Por: Roymer Rivas.
Muchos años después de que el ideal democrático se gestara en un ambiente hostil durante años (1928-1945), en 1945 la Junta de Gobierno promulga el derecho a voto la mujer venezolana; esto da paso para que en octubre de 1946, en las elecciones de representantes para la Asamblea Nacional Constituyente, ellas puedan ejercer por primera vez su derecho. El resultado de esto fue que dicho derecho quedara plasmado en la Constitución de 1947.
Éste es el punto de partida de la historia democrática en Venezuela que se vería interrumpida temporalmente con las dictaduras de la junta militar y Marcos Pérez Jiménez (1948-1959), para luego instaurarse y consolidarse con el pacto de punto fijo (1958) que llega para marcar el mayor periodo de democracia en Venezuela (1958-1998); un periodo bipartidista.
Los turbios 40 años de “ilusiones” y “cortinas” —cabe decir que auspiciadas por el mismo sistema democrático— sirven como base para que Hugo Chávez se haga del poder y convoque una Asamblea Constituyente que tiene el respaldo de la Corte Suprema de Justicia, una entidad que debió haber velado por el cumplimiento de la ley y, en su lugar, paradójicamente, generó una nueva manera de reformar la constitución a pesar de que la constitución de 1961 no lo preveía; cosa que fue y aún sigue siendo criticada por abogados constitucionalistas. Estos eventos abren camino para que se promulgue la Constitución de 1999 y, junto con ella, termine de morir la democracia en el país.
Desde entonces, los venezolanos en general luchan por la recuperación de la democracia; de hecho, todos los partidos políticos de oposición, tanto socialistas como liberales (clásicos), proponen “recuperar la democracia”; las protestas que ha habido durante los últimos 9 años han sido por la libertad y el “retorno a la democracia”.
Ahora bien, ¿Realmente necesita la sociedad venezolana regresar a la democracia? Para responder esta pregunta es necesario dar respuesta primero a otra pregunta: ¿Qué es la democracia? A menudo se da por sentado que la democracia es la mejor forma de orden social, de gobierno, y que es de sentido común que todos tengamos derecho a voto; nada más alejado de la realidad; este sistema es incompatible con los tres derechos fundamentales del hombre, a saber, vida, libertad y propiedad privada; y, por tanto, como todo sistema que no se sustente en ellos, sus bases son de arena y las consecuencias de crear una estructura en ella son nefastas. La teoría lo indica y la evidencia empírica lo ilustra, basta ver el escenario mundial, y más específico por su cercanía, Venezuela, para entenderlo.
Según la Real Academia Española, la democracia es “una forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos”, una “doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce directa o indirectamente o por medio de representantes; y esto es lo que nos venden, de una u otra manera, desde pequeños bajo la educación —adoctrinamiento— publica. En otras palabras, en un sistema democrático, supuestamente, todos los miembros de la sociedad participan, o tienen el derecho a hacerlo, en la toma de decisiones. Sin embargo, la verdad es que “democracia” significa la regla de la mayoría; ya Platón definía el sistema como el gobierno “de los más” en su “Republica”; en la misma línea, a mí me gusta llamarlo como lo que realmente es: “tiranía de las mayorías”.
Puede que algunos difieran de estas afirmaciones, ciertamente la discusión es amplia y por la misma razón no me extenderé en la explicación por no ser el punto central de este artículo. Pero estén de acuerdo o no, nadie podrá negar el hecho de que la democracia ha servido como medio para que muchos personajes hagan propuestas sociales —políticas, económicas, etc.— que no hacen más que atentar y, en casos extremos, atacar las libertades de todos los miembros de la sociedad. Bajo el sistema democrático Evo Morales, Perón, Hitler, los Kirchner y Hugo Chávez, entre tantos liberticidas, han llegado al poder gracias al apoyo masivo (apoyo “popular”; más del 50% de los votos, sin importan si fueron todos a votar o no) de sus respectivos países.
Estos gobiernos han hecho relucir la esencia misma de la democracia, el populismo. No es que uno de los problemas de la democracia es el populismo, es que la democracia es esencialmente populismo; un sistema en el que quien pretenda hacerse con el poder necesita del apoyo de las masas incentiva, a priori, a que dicha persona se valga de todos los medios a su alcance —muchas veces no muy buenos— para ganarse el apoyo popular; y lo más terrorífico es que las personas en general muchas veces no se dan cuenta de ello y, en consecuencia, los personajes populistas tienen muchas chances de conquistar el poder.
Una de las razones por la que esto sucede es por lo que Bryan Caplan dice en su libro “The Myth of the Rational Voter” (El Mito del Votante Racional), que el votante promedio “is worse tan ignorant” ya que es irracional, en la medida en que defiende políticas en base a creencias erróneas que tiene sobre las políticas que repercuten en la sociedad e incluso esas políticas que apoyan se contraponen al mayor bienestar que buscan y valoran. Esta ignorancia es la que aprovechan los personajes carismáticos para ganarse el favor del pueblo y establecer sus agendas malditas.
Venezuela ha sido víctima de este fenómeno durante décadas, y es aquí en donde reluce otro problema: la nesciencia de la sociedad sobre las verdaderas causas de los problemas que les acaecen y sobre los mejores medios para alcanzar sus fines lleva a que se creen las condiciones necesarias para que cada vez más surjan carismáticos con tendencias autoritarias que apelan a los sentimientos y emociones de una sociedad cegada por las ansias de bienestar.
Son estas las razones —junto a muchas más— que, respondiendo a la primera pregunta planteada, Venezuela no necesita regresar a la democracia. Reestablecer este sistema no debe ser el fin de los venezolanos, ni siquiera debería verse como el medio para alcanzar el verdadero fin por el que se lucha, la libertad. El sistema democrático no nos dará la verdadera salida a la crisis por la que está atravesando el país actualmente, si la libertad.
Ahora bien, si la democracia no es el medio para alcanzar la libertad que permitirá crear una sociedad feraz en Venezuela, entonces ¿Cuál es? Simple: el medio para alcanzar la tan ansiada y necesaria libertad es la libertad misma, y para ejercer verdadera libertad hay que reivindicar el respeto a la propiedad privada. Esto requiere cambiar el fundamento en el que se pretenderá construir la nueva sociedad. Una vez se tenga el fundamento sólido, los materiales de la arquitectura social que se han usado hasta ahora deben desecharse y usar otros para la construcción de la estructura; es decir, se necesita cambiar completamente la arquitectura del país, se necesitan profundas reformas institucionales a lo largo y a lo ancho del país.
Esto requiere tiempo, compromiso y, sobre todas las cosas, paciencia. Revertir el estado actual, que es resultado de siglos de desatinos, no sucederá de la noche a la mañana; pero con los cambios institucionales se creará la fuerza suficiente para hacer contrapeso y, con el tiempo, se retomará el camino del crecimiento en Venezuela que el mundo parece haber olvidado; esto es, el orden natural, espontaneo. Todo en el ámbito de la propiedad privada y el libre ejercicio del componente empresarial innato que posee cada ser humano.
Para terminar, tengo que decir que un sistema con menos problemas que la democracia que, a mi parecer, podría constituir un trampolín que ayude a recuperar el orden natural del hombre es la “Demarquía”, pero hablaré de este sistema —sus problemas y las ventajas en comparación con la democracia— en otro artículo. Por ahora, te invito a cuestionarte todo y a no dar las cosas por hecho, sobre todo si se trata del sistema que de alguna forma rige tu vida.