Julieta Knobel es docente y autora independiente. Explora temas institucionales y dinámicas culturales en la vida pública, y es líder de LOLA Córdoba, Argentina..
“(…) cuando una sociedad interpreta el mundo desde el daño, tiende a priorizar el amparo inmediato por sobre la responsabilidad propia. Y (…) cuando se vuelve el filtro principal para evaluar la vida pública, suele abrir la puerta —sin declararlo— a formas de intervención que reducen la libertad con el tiempo.”
Julieta Knobel
El prisma victimizador
Hoy la conversación social está mucho más permeable a interpretar casi cualquier malestar personal como si fuera un daño real. Críticas incómodas, diferencias de opinión, desacuerdos o simples frustraciones pasan a describirse como “me lastimó”, “me hirió”, “me agredió”.
Esa inflación emocional del concepto de daño no se queda en lo individual: se expande hacia afuera. La gente empieza a interpretar, con el mismo lente emocional, lo que le ocurre tanto a otros individuos como a colectivos enteros.
Así, cualquiera puede ser declarado “víctima”: mujeres, palestinos, la comunidad LGBT, afroamericanos, latinos… todos. No importa si uno pertenece o no a esos grupos. Si pertenece, la sensibilidad se amplifica; si no, aparece la proyección moral: “Si yo lo vivo como daño, esto que veo afuera también debe ser daño”.
Es el mismo prisma aplicado al mundo entero. Y no se trata de “falta de empatía”. La compasión por el malestar ajeno es saludable y deseable en toda sociedad civilizada. Lo que distorsiona la mirada no es sentir con el otro, sino confundir toda incomodidad con un agravio real y leer el mundo exclusivamente desde ese registro.
El riesgo del prisma victimizador
Cuando todo se interpreta como daño o injusticia y todos parecen víctimas, ocurre lo inevitable: nada se distingue. Las víctimas reales —las que efectivamente han sufrido un delito, un abuso de poder o una agresión verificable— pierden visibilidad y se diluyen entre indignaciones de baja intensidad. Y los villanos —indispensables para sostener la narrativa— suelen ser asignados al azar, inventados o elegidos por pura adhesión emocional.
Cuando este reflejo se vuelve hábito, ya no es un error conceptual, sino un marco mental instalado. La identidad se ancla en modo “agraviada”, el juicio propio se apaga y todo se interpreta a través del prisma victimizador.
La cultura del victimismo como capital político en la región
Aquí aparece el mayor problema mayor, a saber: queda servido el terreno para que la política opere sobre la emoción antes que sobre el criterio. El victimismo empieza como un fenómeno individual —una forma de interpretar el malestar propio—, pero cuando se repite lo suficiente se convierte en un marco colectivo, un lenguaje compartido para entender el mundo.
Aunque no es exclusivo de ningún país, porque el fenómeno es global, Latinoamérica tiene condiciones que facilitan que el victimismo se consolide como cultura:
Instituciones frágiles, que empujan a interpretar desde la emoción;
Historias políticas basadas en líderes salvadores;
Crisis económicas recurrentes;
Narrativas donde el “relato” pesa más que la evidencia;
Una vida pública saturada de indignación moral.
Con ese suelo emocional ya preparado, el victimismo solo tiene que ocuparlo. Y cuando lo hace, se convierte en capital político: un recurso que cualquier liderazgo con incentivos populistas puede activar. Y una vez instalado, el victimismo provee exactamente lo que ese tipo de lideres necesita:
Un público predispuesto a detectar agravios incluso donde no los hay;
Una narrativa emocional ya armada, lista para usar;
Un villano externo permanentemente disponible;
Y —lo más delicado— una ciudadanía dispuesta a delegar poder en quien prometa protección.
Porque cuando una sociedad interpreta el mundo desde el daño, tiende a priorizar el amparo inmediato por sobre la responsabilidad propia. Y aunque la necesidad de protección es humana y legítima, cuando se vuelve el filtro principal para evaluar la vida pública, suele abrir la puerta —sin declararlo— a formas de intervención que reducen la libertad con el tiempo.
Un líder habilidoso solo tiene que administrar el relato: definir a los “buenos” y los “malos”, amplificar la emoción y presentarse como el único capaz de defender al público de un daño omnipresente.
Así se configura un ciclo que no es ideológico, sino mecánico: Cuanto más se vive desde el victimismo, menos espacio queda para verificar hechos y más permisiva se vuelve la sociedad frente a la intervención política.
El punto clave es este: el victimismo —que suele manifestarse primero en lo individual y luego se expande— no sólo deforma la realidad; define qué tipo de liderazgo una sociedad está dispuesta a aceptar.
La reciente aprobación judicial en Delaware de la venta de PDV Holding (PDVH), matriz de Citgo, a Amber Energy —filial del fondo buitre Elliott Investment Management— por apenas USD$ 5.900 millones (con cierre pendiente de licencia OFAC en 2026), marca la consumación de uno de los mayores despojos patrimoniales en la historia de Venezuela. Citgo, valorada en al menos USD$ 11.000-13.000 millones, con tres refinerías clave en EE. UU. y una red de distribución estratégica, deja de ser un activo nacional. Esta pérdida no es solo culpa de las deudas acumuladas por expropiaciones y defaults soberanos, ni exclusivamente de las sanciones estadounidenses: es el resultado directo de la equivocada y ambigua estrategia jurídica del board ad hoc de PDVH, controlado por la oposición y reconocido por OFAC desde 2019.
El board ad hoc, nombrado por la Asamblea Nacional de 2015 y figuras como Juan Guaidó, tenía un mandato claro: proteger Citgo como activo venezolano frente a embargos. Las licencias OFAC (como la General License 7C y extensiones) autorizaban operaciones para mantener el control opositor y desplazar al régimen de Maduro, no para aliarse tácticamente con sus representantes ni facilitar una venta forzada. Sin embargo, en la práctica, PDVH ha coincidido en objeciones y apelaciones con la República (gobierno de Maduro), condenando la subasta como “robo” mientras negociaba settlements selectivos con acreedores. Esta “alianza de facto” diluyó la resistencia total que exigía el interés nacional, priorizando acuerdos parciales que allanaron el camino a la ejecución judicial.
La estrategia fue catastrófica por su ambigüedad: defender el activo mientras se “vende” controladamente. PDVH objetó bids bajos para “maximizar valor” y reinició rondas de subasta, pero negoció pagos selectivos con “los que quiso” —principalmente bonistas PDVSA 2020 (vistos como fondos buitres), y algunos arbitrales—, sin atacar frontalmente a los grandes acreedores como Crystallex o ConocoPhillips. Esto no desarticuló la subasta; al contrario, facilitó su avance al eliminar obstáculos legales parciales, dejando remanentes insuficientes y exponiendo el activo a una venta subvalorada.
El error más grave fue no declarar bancarrota Chapter 11 para PDVH. En 2024 se discutió seriamente esta opción, que habría impuesto un “automatic stay” para detener la subasta ordenada por el juez Stark, permitiendo reorganizar deudas, negociar convenios de pago con acreedores senior y potencialmente incluir reclamos legítimos como los del “holocausto petrolero” (despidos masivos post-paro 2002-2003). Aunque no garantizaba prioridad alta para estos (como daños por violaciones DDHH), sí habría forzado un esquema de pagos estructurado, preservando Citgo para Venezuela. No se presentó por temores estratégicos (riesgo de no detener la ejecución, dilución de valor), pero esto entregó el activo sin lucha final.
Irónicamente, el liderazgo del board ad hoc incluye figuras vinculadas al paro petrolero de 2002; su fracaso en la conducción de dicho conflicto contribuyó directamente a los despidos masivos que generaron el “holocausto”.
Mientras la junta ad hoc hizo esfuerzos titánicos por excluirlos de la subasta y marginarlos del proceso, destacando su falta de transparencia y priorizando a fondos extranjeros, este cronista llevó a cabo una activa y audaz estrategia triangular: presentó múltiples mociones de intervención bajo la Regla 24, apelaciones y objeciones invocando violaciones a derechos humanos y expropiación inversa, posicionándose como un factor de disrupción real en el procedimiento. Quien esto escribe, primer litigante venezolano en actuar con comparecencias directas en este complejo caso ante la corte de Delaware, ha avanzado hacia la creación de un Qualified Settlement Fund (QSF) inspirado en precedentes como el de las víctimas del 11-S, un mecanismo virtual que promete llevar sociego y reparación justa a las miles de víctimas del holocausto petrolero, independientemente del resultado final de la subasta y de los esfuerzos de la PDVSA ad hoc por silenciar sus reclamos.
En resumen, la estrategia de PDVH no fue de salvación nacional, sino de gestión ambigua que terminó en capitulación. Defender y vender al mismo tiempo es incompatible; en derecho, o se resiste totalmente o se pierde. Venezuela paga hoy el precio: un activo estratégico en manos de buitres, sin remanente significativo para el país.
Es hora de exigir responsabilidades a quienes, con mandato de protección, facilitaron este despojo —mientras por aquí demostramos que una lucha genuina por justicia histórica y patrimonial es posible—. Pero la lección es clara: ambigüedad antinacional cuesta patrimonios irrecuperables, y solo la defensa intransigente de las víctimas venezolanas ofrece esperanza real de reparación.
Eso está en manos de María Corina Machado, y una comisión de la verdad y un tribunal especialísimo que juzgue los crímenes contra Venezuela.
Mientras tanto, hacemos realidad el QSF para la malograda Familia Petrolera.
Lourdes N. Romero L., líder y defensora de las libertades individuales, económicas y de los principios democráticos en Bolivia y Latinoamérica. Coordinadora local de SFL Bolivia, cofundadora de LOLA Bolivia y Líder Regional para LOLA LATAM. Licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, con formación especializada en democracia, liderazgo, libertad y comunicación política mediante programas acreditados por OEA, KAS y ACEP
“(…) No deseamos clubes que se suban en la escala social con favores, pero tampoco queremos clubes dignos de limosnas. Buscamos reconocimiento. Capitalismo, excelencia, libertad. Regresar al segundo carro. ¡Despierta Sudamérica! El fútbol requiere que lo liberen otra vez, que vuelva a ser brasileño en los años 80.”
Lourdes N. Romero L.
