuando hablamos de “Estado” las personas tienden a relacionarlo como un sinónimo de “Gobierno”, sin embargo, esto es un grave error, pues, estrictamente hablando, “Estado” no es más que una forma de “gobierno”. Es importante hacer la separación de los conceptos, porque normalmente cuando los anarquistas defienden una sociedad sin Estado, tienden a ser malinterpretados por sus oyentes, quienes se alarman y creen que se está hablando de una sociedad sin ningún tipo de control social[1].

En un texto anterior ya he explicado que cuando hablamos de ‘Estado‘ nos estamos refiriendo a una persona o grupo de personas “que tienen una posición de poder por encima de todos los demás”[2]. Además, aclaré que el Estado en sí mismo no es un ser con personalidad propia, por lo que no es un ser racional, sino que “es una entidad conformada por personas que están organizadas jerárquicamente y que tienen la condición de mandar a otros”[3]. También, que se sostiene gracias a la coacción, por lo que la definición más atinada de la entidad es que “es un tipo de gobierno de coacción ilegitima de humano sobre humano”[4] y que, en su etapa más avanzada, que es lo que estamos viviendo hoy, es un tipo de gobierno donde todas las instituciones permiten o avalan que un grupo de humanos someta a otros sistemática e institucionalmente[5].

Note que aquí estoy diciendo dos cosas extremadamente importantes y sustanciosas en una corta expresión: (i) tipo de gobierno (ii) de coacción ilegitima; de lo cual se infiere que puede haber otros tipos de gobierno donde la coacción sea legítima. Empero, para llegar a ello es necesario comenzar desde el desde el principio, definiendo correctamente el término “Gobierno”.

Sobre el Gobierno

En principio, ‘Gobierno‘ deriva del verbo en latín ‘gubernare’ —gobernar—, que en un inicio significaba “pilotar o dirigir el barco”, cosa que más tarde se extrapolaría para formar la idea de que “gobierno” es la acción y efecto de “dirigir el Estado”. Viéndolo así, que es como se ve comúnmente, dado que siempre se enseña —y es como aparece en los diccionarios— que el Estado surge de alguna forma como la conjunción de los conceptos de “Nación, territorio y gobierno”, se pensaría que no puede haber gobierno sin Estado, pero el punto es que tal concepción es un error, pues ese “dirigir el barco” también puede ser un “Gubernare Societat”, es decir, “dirigir o guiar la sociedad”, sin necesidad de un Estado de por medio. Para gobernar no se necesita del Estado, lo que se necesita es autoridad, y eso fácilmente pueden tenerla las instituciones sociales que surgen espontáneamente a través de un periodo evolutivo muy dilatado de tiempo y luego pueden ser —o no— administrada por seres humanos[6], o los mismos seres humanos que se ganan la autoridad para dirigir a otros.

Este punto es clave, porque se tiene que el gobierno es anterior al Estado y emana del mismo proceso social que tiende a la civilización, y si tenemos en cuenta que el Estado descansa por encima de las sociedades, a quienes dirige, necesitando además de la concentración territorial y de la capacidad para concentrar la administración de las diferentes acciones o funciones de la vida de y en las sociedades, ejerciendo poder cuasi-absoluto sobre ella, entonces, de hecho, la idea de Gobierno y la idea de Estado son mutuamente excluyentes. El Estado se encuentra por encima de la sociedad, el Gobierno emana de ella y se sostiene a través de mecanismos que el mismo proceso social establece, por lo que no está por encima, sino sumergida en ella; el Estado sigue sus propios mecanismos y establece sus propias reglas para mantenerse, el Gobierno sigue los mecanismos y reglas del proceso social.

Sobre el Estado, la Sociedad y los Gobiernos

Sin embargo, para no ser tan intenso y más o menos amoldarme a los conceptos de hoy sobre los términos, es suficiente con establecer que un orden social dirigido por un Estado es solo un tipo de gobierno, no el único[7]. Por ello, la discusión dejaría de ser si debe haber gobierno o no, para pasar a ser: (A) ¿Cuál es el mejor tipo de gobierno? Y (B) ¿Es legítimo ese gobierno? Como buen anarquista, defenderé que el mejor tipo de gobierno es aquel que surge de los mismos mecanismos que brinda el mercado, sostenido en acciones y acuerdos voluntarios, con dinámicas de poder fundamentadas en el respeto, y no uno que se basa en el saqueo y cuyo único sostén sea la violencia —como lo es el Estado—.

Ahora bien, esto no quiere decir que en una sociedad “anárquica” con gobierno no vaya a existir ningún tipo de coacción, pues el gobierno también significa administración de la ley, lo cual incluye sanciones para quien no se amolde a ella. Por ejemplo, salvo casos excepcionales, alguien que atente contra la propiedad ajena puede y debe ser coactado para evitar el delito o saldarlo. Con esto queda aclarado que sí hay, y debe haber, gobiernos donde se aplique coacción legitima. —Por cierto, la traducción literal de “an-arkhia” es “sin mandato; sin poder de los medios políticos, para usar la expresión de Franz Oppenheimer; digámoslo ya, significa sin poder del estatal; no “caos”.—

Ejemplos de gobierno sin Estado sobran: cuando el condominio elige a sus líderes; cuando se crean grupos de trabajo en los espacios académicos; cuando un grupo de amigos decide emprender un viaje y entre ellos se encuentra un líder a quien todos siguen por voluntad propia; cuando los padres guían a sus hijos; etc. En contraste, ejemplos de gobierno estatal solo encontraremos dos: el legal y el ilegal; el legal es el Estado-Nación que todos conocemos con sus seudo-instituciones; el ilegal son los grupos delincuenciales armados que someten a otros; aunque al final ambos funcionan como una mafia y son igual de ilegitimo[8][*].


[1] Tengo claro que sí hay anarquistas que de forma insensata hablan de una sociedad “sin gobierno” o “sin ningún tipo de control”, al estilo de una sociedad sin ley, pero estas concepciones son minoría y provienen de personas que no tienen ni la más mínima idea de lo que defienden, mucho menos del proceso social. Por tanto, la defensa que aquí haré del término “anarquía” es una con sentido, sensata, no utópica, en referencia a una sociedad sin Estado, pero sí con Gobierno.

[2] Roymer Rivas. 2023. Estado, gobierno, Dios y orden social. Publicado en el portal de ContraPoder News. Puede acceder a través de: https://contrapodernews.com/estado-gobierno-dios-y-orden-social/ (Consultado el 30 de octubre de 2023). Sección: “El Estado, lo que no es”, párr. 1, 2.

[3] Ibídem.

[4] Ibídem., sección: “El Estado definido”, párr. 4.

[5] Ibídem., párr. 6., y sección: “El Estado en el presente”.

