Por Roymer Rivas, Coordinador Local de EsLibertad Venezuela y Teórico del Creativismo Filosófico.
Hoy día se escucha hablar mucho sobre la corrupción; dudo que una persona, más si se encuentra en Venezuela, sea ajena a este fenómeno. Esto es así porque la corrupción es un mal generalizado, un cáncer en metástasis. Pero ¿Por qué la corrupción es un cáncer? Para responder esta pregunta y encontrar las similitudes entre el fenómeno social y la mortal enfermedad, primero hay que saber qué es y/o significa corrupción, qué es el cáncer y cuáles son sus causas.
El término “corrupción” proviene de las palabras latinas corruptio y corrumpere; la primera hace alusión a la acción de alterar o destruir por putrefacción, por lo que, en palabras simples, es la acción de pervertir y/o dañar; mientras que la segunda significa arruinar, echar a perder, quebrar, hacer estallar; con esto en mente, se puede entender por qué el termino está relacionado con suciedad, inmoralidad, decadencia, ilegalidad y degeneración.
En este sentido, la corrupción es, pues, una alteración del orden establecido, un quiebre del proceso, una perversión de lo que debería ser; y esto puede ocurrir tanto en el ámbito privado como en el público, siendo esta última en donde más se presenta. Cuando un funcionario usa los medios, funciones o recursos públicos para beneficio propio, no está haciendo más que alterar el orden mediante la perversión de sus funciones y, en consecuencia, dañar a la sociedad.
La corrupción no es nueva, corre paralelo con la historia de la humanidad; apelando a la Biblia, por ejemplo, ya hace por lo menos unos tres mil quinientos años que la ley de Moisés condenó el soborno, que eran las dádivas con la que se conseguía que la autoridad hiciera algo en favor de una persona (Éxodo 23:8; Deuteronomio 10:17, 19). En ese entonces ya se tenía claro que los actos de corrupción socavan la estructura de la sociedad pues “cegaba los ojos de los sabios y torcía la palabra de los justos”. El Rey Salomón escribió al respecto que “con justicia, el rey le da estabilidad al país, pero el hombre que acepta sobornos la lleva a la ruina” (Proverbios 29:4); es decir, según la Biblia, mientras que la justicia afianza el país, la corrupción las destroza.
Por otra parte, el cáncer hace referencia a cantidad de enfermedades varias que se caracterizan por el desarrollo y división descontrolada de células anómalas. La enfermedad es causada por mutaciones en el código genético (ADN) de las células, es decir, por una alteración de las instrucciones que debería de cumplir cada gen individual que conforma el ADN. Estas alteraciones hacen que la unidad no ejerza su función normal y se convierta en una célula cancerosa.
Pero ¿Cuáles son las causas de las mutaciones genéticas? Por lo menos dos posibles, la primera, aunque se trate de un porcentaje de casos extremadamente pequeño, es que se herede de los padres una mutación genética —nacer con la mutación—, la segunda, que es lo que mayormente ocurre, es que la mutación genética sea ocasionada por diversos factores que no hacen más que alterar el orden establecido, tales como el tabaco, la radiación, algún virus o químico, obesidad, entre otros[1]. Por lo tanto, se puede decir entonces que la corrupción es un cáncer, no solo por la enfermedad en sí y sus consecuencias, sino también por las causas que la generan.
Del mismo modo en que toda célula es propensa a ser cancerosa, todas las personas son propensas a corromperse —sino Dios no hubiera tenido que condenar la corrupción—; este podría ser el componente “heredado”, un gen, por así decirlo, que todos llevamos dentro. Entendiendo esto, a priori, se concluye que cada individuo decide si realizar un acto corrupto, o no, en un momento determinado.