Visualiza el fútbol como un modelo de negocio, es decir, lo que se relacionaría con este deporte «a través de una tienda de camisetas y entradas, sí, por medio de goles». En Europa, a fin de cuentas, los clubes funcionan como empresas (grandes y libres en el sentido de que los propietarios privados invierten y dan dinero sin que el gobierno pueda intervenir; los jugadores disputan partidos para determinar quién es el mejor y se llevan más dinero cuando ganan). Por supuesto, tienen un valor similar al de una ciudad: el Real Madrid tiene un valor de 6.750 millones (¡como si fuera una ciudad entera!) y genera cada año 1.129 millones por concepto de ventas de entradas, camisetas y derechos televisivos.
En Sudamérica, la mayor parte de los equipos y clubes funcionan como «cooperativas de hinchas»: todos aportan un poco, nadie decide con claridad, el Estado invierte dinero de una manera comprensible y terminan debiendo hasta que llegan a tener nóminas atrasadas durante meses (por ejemplo, 12 de los 16 clubes de la liga boliviana están en esta situación). No obstante, hay uno: el Mundial de Clubes 2025 representa una luz de esperanza y una solución a corto plazo. La FIFA otorgó 1.000 millones de dólares (solamente por haber jugado bien o tener un buen comportamiento) a los clubes que alcancen la final (125 millones para el vencedor e incluso 2 millones por cada victoria en las fases de grupos), lo que ha llevado a equipos como Palmeiras a invertir ya 132 millones de dólares en futbolistas talentosos. El momento de que Sudamérica imite el «juego libre» europeo, con menos intervención del Estado y más mérito, y todos obtengan beneficios, ha llegado.
Europa sirve de ejemplo de conjuntos de gran riqueza. Sus campeonatos tienen normas claras. Si un club no rinde, baja y pierde fondos. Si es bueno, sube y mantiene su capital. En la liga inglesa, la Premier, el dinero por mirar los partidos es grande. Se dan 4.200 millones de dólares. Esto implica que cada equipo recibe unos 260 millones al año. Esto supera a muchas naciones pequeñas. La Liga de Campeones es como un sorteo. Dan 18,6 millones solo por entrar. El ganador puede llevarse hasta 111 millones. ¿Cuál es el efecto? Los clubes no tienen pagos pendientes. El Real Madrid no debe dinero. Este club vende ropa de Mbappé por todas partes. ¿Qué sucede luego? Estos equipos no tienen deudas. El Real Madrid, que no debe nada, reparte las prendas de Mbappé a nivel global.
La cosa en Sudamérica es al revés. La Copa Libertadores da veinte y cuatro millones a quien gana. Por solo estar en el grupo dan un millón. Los equipos tienen muchas deudas. Su dinero viene de las entradas de la gente. Esto es solo un veinticinco por ciento. También reciben plata de la tele del Estado. Eso es un treinta y seis por ciento. Por eso figuras grandes como Messi se van a Europa. Allí ganan cuatro veces más dinero.
Europa: Compañías Libres que producen dinero y estrellas
Considera a Europa como un supermercado: todo se mueve sin restricciones. El Bayern Múnich es propiedad de sus aficionados (75 %), pero opera como una empresa: el 45 % de sus ingresos se origina a partir de patrocinadores y camisetas, no del Gobierno. Consiguen todo porque fichan a las grandes estrellas del mundo sin límites absurdos. Ajax representa un modelo típico para el público en general: alimenta a los chicos en su cantera (como una escuela sin costo), los vende por cientos de millones (De Jong al Barcelona) y reinvierte. ¡No reciben dinero del gobierno!
• Real Madrid. 15 campeonatos, 1.129 millones de ingresos, estadio colmado con 80.000 aficionados pagando precios altos.
• El Manchester City. Los propietarios árabes inyectan 1.000 millones de capital privado y obtienen campeonatos sin solicitar subsidios.
• PSG. Los jeques ricos compran, lo que prueba que el dinero privado genera campeones.
¿Por qué es efectivo? Porque es «libre»: los jugadores seleccionan el club en función de sus éxitos y del dinero, así como de favores políticos. Envían el 80% de sus talentos porque aquí los sueldos no llegan a tiempo y no existen campos perfectos.
Sudamérica: Es suficiente con las deudas, es tiempo de ser empresas como las grandes.
Los clubes son pura pasión, pero alrededor de ellos no hay negocio próspero. En Bolivia, Oriente Petrolero tiene una deuda de hasta un año de salario; en Argentina, la mayoría está endeudada. ¿A qué se debe? Porque son «asociaciones sin fines de lucro» en las que los hinchas están al mando y no saben administrar el dinero. El Estado asegura premios más pequeños e interviene en los términos de los contratos.
¡Pero hay optimismo! Desde 2005, Chile exige a las «sociedades anónimas» (que son como las empresas comunes): Colo-Colo empieza a pagar sus deudas y a incluir a inversores privados. En Brasil sucede lo contrario: los clubes optan por ser voluntarios en tener «sociedades anónimas» (y se salvará el Cruzeiro debido a la llegada de Ronaldo y 100 millones de préstamos de capital privado), y vuelven a triunfar; el Palmeiras, con incorporaciones como Endrick, Roque, etc., facturó 315 millones para 2025. El Flamengo es un equipo poderoso con 57 millones de refuerzos.
Lo Bueno y Malo
Europa (Ej. Premier)
Sudamérica Vieja (Ej. Bolivia)
Sudamérica Nueva (Brasil/Chile)
Cómo Ganan Plata
Empresas libres, TV 4.200 mill.
Hinchas y Estado, poquito
Empresas privadas, sponsors crecen
Plata al Año por Club
260-1.129 mill.
50-200 mill.
208-315 mill.
Campeón Continental
111 mill. Champions
24 mill. Libertadores
+125 mill. Mundial 2025
Deudas
Casi cero (Real Madrid 0)
Muchas (12/16 Bolivia)
Bajando rápido
El Mundial de Clubes 2025 da 525 millones fijos + 250 millones extra: Fluminense sacó 50 millones llegando lejos.
Mi falló: Sudamérica, ¡Libéralo o perderemos más estrellas!
Observa, el deporte representa la vida. En Europa el capitalismo es perpetuo: el más inteligente, el que golpea con más fuerza y el que ejerce mayor control se queda con todo. Allá nadie regula eso. El Real Madrid no tiene deudas porque su propietario sabe cómo manejar la empresa. En este lugar, los clubes mueren cuando los políticos se entrometen en las alineaciones y los salarios.
Sudamérica es una tierra de campeones. De astros como Messi, Maradona o Pelé. Y los hemos extraviado. Las instalaciones deportivas destruidas, los gimnasios en ruinas, la pobreza económica. Los jugadores bolivianos terminan jugando en clubes de Colombia. El 2025 es el ahora o nunca. Flamengo y Palmeiras invierten millones en adquirir porteros forasteros y carrileros chilenos; si pretenden llevarse a nuestros jugadores, tendremos que forzarlos a acelerar. Supón que Bolivia copia el modelo de Chile. Blooming se convierte en una fábrica de talentos con patrocinadores. Ajax, pero sin deudas.
No nos dejemos llevar por conversaciones huecas. Ni la supuesta igualdad que aniquila la competitividad ni la elitista Superliga europea. El balance es fundamental: la resolución de Flamengo; la garra de Boca. Apodérate de lo mejor de Europa. Permite que haya inversión privada. Exporta jugadores que sean inteligentes. Construye estadios que sean dignos. Así Lautaro y Julián no escaparán.
No deseamos clubes que se suban en la escala social con favores, pero tampoco queremos clubes dignos de limosnas. Buscamos reconocimiento. Capitalismo, excelencia, libertad. Regresar al segundo carro. ¡Despierta Sudamérica! El fútbol requiere que lo liberen otra vez, que vuelva a ser brasileño en los años 80. ¡La gallardía regresará! Las hinchadas del fútbol sudamericano lo solicitan: equipos con resistencia, héroes eternos. Hagamos un fútbol de alta calidad para siempre, liberando al balompié de las cadenas y cediendo su brazo.
Oriana Aranguren estudia Ciencias Fiscales, mención Aduanas y Comercio Exterior, y es cofundadora del capítulo Ladies of liberty Alliance (LOLA) Caracas, desde donde se promueve el liderazgo femenino en el movimiento libertario. También, es Coordinadora Nacional de EsLibertad Venezuela.
“Las sociedades humanas son el resultado de la acumulación histórica de, digámoslo ya, técnicas de organización, y como tal, se infiere que las ‘jaulas’ en las que vivimos no son naturales ni eternas, sino construcciones históricas surgidas de la lucha por el poder. Ergo, el futuro de la sociedad humana dependerá de nuestra capacidad para reorganizar estas redes superpuestas antes de que sus fricciones nos lleven, una vez más, al desastre.”
Oriana Aranguren
La sociología histórica, en sus momentos más ambiciosos, intenta responder a una pregunta que parece sencilla, pero que esconde mucha complejidad, a saber: ¿Qué es lo que mantiene unidas a las sociedades humanas y qué es lo que las hace cambiar? Durante mucho tiempo, las respuestas oscilaron entre la rigidez del marxismo, que veía en la economía el motor último de la historia, y el funcionalismo o el idealismo, que buscaban la cohesión en los valores o el consenso. Sin embargo, si nos adentramos en los dos volúmenes de Las fuentes del poder social de Michael Mann, uno se encuentra con una refutación monumental de la simplicidad, porque nos muestra que hay que aceptar el “desorden pautado” de la historia humana, siendo una especie de “teoría del todo” un tanto —valga la redundancia— desordenada, mediada por el caos, pero que, paradójicamente, termina en coordinación social.
A través de un recorrido que va desde los orígenes del Neolítico hasta los albores de la Primera Guerra Mundial, Mann sostiene en su obra que la sociedad no es un sistema unitario, cerrado ni evolucionista —no es un “cuerpo”, ni un “edificio”, es decir, no es rígido, estático, unicausado—, sino que las sociedades están constituidas por “múltiples redes socioespaciales de poder que se superponen y se interceptan”[1]. Entender estas conexiones o entrelazamientos de “poder” es la clave para descifrar la historia del poder mismo y de la civilización humana. Adentrémonos en ello.