[6] Roymer Rivas. 2023. El cáncer de la corrupción: una consecuencia de las restricciones a la libre acción humana. Publicado en ContraPoder News. Puede acceder a través de: https://contrapodernews.com/el-cancer-de-la-corrupcion-una-consecuencia-de-las-restricciones-a-la-libre-accion-humana/ (Consultado 01 de noviembre de 2023). Me cito a mí mismo por considerar que trato el tema de forma sencilla y porque en dicho texto están las citas a los autores correspondientes de donde extraigo la idea.

[7] Por lo que ya expresé, siendo estrictos, Gobierno y Estado no pueden ir de la mano, pero comprender esto a cabalidad requiere de una explicación más exhaustiva que aquí no puedo permitirme. Me es suficiente con que el lector comprenda que la idea de “Gobierno” puede estar separado de la idea de “Estado”. Ahora, si desea profundizar en el tema, invito a leer la obra de Piotr Kropotkin titulada “El apoyo mutuo”, publicada por primera vez en 1902 —aunque advierto que debe leerse con pinzas—.

[8] En este punto caeríamos en una discusión de la legitimidad y su significado, pero eso para otro día. Invito al lector a leer las siguientes obras: “El problema de la autoridad política” (Michael Huemer); “La libertad y la ley” (Bruno Leoni); “Socialismo, calculo económico y función empresarial” (Jesús Huerta de Soto) y “Una teoría evolutiva de las instituciones” (Cesar Martínez Meseguer) —por solo mencionar algunos—; para que, por un lado, comprenda que no puede juzgarse como legitimo o no legitimo algo en función del actor que lleve a cabo la acción juzgada —Huemer— y, por el otro, que legitimidad va de la mano con el concepto de “Ley” y que éste último solo cobra valor y sentido en tanto y en cuanto surge de forma espontánea en sociedad y no porque alguien la ha creado deliberadamente —demás autores—.

[*] Este artículo fue publicado también en el portal de «La Ventana Rota». Puede acceder al mismo presionando aquí.

Estado, gobierno, Dios y orden social

Por Roymer Rivas[*], coordinador local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico

Si alguien le pregunta: “¿Qué es el Estado?”, ¿Qué respondería? (…)

Seguramente diría que es una institución necesaria para el avance de la sociedad, ya que presta sus servicios al público y vela por el bienestar de todos; después de todo, esto es lo que nos han “enseñado”; desde pequeños nos bombardean con misiles ideológicos al decir que el Estado “es necesario para mantener la paz en la sociedad”, nos lo pintan como una entidad “afable” que vela por el bienestar de todos, cuando en realidad es totalmente lo opuesto. Y esta afirmación no la hago desde el vacío, no es una opinión lo que estoy emitiendo, estoy hablando de hechos, y conocerlos es de superlativa importancia.

He conocido personas que se hacen del dicho “la ignorancia es una bendición”, y puede que tengan cierto grado de razón, dependiendo de las circunstancias en las que se aplique el pensamiento; pero cuando se trata del sistema que rige cada campo de acción de su vida, en mayor o menor grado, entonces la ignorancia de su mecanismo es una maldición, en la medida en que sufrirá, como lo sufre hoy, como lo sufrimos todos, las consecuencias de dejarse engañar y controlar por un sistema que le consume y es culpable de la mayoría —por no decir todos— de los problemas que acaecen a la sociedad en la que nos desenvolvemos. Hoy pretendo explicar por qué es un error ver el Estado tal y como se concibe hoy, y te invito a leerme con pensamiento crítico, poniendo en duda incluso este texto. Sin más que agregar, inicio.

El Estado, lo que no es

La palabra “estado” proviene del latín status, que se refiere a condición, prestigio, posición, rango, y, a su vez, éste  deriva del verbo stare, que significa “estar de pie” o “estar parado”. Con esto en mente, piense en los dos siguientes puntos: cuando alguien está “de pie” se encuentra por encima de quienes están sentados; a su vez, como el termino indica rango o prestigio, puede que todos estén parados, pero él es quien está por arriba de todos ellos. Con esto quiero mostrar que El Estado está conformado por personas que tienen una posición de poder por encima de todos los demás. Y nótese que acabo de decir que “está conformado”, porque El Estado en sí mismo no es una persona, no es un ser racional, más bien, es una entidad conformada por personas que están organizadas jerárquicamente y que tienen la condición de mandar a otros.

De esto se infiere entonces que no todo el mundo es El Estado, porque no todos tenemos el rango como para estar por encima de otros y ejercer fuerza para que hagan lo que queremos; es mentira que “todos somos el Estado” o, para decirlo de forma más romántica, es mentira que “El Estado es el Pueblo”. Esta falacia, que confunde al Estado con la sociedad, queda al descubierto cuando hacemos el mismo razonamiento que hizo Murray Rothbard: parafraseándolo, si realmente todos fuéramos El Estado o el gobierno, entonces cualquier arbitrariedad que éste le haga a alguien no podría considerarse de injusto o tiránico, sino que también es “voluntario de parte del individuo involucrado”; si le debiéramos al estado, entonces “nos lo debemos a nosotros mismos”; si alguien es condenado a prisión por expresar ideas contrarias al gobierno, entonces no hay nada grave en ello, porque, en realidad, “se lo hizo a sí mismo”; si el Estado o gobierno asesina a alguien, entonces no fue un asesinato, sino un suicidio[1]; y así se pueden seguir con los ejemplos, pero creo que esto es suficiente para ilustrar el punto.

Ahora bien, la cosa no para allí: es necesario desdeñar y desmitificar toda buena creencia referente a esta entidad…

El Estado definido

Está bien, el Estado “no somos todos”, son solo unos pocos quienes lo conforman, pero ¿Está bien eso? ¿Es correcto que unos pocos gobiernen sobre otros? La respuesta a esta pregunta dependerá de otra ¿Cómo se forma y ejerce ese gobierno? Si el gobierno se forma mediante acciones voluntarias y, al mismo tiempo, es aceptado voluntariamente, entonces es legítimo, no cabría ningún tipo de problema; porque podríamos salir de él cuando quisiéramos. Sin embargo, éste no es el caso.

Desde su génesis, el Estado es resultado de la coacción, es violencia pura, y surge cuando cierto grupo de humanos se dan cuenta que tienen la suficiente fuerza de someter a otros para amoldarlos a lo que ellos quieran y como quieran, con el fin de conseguir lo que ellos quieran. Por este motivo, tanto en el pasado como en el presente —en donde se justifica la entidad con el “interés general” y no se concibe un mundo sin él—, el Estado es resultado del interés de la casta que tiene el poder y lo ejerce para someter a los demás.

No tengo la intención de hablar detalladamente sobre la historia del Estado para ilustrar la reflexión con hechos históricos, eso escapa de los fines del presente escrito y, además, para eso contamos con obras como las de Gaston Leval[2], Franz Oppenheimer[3] y Anthony de Jasay[4] –obras que recomiendo leer acérrimamente–, aquí solo me limitaré a exponer con argumentos lo que en esencia es la institución.