Ahora bien, también es cierto que las circunstancias que rodean a una persona hacen que sea más o menos propensa a corromperse. El cáncer de la corrupción es producto de una sucia modificación de las circunstancias, una alteración anómala o deterioro/perversión de las instituciones sociales que lleva a las personas a apelar a la viveza como una respuesta de supervivencia al contexto en el que se desenvuelve; es por ello que la causal del fenómeno se encuentra íntimamente relacionada con el concepto de acción, por los efectos que las acciones pueden tener sobre las personas y, por extensión, las instituciones.
Axel Capriles lo resume muy bien al decir que “el pícaro —el vivo— es, de hecho, una psicología de supervivencia”[2]; al ser el humano una especie adaptativa, éste desarrolla aspectos en su personalidad para enfrentarse al mundo que les rodea, aspectos que definirán las acciones a realizar en pos de alcanzar sus fines. Por lo que las instituciones, la cultura y, en suma, la estructura social, ejercen una fuerte influencia en las decisiones que toma una persona en su día a día.
Dicho de otro modo, la perversión de las instituciones que permiten la vida en sociedad constituye ese factor que altera el orden social, influyendo en las personas de tal manera que estas se ven obligadas, o por lo menos son más propensas, a realizar acciones que en otras circunstancias no hubieran realizado por no tener los incentivos para hacerlo. Una vez que las instituciones son socavadas, estas dan lugar a “ciertas conductas y estilos de comportamientos” que se transmiten de forma pasiva a la sociedad, a la vez que son “sumamente difíciles de detener” por su inercia y “sólo se apaciguan con el desgaste y el correr del tiempo o con el desarrollo de tendencias contrarias con fuerza suficiente para servir de contrapeso”[3].
La razón por la que las instituciones —jurídicas, mercado, dinero, entre otras—, que son “comportamientos pautados propios y ajenos”[4], modelos repetitivos o patrones de conducta que se llevan a cabo en la sociedad y que surgen de forma espontánea —no deliberada— como resultado de un proceso evolutivo en el que todos los actores sociales interactúan entre sí e intercambian información del tipo practica —tacita e inarticulable—[5], se pervierten, es por intentar organizar ex-profeso a la sociedad; lo que se traduce en restricciones a la libre acción de los individuos.
Para comprender esto es necesario entender que una realidad humana es que cada ser es singular y hace las cosas movido por sus propios deseos internos y no por motivos o deseos ajenos, incluso cuando parece que una persona realiza ciertas acciones motivadas por deseos de un tercero, la fuerza subyacente que empuja a realizar dichas acciones es en realidad su voluntad, sus anhelos. En pos de satisfacer sus deseos, el individuo, que posee un componente empresarial innato, busca, descubre y aprovecha la información que percibe del contexto en el que se desenvuelve para emprender una serie de acciones que terminaran por crear nueva información ex-nihilo que será aprovechada por los demás actores; en consecuencia, la sociedad se coordina y comienza a ajustarse en base a esa nueva información. Todo de forma espontánea.
Así pues, en este proceso, el individuo realiza un cálculo económico subjetivo que le permitirá tomar decisiones con respecto a cuál cree él es la mejor manera de usar los medios a su alcance para lograr sus fines.
Cuando se intenta controlar los campos de acción en los que los actores sociales se desenvuelven, en realidad lo que se está haciendo es tratar de controlar/limitar el libre ejercicio de su empresarialidad innata para valerse de los medios a su alcance que, a su vez, les permitirá alcanzar sus objetivos de la mejor manera posible; el efecto ineludible de este control —coacción— es el estancamiento social y, en casos extremos, la involución.
Como es imposible ir contra la naturaleza humana sin obtener funestas consecuencias, esto no hace más que activar el lado picaresco de las personas como una medida de supervivencia, ya que, dada las circunstancias, es lo único que les permitirá la consecución de sus fines con el menor costo en tiempo, información y/o hasta monetariamente; si bien no en todos los casos, el valor que le asigne cada individuo a los medios y fines dependerá de cada persona —subjetividad— de acuerdo a su contexto.