La muerte de la “Sociedad” y el nacimiento de las redes
El primer golpe intelectual que asesta Mann, y que resuena a lo largo de ambos volúmenes, es el rechazo al concepto tradicional de “sociedad”, pues, tal como arguye, estamos acostumbrados a pensar en “la sociedad francesa” o “la sociedad romana” como una especie de entidades discretas, como bolas de billar que chocan unas con otras, es decir, tenemos una visión “unitaria”[2]. Para él, las sociedades no son totalidades, no tienen una estructura única ni un solo motor evolutivo[3]. De hecho, esto le lleva a afirmar que ni siquiera sistemas[4] —allí cabría un extenso y profundo debate, así que sólo me limito a mencionar su postura—. En su lugar, propone el modelo IEMP, esto es: Ideológico, Económico, Militar y Político, cada una de ellas un “poder” que hace ser a la sociedad. Éstas no son “dimensiones” de un todo, sino cuatro fuentes distintas de poder social, cada una con su propia logística, su propia capacidad de organización y su propio ritmo de desarrollo. En sus palabras:
La mejor forma de hacer una relación general de las sociedades, su estructura y su historia es en términos de las interrelaciones de lo que denominaré las cuatro fuentes del poder social: las relaciones ideológicas, económicas, militares y políticas (IEMP). Son: 1) redes superpuestas de interacción social, no dimensiones, niveles ni factores de una sola totalidad social. Eso se desprende de mi primera afirmación. Son también: 2) organizaciones, medios institucionales de alcanzar objetivos humanos. Su primacía no procede de la intensidad de los deseos humanos de satisfacción ideológica, económica, militar o política, sino de los medios de organización concretos que posea cada una para alcanzar los objetivos humanos, cualesquiera que sean éstos[5].
Es decir, Mann argumenta que, para comprender la sociedad y su historia, debemos analizar cómo las organizaciones de Poder Ideológico, Económico, Militar y Político interactúan y se superponen, siendo éstas las estructuras organizativas más poderosas que los humanos han creado para perseguir colectivamente sus fines. Si acaso llega a imponerse una sobre otra, eso no es por una especie de ley histórica, sino un accidente del momento, porque el poder no deriva de la intensidad con la que los humanos desean algo, sino de la capacidad organizativa para lograrlo[6].
Este enfoque es importante, porque nos libera de la creencia de que siempre hay que buscar una “causa última” de las cosas, ya que, tal como muestra Mann, la historia no es un proceso evolutivo lineal donde una etapa sucede lógicamente a la anterior. La prehistoria, por ejemplo, se caracterizó por la capacidad de los pueblos para eludir el poder, no para buscarlo[7]. La civilización, el Estado y la estratificación, a su juicio, no fueron pasos inevitables del progreso humano, sino resultados anormales y raros, surgidos de circunstancias ecológicas y sociales muy específicas que atraparon a la humanidad en una “jaula social”[8]. Si bien, para comprender el mensaje de Mann, es vital desglosar cómo estas cuatro fuentes de poder interactúan sin fundirse jamás por completo.
Las cuatro organizaciones del poder
Según Mann, el Poder Ideológico ofrece significado, normas y rituales. Es una fuente de poder porque los humanos no pueden entender el mundo solo a través de los sentidos; necesitan conceptos y categorías[9]. Mann explica cómo las religiones universales trascendieron fronteras políticas y militares, creando redes de interacción extensivas que ningún ejército podía igualar[10]. Sin embargo, hablando de la actualidad —o su actualidad, que es extrapolable al presente—, Mann observa un debilitamiento relativo de este poder, pues las ideologías se han vuelto más “inmanentes”, reforzando la cohesión de clases y naciones en lugar de trascenderlas[11].
El Poder Económico, por su parte, nacido de la necesidad de satisfacer la subsistencia, crea circuitos de praxis: producción, distribución e intercambio[12]. Mann rechaza la visión marxista de que éste poder determina todo lo demás en la vida social; si bien es cierto que el capitalismo transformó Occidente, argumenta que el mercado capitalista no funciona en el vacío, sino que requiere de la regulación política y, a menudo, de la protección militar[13].
Asimismo, el Poder Militar es quizás la reivindicación más fuerte de Mann frente a la sociología clásica, que a menudo lo ignora o lo subsume bajo el Estado. Para Mann, la organización de la fuerza física, la defensa y la agresión tienen su propia lógica, y, en la historia, la mayoría de los Estados no poseían el monopolio de la fuerza militar[14]. El poder militar, prima facie, puede ser “concentrado-coercitivo”, vital para proyectos intensivos como la esclavitud o la construcción de imperios, pero también tiene un alcance negativo y terrorista[15] para la misma sociedad.
Finalmente, el Poder Político se refiere a la regulación centralizada y territorializada[16], pues, a diferencia de las otras fuentes que pueden ser promiscuas y atravesar fronteras, el poder político se aferra al territorio; en suma, es el poder del Estado. Avanzando en la historia, Mann muestra cómo este poder cobra un protagonismo inusitado con el surgimiento del Estado-nación moderno, una entidad que busca “enjaular” o limitar a las demás redes de poder dentro de sus fronteras[17], supeditando todos los demás poderes a sí mismo.
Del azar a la jaula estatal
Éste último punto es, para los fines de esta obra, el más importante, porque la lectura conjunta de las dos obras de Mann indica una transformación de la fluidez a la rigidez. Por ejemplo, la historia hasta 1760, se presenta como una serie de accidentes y “surgimientos intersticiales”, ya que los actores humanos, persiguiendo sus objetivos individuales, dieron paso a la creación de redes que a menudo escaparon de su control[18]. En este sentido, la civilización europea misma no fue un destino manifiesto, sino el resultado de una serie de factores contingentes: una ecología fragmentada, la herencia del cristianismo —que es una red ideológica extensiva— y la competencia multipolar de estados débiles[19]. Sin embargo, al entrar en el siglo XIX, en el tiempo de 1760-1914, la textura de la historia cambia, porque el proceso se endurece, se hace rígido, por cuanto la Revolución Industrial y la Revolución Militar transformaron la capacidad logística del poder. De repente, el poder se volvió más “intensivo” y “extensivo” simultáneamente[20]. Aquí reside, precisamente, una de las tesis centrales del segundo tomo: el ascenso de las clases[21] y de los Estados nacionales no fueron procesos opuestos, sino entrelazados. Convencionalmente, pensamos que el capitalismo —donde hay clases, poder desigual entre quienes controlan los medios de producción, distribución e intercambio— es internacional y el Estado es nacional, pero Mann demuestra que esto es falso, pues, las clases modernas se formaron dentro de lo que él llama la “jaula” del Estado-nación[22]. La lucha por el poder político, por la ciudadanía y por la representación obligó a las clases a organizarse nacionalmente, por lo cual el Estado no fue un mero instrumento del capital —como diría Marx— ni un árbitro neutral —como dirían los pluralistas—, sino un actor con su propia lógica, que “cristalizó” de diferentes formas —capitalista, militarista, representativa— según las presiones históricas[23] —que no son estrictamente deliberadas—.
El mito de la revolución única
En este orden de ideas, Mann ataca a las teorías de la “revolución singular”, por cuanto, tanto liberales como marxistas, tienden a buscar una especie de “big bang” histórico: la Revolución Industrial o la Revolución Francesa como el momento en que todo cambió, porque, a juicio de Mann, la transformación económica no fue única ni sistémica[24]. Por ejemplo, el capitalismo ya estaba muy avanzado en Gran Bretaña antes de la industria, y la Revolución Industrial fue una revolución del poder colectivo —nuestra capacidad para transformar la naturaleza—, pero no cambió inmediatamente las relaciones de poder distributivo —quién manda sobre quién—[25]. De hecho, Mann señala una ironía dolorosa: los regímenes del antiguo régimen demostraron una capacidad de adaptación asombrosa, porque, lejos de ser barridos por la burguesía, se fusionaron con ella. La aristocracia terrateniente y el nuevo capital industrial a menudo encontraron acomodo dentro de las estructuras del Estado, perpetuando viejas jerarquías bajo nuevas máscaras[26].
La reflexión sobre el poder y sus consecuencias involuntarias
Tener esto presente es muy relevante, porque, si hay un hilo conductor moral en la obra de Mann, es la advertencia sobre las consecuencias involuntarias del poder. Los actores sociales —ya sean sacerdotes sumerios, nobles feudales o burgueses victorianos— persiguen objetivos racionales dentro de sus propias redes, pero, al hacerlo, activan fuerzas que no comprenden, y que terminan cambiando la estructura de la sociedad que conforman[27]. El ejemplo más dramático se encuentra en el análisis de las causas de la Primera Guerra Mundial, donde Mann rechaza las explicaciones simplistas que culpan únicamente al imperialismo capitalista o a la agresividad alemana y, en su lugar, describe una “espiral descendente” provocada por el entrelazamiento de redes de poder polimorfas[28]. La diplomacia geopolítica, las estructuras militares osificadas, las tensiones de clase internas y el nacionalismo agresivo crearon una situación donde la guerra se volvió racional para los actores individuales, aunque fuera objetivamente irracional para la civilización.
Este desenlace trágico subraya, siguiendo la visión de Mann sobre el tema, que la sociedad no es un sistema autorregulado que busca el equilibrio, sino un campo de batalla desordenado donde las distintas fuentes de poder pueden entrar en colisión catastrófica. De este modo se hizo posible la “cristalización” del Estado en formas militaristas y nacionales, combinada con un capitalismo internacional pero competitivo, que creó una máquina de guerra que nadie controlaba del todo —y que se mantiene hasta nuestros días—[29].
Sobre la vigilancia de la libertad, las instituciones sociales y el poder —social—
Todo lo descrito anteriormente nos recuerda que la sociedad se mantiene unida por un “desorden pautado”, una coordinación siempre inestable que emana de la superposición de —a juicio de Mann— las cuatro redes IEMP —Ideológica, Económica, Militar y Política—, que a su vez se deben a la acción humana. A mi juicio, la sociedad no es un sistema unitario, cerrado y orgánico, y aunque Mann rechace explícitamente la etiqueta de “sistema” para evitar la rigidez funcionalista, irónicamente, su modelo de redes socioespaciales múltiples y entrecruzadas ofrece una visión de una complejidad tal que podría entenderse como un sistema abierto y caótico en el sentido de la teoría de sistemas contemporánea[30], que llega para indicar que las interacciones humanas —para Mann, que se encuentran en las organizaciones IEMP— crean un patrón que no es teleológico, sino evolutivo y contingente, donde las consecuencias involuntarias de las acciones humanas son el verdadero motor del cambio histórico.