En esta línea, si estudiamos toda la historia humana, con todo lo anterior presente, tenemos que el Estado puede resumirse entonces en las siguientes palabras: gobierno de coacción ilegitima de humano sobre humano. A esta coacción, en donde unos pocos modifican el comportamiento de otros a través de la violencia para alcanzar sus fines a costa de otros, Oppenheimer la llamó “medios políticos”; y contrasta con los “medios económicos” del que el ser humano se ha valido y ha desarrollado gracias a la aplicación de sus facultades mentales, que le permiten valerse de los medios a su alcance para conseguir fines propios a través del trabajo y el esfuerzo, lo que a su vez les permite valerse de sí mismo mientras ayuda a otros en el camino, aún sin darse cuenta de ello o quererlo deliberadamente.

Hoy todavía existen personas que piensa que puede salir algo bueno de esto, engañados esperan que El Estado venga a solucionar sus problemas, pero no se dan cuenta que el mismo posee una dinámica propia, totalmente apartada de la sociedad —a pesar de que los regímenes democráticos traten sin éxito de ocultar este hecho—, y que esa dinámica no es otra que utilizar todos los medios violentos a su alcance para hacer valer su palabra cuando quiera, como quiera y donde quiera, siempre en detrimento de la libertad individual de las personas. Entender cómo se constituye, mantiene y lo que es naturalmente el Estado —coacción continua, hoy violencia sistemática e institucionalizada— da paso a la plena comprensión del siguiente hecho: la mera existencia del Estado es igual a la existencia del Socialismo; y, por consiguiente, una discusión del tamaño del Estado es en realidad una discusión de cuanta dosis de Socialismo debe soportar la sociedad.

El hombre en la búsqueda o construcción del poder siempre dio origen al Estado. Esa acción siempre le llevó a ponerse por arriba de otros, sometiéndolos a su voluntad con la amenaza de emplear la fuerza contra aquellos que no ajustasen a sus directrices. Surge de esta manera, después de evolucionar durante un periodo muy dilatado de tiempo, las instituciones políticas tal y como las conocemos hoy, que son medios más sofisticados de arremeter contra los actores sociales sin que ellos se den cuenta de ello en algunas ocasiones.

El Estado en el presente

En la actualidad nos encontramos con una entidad abstracta que se divide en un conjunto de instituciones o poderes —tradicionalmente: ejecutivo, judicial y legislativo; pero también se le suman, en el caso de Venezuela, el Ciudadano y el Electoral—, que terminan subdividiéndose en conjuntos y subconjuntos de poderes más pequeños repartidos en todo el territorio de la nación —regiones, estados federales, municipios, parroquias—, y que debe velar por el bienestar social. ¡Qué contradicción tan grande!

En principio, todo esta maraña estructural esconde el fundamento del Estado, solo funge como una cortina que oculta todo un complot detrás de ella: El Estado no son instituciones, ellas no piensan por sí mismas, El Estado es un ente abstracto conformado por personas que, como ya mencioné, se organizan jerárquicamente con el objetivo de ejercer poder sobre la sociedad —claro, siempre diciendo que por el famoso “bienestar general” o “bien común”—. Ya lo dijo Frederic Bastiat: “El Estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo se esfuerza en vivir a expensas de todo el mundo”[5], es la gran realidad en donde un grupo se aprovecha del trabajo de otro.

Ahora, si bien todo esto consigue establecerse gracias a la violencia —sin violencia, no hay Estado—, consigue ser aceptado mediante el culto y la imaginación; si le pide a alguien que le explique detalladamente qué es el Estado, no le sabrá responder concretamente, a lo sumo, esa persona apelara a cómo está constituida su nación, a las líneas de un mapa o a los símbolos patrios para dar respuesta. Pero esa persona sabrá fácilmente que, en el fondo, la institución no es más que un gobierno de coacción ilegitima de humano sobre humano que se mantiene gracias a dicha coacción.

Es por esta razón que se puede afirmar que buena parte de los males de la humanidad se deben a una única cosa: El Estado; el humano o un grupo de humanos valiéndose de su fuerza para coaccionar a otro hombre o grupo de hombres; el hombre ambicionando poder, pero no por el simple hecho de ambicionarlo, sino para usarlo para sus propios fines en detrimento de otros. Si bien puede que no sea la causa de todos los problemas, sí constituye un limitante en la resolución de los mismos.

Dios, la biblia y el Estado

Todo lo anterior tiene incluso sustento bíblico o teológico: la palabra de Dios indica que “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”[6], para dañar la misma existencia humana. Fuera de los desastres naturales, las grandes atrocidades que han ocurrido en toda la historia de la humanidad, y siguen ocurriendo, como guerras o hambre, tienen el mismo nexo causal o limitante para resolverlos: El Estado —tal y como lo hemos definido aquí—.

No es de extrañar que —para quienes creen en un Dios creador— el primer Estado que menciona la Biblia, dirigido por Nemrod, quien es fundador de ciudades y de sistemas políticos de gobiernos, intenta establecerse como una oposición directa a Dios y sus propósitos[7]; incluso, muchos después de que el mundo se alejara de Dios, su pueblo escogido —Israel— carecía de este tipo de gobierno coactivo, pues, era dirigido directamente por él a través de portavoces como, por ejemplo, Moisés[8].

Otro hecho es que, después de años, como estaba previsto, Jesucristo llega a la tierra y se tiene que enfrentar a Satanás, donde en una oportunidad éste lo tienta ofreciéndole “todos los reinos del mundo” si le rendía un acto de adoración[9], pero Jesús lo rechaza; lo que hace pensar lo siguiente ¿El Diablo podía ofrecer algo que no le pertenecía? Claramente no, si ese fuera el caso, entonces no hubiera constituido una tentación para Jesús, puesto que era imposible que el Diablo le diera algo que no era suyo; por tanto, para que Satanás le ofrezca “todos los reinos de la tierra”, tenían que ser suyos; por lo que llegamos a una conclusión lógica: si el Socialismo es la idea o creencia del Diablo, entonces el Estado es la personificación del mismo.

Todo el sistema político mundial yace bajo el poder del inicuo, es Satanás quien está a cargo de los Estados del mundo[10]; de tal modo que se puede decir que los políticos, esos que conforman el Estado y que viven a costa de los demás, por muy buenas intenciones que tengan, son los representantes visibles del Diablo en la tierra. En adición, es necesario destacar que Jesucristo en otra oportunidad huyó hacia las montañas cuando vio que el pueblo quería hacerlo Rey[11] y que el fin de todos los gobiernos humanos –de los Estados del mundo– es la destrucción[12]. El resumen Bíblico es claro[13], el Estado es una entidad del mal, así que no se puede esperar buenos resultados cuando se apela al mismo para satisfacer las necesidades humanas.