En efecto, de la misma manera en cómo la corrupción es inherente a la condición humana —un posible acto de corrupción siempre tendrá espacio en el previo cálculo económico subjetivo que realizan las personas para decidir qué acciones emprender con la finalidad de alcanzar sus objetivos—[6], también es cierto que esa condición, ese componente hereditario, no es un cáncer en sí mismo; es decir, la mutación genética heredada predispone a la persona al cáncer —la corrupción—, pero eso no implica con certeza que la persona, y, por extensión, la sociedad, padezca de cáncer. La mutación genética solo lo hace susceptible de padecer la enfermedad —incurrir en un acto de corrupción— si se ve expuesto a determinadas circunstancias —las condiciones del entorno, las instituciones— que, mezcladas, si provocan la mortal enfermedad.
Por tanto, la estructura institucional juega un papel importante a la hora de incentivar la corrupción o, por el contrario, servir de contrapeso a esa condición humana y desincentivar los actos corruptos en la sociedad.
Si una persona al realizar su cálculo económico se fija que el costo de obedecer las instituciones establecidas, el costo de acatar la norma, es superior a los beneficios obtenidos por acatarla, entonces tiene el incentivo para quebrar el orden establecido, saltar el proceso e incurrir en un acto de corrupción, no porque la persona en si misma este enferma y por ello realice un acto de corrupción, sino porque el contexto generó una serie de mutaciones en su ser que le hicieron despertar su viveza con tal de aprovechar de la mejor manera —en base a su cálculo subjetivo— los medios a su alcance para la consecución de sus fines. Por ello, si las personas deciden ejercer acciones al margen de la norma, si una sociedad en general —no casos aislados— es caracterizada por ser corrupta, entonces, a priori, las normas por las que se rigen son ineficientes porque el costo de acatarla es superior a sus beneficios. Todo se resume en ese cálculo económico —valoración de medios y fines— que permite a los actores tomar una decisión que mejor se adapte a sus deseos.
Con todo lo expresado hasta ahora se puede observar como las causas de la corrupción radican en la débil institucionalidad causada por las restricciones a lo único capaz de crear instituciones fuertes y, en consecuencia, una sociedad feraz sostenida en el tiempo, a saber, la libre interacción humana en el ámbito de la propiedad privada.
Esta teoría queda ilustrada con la evidencia empírica cuando se observa la correlación que existe entre libertad[7] y corrupción; a mayor libertad, menor corrupción, y viceversa[8].
Ahora bien, como todo cáncer, las repercusiones que tiene el fenómeno de la corrupción en la sociedad son nefastas; de hecho, puede causar la muerte del pleno progreso social en caso de no hacer las correcciones que permitan crear las condiciones necesarias para el desarrollo de una sólida estructura institucional.
Para empezar, existen muchos tipos de corrupción y no todas tienen las mismas repercusiones negativas. Sí, la corrupción se presenta cuando quien está en una posición de poder abusa del mismo para beneficios particulares y siempre en perjuicio de la sociedad, pero no todos los actos vierten directamente en los mismos resultados; un soborno para que el parlamento decida aprobar una ley que limite la competencia en el mercado no tendrá las mismas repercusiones que un soborno para omitir una infracción de tránsito; la primera permitirá a cierto grupo de interés crear un monopolio u oligopolio que se traducirá, muy probablemente, en dar a la sociedad productos de baja calidad a un alto precio[9]; la segunda no trasciende de forma activa y material, pues solo queda como un gravamen a la persona que decidió pagar el soborno.
Sin embargo, ambos hechos son perjudiciales; en el primer caso, la sociedad debe conformarse a los malos bienes y/o servicios; en el segundo, si bien no perjudica a otros de forma directa —material—, junto al primero, transciende de forma pasiva, es decir, comienza a transmitirse la información de que con un soborno puedes evitar los altos costos de someterse a la ley —en este caso, derogar el monto que la misma exige; ahorrando de esta manera el tiempo y esfuerzo que requiere su cumplimiento—.