En lo que compete al Estado-nación, el recorrido por la historia, desde los orígenes del Neolítico —donde carecía de la estructura moderna— hasta la “jaula” actual, es una advertencia constante sobre el poder: su logística, su capacidad para trascender fronteras —como el poder ideológico o económico que ahora controla, o eso pretende— o su tendencia a territorializarse y “cristalizar” la organización social —el poder político—. La civilización, tal y como la conocemos hoy, no fue un destino inevitable, sino un “accidente del momento” generado por la capacidad humana para crear estructuras que, eventualmente, la limitan —para bien y/o para mal—.
Es en este escenario donde reside la importancia de la libertad en la creación de lo que podemos llamar “instituciones”, porque las complejas estructuras de la sociedad son, en gran medida, los resultados no intencionados de la acción descentralizada y libre de los individuos persiguiendo sus fines —un punto de conexión notable con la Escuela Austriaca—. La sociedad se articula y desarrolla en esos “surgimientos intersticiales” donde la organización dominante no llega. Sin embargo, Mann nos obliga a mantener una vigilancia perpetua, porque la historia del siglo XIX, con el entrelazamiento de las clases y el Estado-nación, demuestra que la misma libertad para organizarse —económica, social o políticamente— puede llevarnos a la rigidez y a callejones sin salida catastróficos, como la espiral descendente que culminó en la Primera Guerra Mundial, o el socavamiento de las libertades en la actualidad, más en una era digital donde los Estados nos vigilan e irrumpen en lo que debería ser privado, porque tienen la estructura para ello.
En definitiva, Las fuentes del poder social nos enseña que no hay un motor único ni una causa última. Lo que mantiene unida a la sociedad es un equilibrio de fuerzas dinámico, caótico y siempre al borde de la colisión, donde la clave para entender la historia es desglosar la capacidad organizativa, logística, de infraestructura, y, a mi juicio, reconocer que la libertad es la condición necesaria, pero no suficiente, para evitar que el poder nos atrape en una jaula que construimos como sociedad. Las sociedades humanas son el resultado de la acumulación histórica de, digámoslo ya, técnicas de organización[31], y como tal, se infiere que las “jaulas” en las que vivimos no son naturales ni eternas, sino construcciones históricas surgidas de la lucha por el poder. Ergo, el futuro de la sociedad humana dependerá de nuestra capacidad para reorganizar estas redes superpuestas antes de que sus fricciones nos lleven, una vez más, al desastre.
[1] Michael Mann. 1991. Las fuentes del poder social I: una historia del poder desde los comienzos hasta 1760 d. C. Madrid, España. Versión española de Fernando Santos Fontela. Publicado por Alianza Editorial S. A. Pág. 14.
[8]Ibidem., pág. 65. A este respecto, convendría a algún anarquista, o estudioso de la política y la sociedad, revisar y comparar dicha postura con el origen del Estado según F. Oppenheimer. En: Franz Oppenheimer. 2014. El Estado, su historia y evolución desde un punto de vista sociológico. Traducción de Juan Manuel Baquero Vázquez. Publicado por Unión Editorial S. A.
[11] Michael Mann. 1997. Las fuentes del poder social II: el desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914. Madrid, España. Versión española de Pepa Linares. Publicado por Alianza Editorial S. A. Pág. 16-17
[12] Óp. Cit. Las fuentes del poder social I., pág. 45.
[17] Óp. Cit. Las fuentes del poder social II., págs. 40-41.
[18] Óp. Cit. Las fuentes del poder social I., pág. 34. Al usar la expresión “surgimientos intersticiales”, Mann refiere al hecho de que las estructuras sociales complejas, como el Estado o el capitalismo, no emergen necesariamente de resultados deseados o como partes de un plan maestro, sino que éstas nuevas formas de organización, como cualquier otra, ocurren en los “intersticios” de las estructuras de poder ya existentes, es decir, en los huecos, las periferias o las lagunas de la organización dominante —por eso están fuera de su control, al menos del control absoluto—. Puede comprender esto mejor si repara en el hecho de que un “intersticio” alude a un espacio o hendidura que se encuentra entre dos cuerpos o partes de un mismo cuerpo, por lo cual puede describir el intervalo o la distancia entre dos momentos o lugares, o, en lo que aquí respecta, de absolutamente todo lo que compete a la sociedad y es producto de la interacción de los miembros que la conforman.
[26]Ibidem., págs. 33-41. Esto es, de hecho, parte de la tesis de Herbert Marcuse en “El hombre unidimensional”, con sus matices. Al respecto, ver: Herbert Marcuse. 1972. El hombre unidimensional: ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. Barcelona, España. Publicado por Editorial Seix Barral S. A.
[27] En gran medida, los teóricos de la Escuela Austriaca de Economía estarían de acuerdo con ello, siguiendo a autores como Carl Menger, quien en “Principios de economía política” habla de los resultados no intencionados de la acción humana, que son instituciones complejas que rigen la misma acción humana —siendo una de ellas el dinero—; Ludwig von Mises, en su Tratado sobre la Acción Humana; o a su máximo exponente, al menos en lo que a esto respecta, Friedrich Hayek, quien habla del conocimiento disperso y las instituciones evolutivas. Al respecto, puede encontrar una síntesis de estas ideas en: César M. Meseguer. 2013. La teoría evolutiva de las instituciones: la perspectiva austriaca. Madrid, España. Segunda edición. Publicado por Unión Editorial S. A.
[28]Ibidem., págs. 21-22, donde menciona la tesis del capítulo 7, que se replica en los capítulos 10, 11, 14 y 20.
[29] Cuando Mann habla de “cristalización”, refiere al proceso por el cual las redes de poder —IEMP— se solidifican y se vuelven permanentes, estables y limitantes dentro de una estructura organizacional, que es típicamente el Estado-nación. Es precisamente por esto que se habla de “rigidez”, y del paso de una historia “abierta” a una “limitada”.
[30] Agradezco a Roymer A. Rivas B., teórico del Creativismo Filosófico, esta luz sobre el tema.
[31] Michael Foucault estaría totalmente de acuerdo con esta afirmación, porque, en última instancia, la técnica de organización impone disciplina.
Carolina Dada, relaciones institucionales y finanzas de LOLA Arg (Ladies of Liberty Alliance), especialista en Marketing Político.
“El liberalismo puede argumentar su apoyo al feminismo desde la libertad individual, mientras que el feminismo de izquierda lo hace desde el igualitarismo. Pero el objetivo es el mismo: la defensa de las mujeres.”
Carolina Dada
En 1936, el entonces presidente argentino de facto, Pedro Justo, envió al Congreso el «Anteproyecto de Bibiloni», en un intento legislativo que buscaba reformar la Ley 11.357 con un objetivo claro y regresivo: quitarle a la mujer casada los derechos civiles que apenas una década antes, en 1926, le habían sido concedidos.
El anteproyecto generó un gran malestar en las mujeres que ya disfrutaban de esa independencia, sobre todo en Victoria Ocampo, una de las más importantes escritoras testimoniales del siglo XX. Ocampo, a quien se podría considerar una de las primeras feministas liberales en la Argentina, canalizó ese enfado en un activismo que le dio origen a Unión Argentina de Mujeres (UAM).
El movimiento logró frenar el anteproyecto y reunir a más de 20.000 mujeres con diferentes tendencias ideológicas, quienes además impulsaron el derecho al voto y el divorcio. Sin embargo, dos años después de su creación, Victoria Ocampo, renunció a UAM al descubrir que algunas socias, que formaban parte del Partido Comunista, estaban utilizando la organización para sus propios fines políticos. Esto, a su juicio, contravenía los principios fundacionales del movimiento.
Así surge el primer cuestionamiento sobre la partidización del feminismo. Para Victoria Ocampo, la lucha por los derechos de la mujer era una causa universal que trascendía las divisiones ideológicas. Ella veía el feminismo como un movimiento que debía romper con los «moldes» sociales, de clase y de género para que no fuera un apéndice instrumentalizado por ninguna fuerza política, sino una fuerza de cambio por sí mismo.
La segunda incomodidad de Ocampo se manifiesta con su sorprendente rechazo al proyecto de ley del voto femenino, aprobado en 1947. Esta negativa provino de su profundo antiperonismo, pues definía al peronismo como un movimiento con rasgos autoritarios y antidemocráticos muy cercanos al fascismo italiano. Además, retrata a Eva Duarte de Perón como una «fanática rentable» funcional al utilitarismo electoral diseñado por Juan Domingo Perón. En consecuencia, Ocampo fue incluida en la lista negra del peronismo, junto a otros artistas e intelectuales, lo que derivó en su posterior persecución y detención.
A pesar de esa impostura, hoy nadie podría cuestionar el gran aporte al feminismo de Victoria Ocampo, pero su incomodidad la puso en una encrucijada que la llevó a sortear entre su feminismo y su antiperonismo.
El dilema histórico que tuvo Ocampo resuena en la masificación del feminismo de los últimos años. Hoy, un sector de mujeres que se definen como feministas y liberales intentan ocupar un lugar de representación entre los sectores del liberalismo, con dos propósitos: desmarcar a los principios liberales de las derivas conservadoras que se propagan globalmente. Y, por otra parte, el desacuerdo con posturas de izquierda que predominan los espacios feministas tradicionales o mayoritarios.
Esta tensión es bien retratada en el libro «Sin padre, sin marido y sin estado» de Melina Vázquez y Carolina Spataro, que documenta la incomodidad de las mujeres en el liberalismo que intentan sostener un feminismo liberal ante la avalancha conservadora. Lo más interesante del libro es la reacción de otros sectores del feminismo, que debaten sobre la validez y el reconocimiento de una vertiente feminista liberal.
Quizá la incomodidad del «Efecto Ocampo» se trasladó al feminismo contemporáneo. Por un lado, al feminismo liberal, quienes construyen la defensa de las mujeres desde el libre mercado y la limitación del Estado. Por otro lado, al feminismo de izquierda al intentar deslegitimar la existencia de las feministas liberales. Este escenario nos empuja a una pregunta más crucial: ¿Cuáles son las preocupaciones del feminismo actual que ambos sectores comparten?
El liberalismo puede argumentar su apoyo al feminismo desde la libertad individual, mientras que el feminismo de izquierda lo hace desde el igualitarismo. Pero el objetivo es el mismo: la defensa de las mujeres. Las reacciones ante este debate también exponen un peligro que debe ser advertido al acusar las supuestas hipocresías, tanto históricas como actuales, de los distintos feminismos y movimientos partidarios, a saber: el riesgo de olvidar que el feminismo es siempre, por definición, una buena causa.