Resumen de lo que es el Estado

En conclusión, El Estado es un ente parasitario, invasivo y muchas veces asfixiante, un ente que tiene una dinámica propia y se vale de los medios políticos para conseguir sus fines —que son los de las personas que lo conforman—; por tanto, no importa quien se haga con el poder, porque el sistema tiene los mecanismos y el incentivo suficiente para corromper a esa persona o, en caso de no corromperla, no dejarle hacer nada que vaya en contra de la naturaleza de la misma institución. Por tal motivo, la política institucional que conocemos hoy —políticos, sistema de partidos, Democracia, o cualquier otra cosa que se le parezca— no es el medio para solucionar los grandes problemas de la humanidad[14]; es, más bien, el único causante de los mismos.

Habiendo explicado lo anterior, se puede afirmar entonces que El Estado es el gran enemigo de la humanidad —y de Dios—. Además, la misma dinámica propia del Estado hace que todo aquel que piense que puede controlarlo, modificarlo o usarlo para el bien social sin causar más males que los bienes que intenta crear, tiene altas probabilidades de pecar de iluso; es más utópico el controlar o limitar el Estado, que vivir en sociedad sin él. En última instancia, el Estado, valiéndose de la violencia sistemática e institucionalizada, modifica el comportamiento humano en contra de su voluntad y limita al hombre de una satisfacción mayor en su búsqueda de la felicidad.

Las grandes guerras del pasado y del presente, y demás problemas de las sociedades pasadas y presentes, surgen o no encuentran solución por los Estados del mundo. La monarquía, minarquía, socialdemocracia, el conservadurismo, corporativismo y las demás grandes corrientes o variantes del Socialismo, como el socialismo de mercado, autogestionario, soviético, científico, cristiano, el sindicalismo y todo lo que la mente pueda imaginar, tienen un punto en común: el ser humano dominando por coacción ilegitima a otros humanos; por tanto, todas esas concepciones son Socialismo. Puede que cambien en intensidad, matices y/o colores, pero son esencialmente lo mismo. Cualquier concepción de alguna institución que se valga de la coacción para modificar el comportamiento de otros, de los medios políticos y no de los económicos, en pos de conseguir fines propios, es una aberración que atenta contra la propiedad y la libertad y, por tanto, es Socialismo. Sin más, termino esta sección repitiendo las siguientes palabras: la mera existencia del Estado es Socialismo; y, por consiguiente, una discusión del tamaño del Estado, cuán grande o pequeño debe ser, es en realidad una discusión de cuanta dosis de Socialismo debe soportar la sociedad.

Algunas aclaraciones finales

            Quiero terminar acotando que he sido especifico al momento de definir lo que es el Estado, he dicho “gobierno de coacción ilegitima de humano sobre humano”, por lo que se puede inferir que pueden haber gobiernos de coacción legitima de humano sobre humano para poder mantener el orden social —que es lo que en particular defiendo, de hecho—. Muchas personas tienden a confundir el concepto de “Estado” con el concepto de “Gobierno”, y esto es un grave error; en principio, la existencia del Estado es solo un modo de gobierno, no el único. Algunos libertarios bisoños tienden a caer equivocadamente en (i) la aversión a todo tipo de gobierno y a (ii) todo tipo de coacción, sin darse cuenta con esa postura solo alimenta —y con razón— la creencia de que todo sería un caos si no existiera el Estado.

            La discusión sensata no es si debe haber gobierno o no, sino en cuál es el mejor modo de gobierno —fuera del régimen estatal, que claramente no lo es— para que la sociedad se organice en paz y armonía. Empero, tocaré el tema de las diferencias entre los conceptos de Estado y Gobierno en otro ensayo, donde me adentraré además en ese tipo de orden social sin Estado, pero con gobierno.


[1] Murray, Rothbard. 1974. El Igualitarismo como Rebelión Contra la Naturaleza y Otros Ensayos. Auburn, Alabama. Segunda edición publicada en el 2000 por el Ludwig von Mises Institute. Cap. 3: Anatomía del Estado, pág. 49.

[2] Leval, Gaston. 1978. El Estado en la Historia. Publicado por Editorial Zero.

[3] Oppenheimer, Franz. 2014. El Estado, su historia y evolución desde un punto de vista sociológico. Traducido por Juan Manuel Baquero Vázquez y publicado por Unión Editorial. (La versión original fue publicada en Alemania en el año 1908 bajo el título: Der Staat).

[4] De Jasay, Anthony. 1985. The State. Publicado por Indianápolis, IN: Liberty Fund, Inc. Existe una versión en español traducida por Rafael Caparrós Valderrama y publicada en 1993 por Alianza Editorial bajo el título: El Estado: la lógica del poder político.

[5] Bastiat, Frédéric. (1848). El Estado. Publicado en el Diario de Debates. La versión consultada es la que se encuentra en “Frédéric Bastiat: Obras Escogidas” (2009), segunda edición publicada por Unión Editorial.

[6] Eclesiastés 8:9.

[7] Génesis 10:8-12; 11:1-5. Según la costumbre de la antigua Babilonia y Asiria, el término “cazar”, no solo se aplicaba a animales salvajes, sino también a campañas militares emprendidas contra personas como presa; por lo que hay derramamiento de sangre humana de por medio —violencia—. Esta acción se realizaba por puro placer.

[8] Todo esto lo podemos observar cuando estudiamos la Biblia desde Adán y Eva hasta la época de vejez del profeta Samuel —libros desde Génesis hasta 1 Samuel cap. 8—. Es necesario destacar que la época de Reyes que inicia en Israel después de su solicitud —que había causado enfado en Dios y les dijo que sufrirían las consecuencias de tener un gobierno humano (1 Samuel 8:9-22; 10:17-25)—, dado que habían rechazado su autoridad. Dios sabía que era imposible que surgiera algo bueno para la humanidad de este tipo de gobierno de humanos sobre humano, sin embargo, al principio inicia bajo la tutela de Dios; es decir, los reyes no menoscababan la soberanía de Dios, sino que éste permitía que se sentaran en su trono (1Cronicas 29:23) y los reyes se tenían que apegar a los estatutos que Dios establecía: y cuando no lo hacían, todo el pueblo sufría las consecuencias (Deuteronomio 17:16-20; 1 Samuel 12:13-15, 20-25) —algo que, en mayor o menor grado, iban a sufrir sí o sí, no podía ser de otra manera; toda la historia bíblica de los Reyes lo ilustra; pero mientras más alejado de los estatutos de Dios y, por tanto, más cerca de los estatutos humanos estuvieran, peor—.

[9] Mateo 4:8-10

[10] 1 Corintios 4:4 dice claramente que el Diablo es “el dios de este sistema de cosas” o “de este mundo”. Un sistema que surge desde el principio como rebelión del ser humano en contra de Dios.

[11] Esto lo podemos ver en Juan 6:15. Ahora, piense en lo siguiente: si el hombre más grande de todos los tiempos, un ser perfecto, el hijo de Dios, rechaza ser Rey –aunque fuera una proclamación popular–, entonces es porque sabe que no podrá hacer un bien plenamente bajo este sistema de gobierno, porque no importa quién sea el que gobierne, es el sistema el que no funciona. Él se opuso a que lo introdujeran en la escena política porque sabía claramente que su gobierno “no era parte de este mundo” (Juan 18:36).