Por esta razón, el costo que paga la sociedad por la existencia de hechos de corrupción, más allá de la mala inversión, de la redistribución de la riqueza, de los efectos negativos en las finanzas públicas que se traduce en pérdida de confianza en el Estado y, a su vez, repercute en baja calidad de vida para quienes dependen de una u otra manera de él[10], o de la baja rentabilidad y eficiencia de las empresas en donde el fenómeno se presenta en altos niveles —mayormente en las empresas estatales—, entre otros problemas; más allá de eso, el costo de la estructura del sistema corrupto —y corruptor— es que perjudica a los más desfavorecidos y afianza la pobreza, ya que ciertos agentes son los más beneficiados por recibir ventajas comparativa sobre aquellos que no pueden incurrir en el mismo hecho por circunstancias cuales sean —o lo pueden hacer pero a un costo mucho mayor—. Al final, “la corrupción no es más que una forma de opresión”[11].
En la misma línea, da la casualidad que quienes se encuentran en el primer escalón de la pirámide de poder, los políticos, son quienes aprovechan sus posiciones para seguir creando condiciones que les permitan obtener más ganancias, y el instrumento que usan para ello son las instituciones jurídicas. No es que la corrupción hace que el Estado cree leyes ineficientes, es que primero se crean las leyes ineficientes y, más tarde, están darán fuerza al lado picaresco de los actores sociales.
Una vez inicia ese proceso, comienza a “multiplicarse la mutación genética”, es decir, el cáncer comienza a extenderse —metástasis—; los políticos se dan cuenta que pueden sacar grandes beneficios de los actos de corrupción y, en consecuencia, comienzan a crear leyes que pretenden hiperregular cada una de las acciones de los individuos para que estos se vean obligados a incurrir en actos corruptos, o, por otro lado, bajo supina ignorancia de la realidad, comienzan a intentar atacar el fenómeno creando discrecionalmente más leyes para controlar a la sociedad pensando que esto ayudara a disminuir la corrupción cuando no hace más que auspiciarla; es como si se tratara de curar el cáncer de mama con más mutaciones genéticas en otras partes del cuerpo, esto es, crear más cáncer. En resumen, sea como sea, los resultados son los mismos.
Por otra parte, el fundamento que sostiene la estructura de la corrupción es aún peor; esto es, que el costo por excelencia que paga la sociedad es su desmoralización y degeneración. Un sistema corrupto inhibe el desarrollo social, erosiona los valores morales a tal punto que, si no se detiene a tiempo, pasa de ser un caso aislado que causa asombro a convertirse en algo normal y necesario para poder sobrevivir —poder desarrollar las actividades económicas—[12].
En ese escenario, los agentes coaccionados “descubren empresarialmente que tienen más posibilidades de lograr sus fines si, en vez de tratar de descubrir y coordinar los desajustes sociales aprovechando las correspondientes oportunidades de ganancia que los mismos generan, dedican su tiempo, actividad e ingenio humano a influir sobre los mecanismos de toma de decisiones del órgano director [Estado]. De manera que un volumen impresionante de ingenio humano —y mayor conforme más intenso sea el socialismo [intervencionismo].— se dedicará constantemente a idear nuevas y más efectivas formas de influir sobre el órgano director con la esperanza real o imaginaria de conseguir ventajas de tipo particular”[13]. En otras palabras, la corrupción llega, crece y se impone en el inconsciente colectivo, los actores sociales comienzan a desear alcanzar un cargo público para comenzar a sacar ventaja personal de ello. De esta manera, ya las personas no comienzan a disciplinar sus acciones en función de los demás, “sino que tratan de hacerse con el poder o capacidad de influir sobre el órgano director, con la finalidad de utilizar sus mandatos coactivos para imponer por la fuerza a los demás ventajas de tipo particular”[14]. La famosa frase de Germán Valdés (Tin-Tan) resume este fenómeno al decir: “yo siempre le pido a Dios que no me dé, sino que me ponga donde haya”.