El error de Victoria Ocampo no fue advertir el oportunismo y el fascismo de Juan Domingo Perón o el desacuerdo con Eva Perón, sino no entender históricamente que la aprobación del voto femenino era un logro del feminismo en todas sus formas.
Esto se agrava cuando se personifican las ideologías. ¿De qué sirve cuestionar al feminismo de izquierda o al feminismo liberal tomando a figuras como Donald Trump, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Viktor Orbán, Javier Milei o Alberto Fernández? Cuando son estas figuras las que utilizan engañosamente el partidismo y las ideologías para desprestigiar a los movimientos de mujeres en general.
Seguramente hay una necesidad clara de empezar a separar los términos izquierda y derecha del liberalismo y del feminismo, y de aquellas posiciones que reponen prejuicios que exceden a las necesidades actuales de las mujeres, del mercado y de las funciones del Estado. Margarita León decía hace algunos años que “el feminismo debe influir en los partidos políticos, no constituirse en ellos.”, tras de los debates históricos sobre la existencia de un partido puramente feminista. Hoy muchas jóvenes se suscriben a las premisas feministas, luego piensan a quién votar de acuerdo a sus necesidades o simplemente deciden no votar.
Sin lugar a dudas, el “Efecto Ocampo” debe evitarse si se anteponen los beneficios del feminismo transversalmente. Tal vez la tarea más importante que tienen las mujeres en sus esferas políticas, es lograr que el feminismo sobreviva a las campañas de desprestigio. Sin importar a quien le pertenezca la historia de la lucha de las mujeres —liberales o de izquierda—, nadie puede tener el monopolio del feminismo.
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(Nota: las ideas expresadas son netamente del autor y no necesariamente representa la posición de ContraPoder 3.0)
Imagina por un momento el rugido ensordecedor de las refinerías, el aroma acre del crudo que se transforma en vida cotidiana para millones, y de repente, todo eso se apaga. No por un accidente, no por un desastre natural, sino por la mano fría y calculadora de un régimen que pisotea derechos como si fueran hojas secas bajo sus botas. Ese es el “holocausto petrolero” que azota a Venezuela desde hace años: la expropiación brutal, las sanciones que nos dejan en la penumbra, y la pérdida de Citgo, esa joya americana de PDVSA, robada a manos de violaciones sistemáticas a los derechos humanos por parte del chavismo y sus cómplices.
Como articulista en Contrapoder News, he visto cómo esta tragedia no es solo un capítulo de historia económica, sino un grito de dolor colectivo de la familia petrolera: ex empleados de la casa matriz, familias destrozadas, comunidades enteras que vivían del pulso del petróleo. Pero hoy, no vengo a lamentar, vengo a narrar, en palabras simples y directas, los pasos concretos que estamos dando en las trincheras legales para reclamar lo nuestro. Pasos que, como un río que no se detiene, nos llevan hacia la reparación.
Empecemos por el frente principal, la Corte del juez Leonard Stark en Delaware, donde el destino de Citgo se juega como una partida de ajedrez de alto voltaje. Aquí, el juez Stark —ese guardián implacable de la “eficiencia”— ha dictado lo que llamamos el “alter ego”: una decisión que une a PDVSA con el Estado venezolano, y sus entes en el exterior como si fueran uno solo, un velo corporativo rasgado que expone las deudas y los abusos.
Ganador aprobado, dice el fallo del 1 de diciembre de 2025, que avala la puja de Amber Energy por 5.900 millones de dólares. Pero no nos equivoquemos: este no es un triunfo para los buitres financieros solos.
Nosotros, los ex empleados y víctimas directas, hemos intervenido con testimonios crudos, testimonios que sangran historias de despidos injustos, pensiones evaporadas y familias hundidas en la miseria por las políticas chavistas. Le ha tocado a este cronista la sublime misión de presentar las evidencias que susurran verdades incómodas, recordando que detrás de cada latrocinio perpetrado a PDVSA hay un derecho humano pisoteado.
Stark ha despejado obstáculos, rechazado múltiples mociones para descalificarnos, y el resultado ha sido que ahora el camino está pavimentado para que el dinero de la venta no se evapore en bolsillos equivocados, sino que fluya hacia quienes fuimos despojados primero.
Ese alter ego no solo ata deudas, sino que nos posiciona como herederos legítimos: al declarar a PDVH –poseedora de las acciones de Citgo– como extensión del Estado depresor chavista y PDVSA casa matriz, nos hace, a nosotros los ex empleados, beneficiarios directos de esos derechos sucesorales, imprescriptibles y blindados contra el olvido.
Paralelamente, en la órbita de la juez Jennifer L. Hall —esa voz serena pero firme en los pasillos judiciales de Delaware—, avanzamos en frentes complementarios con una moción contundente para blindar el QSF, el Qualified Settlement Fund que será el corazón de nuestra reparación. Hall, federal en Delaware, ha validado reclamos previos y ahora revisa nuestra presentación que asegura que los fondos de la venta de Citgo no se diluyan en reclamos ajenos, priorizando a las víctimas reales como nosotros.
Aquí, nuestros esfuerzos se centran en bloquear reclamos colaterales que diluyan nuestro fondo, presentando evidencias de cómo el régimen y colaboracionistas (Ad Hoc interinario) usó Citgo como rehén para financiar su maquinaria represiva, por un lado, y de control económico por el otro y de enriquecimiento ilícito, violando tratados internacionales de derechos laborales y humanos. Es un baile delicado: negociamos con OFAC, la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Tesoro de EE. UU., que ha extendido protecciones hasta marzo de 2026 para evitar que transacciones con bonos PDVSA enreden el proceso.
La OFAC, con su licencia general 5Q, nos da oxígeno: prohíbe ventas o transferencias de acciones de Citgo ligadas a esos bonos sin autorización específica, pero promete una “política de licenciamiento favorable” para acuerdos que prioricen a las víctimas reales, como nosotros. Nuestras peticiones a OFAC no son meras formalidades; son balas de acero que invocan sanciones por violaciones a derechos humanos, recordando cómo el chavismo nos dejó en la calle para enriquecer a sus aliados.
Y no nos quedamos en las costas americanas. Elevamos la voz a la Corte Suprema de Justicia de EE. UU., ese faro supremo donde apelaciones como la de Gold Reserve y Venezuela chocan contra el muro de la razón.
En diciembre de 2025, mientras Stark aprueba la venta, las apelaciones ante el Tercer Circuito cuestionan el proceso entero, nosotros intervenimos con briefs que ligan el alter ego no solo a deudas financieras, sino a un tapiz de abusos: detenciones arbitrarias de sindicalistas petroleros, represión de protestas en refinerías, y el éxodo forzado de miles de trabajadores.
La Corte Suprema (SCOTUS) ha rechazado revisiones previas, pero nuestro empuje —apoyado en precedentes de derechos humanos— mantiene viva la llama de la revisión, asegurando que ningún detalle se escape. No confundamos esto con el caso de la juez Failla en Nueva York: allí, en el frente de los bonistas PDVSA 2020, falla validó los bonos con su fallo del 18 de septiembre de 2025, pero nos botó arbitrariamente de su causa, con base en calumnias de colaboracionistas y traidores, un revés que no nos detiene, sino que nos redirige a Delaware donde Hall y Stark oyen nuestro clamor por el QSF.
Finalmente, cruzamos océanos hacia la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (IACHR), ese bastión continental en Washington que escucha los ecos de la injusticia desde San José, Costa Rica.
Aquí, no hablamos de dólares, sino de almas: hemos radicado denuncias colectivas por violaciones masivas a la Convención Americana sobre Derechos Humanos, detallando cómo el régimen chavista y sus colaboradores usaron la expropiación de Citgo como arma para silenciar disidencias, dejando a ex empleados sin sustento en medio de una crisis humanitaria.
La IACHR, con su mandato de monitorear y remitir casos a la Corte Interamericana, nos da un megáfono global: informes temáticos sobre derechos laborales en el sector extractivo, medidas cautelares para proteger a testigos amenazados, y la promesa de fallos vinculantes que obliguen a reparaciones. Nuestros pasos en la IACHR son el contrapeso moral, recordando que Citgo no es solo un activo, sino un símbolo de dignidad robada.
Y ahora, miremos al horizonte con ojos claros: marzo próximo, 2026, marca la fecha tope para obtener la aprobación del QSF, ese Fondo de Liquidación Calificado que actúa como un arca sagrada para las reparaciones. Como hemos conversado en otras ocasiones, este no es un capricho burocrático, sino el reloj inexorable que mide nuestra victoria.
El QSF, establecido bajo la supervisión de Stark, recibirá los frutos de la venta de Citgo —esa ganga de USD$ 5.900 millones que, aunque parezca poco para un gigante valorado en USD$ 13.000 millones, es semilla de justicia—. Aunque nosotros, por las violaciones flagrantes a nuestros derechos humanos a manos del chavismo, tenemos un reclamo prioritario como ex empleados de la casa matriz, Citgo se erige como emblema de todas las pérdidas causadas por esos abusos y las alianzas traidoras con colaboracionistas.
El alter ego decretado por Stark no solo válida nuestro cobro legítimo del dinero de la venta, sino que nos otorga derechos sucesorales imprescriptibles —derechos que no caducan, que trascienden dueños— sea ante Amber Energy o quienquiera que termine al mando de Citgo. El QSF, entonces, no es mero trámite: es la justicia encarnada para las víctimas, el bálsamo que sana heridas abiertas, y el escudo que entrega a los nuevos dueños un activo limpio, libre de gravámenes o reclamos de terceros que empañarían su posesión. Es el cierre de un ciclo de dolor, donde el petróleo fluye de nuevo hacia quienes lo hicieron grande.
¡Justicia a la familia petrolera! Que este grito resuene en las salas de Delaware, en los pasillos de la IACHR, y en cada hogar venezolano donde un padre o una madre aún sueña con el rugido de la justicia. No nos rendiremos; el río sigue su curso, y la reparación está a la vuelta de la esquina.
“(…) ese recurso, en las manos adecuadas, podría sacar a Venezuela de la pobreza en tiempo récord. Pero hoy no existen ni las instituciones, ni los políticos y ni la sociedad preparada para semejante tarea. Y mientras eso no cambie, seguiremos atrapados en (…) la maldición de haber tenido demasiado petróleo y no haber sabido qué hacer con él.”
