
“(…) ese recurso, en las manos adecuadas, podría sacar a Venezuela de la pobreza en tiempo récord. Pero hoy no existen ni las instituciones, ni los políticos y ni la sociedad preparada para semejante tarea. Y mientras eso no cambie, seguiremos atrapados en (…) la maldición de haber tenido demasiado petróleo y no haber sabido qué hacer con él.”
Orlando Fuenmayor S.
Este tema siempre pone a temblar a un sector del país que, sin saber muy bien de dónde lo sacaron, jura que una intervención —o invasión, para darle más sazón— de Estados Unidos tendría como único propósito robarnos el petróleo. El oro negro. El tesoro maldito. Pero… ¿De pana es así? ¿Es nuestro petróleo tan valioso como para justificar una movilización militar en el Caribe? Aquí podríamos amanecer discutiendo: los socialistas defendiendo esa fantasía hollywoodense y los pro–capitalistas sin perder el sueño si mañana aterrizan marines en La Guaira.
Pero si nuestro petróleo es tan importante, surge una pregunta incómoda: ¿Por qué, desde 1958, ningún gobierno socialista logró convertir a Venezuela en un país de primer mundo? Y ojo, no hablo solo del chavismo, porque el modelo ya venía fallando antes de que se pintaran las paredes de rojo. Desde antes de la “era democrática”, cuando caudillos como Gómez o Pérez Jiménez lograron, —sí— pacificar y construir, pero también dejaron una estela de corrupción tan gruesa que sus retiros parecían catálogos de lujo gratuitos. Y ellos jamás volvieron a trabajar… por razones obvias.
Entonces, después de más de 140 años sacando petróleo del subsuelo, ¿Qué aprendimos? Quizás que, si hubiésemos escuchado a gente como Uslar Pietri y “sembrado el petróleo”, y traducido ese concepto a algo tan sencillo como diversificar la economía, hoy no estaríamos contando las reservas como quien cuenta maldiciones familiares.
¿Cuál fue el privilegio de nacer en esta tierra petrolera? Ninguno. Al contrario: la mentalidad del venezolano fue moldeada para creer que todo debía ser gratis. Subsidios, regalos, bonificaciones… como si el país fuese un papá millonario al que nunca se le iba a acabar la plata.
El Estado venezolano engordó tanto que ya no se distingue dónde termina el gobierno y dónde comienza el Estado. Son la misma criatura, una especie de Leviatán tropical. Y mientras tanto, la historia se repite: así como los nativos americanos descubrieron el petróleo en Estados Unidos para que luego llegara el hombre blanco a quitárselos, nosotros tuvimos petróleo… y logramos arrebatárnoslo a nosotros mismos. Peor aún: lo hemos usado para autodestruirnos en cámara lenta.
¿Y qué tiene de atractivo tener petróleo hoy? No somos Dubai. Ni de cerca somos una potencia como Estados Unidos. Dependemos de gasolina importada de Rusia e Irán. Los socialistas quebraron el parque petrolero, y con el cuento de las sanciones tienen a medio país viviendo en miseria mental y económica. Mientras tanto, el milagro de Singapur —ese que tanto se menciona— no se construyó con petróleo, sino con instituciones eficientes, disciplina y cero tolerancias a la corrupción. Algo que aquí suena a mitología escandinava.
Pero lo peor de todo es que aún hoy muchos venezolanos insisten en la idea de que “nos toca una parte del petróleo”. Como si cada barril viniera con un cupón. Imaginan repartir ganancias al estilo Noruega, sin mencionar que los noruegos tuvieron que cambiar su propio modelo porque la repartición indiscriminada de dinero casi les revienta la economía.
Ese petróleo maldito ha servido para comprar voluntades en la región, financiar campañas políticas y desestabilizar países enteros. Ha sido el combustible de proyectos macabros y de liderazgos que jamás debieron existir.
¿De quién es la culpa? Del sistema; de los políticos; y sí, también de la gente.
Porque ese recurso, en las manos adecuadas, podría sacar a Venezuela de la pobreza en tiempo récord. Pero hoy no existen ni las instituciones, ni los políticos y ni la sociedad preparada para semejante tarea. Y mientras eso no cambie, seguiremos atrapados en esta profecía que se cumple sola: la maldición de haber tenido demasiado petróleo y no haber sabido qué hacer con él.