En resumen, el sistema político tiene los incentivos necesarios para que las personas que se encuentran sumergidas en él se corrompan y comiencen a valerse de sus poderes y funciones para crear el marco institucional/social en el que ellos puedan recibir beneficios particulares. En esta etapa se pervierte la justicia y, en suma, en todas partes inicia un proceso de mutación de las instituciones que termina por hacerlas débiles y arruinarlas[15], la sociedad comienza a decaer.
Si es la libre acción humana, el ejercicio de la empresarialidad, la que permite en un periodo de tiempo crear y fortalecer las instituciones que, a su vez, terminarán por regir las acciones emprendidas por los mismos, que posteriormente dará paso al avance de la civilización, el limitar/restringir esas acciones lo único que hace es condenar a todos a una destructiva espiral descendente rumbo hacia la destrucción. Al desmoralizarse la sociedad, las acciones que los individuos emprendan no serán en función de otros, por lo que no se crea la información necesaria para coordinar a todos los actores sociales, decaen todas las instituciones, dirigiendo así a la misma por un camino rumbo a la más míseras condiciones que se puedan imaginar[16].
Por último, llegados a este punto, es necesario dar respuesta directa a una pregunta: ¿Cómo puede evitarse la corrupción?
Fundamentalmente, eliminando las condiciones que dan fuerza a la corrupción. La arquitectura política, económica, legislativa, cultural y, en definitiva, institucional, de la sociedad debe ser sólida; y, para lograr eso, es necesario respetar la libertad y la propiedad privada de todos los actores sociales.
Solo respetando el proyecto de vida de todos los actores que conforman la societatis, lo cual compromete a establecer límites claros entre la propiedad privada y la pública, se puede evitar la corrupción generalizada y convertir los actos corruptos en hechos anómalos, aislados. La institución legislativa toma fuerza en esta parte puesto que será la encargada de modificar las condiciones presentes que permitirá, al transcurrir un periodo considerable de tiempo, el desarrollo de tendencias contrarias que servirán de contrapeso, abriendo camino hacia la armonía social.
En este orden, el trabajo de la institución jurídica —el derecho— no debe ser crear normas por crearlas, dando paso a la hiperregulación, volviendo al ciclo y alimentando así la enfermedad, sino establecer conceptos claros, no sujetos a interpretación, sobre la propiedad privada que permitan el libre ejercicio de la función empresarial —empresarialidad— de los individuos; es decir, crear el marco en el cual los agentes realicen acciones racionales en base a sus cálculos económicos. Esto se traduce en leyes sencillas, eliminación de procedimientos innecesarios –burocracia—, en más libertad.
En base a esto, se puede inferir que el rol del Estado en la economía será nulo[17]; que el desarrollo social resultante de la libre acción de los individuos llevara a desincentivar la corrupción, tanto en el ámbito público como en el privado, por reconocer y aceptar tácitamente que los beneficios de acatar la norma sobrepasan los costos de acatarla; también, que la libre prensa será un contrapeso importante para este cáncer ya que ayudara a que los fenómenos —mutaciones— externos no se mezclen con la alteración interna —corrupción inherente a la condición humana— o influyan de tal manera que haga despertar al pícaro que todos llevamos dentro[18]; y que la mayoría de los procesos, sino todos, serán transparentes, ya que nadie podrá crear discrecionalmente leyes ni tendrá el poder monopólico de servicios como, por ejemplo, los permisos, subsidios, licencias, entre otros.
Con respecto a la transparencia, la misma legislación basada en propiedad privada sirve de guía a los actores sociales, sobre todo los que trabajan en el sector público, para que estos tengan que rendir cuentas de sus acciones y otros puedan ver/revisar lo que la persona está haciendo.
A modo de conclusión, un resumen:
Los seres humanos poseemos un componente empresarial innato que nos permite aprovechar creativamente los medios a nuestro alrededor para alcanzar los fines que subjetivamente valoramos. Las acciones que realizamos para lograr nuestros objetivos se basan en decisiones racionales que, a su vez, son resultado de un previo cálculo económico en el que se valoran los medios para inferir cuáles serán las acciones concretas a ejecutar que permitirán alcanzar los objetivos planteados.