Orlando Fuenmayor S.
Este tema siempre pone a temblar a un sector del país que, sin saber muy bien de dónde lo sacaron, jura que una intervención —o invasión, para darle más sazón— de Estados Unidos tendría como único propósito robarnos el petróleo. El oro negro. El tesoro maldito. Pero… ¿De pana es así? ¿Es nuestro petróleo tan valioso como para justificar una movilización militar en el Caribe? Aquí podríamos amanecer discutiendo: los socialistas defendiendo esa fantasía hollywoodense y los pro–capitalistas sin perder el sueño si mañana aterrizan marines en La Guaira.
Pero si nuestro petróleo es tan importante, surge una pregunta incómoda: ¿Por qué, desde 1958, ningún gobierno socialista logró convertir a Venezuela en un país de primer mundo? Y ojo, no hablo solo del chavismo, porque el modelo ya venía fallando antes de que se pintaran las paredes de rojo. Desde antes de la “era democrática”, cuando caudillos como Gómez o Pérez Jiménez lograron, —sí— pacificar y construir, pero también dejaron una estela de corrupción tan gruesa que sus retiros parecían catálogos de lujo gratuitos. Y ellos jamás volvieron a trabajar… por razones obvias.
Entonces, después de más de 140 años sacando petróleo del subsuelo, ¿Qué aprendimos? Quizás que, si hubiésemos escuchado a gente como Uslar Pietri y “sembrado el petróleo”, y traducido ese concepto a algo tan sencillo como diversificar la economía, hoy no estaríamos contando las reservas como quien cuenta maldiciones familiares.
¿Cuál fue el privilegio de nacer en esta tierra petrolera? Ninguno. Al contrario: la mentalidad del venezolano fue moldeada para creer que todo debía ser gratis. Subsidios, regalos, bonificaciones… como si el país fuese un papá millonario al que nunca se le iba a acabar la plata.
El Estado venezolano engordó tanto que ya no se distingue dónde termina el gobierno y dónde comienza el Estado. Son la misma criatura, una especie de Leviatán tropical. Y mientras tanto, la historia se repite: así como los nativos americanos descubrieron el petróleo en Estados Unidos para que luego llegara el hombre blanco a quitárselos, nosotros tuvimos petróleo… y logramos arrebatárnoslo a nosotros mismos. Peor aún: lo hemos usado para autodestruirnos en cámara lenta.
¿Y qué tiene de atractivo tener petróleo hoy? No somos Dubai. Ni de cerca somos una potencia como Estados Unidos. Dependemos de gasolina importada de Rusia e Irán. Los socialistas quebraron el parque petrolero, y con el cuento de las sanciones tienen a medio país viviendo en miseria mental y económica. Mientras tanto, el milagro de Singapur —ese que tanto se menciona— no se construyó con petróleo, sino con instituciones eficientes, disciplina y cero tolerancias a la corrupción. Algo que aquí suena a mitología escandinava.
Pero lo peor de todo es que aún hoy muchos venezolanos insisten en la idea de que “nos toca una parte del petróleo”. Como si cada barril viniera con un cupón. Imaginan repartir ganancias al estilo Noruega, sin mencionar que los noruegos tuvieron que cambiar su propio modelo porque la repartición indiscriminada de dinero casi les revienta la economía.
Ese petróleo maldito ha servido para comprar voluntades en la región, financiar campañas políticas y desestabilizar países enteros. Ha sido el combustible de proyectos macabros y de liderazgos que jamás debieron existir.
¿De quién es la culpa? Del sistema; de los políticos; y sí, también de la gente.
Porque ese recurso, en las manos adecuadas, podría sacar a Venezuela de la pobreza en tiempo récord. Pero hoy no existen ni las instituciones, ni los políticos y ni la sociedad preparada para semejante tarea. Y mientras eso no cambie, seguiremos atrapados en esta profecía que se cumple sola: la maldición de haber tenido demasiado petróleo y no haber sabido qué hacer con él.
María José Salinas, comunicóloga y especialista en relaciones públicas. Desde hace más de siete años impulsa las ideas de la libertad con una visión emprendedora, además de promover el empoderamiento femenino a través de proyectos y espacios de liderazgo. Su trabajo combina estrategia, comunicación y una defensa auténtica del individualismo y la acción personal, siendo líder del capítulo Guanajuato, México, de Ladies of Liberty Alliance (LOLA)
“No se trata de victimizarnos ni de convertir el debate en una guerra de géneros. Se trata de reconocer una realidad: la normalización del escarnio estético constriñe voces, daña personas y empobrece la conversación pública. Recuperar espacio para la discusión de ideas implica, necesariamente, recuperar la posibilidad de que las mujeres opinen, piensen y existan sin tener que pagar con su dignidad.”
María José Salinas
Acabo de terminar el nuevo libro de Gloria Álvarez, “Cómo defender la libertad y no suicidarte” en el intento, una obra que, en su recorrido por la defensa del individuo y la libertad, toca con honestidad temas que muchas veces se silencian: entre ellos, el costo emocional que pagan las mujeres por ocupar espacio público. Pocas horas después, un comentario en redes ilustró con brutal claridad el problema: que la portada “enseña demasiado”, que “parece para abrir un OnlyFans” o que quedaría “como póster en un taller mecánico”. No era una crítica al contenido; era una reducción instantánea de una autora con trayectoria a un objeto.
Lo notable no es solo el ataque: es la respuesta de Gloria. Ella no responde con insultos ni con victimismo; responde con ironía, argumentos y propuestas. Responde desde la dignidad intelectual. Esa forma de devolver la discusión al plano de las ideas es, en sí misma, una defensa de la libertad: no ceder el debate a la grosería ni a la trivialización.
Si bien, este fenómeno no se queda en los espacios académicos o políticos; llega con igual fuerza al entretenimiento. Mi amiga Sofía Rivera Torres, actriz y conductora, lo vive en carne propia. Después de convertirse en madre, ha recibido comentarios crueles sobre su cuerpo. A diferencia de otros, ella ha elegido no polemizar públicamente: sigue trabajando, saliendo en cámara y ejerciendo su oficio con profesionalismo. La admiro mucho por eso. Me duele la crueldad: ninguna mujer debería ser agredida por haber dado vida, ni por el proceso natural de su cuerpo.
Un ejemplo más: Maite Perroni, actriz y cantante mexicana, conocida internacionalmente por su participación en RBD, ha denunciado la presión estética que enfrentan las mujeres tras la maternidad. Su caso lo confirma: la exposición y la agresión no distinguen popularidad ni éxito.
Y esto no son anécdotas sueltas. Los datos muestran que la violencia digital y el acoso por apariencia son fenómenos generalizados y con consecuencias reales. En México, el Módulo sobre Ciberacoso (MOCIBA) reportó que 21% de la población usuaria de internet vivió alguna forma de ciberacoso en 2024; la desagregación por sexo mostró que 22.2% de las mujeres que usan internet reportaron haber sido víctimas frente a 19.6% de los hombres.
En el terreno académico, estudios recientes han documentado el impacto específico del ciberacoso relacionado con la apariencia (appearance-related cyberbullying) sobre la salud mental de adolescentes y jóvenes: mayor insatisfacción corporal, riesgo de trastornos alimentarios y síntomas ansiosos o depresivos asociados. Un metaanálisis y revisiones sistemáticas conectan la victimización en línea con mayores niveles de depresión, ansiedad y estrés entre víctimas, lo que nos recuerda que la violencia estética no es “solo comentarios” sino un riesgo real para la salud psicológica.
Además, hay evidencia de que el miedo a ser atacadas condiciona la participación pública femenina. Encuestas y análisis recientes muestran que las mujeres se sienten significativamente menos cómodas expresando opiniones políticas u opiniones en línea: en algunos estudios solo alrededor del 24% de las mujeres dijeron sentirse cómodas expresando posturas políticas en redes, frente a casi 40% de los hombres. Ese auto-silenciamiento es un problema democrático: si una parte de la población opta por callar por miedo, el debate público empobrece.
¿Por qué persiste esta violencia estética? Hay varios factores que se combinan: una cultura en la que todavía se sexualiza y vuelve un objeto el cuerpo femenino; el anonimato y la impunidad que ofrecen las plataformas digitales; y la normalización de estándares irreales de belleza impulsados por filtros, algoritmos y economías de la atención. A eso súmale que no solo existen ataques masculinos: muchas agresiones provienen de cuentas femeninas y de redes de acoso que reproducen los mismos estereotipos desde adentro. Esto vuelve el fenómeno más complejo y culturalmente enraizado.
El costo es alto: además de los efectos en salud mental, la violencia estética tiene consecuencias en la participación pública de las mujeres en su carrera, en su posibilidad de ser escuchadas, en la calidad del debate público y en la autoestima colectiva de generaciones que están creciendo creyendo que lo digital es la realidad. Si las jóvenes interiorizan que su valor es la apariencia y no la capacidad de pensar, persuadir o crear, estamos perdiendo capital humano y libertad.
Entonces, ¿Qué hacer? No busco aquí soluciones simplistas, pero sí urgentes:
Promover educación digital y afectiva que enseñe a distinguir crítica útil de humillación;
Responsabilizar a plataformas y a agentes públicos para reducir la impunidad (medidas de moderación y denuncia que funcionen);
Fomentar normas profesionales y periodísticas que no reduzcan a una persona a su cuerpo;
Crear redes de apoyo y protocolos para víctimas que atiendan salud mental y protección digital;
Y, desde la cultura, cambiar el estatus de la burla estética: que insultar por apariencia deje de ser “normal” .
Mujeres como Gloria, Sofía y Maite muestran distintos modos de resistir: responder con argumentos, mantener la rutina profesional o alzar la voz por la dignidad. Ninguna de estas respuestas es perfecta ni única; todas son válidas. Lo que sí es innegable es que la libertad esa que Gloria defiende con pasión no se limita a espacios institucionales: se juega también en el terreno de lo cotidiano, en la batalla por poder existir sin que el cuerpo sea la sentencia.
No se trata de victimizarnos ni de convertir el debate en una guerra de géneros. Se trata de reconocer una realidad: la normalización del escarnio estético constriñe voces, daña personas y empobrece la conversación pública. Recuperar espacio para la discusión de ideas implica, necesariamente, recuperar la posibilidad de que las mujeres opinen, piensen y existan sin tener que pagar con su dignidad.