[12] Revelación o Apocalipsis 16:13-16; 17:9-14.

[13] Para quienes no creen en lo que dice la Biblia, el escenario no cambia; aplica tanto si el ser humano evoluciono durante miles de años como si fue creado por un Dios inteligente. Las obras citadas que hablan sobre la evolución y mecanismos del Estado no toman en cuenta a Dios para nada.

[14] Estimo que por lo menos no el medio primario. Con esto quiero decir que puede que sea necesario en un momento apelar a estos medios —puesto que es la realidad en la que estamos sumergidos en el presente— para convalidar las demandas de una sociedad que pide “Libertad”. Pero este escenario requiere un análisis profundo que escapa del fin de este texto.

[*] Redes sociales del autor; instagram: @roymer_rivas / Twitter: @RoymerRivas

La educación pública: un crimen de lesa humanidad

Por Roymer Rivas, coordinador local de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

Hablar de educación es hablar de un tema que compete a cada uno de los actores que conforman la sociedad, pues repercute en el modo, o la forma, y marca el camino que transita la sociedad en la que se desenvuelven. Pocas cosas tienen una incidencia tan directa en el inconsciente y consciente «colectivo» como la educación. Pero ¿Cómo debe ser la educación? ¿Pública o Privada? ¿Por qué, como indica el título, la educación pública es un crimen de lesa humanidad? Para responder estas preguntas primero hay que saber qué es “educación”.

La palabra educación proviene del latín “educatio”, que hace alusión a crianza, entrenamiento, que a su vez se deriva del verbo “educare”[1], que se refiere a orientar, nutrir, guiar, criar, educar, revelar, sacar al exterior; por lo que, en palabras sencillas, el termino hace referencia a la acción y efecto de desarrollar las capacidades mentales —el intelecto— del individuo y, a la par, incitar la adquisición de nuevos conocimientos y habilidades con el fin de comprender mejor el mundo que nos rodea para adaptarnos a él.

Entendiendo esto, a priori se deduce que el ser humano es educado de manera continua desde el momento cero de su existencia hasta que deja de existir. La educación no se limita a la academización formal que recibe una persona, puesto que el hombre se desenvuelve y convive en un mundo que le imparte conocimiento; esa convivencia con la naturaleza, sociedad y, por extensión, la cultura, educa al hombre por el mero hecho de existir, de estar allí. Esto es una educación espontanea que va, por decirlo de alguna manera, refinando/mejorando al hombre a medida que avanza el tiempo.

Por otro lado, esa “academización formal” tiene la característica de ser deliberativa y esta misma intencionalidad hace que sea un tipo de educación sistemática que está relacionada con el contexto en donde se desenvuelve el individuo, es decir, las condiciones histórico-sociales de cada grupo; de manera que la forma y el contenido impartido están coordinadas, o regidas, por la sociedad que la practique. Es un fenómeno que se da en sociedad —interacciones entre individuos—; y, en la medida en que cada sociedad tiene una forma de interpretar al hombre y al mundo que le rodea, el concepto de educación cambia de un lugar a otro.

Mientras que la primera se obtiene gracias a nuestra capacidad de razonar, que se pule con el tiempo, y la comunicación constante que tenemos con el entorno, la segunda —la academización formal— esta representadas por las iglesias, las instituciones educativas —tanto públicas como de administración privadas— y la familia, pues las mismas promueven, o así lo intentan, los valores de esa sociedad, la cultura.  Ambos tipos de educación son necesarios para que los actores sociales puedan adaptarse al mundo y a la sociedad en donde hacen vida.

En todo este proceso, el hombre “aprende y forma ideas sobre otra gente, sus deseos y acciones para lograrlos, el mundo y las leyes naturales que lo gobiernan y sus propios fines y cómo alcanzarlos. Formula ideas sobre la naturaleza del hombre y cuáles deben ser sus propios fines y los de otros a la vista de esta naturaleza”[2]. Ahora bien, el mundo moderno ha dado más importancia a la academización, esa educación sistemática, y poco se ha aportado en “la importancia que tiene la educación que se da por el hecho de relacionarse con los demás y con el medio de manera espontánea”[3].

En este marco, en donde se prioriza la educación formal, se observa como el mismo se enmarca en lo que conocemos como “educación pública”[4]; y es así en todo campo, tanto en lo que se conoce como “privado” como lo “publico”. La educación “privada” del presente no es tan privada como se piensa, por lo menos en Venezuela, eso es una colosal mentira en la medida en que las instituciones educativas supuestamente privadas se rigen por lo que dicta el Ministerio de Educación del país.

Si una institución quiere brindar el servicio de la educación, tiene que cumplir ciertos requisitos que les exige este ministerio, entre los que se encuentra el vasto material que tienen que brindar obligatoriamente en las materias impartidas para las distintas ramas que oferten a los estudiantes. Este panorama lleva a preguntarse ¿Siempre fue así? ¿El Estado siempre brindo educación directa o indirectamente a la sociedad?

La respuesta es un tajante no, no siempre fue así. Cuando menos, en la antigua Grecia, específicamente Atenas, los niños eran encomendados a algún maestro que lo guiara hasta los 18 años —lo que implica una enseñanza directa y personalizada, maestro-discípulo—, “si algún maestro era reconocido, los jóvenes se acercaban a él para adquirir su sabiduría; si alguien quería ser músico, iba con un maestro para que le enseñara música; si quería ser poeta, orador, filosofo, artesano, o cualquier otra profesión, iba con el maestro correspondiente”[5]; esto denota que la libertad de enseñanza era un principio que regía a la sociedad de aquel entonces, además que se respetaba la obligación de los padres a educar a sus hijos.

El individuo tenía la libertad de decidir en qué rama especializarse y de valerse de todos los medios a su alcance, por ensayo y error, para alcanzar esa profesionalización. Los resultados de este sistema ya lo conocemos, Atenas es la cuna de la civilización actual, entre otras cosas, brindó aportes en la ciencia y la filosofía.

En contraste a hoy día en donde es el Estado el que decide qué y, si no es el qué en todos los casos, sí el cómo se imparte el conocimiento en las academias del país. Este sistema educativo ataca directamente la naturaleza del human, por ello es un crimen de lesa humanidad; es así en la medida en que se limita la capacidad de elección de los individuos y, en adición, se mata el pensamiento crítico y la creatividad de los actores que caen víctima de este sistema, convirtiéndolos en esclavos intelectuales, sino materiales, de aquel que tiene la potestad de elegir qué y/o cómo se imparte el conocimiento; lo que, en un periodo indeterminado de tiempo, probablemente haga a las personas infelices y, en caso de no ser así, limite a los mismos de un sentido de satisfacción mayor por cortar caminos hacia ese fin —a pesar de que muchas veces el actor no se dé cuenta de ello—. Si el conocimiento es poder para quien lo posee, el no conocimiento es poder doble para quien gobierna sobre el que no lo posee.