En este proceso se coordina la sociedad y fortalecen las instituciones que servirán de contrapeso al lado picaresco innato de los actores sociales que les hace propensos a incurrir en actos de corrupción; lado que surge y/o cobra fuerza cuando la libre acción es restringida y, en consecuencia, se dificulta o hasta imposibilita alcanzar los fines bajo elevados principios morales.
En este orden de ideas, cuando se alteran las instrucciones de las instituciones surgidas por un proceso evolutivo en el que interactúan todos los individuos que dan pie a comportamientos pautados y repetitivos entre los miembros de la sociedad y éste comienza a ejercer acciones anómalas, entonces despierta la viveza de las personas como un mecanismo de supervivencia que permitirá alcanzar ciertos fines por medios amorales, es allí cuando mutan, tanto las instituciones como las personas individualmente, y surge el cáncer de la corrupción. Condenando así a la sociedad a una espiral descendente en donde se retroalimentan la pobre institucionalidad y las acciones corruptas en las que incurren los actores, haciendo que cada vez es más normal incurrir en actos de corrupción.
Las consecuencias son nefastas, pues las acciones que antes, en un ambiente libre, se ejercían en función de los demás, dando paso al desarrollo social pleno, ahora comienzan a perder sinergia; lo cual tiene como resultado ineludible la depauperación moral y descoordinación social.
Para evitar esto, entonces, es necesario que las instituciones sean fuertes; y lo único capaz de crear instituciones fuertes es la libre interacción entre las personas en el ámbito de la propiedad privada.
De tal manera que es imprescindible que el marco institucional delimite la propiedad privada, cree las condiciones para respetarla —para el libre ejercicio de la empresarialidad de los individuos—, y sirva de guía a los mismos para la ejecución de sus acciones. A modo de ilustración, las institución jurídica es como el armero que carga con las herramientas que necesita el guerrero en sus batallas, éste no lucha la batalla por él, sino que le sirve de apoyo y base para las decisiones que tome el guerrero en el campo; dicho de otro modo, es guía y apoyo, no conductor; el marco legislativo debe ayudar a los actores sociales a adquirir conocimiento mediante el aprendizaje y el esfuerzo, no regir cada uno de los campos de acción de los mismos.
Para finalizar, cito nuevamente las palabras que se encuentran en la portada del presente escrito: “si el vaso no está limpio, lo que derrames sobre él se corromperá”. Si se pervierte y ensucia la arquitectura social, es decir, la estructura institucional, entonces todas las acciones que en ese marco se realicen serán putrefactas, dañinas, corruptas, y el producto resultante será la pérdida progresiva de la armonía/sinergia de las acciones individuales de cada una de las personas y, junto con eso, el desarrollo social, sustituyéndola por el estancamiento o, en el peor de los casos, la involución social.[*]
[1] Las obras que me ayudaron a entender la mecánica del cáncer fueron las de Gerardo Castorena Rojí titulada “El Libro del Cáncer de Mama”, destaca especialmente el Capítulo I, y el libro de Joseph Márcola titulado “Contra el Cáncer” donde el autor presenta datos interesantes sobre el tema y cómo combatirlo, destacando la introducción y la primera parte del libro (capítulos I-V). A su vez, consulte los “síntomas y causas” en el área de información médica, sección “enfermedades y afecciones”, de la Mayo Clinic en su página oficial; puede ingresar a través de: https://www.mayoclinic.org/es-es/diseases-conditions/cancer/symptoms-causes/syc-20370588.
[2] Capriles, Axel. (2008). La picardía del venezolano o el triunfo del Tío conejo. Caracas, Venezuela. Editorial Alfa. Prefacio, pág. 23.
