Por Roymer Rivas, coordinador local senior de EsLibertad Venezuela y teórico del Creativismo Filosófico.
Este 19 de noviembre Javier Milei ganó el balotaje que lo llevará a la presidencia de Argentina el próximo 10 de diciembre de 2023, marcando un hito en distintos puntos, tanto en la forma como llegó a introducirse en la vida política del país, como en el modo en que se hizo con el apoyo popular. Milei es el primer autodenominado “libertario” que ha alcanzado la presidencia de un país y en su marco filosófico promovió ideas que todavía en América Latina para algunos parece ser tabú y crea un rechazo cuasi-místico de forma similar a cuando nombran al Maligno a un fanático religioso.
En este escenario, dado el espectro ideológico de Javier Milei, se dan tres apreciaciones: (i) algunos lo critican desde un aparente purismo que, desde mi percepción, son peores que aquello que dicen criticar —sin fundamento, vale decir—; (ii) algunos lo critican con fundamento, y eso es bueno; empero, (iii) son muchos los que se emocionan por su triunfo, pues se presenta como todo lo opuesto al camino que durante años recorrió Argentina y, por tanto, la esperanza de un cambio para bien. Pero —¡Jay!— vaya que hay que tener cuidado con esto último, porque las probabilidades de desilusión son igual de altas que de celebración —o por lo menos así se me presentan las cosas—.
Este es el caso porque siento que están tendiendo a creer que Javier Milei alcanzó la presidencia porque “las ideas de la libertad” han calado en una buena parte de la población, y nada más alejado de la realidad; es mayor el descontento a “la casta política” que el amor a “la libertad”, y los resultados de tales convicciones no necesariamente son lo mismo. Es un arma de doble filo.
En definitiva, tal y como se vienen dando las cosas, aparentemente América Latina está cambiando para escenarios menos malos. Suficiente con ver los cambios históricos, donde se han reemplazado dictaduras militares por gobiernos civiles, donde el pragmatismo democrático ha marcado la mayoría de las decisiones políticas, donde se han dejado de lado las revoluciones. No obstante, como bien resalta Mario Vargas Llosa en su presentación a la obra “Manual del perfecto idiota latinoamericano”, esto ha sucedido “a tropezones y porrazos”, “como a regañadientes”, lo que significa “sin convicción”, porque ésa “es la moda y no hay otro remedio”[1].
Esto es precisamente lo que creo que pasa en Argentina y en Latinoamérica entera, vislumbrando cambios de gobiernos tendientes más a la “derecha” que a la “izquierda”. No están ganando “las ideas de la libertad”, esta ganando un personaje que dice defender esas ideas y, como tal, puede hacerlo o no. Pero, además, está ganando un personaje que, independientemente de sus ideas, funge como deposito del hastío de una sociedad en contra de sus gobernantes. Por ello, invito a todos los liberales a tener cuidado con las palabras que usan para referirse a la nueva administración argentina, porque en el futuro puede jugarle en contra.
Incluso si Javier Milei logra llevar a cabo medidas liberales —que es donde podemos decir con reservas que “ha ganado la libertad”—, unas reformas que no se sostienen en convicciones de los miembros de la sociedad a quien se dirige —algunos rezongando incluso entre dientes contra ellas—, pueden estar condenadas al fracaso y no dar los frutos esperados.
Está bien, nosotros defendemos el libre mercado, el respeto al proyecto de vida ajeno, en suma, la libertad, la vida y la propiedad —hay que ver qué significa eso para cada quien también—, y todo lo que se enmarque allí es bienvenido y celebrado, pero si en una sociedad no hay ideas claras, unas convicciones que den vida a las reformas necesarias para apuntalar a la misma, lamentablemente, y contra nuestras preferencias, eso terminará en fracaso. Con esto en mente, hay que comprender que Milei no la tiene fácil y es muy pronto para celebrar.
Una de las grandes paradojas de las sociedades actuales es que, cuando comienzan a haber cambios y reformas gubernamentales en busca de la libertad y la prosperidad que le acompaña, la vida intelectual —remarco, esas convicciones que dirigen a la masa, muchas veces anónima, amorfa y moldeable—, “sigue en gran parte estancada, ciega y sorda a los grandes cambios que ha experimentado la historia del mundo, inmutable en su rutina, sus mitos, y sus convenciones”[2], desembocando en retornos a la barbarie. Y lo que es peor, achacando la culpa de ese retorno al cambio.
Antes dije que una vez se lleven a cabo las políticas que respeten más la propiedad y libertad de cada persona es cuando podemos decir “con reservas” que “ha ganado la libertad”, la razón es que la verdadera victoria de la libertad está definida por una sociedad convencida de lo que pide, dispuesta a afrontar todas las vicisitudes que eso representa —porque una sociedad libre no es una utopía libre de conflictos, como algunos liberales parecen pregonar—, que sirva de sostén y marco para lo que se vaya a construir desde los gobiernos, todo lo que se quede en el camino es una victoria a medias —si acaso puede considerarse eso una victoria—.
La reflexión para los ciudadanos es tácita: hay que saber qué diablos es lo que se pide o se defiende y ver el panorama completo para un análisis más certero de los acontecimientos; y a los liberales, que no se deje llevar por la emoción, que después de tantos fracasos en la política y promoción de las ideas no vaya a ser que cualquier cosa se le presente como un triunfo e ignore por completo las probabilidades de fracaso; los buenos liberales no somos seguidores de masas, somos mejor que eso; más sensato es quedarse a la expectativa de lo que suceda de aquí en adelante en Argentina, la emoción tiende a no ser el mejor concejero y guía cuando se piensa y actúa.
[1] Plinio A. Mendoza, et al. 1997. Manual del perfecto idiota latinoamericano. Publicado por Editorial Plaza and James. Sección: presentación de Mario Vargas Llosa, párr. 12, 13.
[2] Ibídem.