Un sinfín de problemas parten de este sistema que no se pueden desarrollar en el presente escrito por la extensión que amerita el mismo, pero que, a grandes rasgos, pueden resumirse en “inflación de certificados” que supuestamente avalan inteligencia, una inteligencia medida según parámetros impuestos desde arriba, conformidad individual, lo que lleva a conformidad social[6], desinterés y/o desanimo, entre otras cosas[7].

Ese atentado contra la naturaleza del human de dejar que sea el mismo mercado, la interacción entre seres humanos, quien oferte y satisfaga las demandas de los “estudiantes” —que somos todos— y los ayude a desarrollar las habilidades, capacidades, en distintas ramas, para que éstos puedan adaptarse mejor a su entorno y puedan aprovechar mejor los medios para la consecución de sus fines, no ha hecho más que limitar al individuo, a la sociedad. Es necesario que el sistema educativo cambie y de paso al mercado, a esa espontaneidad social, en sentido pleno, para que éste sea quien estipule las ofertas académicas; solo de esta manera será posible empoderar a la sociedad y hacer frente a todas las vicisitudes que se puedan presentar en el entorno social.[*]


[1] Este también se deriva de “educere”, que significa guiar, exportar, extraer, y también está compuesto por el prefijo “ex”, que indica externalizar, y “ducĕre”, que se refiere a la acción de conducir; a la vez que está relacionado con “producĕre” —producir— y “seducĕre” —seducir—.

[2] Rothbard, Murray. (2019). Ciencia y educación: ¿Estado o mercado? Edición en Español. Publicado por Centro Mises. Sección “Educación: Libre y obligatoria”, subtema “La educación del individuo”, párr. 4.

[3] Campos, Yolanda. (1998). Hacia un concepto de educación y pedagogía en el marco de la tecnología educativa. Pág. 2, párr. 6. Esta publicación puede consultarse presionando aquí.

[4] Entiéndase “educación pública” como el sistema educativo que se gestiona desde el Estado, por lo que se sostiene con impuestos.

[5] Rivas, Roymer. 2022. Por una educación con sentido. Artículo publicado en ContraPoder News. Puede acceder al mismo presionando aquí.

[6] Las personas ya no siguen alimentando esa curiosidad de querer descubrir, aprehender, crear nuevas cosas.

[7] Todo esto sin contar que el sistema se presta para adoctrinar a los participantes del mismo para adaptar su pensamiento, comportamiento, a la cosmovisión de quienes rigen el sistema. El poder político entendió que es más fácil gobernar a una sociedad a través de la educación, limitando/controlando el conocimiento que reciben; todo adaptado a sus perversos propósitos.

[*] Este corto ensayo fue publicado primero en el blog de Students For Liberty, el 15 de diciembre de 2021. Puede acceder presionando aquí.

Los libertarios y la política institucional: ¿Una relación conciliable?

Por Roymer Rivas, coordinador local de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.

Han sido muchas las discusiones sobre si es moral o no, y por tanto reprochable o no, que un libertario anarquista participe activamente en y desde la política institucional, habidas cuentas de existir en un mundo donde “eso es lo que hay” y puede ser “el medio para un fin”. En lo personal, ésta cuestión me inquieta, porque se encuentra vinculada con otra que me consume aún más, a saber: ¿Cómo dirigirnos hacia una sociedad verdaderamente libre? ¿Cuál es el camino —o cuáles son los caminos— a transitar que mejor se amolden a la ética para ver una sociedad libre? Sinceramente, no tengo una respuesta absoluta, definitiva, a esta pregunta; pero si puedo partir del escenario actual para analizar los argumentos de aquellos que sostienen que es, o no, incongruente ser anarquista y ejercer alguna función pública. Y eso haré hoy.

El lector encontrará que algunas cuestiones que aquí competen no son tan fáciles de responder, a mi entender más por cuestión de subjetividades, contexto y momento temporal que por otra cosa, mientras que otras pueden caer en argumentos de blanco y negro, está bien o mal, sin dar espacio a matices. No obstante, aunque defiendo ciertas posturas, no concibo ni pretendo que lo expresado sea o se convierta en una verdad absoluta, sino incentivar a la reflexión y al debate. Con este objetivo, primero repasaré brevemente la filosofía libertaria y luego presentaré algunos argumentos con sus respectivas reflexiones y replicas. Si alguno cree que estoy equivocado, le invito a replicarme, en aras de aprehender la verdad con actitud humilde necesaria para hacerlo.

Antes de iniciar aclaro que no pretendo discutir si las premisas filosóficas en las cuales se sustenta el libertarismo son correctas o no, sino que se juzgará las acciones de personas que dicen sostener una cosa y actuar de una manera, según las mismas creencias que dice defender. Sin más, comienzo: (…)

El libertarismo: extremo resumen

            A grandes rasgos, el libertarismo, más que una filosofía política, es una filosofía moral que pretende eliminar, o en el peor de los casos limitar, las acciones coactivas de humans sobre humans, partiendo de la creencia de que solo en libertad las personas pueden desarrollar plenamente sus capacidades en busca de un beneficio personal. De esto deriva el respeto a la vida, la libertad y la propiedad de cada persona, considerados “derechos naturales”, en condición de igualdad moral y/o ante la ley, puesto que, indisociables una de la otra, son los únicos que se amoldan a la “naturaleza del human”.

A esto responde que la agresión sea vista como cualquier ataque a la propiedad en contra de la voluntad del propietario, pues ataca también su libertad de disponer de lo que le pertenece y, por tanto, afecta su proyecto de vida. En este orden de ideas, el Estado es visto como el mayor enemigo de la humanidad, en la medida en que, en todo tiempo y lugar, debe su existencia a la coacción, a la apropiación indebida de un grupo de lo que no le pertenece. De allí que su ala más radical, los anarquistas, deseen eliminar por completo su existencia.

El libertarismo y la participación política institucional

            Con lo anterior, a simple vista cualquier persona observa algo parecido a: si A es malo y B es igual que A, entonces B es malo; esto se traduce en: si el Estado es malo, cualquier participación en este es inmoral. Ergo, se entiende que se critique a aquellos que dicen ser libertarios y buscan obtener, u obtiene, algún cargo público. No obstante, dentro del mismo libertarismo esto es un punto de discusión constante, porque toman en cuenta otros principios: como lo es la elección personal en función del proyecto de vida del individuo; u otras cuestiones del contexto dignas de analizar: como el saber que el Estado roba, por lo que lo que de a alguien es solo un retorno de lo mucho que le ha robado primero. Entonces, ¿Es moral o no? ¿Queda la moral sujeta a percepciones individuales y el contexto? Veamos los argumentos de aquellos que defienden la participación política institucional y al mismo tiempo dicen que no es reprochable:

Argumento 1: mundo ideal y contexto actual

  • “Si bien el ideal es la anarquía, la libertad en sentido pleno, ese ideal no se ha alcanzado. Habitamos en un mundo que, si bien no nos gusta, tenemos que sobrevivir.”