Cuando la sociedad deje de medir cuerpos y empiece a medir ideas, habremos ganado un pedazo de libertad.
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(Nota: las ideas expresadas son netamente del autor y no necesariamente representa la posición de ContraPoder 3.0)
Roymer A. Rivas B., un simple estudiante comprometido con la verdad, lo demás no importa.
“(…) En este marco es que se erige el iusreologismo, como un sistema de pensamiento relativo a la naturaleza de esa cosa que llamamos “Derecho”, y que en última instancia es una teoría crítica y dinámica del Derecho que, groso modo, postula que la realidad jurídica (…) es la integración evolutiva constante de tres dimensiones fundamentales: lo fáctico, (…) lo axiológico (…) y lo normativo. Además, el rasgo distintivo que se concibe es la Historicidad (…) como el marco estructural —u horizonte de sentido— que envuelve y media la convergencia dialéctica de las tres dimensiones.”
Roymer A. Rivas B.
En el presente texto pretendo dilucidar los errores y/o los límites de una de las creencias que prácticamente sostiene toda la estructura filosófica de lo que hoy es el libertarismo, en sus diferentes vertientes —se entiende que hay matices allí, pero a efectos prácticos se tomaran todos los diversos matices que separan entre sí a quienes se identifican en mayor o menor medida con la corriente libertaria y se tratarán como si fueran una misma cosa o línea de pensamiento—. El punto central a tratar es el iusnaturalismo, que supone la existencia de derechos trascendentes y anteriores a los que emite algún órgano director —Estado—. En adición, dado que la crítica común de mis queridos detractores liberales dogmáticos es la de señalarme una supuesta adherencia al iuspositivismo, entendido como el rechazo al vinculo que existe entra la moral y la norma, siendo ésta normalmente la que emite un poder centralizado para enmarcar la conducta humana en la cosmovisión de quienes emiten dichas leyes, independientemente de si son reprochables o no, me veo en la necesidad de ir contra dicha concepción, también.
Si bien, aclaro que esto es un manifiesto, por lo que no pretende ser un texto exhaustivo o riguroso. Entiendo perfectamente que el tema amerita dicha rigurosidad, pero eso requiere una extensión innecesaria para el fin que me propongo ahora, contando, además, de que el tema es apenas un inciso —profundo y extenso— en toda la estructura de lo que nosotros llamamos Creativismo Filosófico —destacando Ilxon Rojas, más que yo, al momento de tratar éstos temas en concreto—. Trabajamos en ello, y con el tiempo van a ir saliendo textos —han salido algunos, de hecho, aunque no de forma sistemática ni estructurada, y éste texto puede contar como uno más de ese conjunto—. Ergo, me reservaré citas —que comúnmente abundan en mis ensayos—. Pero, ¿Cuál es el fin? Pues, uno muy simple: cambiar las reglas del juego cuando se debaten temas de libertad, optimizando su defensa y, con ello, blindando de críticas que comúnmente —y correctamente, en buena medida— se le hacen cuando toca hablar de temas del Derecho, con D mayúscula, es decir, de Filosofía del Derecho, que es la base de comprensión de esas pautas que terminan por enmarcar la conducta humana. Siendo más específico, dejar sin argumentos a quienes pretenden encasillarme en doctrinas que mutilan la realidad, de las la gran mayoría, por no decir todos, son seguidores, para obligarlos a tratar las premisas con las que defiendo mi postura con razonamientos adecuados.
¿Significa lo anterior que yo no estoy equivocado? En lo absoluto. Puedo estarlo. Pero, en definitiva, los argumentos con los que pretender demostrar que lo estoy son absurdos que sólo reafirman mi posición. No somos nosotros los que tienen que demostrar que ustedes yerran, porque para eso no se necesita mucho rigor, más bien son ustedes los que han de demostrar que todo el entramado filosófico que groso modo trataré aquí está equivocado. Con total respeto, aunque esto constituye una declaración de guerra filosófica, yo los desafío a ello.
El iusnaturalismo y los liberales
Difícilmente encuentre un liberal que no fundamente su defensa de la libertad en los —supuestos— “derechos naturales”. La tradición desde Platón y Aristóteles, pasando por Tomás de Aquino, la escuela de Salamanca, la ilustración, la modernidad, y llegando hasta Juan Ramón Rallo, con sus diferentes matices, es que existen derechos inherentes en el ser humano, llegando algunos incluso a afirmar que hacen ser al humano lo que es: es decir, que el humano es humano en tanto y en cuanto tiene derechos intrínsecos. Esto se traduce en una mezcla entre el concepto de Derecho con la misma naturaleza humana.
Un inciso importante que se debe hacer es que, si bien es cierto que en el pasado se concebían los derechos naturales como unos concebidos por alguna divinidad, desde la llegada de Rothbard y su ética para la libertad, yendo en paralelo con Rand y su moral objetiva, y encontrando su más fuerte defensa en la ética de la argumentación de Hoppe, muchos han dado un giro para defender los derechos naturales como unos aprehendidos de alguna manera por la razón. Todo ello en contraposición del iuspositivismo, que es el enemigo natural de los liberales, en cuanto tienden a defender las normas del poder centralizado, y el liberalismo se opone a dicho poder[1].
En otras palabras, los liberales se apegan a una tradición que sostiene que las leyes no son creadas por ningún gobierno o autoridad, sino que derivan de la misma naturaleza humana y la razón, siendo, a priori: (i) universales, porque pertenecen a todos los seres humanos en todo tiempo y lugar; (ii) inalienables, porque no pueden ser transferidos, vendidos[2] o arrebatados legítimamente; y (iii) anteriores y superiores al derecho positivo. ¿Cuáles son éstos derechos? El derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad —o a la vida, libertad y felicidad, dependiendo de a quien le pregunte, porque la propiedad tiende a verse como algo indisociable de la libertad, o incluso lo que hace posible todas las demás… tome el que más le guste, me es indiferente, porque todos están equivocados—.
Naturalmente, todo ello funge como un presupuesto filosófico para la doctrina del Estado limitado y la soberanía del individuo —e incluso otra aberración más como el constitucionalismo liberal, que de liberal tiene lo que yo tengo de astronauta, independientemente de su origen—. La existencia de derechos inalienables significa que el poder del Estado[3] no es absoluto y que éste sólo debe estar sometido a la defensa de los mismos, dando cuentas, además, a los individuos, a quienes no debe violentar su esfera privada. Si algún Estado incumple su misión fundamental de proteger los derechos naturales, o peor aún, los viola —que, a juicio de los anarquistas, es siempre—, los ciudadanos tienen derecho a desobedecer y, en última instancia, derrocarlos.
El iuspositivismo y los liberales
Partiendo de esta concepción, se entiende que los enemigos naturales sean los iuspositivistas, dado que defienden un sistema de normas jurídicas escritas y promulgadas que han sido —a su juicio— cálidamente creadas por una autoridad competente —parlamento, monarca, cuerpo judicial— dentro de una comunidad política —principalmente el Estado—. A diferencia del derecho natural, que se enfoca en leyes universales, el derecho positivo pretende ser: (i) fáctico y vigente, porque existe y tiene validez aquí y ahora, independientemente de si es considerado moralmente justo o injusto; e (ii) histórico y variable, porque su contenido cambia según el lugar, la época y las decisiones de la autoridad creadora. Si bien, señalo que “pretende serlo” porque, en realidad, con todos sus procedimientos formales —establecidos por el propio sistema— termina por cargarse con toda la historicidad y los hechos, bien entendidos, que hacen ser al Derecho lo que es.
Hacia un concepto de Derecho con sentido: tridimensionalismo jurídico crítico
No obstante, ambas tradiciones yerran al momento de abordar esa realidad que llamamos Derecho, por cuanto la reducen a los respectivos elementos que cada uno pretende analizar y vender como si fuera el absoluto del Derecho. A la luz de estos errores, llega el tridimensionalismo jurídico crítico —que no es, valga la redundancia, el tridimensionalismo jurídico tradicional sostenido en Miguel Reale y Carlos Fernandez Sessarego, un poco más en el primero que en el segundo, aunque ambos, evidentemente, son influencias directas—. Si bien, a mi me gusta más llamarlo: Derecho reológico[4], por lo cual sería un iusreologismo —o Realismo Jurídico Reológico[5]—.
Básicamente, lo que llegamos a decir es que el Derecho tiene tres dimensiones: lo factico —hechos, y que, en el caso de Sessarego, habla de “Vida”—, lo axiológico —valores—, y lo normativo —ley formal, lógica, racionalizada, expresado en lenguaje y plasmado en códigos—. En este sentido, se rescata el tridimensionalismo jurídico tradicional, pero nos distanciamos de ello por cuanto, unos u otros, priman la norma o la vida por sobre las demás dimensiones —como si acaso pudiesen desvincularse la una de la otra, o estructurarse jerárquicamente—, o incluso parten de un concepto de la naturaleza humana y la libertad bastante viciada. No conforme con estas distancias, a estás tres dimensiones en conjunto se les enmarca en la historicidad —evolución en el tiempo de la institución—, que es donde surgen los horizontes de sentido del Derecho —y, por consiguiente, de la comprensión humana sobre el tema—.
¿De qué trata cada dimensión y su respectivo marco? El hecho refiere a que el Derecho es un fenómeno histótico-cultural que ocurre en un tiempo y lugar determinado, es decir, se despliega en la interacción de la comunidad; el valor trata de los significados de las estimaciones que hacen los miembros de la comunidad a los hechos concretos en donde se desenvuelven —su entorno, interno y externo—, y tiene que ver con la moral; y lo normativo alude a la formalización de las leyes que surjan de lo anterior y que muchas veces es necesario expresar con palabras para tratar temas concretos —y es lo que da paso a la coacción legítima—. La historicidad media cada una de las dimensiones porque, a priori, sólo la interacción humana en el tiempo es lo que hace converger las dimensiones y las introduce en el campo del sentido para el ser humano, aprehendiéndolas por ensayo y error, moldeando su conducta. Es una dinámica evolutiva donde lo fáctivo se consolida y presiona para convertirse en norma —no siempre consiguiéndolo, y tampoco es necesario que siempre lo consiga—, lo axiológico inspira y orienta la creación de la norma, y ésta llega para probar en la realidad si es eficiente y/o justa para solucionar problemas concretos que surjan en la convivencia, con el objeto de mantener la confianza en las interacciones humanas.