[3] Ibíd., pág. 79. Capítulo titulado “El significado de la picaresca para América”, subtitulo “El truhan como polizón” (párr. 1). Estas palabras ya vislumbran cuales son los medicamentos necesarios para atacar el cáncer de la corrupción, a saber, desarrollar el marco institucional lo suficientemente sólido como para generar una tendencia contraria a la que causó o dio fuerza a los actores sociales para que incurrieran en actos de corrupción.
[4] Huerta de Soto, Jesús. (2005). Socialismo, Calculo Económico y Función Empresarial. Madrid, España. Tercera edición. Publicado por Unión Editorial. Pág. 46.
[5] Ibíd., pág. 69.
[6] Recuerda, al igual que las mutaciones heredadas que pueden dar origen al cáncer, la corrupción es un componente genético hereditario.
[7] Libertad, libertad económica —empresarial, laboral, monetaria, comercial, etc.—, libertad de expresión y fuentes alternativas de información, libertad de prensa, entre otros.
[8] Por citar ejemplos, para el año 2019 el ranking del Índice de Libertad Económica mundial posicionó a Singapur, Nueva Zelanda y Australia entre los 5 países más libres, mientras que, al mismo tiempo, el Índice de Percepción de la Corrupción publicado por Transparencia Internacional los posicionó entre los países en donde se percibe menos actos corruptos; esto contrasta con Venezuela, República del Congo y Eritrea que se encuentran entre los 5 países con menos libertad económica y entre los países con más actos de corrupción en el mundo. Este ejercicio puede compararse con los demás índices de libertades (ver nota 7) en donde se encuentras resultados similares.
[9] Puede ocurrir también que la empresa sea extorsionada, lo que lleva a encarecer los productos/servicios que ella comercializa.
[10] Desvío de fondos que originalmente serían destinados a planes sociales.
[11] En Atalaya, edición de estudio (2000), ¿Por qué hay tanta corrupción? (pág. 3). Publicado por la WatchTower Bible and Tract Society. El articulo puede consultarse en línea: https://www.jw.org/es/biblioteca/revistas/w20000501/Por-qu%C3%A9-hay-tanta-corrupci%C3%B3n/
[12] Huerta de Soto, en op. cit., pág. 119. describe que, como consecuencia de la hiperregulación legislativa, del excesivo control que ejerce el Estado —herramientas que se encuentran entre las características de su concepto de Socialismo—, los seres humanos “pierden el hábito de comportarse moralmente (es decir, siguiendo principios o normas pautadas y repetitivas de acción), modificando paulatinamente su personalidad y forma de actuar que cada vez se muestra más amoral (es decir, menos sometida a principios) y agresiva”.
[13] Ibíd.
[14] Ibíd.
[15] Del mismo modo en cómo la alteración de las instrucciones del código genético de las células hace surgir el cáncer, las mutaciones en las instituciones hace que las “instrucciones” por las que surgió en un principio sean alteradas y no comience a funcionar como debería.
[16] Las consecuencias que derivan de esto son, por ejemplo, distorsiones en los mercados, el florecimiento de la delincuencia organizada —siendo, en muchos casos, los políticos parte de ella— y, debido a la poca confianza en las instituciones y el gobierno de la región, desaliento de inversión. En conclusión, es el mísero camino hacia la decadencia.
[17] En la medida en que cada acción que realizan los individuos se fundamenta en decisiones que, a su vez, fueron precedidas por cálculos económicos subjetivos sobre los medios a su alcance para lograr determinados fines, toda acción humana es económica. Por tanto, si el Estado no controlara la vida privada de cada actor social, sus acciones, entonces, en conclusión, el rol del mismo en la economía será nulo.
[18] En un ambiente libre, uno de los altos costos de incurrir en actos de corrupción seria la exposición pública.
[*] Con este ensayo, el autor participó y obtuvo el segundo lugar del concurso «El costo de la corrupción» llevado a cabo por Cedice Libertad, en alianza con otras organizaciones, en Venezuela en el año 2020.