Este argumento presenta algunos inconvenientes, por ejemplo: ¿Para sobrevivir puedo romper mis principios e ir contra las ideas que digo defender? ¿Qué tan descriptivo es el término “sobrevivir”? ¿La moral se describe en función de las necesidades de las personas? ¿Qué es una necesidad, cuales son los parámetros que lo definen? La respuesta a estas preguntas, si bien pueden encontrar algunas variables objetivas, también puede variar de acuerdo a la subjetividad de cada individuo que responda.

Para dilucidar el asunto, imaginemos que una persona muere de hambre y el único medio que tiene para poder vivir es atentar contra la propiedad de otro, robando un pedazo de pan de una panadería. Aquí parece razonable no imputar el robo dadas las necesidades del individuo, pero: (i) ¿Qué significa “morir de hambre”? (ii) ¿Habiendo desayunado y almorzado, carecer de la cena es un justificativo suficiente para robar un pan y no ser imputado? (iii) ¿Carecer de las tres comidas en un día lo justifica? (iv) ¿Carecer del alimento por una semana o un mes lo justifica? (v) ¿Qué pasa si la persona realiza el acto todos los días? Por intuición, la mayoría entendería la acción del robo en el caso (iv), algunos pocos en el (iii) y difícilmente alguien esté de acuerdo con la (ii) —a pesar de que en el (ii) y en el (iii) hay más espacio para argumentos y contra-argumentos subjetivos—, pero lo cierto también es que, si partimos desde la concepción del ladrón, tanto (ii), (iii) y (iv) puede caber en el concepto “morir de hambre”. ¿Y qué decir de la (v)? ¿El escenario (ii) y (iii) justifican (v)? Difícilmente.

Si una persona se encuentra en el escenario (iv), se entiende su acción, pero no porque esté bien, sino como un mal menor en aras de que no pierda su vida, dadas sus circunstancias. En otras palabras, moralmente no queda justificado, hacer algo por necesidad no vuelve el acto correcto. En este ejemplo, la persona “muere de hambre”, su acción se justifica solo si satisface esa necesidad, pero no puede, por ejemplo, robar un auto, una casa o una cartera, porque esto no satisface su necesidad. Y si lo hace, puesto que puede vender estas cosas, ¿En qué proporción? ¿Un auto le da para comer un día, un mes o un año? ¿Justificaría que cada día, mes o año robe un auto? Reflexione.

En esta linea, hay que tener en cuenta que si un libertario decide participar en el Estado, sabe que los recursos que obtiene vienen del robo sistemático a toda la sociedad. Si este libertario muere de hambre, se entendería su acción, pero ¿Qué pasa si (v), es decir, trabaja todos los días durante un dilatado periodo de tiempo? Cuando una persona adquiere un cargo público, lo ejerce durante un tiempo determinado, tiempo por el cual estará siendo participe del robo sistemático. Por lo general, no existe tal cosa como un: “trabajaré hoy solo para no morir de hambre, pero mañana dejaré de trabajar”. Si este fuese el caso, se entendería, pero no es lo común y se puede juzgar en función de (v). Además, teniendo en cuenta que la acción está razonablemente justificada si y solo si satisface la necesidad especifica que le condiciona, ¿Qué es una necesidad? Puede que hoy sea el hambre, pero mañana otra cosa. En este punto, muchas cosas pueden servir de justificativo para el robo.

Puede que alguien diga: “no, pero él no está robando directamente a nadie. Además, está trabajando por ello, es su salario”. Pero esto sigue sin justificar la acción.

Imagine los siguientes escenarios: (1) A roba R y se lo regala a B, B lo acepta aun sabiendo que R es robado. Intuitivamente sabemos que B se convierte automáticamente en cómplice del robo y, en consecuencia, es sujeto de sanción de la ley. (2) A roba R y B, aunque sabe la procedencia de R, concluye que si le cocina todos los días el desayuno a A, éste usará los recursos robados para retribuir su trabajo. ¿Queda librado B de la sanción en este escenario? Si no es así, entonces no queda justificado el ejercicio de una función pública en el Estado. Aún si es para no “morir de hambre”, ¿Morirá de hambre todos los días? ¿Se justifica (v)?

En la práctica, sería imposible determinar este tipo de cuestiones; ¿En qué medida la necesidad —definida con ambigüedad— justifica al libertario que ejerce un cargo público? Hay mucho espacio a subjetividades que, en última instancia, no se amoldan a la moral libertaria. En otras palabras, aún en los casos concretos donde pudiese entenderse la acción, no quedan claro el concepto de “morir de hambre” y el tiempo que tiene que trabajar en el Estado para satisfacer la necesidad —desde (i) hasta (v)—. Aunque se puede entender razonablemente la ejecución de un cargo público por un libertario —o cualquier persona— que muere de hambre, solo sucede en el caso donde la ejercerse si y solo si soluciona su condición, pero no excediendo ese límite. La cuestión es, nuevamente: ¿Cómo determinar el límite? ¿Cómo saber cuándo “no muere de hambre”? ¿Qué parámetros lo definen? Difícil responder esto.

En esta misma línea, ahora imaginemos otro ejemplo: el Estado controla absolutamente toda la sociedad y, por ende, todos los medios de producción de riqueza, por lo que todas las personas quedan trabajando para el Estado. Esta sociedad está integrada con 40% de personas libertarias. En este escenario, no queda de otra que participar en el sistema, porque es el único medio de sobrevivencia, pero esto no significa que sea correcto, sino que es un mal necesario dado el contexto.

No obstante, en este ejemplo cambia un poco la cosa, porque cada sujeto se está asegurando su misma subsistencia a través de los mismos medios. Son la elite del estado quienes retribuyen a la persona el trabajo —o parte de él— realizado, aquí la persona que trabaja para el Estado no le está “robando” ni siendo cómplice del robo a los sometidos, sino que él mismo es un sometido. En circunstancias normales, si bien el Estado controla a la sociedad, no lo hace a este nivel y sus miembros tienen cierto margen de maniobra, por tanto, un libertario puede buscar otros caminos para salir de su condición sin apelar a “adquirir un cargo público”.

Argumento 2: interés individual e imposibilidad de cambio

  • “Cada persona tiene intereses individuales y puede estimar que un cargo público le sirve a sus intereses. Además, si el libertario rechaza un cargo público no estaría cambiando nada, puesto que otra persona tomaría el cargo, ergo, no están cambiando las cosas ni para bien ni para mal. Hay que tener presente que somos defensores del individuo, y si ese interés y cargo le beneficia, no hay por qué criticarlo.”