Los errores del iusnaturalismo y el iuspositivismo
La constatación, aplicación, observancia y efectividad real del Derecho sólo llega en la conjunción de sus tres dimensiones. El iusnaturalismo falla al sobrevalorar la dimensión axiológica a expensas de las dimensiones fácticas y normativas, las cuales subordina a la primera. Por si fuera poco, siquiera parte de una comprensión cabal de los valores, porque para ellos es algo estático, aprehensible por la razón, y no algo dinámico que se debe a la misma naturaleza de las relaciones humanas, donde prima la relatividad de los valores —no en el sentido de escepticismo extremo, sino uno contextual y evolutivo que está mediado siempre por la intersubjetividad, que es, de facto, la característica prima facie de la dimensión axiológica—. Claro, esto la sumerge en dificultades para traducir de forma unívoca tales derechos en normas, porque desprecia la certeza jurídica en absoluto —ni el mismo Hayek, siendo, a mi juicio, el pensador más grande de la Escuela Austriaca hasta el momento, estaba de acuerdo con ello—. Adicionalmente, ignora que el Derecho tiene vigencia y efectividad en el mundo real —no metafísicas absurdas, sino una responsable científicamente— para ser considerado como tal: Derecho.
Asimismo, el iuspositivismo falla al relegar la dimensión fáctica al campo de la política, enfocándose sólo en la validez formal —norma—, sin reparar, aunque diga hacerlo, en los hechos que hacen posible y empujan a la creación de la norma, sostenida en la acción humana, mediada siempre por valores. Aunque se pueden rescatar ciertas cosas puntuales del iuspositivismo, en lo que compete a la norma, cometen el error garrafal de reducirlo a ello.
El iusreologismo: el sistema de pensamiento relativo a la naturaleza de la cosa Derecho
En este marco es que se erige el iusreologismo, como un sistema de pensamiento relativo a la naturaleza de esa cosa que llamamos “Derecho”, y que en última instancia es una teoría crítica y dinámica del Derecho que, groso modo, postula que la realidad jurídica no puede ser reducida a una única dimensión —ni axiológica, ni normativa—, sino que es la integración evolutiva constante de tres dimensiones fundamentales: lo fáctico —el hecho histórico-cultural y la interacción comunitaria—, lo axiológico —los valores y las estimaciones morales relativas y dinámicas de la comunidad— y lo normativo —la ley formal, lógica, racionalizada y codificada—. Además, el rasgo distintivo que se concibe es la Historicidad —evolución en el tiempo de la institución, el ensayo y error— no como una dimensión adicional, sino como el marco estructural —u horizonte de sentido— que envuelve y media la convergencia dialéctica de las tres dimensiones. Esto es: el proceso de tensión, conflicto y superación constante en la interacción de lo fáctico, lo axiológico y lo normativo hace ser, y al mismo tiempo impulsa su evolución, a un sistema con identidad propia que llamamos “Derecho” —las tres dimensiones y su marco no son una suma o yuxtaposición de partes, sino un todo—. En este marco, el Derecho se entiende como un sistema en flujo permanente cuya finalidad es moldear la conducta humana y mantener la confianza en las interacciones mediante un proceso de prueba y ajuste.
Un verdadero estudio del Derecho debe partir de la integración evolutiva de la norma, el hecho y el valor a lo largo del tiempo, porque el Derecho no es una realidad unidimensional, como lo pintan desde el iusnaturalismo y el iuspositivismo, sino que es multidimensional. Y sólo comprendiendo bien la naturaleza humana —sistema humano— y la naturaleza de la sociedad —sistema sociedad— es que se pueden abarcar estos temas cabalmente —o al menos hasta el cenit de lo que nos permite el conocimiento hoy—.
¿Quieren textos para, en mayor o menor medida, comprender el asunto? Por ahora, hasta que se publiquen los tratados del Creativismo Filosófico, en sus diferentes vertientes, pueden aproximarse leyendo lo siguiente:
Lean sobre el tridimensionalismo jurídico: Carlos Reale y Carlos Fernández Sessarego —o sus estudiosos, pero ellos son la base—.
Lean la teoría egológica del Derecho: Carlos Cossio, en donde se presenta el Derecho como “conducta en interferencia intersubjetiva”, siendo, no la norma, sino la conducta humana el objeto de estudio del derecho —algo que comparte con el tridimensionalismo jurídico tradicional, al menos por el lado de Sessarego—.
Lean a los libertarios Bruce Benson —justicia sin estado— y Bruno Leoni.
Lean a Hayek, los procesos espontáneos y su obra magna sobre el asunto aplicado al Derecho: Legislación y libertad. Y léanla bien —estúdienla—.
Lean a César Martínez Meseguer y la teoría evolutiva de las instituciones sociales, que trasciende a Hayek sobre el tema, especialmente el método de estudio para abordar el estudio de las instituciones a lo largo del tiempo.
Conversen con Ilxon Rojas, o, en su defecto, conmigo.
Pero, sobre todo, pongan en tela de juicio sus dogmas. La ciencia y la defensa de la libertad nunca han avanzado con dogmas, más bien todo lo contrario. Y hoy el liberal, lamentablemente, se ha quedado rezagado con teorías de los siglos XVIII, XIX y XX que, aunque fueron funcionales en el momento, y se avanzó con el conocimiento que se tenía, en definitiva, no sirven para abordar los asuntos que competen a la libertad con rigurosidad. Empero, se necesita humildad intelectual para hacer todo ello.
[1] Un simple inciso que no compete al tema: aquí hablamos de poder político concentrado, pero también cabe el económico.
[2] Yo quisiera ver cómo van a evitar esos liberales que yo me entregue a la esclavitud de forma voluntaria, sin apelar a la coacción y sin intentar minusválidar mi voluntad. Allí se les acaba todo el discurso moralista entorno a la voluntad y la libertad.
[4] Apelando a la terminología de la herramienta “Reología filosófica” que desarrolla el grupo de “Filosofía fundamental”, encabezado por el profesor Sierra-Lechuga. Si bien, que lo tengamos de referencia no significa que adhiramos a absolutamente todos sus postulados.
[5] Que no es el Realismo jurídico norteamericano.
Por Pedro González —Handinator— (X: @tepinunpasen).
La discusión sobre una posible intervención estadounidense en Venezuela no es un tema menor. Para algunos, representa una amenaza a la soberanía; para otros, la única salida frente a un régimen que ha convertido al país más sensual y vibrante de Suramérica en un páramo de miseria, corrupción y exilio. Yo, grotescamente, me ubico en el segundo grupo: apoyo la invasión si no se logran negociaciones reales para la salida de quienes hundieron a Venezuela en el abismo.
La tiranía y sus desgracias
La historia reciente está marcada por nombres que simbolizan la degradación del Estado. Walid Makled, el “héroe de la patria” y jefe de inteligencia Hugo “El Pollo” Carvajal —hoy enjuiciado en EE. UU. por narcotráfico—, y el caso de corrupción de Tareck El Aissami, que supera los USD$ 3.200 millones. Hasta hace apenas cuatro años era presentado como ejemplo de la “revolución” —o mejor dicho, la robolución—, ocupando todos los puestos de poder hasta llegar a la vicepresidencia.
Y por si fuera poco, el presidente de Energía y Minas y de Petróleo durante casi todo el mandato de Chávez, otro símbolo de cómo se saqueó la riqueza nacional. Nunca se dieron cuenta… o más bien se hicieron los pendejos. Y ahora, cuando el sistema ya no les funciona, resulta que “vamos con todo”.
Miseria maquillada de revolución
Estos personajes no solo robaron, también dejaron en pañales a los viejos partidos AD y Copei, que parecían insuperables en su corrupción. Provocaron el mayor exilio de compatriotas en la historia, y hoy, mientras piden clemencia, se olvidan de cómo violaron derechos humanos, de cómo respondieron con misiles a opositores que pedían rendirse y entregarse a la justicia.
Quien no conozca la historia de Venezuela podría pensar, como dice Alfredo Jalife, que el país nació “cinco minutos para las doce”. Pero la verdad es que arrastra décadas de jóvenes masacrados, torturados, y una población sometida a la violación sistemática de sus derechos.
Más pendejo, imposible
Y aquí viene lo grotesco: los robolucionarios y su cuerda de borregos, incapaces de dar una explicación coherente a tanta miseria, repiten como bobos drogados que todo es culpa del “bloqueo” y de las sanciones. Más pendejo, imposible.
Porque sin temor a equivocarme, Chevron y varias empresas europeas siguen comprando y explotando recursos petroleros. ¿Cuál bloqueo? ¿Acaso no tienen a China, la fábrica del mundo, como socio? ¿Y qué pasa con los rusos y los iraníes? ¿O es que el negocio consiste únicamente en pagar por armamento obsoleto adquirido en la gestión del galáctico Chávez?
Por favor, amigos del madurismo, llamemos las cosas por su nombre: eso se traduce en dos categorías, enchufado privilegiado o borrego ignorante. Y claro, con una alta interconexión de neuronas atrofiadas por la mala alimentación: poca proteína, casi ninguna carne, y toneladas de carbohidratos refinados importados con sobreprecios y comisiones de la claptocracia. Dinero que jamás se invierte en desarrollar la agricultura o la ganadería nacional, porque la corrupción es más rentable que producir.
La ignorancia como arma
En este contexto, me declaro traidor. Traidor para una parranda de ignorantes que no tienen ni idea de historia, estadísticas o geopolítica, y que repiten como zombis lo que sus amos cubanos, rusos e iraníes les dictan. Se llenan la boca hablando de independencia y libertad, cuando en realidad son esclavos de un juego perverso que mantiene al 85% de los venezolanos en pobreza, mientras apenas un 15% puede comprar las tres comidas diarias.
Más tonto no se puede ser: seguir celebrando esta fiesta macabra sin ver la crudeza del conflicto, sin entender que la verdadera decisión es elegir qué collar ponerse. El del amo americano, o el del amo ruso-cubano-iraní.
Mi elección
Yo ya decidí. Prefiero el collar con el símbolo del águila y los dólares, antes que seguir encadenado a quienes convirtieron a Venezuela en un país de exiliados, corruptos y verdugos. Porque la libertad, aunque imperfecta, siempre será mejor que la miseria maquillada de revolución.
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