Este argumento no me parece solido en la medida en que la cuestión no es si los fines son individuales o no, sino si los fines individuales son éticos o no. Piense en lo siguiente: (i) A puede tener el interés individual de robar a B para satisfacer sus oscuros y retorcidos gustos, o bien para satisfacer una necesidad; (ii) si A rechaza robar a B para satisfacer sus gustos, no cambiará el hecho de que C, D, E…, o Z roben a B, por lo que es mejor que le robe A, porque así se beneficia él y no C, D, E…, Z. Para ambos casos, la acción no es moralmente correcta; lo correcto es que no roben A, C…, Z, pero si no puede cambiarse el hecho de que alguno robará, ninguno queda justificado para ejercer el robo, decir que sí es caer en un juego inmoral de probabilidades de quien se beneficia primero y quien no a costa de otro.

Los intereses y acciones individuales no quedan justificados moralmente por el mero hecho de ser individuales, sino por el daño que le causan a otros. Y un libertario que participa en el Estado sabe que el mismo perjudica a otros.

Argumento 3: pagarse a sí mismo, a través del Estado

  • “El Estado me quita dinero con los impuestos, así que trabajar para él constituye una devolución de lo que me pertenecía y me robó.”

Este argumento me parece razonable, lo cierto es que el Estado roba riqueza a todos los miembros de la sociedad que controla. No obstante, tengamos en cuenta lo siguiente: (i) A no puede recibir del Estado más de lo que le robó, porque el excedente no provendría de sí mismo —por medio del Estado—, sino de B, a quien el Estado también robó y no retribuirá porque B no es un funcionario público; (ii) para ello, A tendría que saber exactamente, o por lo menos contar con un estimado confiable, cuánto le robó el Estado, para que así pueda determinar en qué medida se paga a sí mismo y/o comienza a ser cómplice del robo a B.

Con el tema de los impuestos es relativamente fácil saber cuánto roba el Estado, así que si un libertario ejerce un cargo público sabiendo cuanto es el límite que tiene que aceptar para no ser partícipe de los daños del Estado, estaría razonablemente justificado. No obstante, tengamos en cuenta que el Estado siempre robará más de lo que pueda restituir, y más si se tienen en cuenta lo que no se dio por el hecho de su existencia, es decir, que el coste de que exista es Estado es menos beneficio para la sociedad X que domina y, si apelamos a la información del mercado como un todo, que se crea gracias a la libre acción humana, esa sociedad X sería menos productora de información que podría haber sido aprovechado por otras sociedades Y en el mundo que, a su vez, dado que comparten información, se traduciría en mayor calidad de vida para todos. En pocas palabras, Estado es igual a menos avance en la sociedad.

No obstante, esto último puede servir de justificativo para el libertario reciba casi cualquier suma de dinero que le dé o pueda dar el Estado. (i.i) ¿En este escenario, por ejemplo, está justificado que un libertario reciba 5000$ del gobierno que somete y sumergió en la pobreza al 90% de la población, ganando solo 5$ mensuales? (i.ii) ¿Retribuye el libertario a la “sociedad” parte de sus ingresos, partiendo del hecho de que la existencia del estado afecta a todos? (i.iii) ¿Qué parámetros sigue para re-distribuir esos ingresos? (i.iv) ¿Bajo qué condiciones el libertario pudo acceder al cargo público, haciéndose participe del Estado? (i.v) ¿Lo hace a través de sobornos, amiguismo o, en suma, corrupción? (i.vi)En este escenario ¿Seguiría estando justificado moralmente su cargo —en caso de que exista la posibilidad de que lo esté—? (i.vii) ¿Es moral que A tenga la oportunidad de aprovecharse de la corrupción para restituir sus ingresos y los demás no lo tengan? (i.viii) ¿Si aun así es moral, recibe más de lo que dio al estado? En el caso de esta última pregunta, caemos nuevamente en (i).

Cabe resaltar que, una vez en el poder, la tendencia es a encallecer la consciencia; puede que hoy el libertario funcionario reciba un caramelo para vivir, pero después puede ver normal recibir 2, o 3, o 100. Esto sin tener en cuenta que hasta el funcionario público de menor cargo tiene más poder sobre otros individuos que cualquier multimillonario, tal como dijo en una oportunidad Hayek.

Conclusión

La mayoría de los escenarios hacen ver la elección de un cargo público por un libertario —y cualquier otra persona— como un acto inmoral. De hecho, en aquellas donde se da espacio para que sí se participe, estas cuestiones hacen extremadamente difícil dilucidar los límites que demarcan dichas función pública. En este sentido, se necesitan más argumentos y cosas a tener en cuenta para justificar la elección de un cargo público que para no hacerlo.

Algunos podrían decir que trabajando como profesor de una universidad pública, obteniendo recursos del Estado, se puede influir en otros para que estos en el largo plazo puedan expandir las ideas y en 100 años —por decir un número— lograr eliminar el Estado. Si bien, esto es un argumento utilitarista —el beneficio a largo plazo supera los costos en el corto— puede ser llamativo y servir de justificación para algunos, no cambia el hecho de que ese profesor libertario se encuentra sumergido en todos los problemas morales que aquí se desarrollaron, sumado a estas dos preguntas: (i) ¿El fin justifica los medios? (ii) Si sí, ¿Qué justifica el fin?

Terminado con esto, quiero dejar espacio para criticar un argumento que se puede usar para justificar un cargo público por un libertario: “si tu trabajas en una mafia —Estado— pero no haces nada malo, entonces no es inmoral”. Esto me parece un argumento por demás carente de sustancia, que puede ser interpretado de muchas formas según el contexto y quien lo interprete también. Imagina: A no celebra cumpleaños, pero trabaja en una pastelería que se dedica a vender tortas específicamente para cumpleaños, ¿La acción de A es mala? En este dilema moral se encuentran muchos Testigos de Jehová, por ejemplo, y difícilmente pueda llegarse a una respuesta objetiva sin que acepte ninguna crítica. Pero ¿Qué pasa si agregamos que A puede buscar otra manera de sobrevivir, sin poner en juego sus principios? Reflexiona. Podemos preguntar también, volviendo al tema del Estado: ¿En caso de que sea posible algún beneficio social, el libertario beneficia a la sociedad con su acción más de lo que le perjudica por estar dentro del mecanismo estatal? ¿Cómo lo hace?

Estas son preguntas que no quedan del todo claras. Al final, el punto es el mismo: se necesitan construir más argumentos para justificar el cargo público que para no hacerlo, y en caso de que los argumentos sean sólidos, se dan en casos concretos y parecieran no sostenerse en el largo plazo.

Si bien, quiero terminar que todo lo expuesto hasta el momento también sirve para aceptar trabajos que dañen a otras personas, y no necesariamente solo aplican al Estado. La confrontación moral se reduce a un simple hecho: ¿Dañas a otro? ¿Cómo y por qué lo haces? ¿Está justificado el daño? ¿En qué medida? ¿Puede medirse? (…) y así puedo seguir.[1]


[1] Quiero agradecer a mi amigo Ilxon Rojas, compañero de muchas conversaciones sobre temas intelectuales del liberalismo, por ayudarme en buena medida a transparentar este asunto. Algunos de los ejemplos dados partieron de sus ideas. Además de ello, dejo disponible este correo para cualquier debate al respecto: [email protected].